Un buen negocio: 07
Escena VI
editarMARCELINA, BASILIO y ANA MARÍA
MARCELINA.- (Detiene a BASILIO, dando tiempo a que ANA MARÍA se reponga.) ¿Cómo está Basilio? ¿Ha visto a mis nenes en el patio? ¿Están con juicio?
BASILIO.- Sí, señora; pasean a la abuelita. ¿Cómo sigue su enferma?
ANA MARÍA.- (Se domina con notorio esfuerzo y reanuda la costura.)
MARCELINA.- Así, así. Pase usted.
BASILIO.- ¿Cómo estás, Ana María?
ANA MARÍA.- Muy bien, Basilio.
BASILIO.- No tanto; a juzgar por tu semblante. Tú has llorado.
ANA MARÍA.- Te aseguro que no.
BASILIO.- ¿Mentirillas?... (yendo a la cama de la NENA.) ¿Cómo está la enfermita?... (Se interrumpe al notar que duerme.) Dormida. (Toma una silla y la aproxima.) Veamos, veamos qué es eso de los lagrimones.
MARCELINA.- ¿Cree usted que lo que nos pasa es como para poner cara de pascuas?
BASILIO.- ¿Y ese carácter, y esa energía, y esa jovialidad? ¿Papel dorado?...
ANA MARÍA.- No fue nada. Un instante de depresión. ¿Y tú? ¿Qué ha sido de tu vida en estas veinticuatro horas?
BASILIO.- Ocuparme de ti.
ANA MARÍA.- Zalamero.
BASILIO.- Idealmente, no; prácticamente; adivina lo que acabo de hacer.
ANA MARÍA.- Lo sé: pedir un anticipo de tu sueldo para ofrecerme en préstamo. Te advierto que no te acepto más que lo necesario para comprar estos medicamentos, con la obligación de decirme cuánto valen (Le da la receta.)
BASILIO.- De acuerdo; pero no has acertado, ¡adivina! (Pausa. ANA MARÍA se absorbe en la costura.) ¿No se te ocurre? ¿Qué crees que pueda haber hecho pensando prácticamente en nosotros? ¿No comprendes?... ¿No deduces nada?... Dí algo.
ANA MARÍA.- (Con cierta brusquedad.) ¿Qué quieres que te diga? ¡No sé, no acierto!...
BASILIO.- Esa brusquedad, Ana María...
ANA MARÍA.- ¡Pero hijo de Dios! ¡No ves que estoy rabiando con esta costura que me ha salido toda torcida. Mira, mira... mira por donde la he llevado!...
BASILIO.- ¿Y por eso me castigas?
ANA MARÍA.- (Dulcemente.) Perdóname, Basilio, estoy algo nerviosa. Cuenta cuéntame lo que has hecho.
BASILIO.- Pues... Acabo de comprar un terreno.
MARCELINA.- (Que cose a mano en cualquier parte.) ¡Usted!...
BASILIO.- Sí, señora, yo. El infrascripto, su seguro servidor.
MARCELINA.- ¿Ha heredado?
BASILIO.- No, señora. Tampoco he robado.
MARCELINA.- No se moleste usted. Era muy natural mi extrañeza.
BASILIO.- (A ANA MARÍA, como para ella sola.) Verás que lindo terreno. Yo no te enteré de mi proyecto para darte la sorpresa una vez realizado. Estudié el plano del remate, fui a ver las tierras y le eché el ojo a un lotecito. (Saca un plano del bolsillo y lo extiende.) ¿Ves? esta es la calle principal, adoquinada, con tranvía eléctrico, etc., etc., como dice el rematador en lugar de «nada más». Pues bien, a cuadra y media del tranvía queda mi terreno. (Señalando en el plano, sin observar la indiferencia de ANA MARÍA, que continua abstraída.) Siguiendo esta calle hacia el sur, en la primera esquina doblas a la derecha, caminas cincuenta metros y estás en casa. Aquí, lote núm. 56. Mejor situado no se puede pedir, ¿no te parece? (Notando la actitud de ANA MARÍA, estruja el plano, lo guarda y se pone de pie.) ¡Estás hoy... insoportable!
ANA MARÍA.- Escucha Basilio...
BASILIO.- ¡Desconocida !... Por cierto que esperaba todo menos este recibimiento. Pensar que no bien terminado el remate me echo casi a correr por esas calles con el alborozo de un chico que lleva una buena noticia, descontando la impresión que te iba a producir el saberme dueño de un terreno, imaginándome tus gestos, las exclamaciones de incredulidad, mis reproches porque no me creías y tu regocijo al saber que era verdad... pensar eso y ver después. Ana María: ¿qué tienes, responde mi Santa, ¿qué ocurre?
ANA MARÍA.- (Que ha permanecido con ambos codos apoyados en la máquina y la cara cubierta por las manos, estalla en sollozos.)
BASILIO.- (A MARCELINA.) Señora, aquí sucede algo extraordinario. ¿Qué es lo que sucede? Hable usted.
MARCELINA.- Hijo mío, ¿qué quiere usted que le diga? Estoy también sorprendida.
BASILIO.- Esta actitud de Ana María es muy extraña, hágame usted el servicio de decirme...
ANA MARÍA.- No, Basilio; nada me pasa. Ya te he dicho que me siento nerviosa y deprimida. ¡Oh, cuánta miseria, cuánta miseria! Ven, no te preocupes; no me hagas caso, siéntate a mi lado, cuéntame lo del terreno.
BASILIO.- ¡No me mientas, Ana María!...
ANA MARÍA.- Te juro que sólo fue un momento de desfallecirniento, sin más motivos que los que tú conoces. Ya pasó. Cuéntame eso del terreno. Lo compraste, ¿verdad?... A pagar a plazos... quiero verlo... muéstrame el plano... a ver... a ver...
BASILIO.- No, hablemos de otra cosa.
ANA MARÍA.- Dame ese plano; si no me lo enseñas, creeré que me guardas rencor. (BASILIO saca el plano.) Ahora verás que te había escuchado (Extiende el plano.) Tranvía eléctrico... se camina una cuadra... se tuerce a la derecha y estamos en... estamos en... casa... (Todo esto lo dice marcando sobre el plano un trayecto arbitrario, con voz de llanto contenido.)
BASILIO.- ¿Lloras todavía, mi Santa?
ANA MARÍA.- No, ahora es de emoción. Mira las lágrimas que han caído sobre nuestra casita. ¡Fueron las últimas, te lo juro!... (Lleva el pañuelo a los ojos y retoca su semblante.) ¿Lo ves? todo ha concluido. (Suena una palmada en la puerta.) Adelante.