Un buen negocio: 14


Escena III editar

ROGELIO, BASILIO, MARCELINO y la NENA


ROGELIO.- ¿Qué quiere usted aquí, señor?

BASILIO.- (Al verlo se detiene como para retroceder, pero reacciona en el acto y nerviosamente.) Señor... yo... Vea usted; suprima actitudes, que me trae un asunto muy grave. ¿Dónde esta Ana María?... (Sorpresa y alarma.) ¿No ha venido?... ¿No la han visto ustedes?...

MARCELINA.- ¿Qué ocurre? ¡Hable usted!...¡Pronto!...

BASILIO.- Algo muy extraño y muy alarmante. No me exijan explicaciones de lo que ha pasado, porque no sabría darlas y porque no es el momento de darlas. El caso es que hace un instante, al llegar a mi cuarto no encuentro a Ana María, la busco, no está; aguardo, no viene. Supongo que pueda haber ido a casa de mi madre. Corro hacia allá, no estaba ni había ido; regreso a la mía un poco inquieto, y nada. Vengo aquí y tampoco saben darme noticias.

ROGELIO.- (Tranquilamente) Habrá salido de compras.

BASILIO.- No. Es que al volver de nuevo a mi cuarto me encontré con una carta que no había advertido en el primer momento, una esquela despidiéndose para siempre de mí y anunciando quién sabe qué horrible determinación...

MARCELINA.- (En el paroxismo.) ¡Mi hija!... ¡Mi Ana María!... ¡Qué castigo!... (Se desploma, corren los dos en su auxilio, la alzan y la sientan)

ROGELIO.- (Muy impresionado.) Haga el favor de atender a esta señora. Voy a saber de Ana María. Voy a la polícía. Tal vez se pueda evitar la desgracia.

BASILIO.- ¡Usted no! ¡No le corresponde!

ROGELIO.- No sea niño. Tengo mejores recursos que usted. (Se va precipitadamente.)