Un barrio ilustre
Nota: se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.
Eusebio Blasco ha muerto en el barrio de sus predilecciones, en el que habitaron algunos de los ingenios más insignes del siglo de oro de nuestras letras y los comediantes más famosos de aquellos tiempos más memorables.
La calle de Cervantes es la antigua de los Francos, apellido de una ilustre familia que dió muchos corregidores a la villa. En el núm. 2, que tenía su entrada por la de León, vivió el inmortal autor del Quijote, y al ser demolida y reedificada en 1833, se colocó en ella la lápida conmemorativa que aún existe, y que fué costeada por el comisario de Cruzada D. Manuel Fernández Várela, gran protector de las letras y uno de los magnates más fastuosos que tuvo Madrid en la primera mitad del pasado siglo.
En el núm. 15 vivió y murió Lope de Vega, y la casa que hoy allí se levanta es la misma que habitó el Fénix de los Ingenios, habiendo sufrido muy pocas variaciones.
La calle de Lope de Vega es la antigua de Cantarranas y en ella está el convento de Trinitarias Descalzas, fundado en 1609 por doña Juana Gaitán, hija del general D. Julián Romero. En la iglesia de este convento fué sepultado Miguel Cervantes, y en él profesó una hija natural de Lope de Vega, llamada doña Marcela en el mundo y en el claustro sor Marcela.
La calle de Quevedo, que se llamó antiguamente del Niño, lleva el nombre del esclarecido ingenio de la corte de Felipe IV, porque era de su propiedad la casa hoy señalada con el núm. 9.
En la entrada de la calle del León, por la del Prado, hasta la de Francos y Cantarranas, había una plazoleta que se conocía con el nombre de Mentidero de los representantes, porque era el sitio de reunión de actores y aficionados al arte dramático. En sus alrededores vivían las actrices más famosas, y en la esquina de la calle de Santa María estuvo la imagen de Nuestra Señora, a la que la actriz Catalina Flores, habiendo quedado tullida de un parto, hizo una novena, en cuyo último día pudo abandonar las muletas, habiendo recobrado la salud.
La imagen fué trasladada a la iglesia de San Sebastián, fundándose con este motivo la cofradía de Nuestra Señora de la Novena, a la que designaron como su protectora los artistas dramáticos.
Sea por estos recuerdos ó por su proximidad a los teatros y al centro de la capital, es lo cierto que este barrio fué preferido por artistas y literatos para establecer en él su domicilio y su estudio hasta que las obras del ensanche le ofrecieron más luz y más aire en otras partes.
Eusebio Blasco fué siempre fiel al que llamaba cariñosamente mi barrio.—Yo no puedo vivir en Madrid, decía, sin escuchar todos los días las campanas de las Trinitarias, sin ver a poco de salir de casa las torres de San Jerónimo y los árboles del Retiro.
Y al menos en esto se ha cumplido los deseos del escritor ilustre, del que fué tan trabajador.
A su lecho de muerte llegaron los sonidos de aquellas campanas que le despertaron tantas veces al trabajo y a la lucha por la existencia.
Hoy el barrio de las Huertas, de las calles del Prado, de Cervantes, de Lope de Vega y de Quevedo, no es ya lo que era, y el de Salamanca y el de Argüelles le han quitado a literatos y artistas que en aquellas calles históricas tuvieron sus moradas.
En la última del notable escritor que enterramos hace pocos días en el cementerio de Santa María, se ha encontrado a muchos amigos; su féretro pasó por delante del sepulcro de D. Emilio Mario, que con tanta predilección puso muchas de sus obras en escena, compartiendo sus éxitos. Su sepultura se abre cerca del sencillo mausoleo que guarda los restos de María Buschental, a cuyas inolvidables tertulias Blasco no faltaba. En un nicho próximo descansa para siempre Bárbara Lamadrid; en el patio de al lado está Felipe Ducazcal, cuyo recuerdo está tan íntimamente unido al período de la Revolución y a los primeros años de la Restauración. Blasco ha ido a reunirse con muchos amigos. Los que vamos quedando muy solos aquí, somos los que nos alejamos de la juventud y vivimos en gran parte con los recuerdos.
El barrio en que vivió y ha muerto Eusebio Blasco los guarda muy ilustres, y el querido y llorado amigo, el maestro en el periodismo, el autor de tantas obras preciosas, ha contribuido poderosamente a aumentarlo.