Un acreedor de lo que no hay
Figuraos si tendría mala memoria un zapatero, llamado Pedro Diaz, que olvidó nada menos que el nombre de su acreedor, á quien habia prestado un duro. Dábale tanta pena este olvido, que no pudo menos de confiarlo á su mujer, y ella, que se pintaba sola para sacar dinero, le dio un buen consejo, reducido á contestar á todos los que le saludasen en la calle, diciendo:
— Mejor me vendría mi duro.
De esta manera, anadia la mujer, cuando saludes á quien nada te deba, pasará adelante sin ha cer caso, y cuando tropieces con el verdadero acreedor, no podrá menos de dar sus escusas.
El marido siguió el consejo al pie de la letra, y á tantas personas saludó de este modo, que al fin tropezó con su deudor, que le dijo:
— Hombre, yo te daré el duro sin tantos rodeos.