Tragedia de NumanciaTragedia de NumanciaMiguel de CervantesJornada IV, Escena IV
Jornada IV, Escena IV
(CIPIÓN, JUGURTA, QUINTO FABIO y GAYO MARIO, y algunos soldados romanos.)
CIPIÓN:
Si no me engaña el pensamiento mío,
o salen mentirosas las señales
que habéis visto en Numancia, del estruendo
y lamentable son y ardientes llamas,
sin duda alguna que recelo y temo
que el bárbaro furor del enemigo
contra su propio pecho no se vuelva.
Ya no parece gente en la muralla,
ni suenan las usadas centinelas:
todo está en calma y en silencio puesto,
como si en paz tranquila y sosegada
estuviesen los fieros numantinos.
GAYO MARIO:
Presto podrás salir de aquesa duda;
porque, si tú lo quieres, yo me ofrezco
de subir sobre el muro, aunque me ponga
al riguroso trance que se ofrece,
sólo por ver aquello que en Numancia
hacen nuestros soberbios enemigos.
CIPIÓN:
Arrima, pues, ¡oh Mario!, alguna escala
a la muralla y haz lo que prometes.
GAYO MARIO:
Id por la escala luego. Y vos, Ermilio,
haced que mi rodela se me traiga
y la celada blanca de las plumas;
que a fe que tengo de perder la vida
o sacar desta duda al campo todo.
ERMILIO:
Ves aquí la rodela y la celada;
la escala, vesla allí: la trae Olimpio.
GAYO MARIO:
Encomendadme a Júpiter inmenso,
que yo voy a cumplir lo prometido.
CIPIÓN:
Alza más alta la rodela, Mario,
y encoge el cuerpo y cubre la cabeza.
¡Ánimo, que ya llegas a lo alto!
¿Qué ves?
GAYO MARIO:
¡Oh, santos dioses! ¿Y qué es esto?
JUGURTA:
¿De qué te admiras?
GAYO MARIO:
De mirar de sangre
un rojo lago, y de ver mil cuerpos
tendidos por las calles de Numancia.
CIPIÓN:
¿Que no hay ninguno vivo?
GAYO MARIO:
Ni por pienso.
A lo menos, ninguno se me ofrece
en todo cuanto alcanzo con la vista.
CIPIÓN:
Salta, pues, dentro y míralo bien todo. (Salta GAYO MARIO en la ciudad.)
Síguele tú también, Jugurta amigo.
Mas sigámosle todos.
JUGURTA:
No conviene
al oficio que tienes esta impresa:
sosiega el pecho, buen señor, y espera
que Mario vuelva, o yo, con la respuesta
de lo que pasa en la ciudad soberbia.
Tened bien esa escala... ¡Oh cielos justos,
y cuán triste espectáculo y horrendo
se me ofrece a la vista! ¡Oh caso estraño!
Caliente sangre baña todo el suelo;
cuerpos muertos ocupan plaza y calles;
dentro quiero saltar y verlo todo.
(Salta JUGURTA en la ciudad, y dice QUINTO FABIO.)
QUINTO FABIO:
Sin duda que los fieros numantinos,
del bárbaro furor suyo incitados,
viéndose sin remedio de salvarse,
antes quisieron entregar las vidas
al filo agudo de sus propios hierros,
que no a las vencedoras manos nuestras,
aborrecidas dellos lo posible.
CIPIÓN:
Con uno solo que quedase vivo,
no se me negaría el triunfo en Roma
de haber domado esta nación soberbia,
enemiga mortal de nuestro nombre,
constante en su opinión, presta, arrojada
al peligro mayor y duro trance,
de quien jamás se alabará romano
que vio la espalda vuelta al numantino,
cuyo valor, cuya destreza en armas,
me forzó con razón a usar el medio
de encerrarlos cual fieras indomables,
y triunfar dellos con industria y maña,
pues era con las fuerzas imposible.
Pero ya me parece vuelve Mario.
(GAYO MARIO torna a salir por las murallas y dice:)
GAYO MARIO:
En balde, ilustre general prudente,
han sido nuestras fuerzas ocupadas;
en balde te has mostrado diligente,
pues en humo y en viento son tornadas
las ciertas esperanzas de victoria,
de tu industria contino aseguradas.
Del lamentable fin y triste historia
de la ciudad invicta de Numancia
merece ser eterna la memoria.
Sacado han de su pérdida ganancia;
quitado te han el triunfo de las manos,
muriendo con magnánima constancia.
Nuestros disignios han salido vanos,
pues ha podido más su honroso intento
que toda la potencia de romanos.
GAYO MARIO:
El fatigado pueblo en fin violento
acabó la miseria de su vida,
dando triste remate al largo cuento.
Numancia está en un lago convertida
de roja sangre, y de mil cuerpos llena,
de quien fue su rigor propio homicida;
de la pesada y sin igual cadena
dura de esclavitud se han escapado
con presta audacia de temor ajena.
En medio de la plaza levantado
está un ardiente fuego temeroso,
de sus cuerpos y haciendas sustentado.
A tiempo llegué a verle, que el furioso
Teógenes, valiente numantino,
de fenecer su vida deseoso,
maldiciendo su corto amargo signo,
en medio se arrojaba de la llama,
lleno de temerario desatino;
y, al arrojarse, dijo: «¡Oh clara Fama,
ocupa aquí tus lenguas y tus ojos
en esta hazaña, que a cantar te llama!
GAYO MARIO:
¡Venid, romanos, ya por los despojos
desta ciudad, en polvo y humo vueltos,
y sus flores y frutos en abrojos!»
De allí, con pies y pensamientos sueltos,
gran parte de la tierra he rodeado,
por las calles y pasos mal revueltos,
y a un solo numantino no he hallado
que poderte traer vivo, siquiera
para que fueras dél bien informado
por qué ocasión, de qué suerte o manera,
cometieron tan grande desvarío,
apresurando la mortal carrera.
CIPIÓN:
¿Estaba por ventura el pecho mío
de bárbara arrogancia y muertes lleno,
y de piedad justísima vacío?
¿Es de mi condición, por dicha, ajeno
usar benignidad con el rendido,
como conviene al vencedor que es bueno?
Mal, por cierto, tenían conocido
el valor en Numancia de mi pecho,
para vencer y perdonar nacido.
QUINTO FABIO:
Jugurta te hará más satisfecho,
señor, de aquello que saber deseas;
que, vesle, vuelve lleno de despecho.
(Torna JUGURTA por la mesma muralla.)
JUGURTA:
Prudente general, en vano empleas
más aquí tu valor: vuelve a otra parte
la industria sin igual de que te arreas.
No hay en Numancia cosa en que ocuparte:
todos son muertos ya, sólo uno creo
que queda vivo, para el triunfo darte.
Allí, en aquella torre, según veo,
allí denantes un muchacho estaba,
turbado en vista y de gentil arreo.
CIPIÓN:
Si eso fuese verdad, eso bastaba
para triunfar en Roma de Numancia,
que es lo que más agora deseaba.
Lleguémonos allá, y haced instancia
cómo el muchacho venga a nuestras manos
vivo, que es lo que agora es de importancia.
VIRIATO:
(Desde la torre.)
¿Dónde venís, o qué buscáis, romanos?
Si en Numancia queréis entrar por suerte,
haréislo sin contraste, a pasos llanos;
pero mi lengua desde aquí os advierte
que yo las llaves mal guardadas tengo
desta ciudad, de quien triunfó la muerte.
CIPIÓN:
Por ésas, joven, deseoso vengo,
y más de que tú hagas experiencia
si en este pecho piedad sostengo.
VIRIATO:
¡Tarde, cruel, ofreces tu clemencia,
pues no hay en quien usarla; que yo quiero
pasar por el rigor de la sentencia
que, con suceso amargo, lastimero,
de mis padres y patria tan querida,
causó el último fin, terrible y fiero!
QUINTO FABIO:
Dime: ¿tienes, por suerte, aborrecida,
ciego de un temerario desvarío,
tu floreciente edad, tu tierna vida?
CIPIÓN:
Templa, pequeño joven, templa el brío,
y subjeta el valor tuyo y pequeño,
al mayor de mi honroso poderío;
que desde aquí te doy mi fe, y empeño
mi palabra, que sólo de ti seas
tú mismo el propio y conocido dueño,
y que de ricas joyas y preseas
vivas lo que vivieres abastado,
como yo podré darte y tú deseas,
si a mi te entregas y te das de grado.
VIRIATO:
Todo el furor de cuantos ya son muertos
en este pueblo, en polvo reducido;
todo el huir los pactos y conciertos,
ni el dar a sujeción jamás oído,
sus iras y rencores descubiertos,
está en mi pecho, todo junto, unido.
Yo heredé de Numancia todo el brío;
¡ved si pensar vencerme es desvarío!
Patria querida, pueblo desdichado,
no temas ni imagines que me admir[e]
de lo que debo hacer, en ti engendrado,
ni que promesa o miedo me retire,
ora me falte el suelo, el cielo, el hado;
ora a vencerme todo el mundo aspire;
que imposible será que yo no haga
a tu valor la merecida paga.
VIRIATO:
Que, si a esconderme aquí me trujo el miedo
de la cercana y espantosa muerte,
ella me sacará con más denuedo,
con el deseo de seguir tu suerte:
del vil temor pasado, como puedo,
haré ahora la enmienda, osado y fuerte,
y el error de mi edad tierna, inocente,
pagaré con morir osadamente.
Yo os aseguro, ¡oh fuertes ciudadanos!,
que no falte por mí la intención vuestra
de que no triunfen pérfidos romanos,
si ya no fuere de ceniza nuestra.
Saldrán conmigo sus intentos vanos:
ora levanten contra mí su diestra,
o me aseguren con promesa cierta
a vida y a regalos ancha puerta.
VIRIATO:
Teneos, romanos; sosegad el brío,
y no os canséis en asaltar el muro;
que, aunque fuera mayor el poderío
vuestro, de no vencerme os aseguro.
Pero muéstrese ya el intento mío;
y si ha sido el amor perfecto y puro
que yo tuve a mi patria tan querida,
asegúrelo luego esta caída.
(Aquí se arroja de la torre, y dice CIPIÓN:
CIPIÓN:
¡Oh nunca vista, memorable hazaña!
¡Niño de anciano y valeroso pecho,
que no sólo a Numancia, mas a España
has adquerido gloria en este hecho!
¡Con tu viva virtud y heroica, estraña,
queda muerto y perdido mi derecho!
¡Tú con esta caída levantaste
tu fama, y mis victorias derribaste!
CIPIÓN:
Que fuera aún viva y en su ser Numancia,
sólo porque vivieras, me holgara,
que tú solo has llevado la ganancia
desta larga contienda, ilustre y rara.
¡Lleva, pues, niño, lleva la jactancia
y la gloria que el cielo te prepara,
por haber, derribándote, vencido
al que, subiendo, queda más caído!
(Suena una trompeta, y sale la FAMA.)
FAMA:
Vaya mi clara voz de gente en gente,
y en dulce y suavísimo sonido
llene las almas de un deseo ardiente
de eternizar un hecho tan subido.
Alzad, romanos, la inclinada frente;
llevad de aquí este cuerpo, que ha podido,
en tan pequeña edad, arrebataros
el triunfo que pudiera tanto honraros;
que yo, que soy la Fama pregonera,
tendré cuidado, en cuanto el alto cielo
moviere el paso en la subida esfera,
dando fuerza y vigor al bajo suelo,
de publicar con lengua verdadera,
con justo intento y presuroso vuelo,
el valor de Numancia, único y solo,
de Batro a Tile y de uno al otro polo.
FAMA:
Indicio ha dado esta no vista hazaña
del valor que en los siglos venideros
tendrán los hijos de la fuerte España,
hijos de tales padres herederos.
No de la muerte la feroz guadaña,
ni los cursos de tiempos, tan ligeros,
harán que de Numancia yo no cante
el fuerte brazo y ánimo constante.
Hallo sola en Numancia todo cuanto
debe con justo título cantarse,
y lo que puede dar materia al canto
para poder mil siglos ocuparse:
la fuerza no vencida, el valor tanto,
dino de en prosa y verso celebrarse;
mas, pues de esto se encarga mi memoria,
dése feliz remate a nuestra historia.