Tradiciones argentinas/II
JUICIO LITERARIO
Á veces la historia suele padecer omisiones inexplicables, que son recogidas y salvadas por la tradición, ese eco simpático que, reflejando, resucita el pasado al exhibir sucesos y protagonistas de segunda fila, los cuales por su fácil asimilación hieren con vehemencia á la masa popular que les diera origen.
Así, en las noches tenebrosas del Océano, sea bajo la palmera que se abanica en el arenal abrasador, ó ya á la fresca sombra del ombú en la pampa solitaria —viajando á bordo de velero sorprendido por falta de viento en los trópicos, ora sobre la giba de tardo camello ó en el lomo de pisador encalmado, —el marino supersticioso, tanto como el árabe fanático, ó nuestro gaucho indomable, son gratamente abstraídos por el imán del cuentista de casos y tradiciones, el que, hermanando su fantasía á una memoria feliz, esmalta reminiscencias en pos de las cuales las horas con ligera danza, ahuyentando la monotonía, se deslizan placenteras é insensibles.
Como es sabido, en la primera edad del mundo los hombres no escribían; apenas conservaban el recuerdo de los hechos por la tradición oral, y cuando faltaba la memoria, era suplida con creces por una imaginación fecundísima y vivaz.
Esto demostraría que la tradición entra como parte esencial en las costumbres de los humanos, tan propensos á lo sobrenatural y siempre ganosos de escuchar y acoger con deleite lo extraordinario, lo maravilloso, aquello que, preocupando la imaginación, llena el alma de espanto. Por eso eran considerados los cuenteros de oficio, distinguiéndose por su traje bermejo en la corte de Florencia, y ha sobrevivido á los siglos lo que relata Virgilio de la noche infausta de Troya....
Tal es el sujeto del libro digno de popularidad, á cuyo frente trazamos estas páginas.
Su autor, como en los que lleva publicados de índole semejante, es ya un especialista en el género de literatura que cultiva, el que, adelantando cada día, ha logrado dominar la materia, siendo bien conocido, no sólo en los países del habla americana, sino también en otros de ambos continentes, cuya prensa periódica y revistas literarias hace años reproducen con frecuencia ó vierten á su idioma, como un atractivo, las tradiciones bonaerenses, acompañándolas de los juicios más alentadores.
El doctor Obligado ha elegido por tema de las presentes, como de las anteriores tradiciones, episodios que podemos llamar nacionales, agrupados en acertadas síntesis, abarcando en sus páginas el Alto Perú (hoy Bolivia), Paraguay y la Banda Oriental del Uruguay, provincias todas que integraban el antiguo Virreinato del Río de la Plata —vale decir, la patria vieja, grande, tal como la conocieron nuestros antepasados, como la soñamos los presentes y quizá puedan verla más tarde nuestros venideros.
Estas narraciones amenas y rebosando en interés dramático, á la vez que saturadas por el sentimiento criollo, revelan nuestros hábitos en el pasado, que es el objetivo que persigue y ha conseguido su autor al bordar la leyenda en la que nos hace asistir con curiosidad y misterioso encanto á escenas entretenidas de la remota época colonial, como á otras afligentes en la fatigosa gestación de nuestra vida autonómica.
Durante la larga travesía desde Madrid á Huelva, para concurrir al Congreso Internacional en Santa María de la Rábida, departiéndose de todo un poco, oímos exclamar á un compañero de cruda trasnochada: «¿Conque, según usted, su compatriota y mi amigo Pastor Obligado me considera como su maestro? Efectivamente, la lectura de sus numerosas tradiciones me proporcionó ratos agradables, demostrando también que ellas pueden ser cultivadas con éxito fuera de Lima, por una pluma que no está destituida de las galas del buen decir.»
Tal opinaba Ricardo Palma, reputado príncipe del ingenio y de quien se ha dicho con justicia que desde la mina escabrosa saca á la luz del mundo literario ese grano de oro sin liga que resplandece en sus Tradiciones con brillo insuperable.
Realmente, el exquisito coleccionador de frases, refranes y joyas viejas tenía razón al emitir aquel juicio benévolo, porque los libros de nuestro festivo tradicionista también nos hacen vivir en el tiempo que fué, con ese chispeante y malicioso estilo que roza apenas la epidermis de sus personajes, sin ofender la moral ni las buenas costumbres —puesto que no introduce hasta el hueso el bisturí de la crítica, sino que, manteniéndose en una atmósfera de prudente ingenuidad, aumenta el mérito de sus cuadros sobre la retardada sociedad de antaño.
Por lo que hace á la presente serie ó puñado de tradiciones argentinas, como las llama el autor en su lenguaje pintoresco, es una labor concebida y llevada á término bajo un plan meditado, brindándonos en ella la rubia espiga sembrada con intención sana en campo exuberante y apenas explotado, la que deja al alcance de todos, después de animar con el soplo de su inventiva á hombres y hechos que pasaron, pero dignos de perpetua recordación.
La frase suelta y exenta de esa especie de anquilosis que se nota en otros congéneres, también es aventajada en gracia y en facilidad, dejando traslucir sus conocimientos en las apreciaciones que emite, no menos que su percepción estética.
Narrador feliz y oportuno, exorna y da realce hasta tener pendiente de su relato al lector, fingiendo á las veces candidez para interesar ó divertir; pero la claridad surge en él como un manantial de luz, haciéndole orillar las frases vagas ó conceptos poco determinados, y aunque refiera lo inverosímil, parece no serlo: tales son la maña, habilidad y primor con que lo hace, pudiendo repetir con el genial Hartzenbusch: «Mis tradiciones fueron escritas más bien para deleitar con la amenidad de la narración, que con la verdad de los lances.»
Es, pues, un hecho averiguado que la tradición desarrollada con destreza, cautiva y apasiona. Así, leyendo en Europa á un célebre catalán (Balaguer), de estilo tan sencillo como elegante, hizo surgir en nosotros y realizar el anhelo de ver en persona, entre otras, las ruinas imponentes del castillo de la Mota, en Medina del Campo, donde residió doña Juana La Loca y acabó sus días Isabel la Católica.
Empero, nuestro compatriota sabe también comunicar ese fuego sagrado que se transforma en claridades de nobilísimo entusiasmo, al desempolvar las tradiciones de ese suelo, dueño de un pasado tan glorioso como es inmenso su porvenir.
Desapegado por temperamento y por sistema, de la pasión política que todo lo absorbe, sus gustos literarios le llevan á otro escenario, bien alto el confalón humorístico que simboliza su pluma original é innovadora y de cuyos puntos brotan equívocos y reticencias que dan forma seductora á su pensamiento. Así, de un chascarrillo popular, de una efeméride cualquiera, de un aniversario ó de un pasaje histórico poco dilucidado, sobre dichos ó hechos de hombres notables, el tradicionista nacional urde con acentuado colorido narraciones que parecen cuentos de hadas, por más que tengan en el fondo su medula de verdad, ya recordando edificios ó literatos olvidados, bien exhumando soldados beneméritos, cuando no pone de bulto, siquiera sea de paso, nuestros últimos progresos.
Con el objeto único de salvar lo poco que va quedando de una época que ya se borra, nuestro autor, con los ojos y el espíritu fijos en la tierra amorosa del hemisferio republicano, escudriña el tesoro que guarda su tradición, y sin otra guía que el examen estudiados y sostenidos sus tipos, traslada al papel escenas y diálogos que conservan todo el sabor de la realidad, después de emplear, como el poeta latino, las horas fugaces de su existencia en adornarlos con las emociones más puras y más laudables.
De esa manera, tal vez en su totalidad, cuanto refiere ha sucedido, vale decir, tiene base de verdad; dando color y movimiento con las múltiples tintas de su paleta de artista de buena cepa á parábolas realmente edificantes, como, entre otras, la tradición que intitula Cenas del obispo San Alberto, aquel modelo de prelados por su saber y virtud evangélica, que alecciona á una viuda honrada, pero que no tenia la puerta cerrada; la del Fiscal Catoniano, al que ya en su decadencia admiramos de cerca, descubriéndolo en ella retratado de cuerpo entero; la del Amor de rodillas, en que figuran dos beldades, hoy desvanecidas, Marta Lujan y Genoveva Corbalán, pertenecientes ambas á la primera sociedad de Salta; la de El hombre que voló, ó sea uno de los esforzados defensores de Buenos Aires en 1807, al que alcanzamos en la inopia más de medio siglo después de su doble hazaña; la de El primer ferrocarril, en cuyo corto viaje de ensayo no se animó á estrenar el tren ni la respetable Comisión Directiva que invitara al pueblo á presenciarlo; la de El primer vapor que mojó en estas aguas, etc., etc., todas á cual más interesantes, recreativas y de enseñanza moral, debiendo añadirse que las ilustraciones del texto representan con propiedad monumentos, lugares y otros objetos de que se ha hecho referencia en la tradición respectiva.
Por lo demás, cumple repetir, el autor es un antiguo ciudadano de la república literaria por los trabajos útiles con que la ha enriquecido siempre, conservando en su poder testimonios de aprecio de escritores y publicistas como Mitre, Sarmiento, Juan María Gutiérrez, Villergas, D'Amicis, Quesada, Guido, Pellegrini (padre), Tobal, Esteves Seguí, Argerich, etc., razón que nos asiste para no cerrar estas líneas sin dedicar algunas más á su respecto, como un tributo de ajustada equidad á la constancia y patriotismo con que contribuyó desde temprano al afianzamiento del principio liberal en nuestro país, al propio tiempo que llevaba adelante su obra de propaganda literaria en esta sección de la América, aun en circunstancias en que la indiferencia pública condenó á sus apóstoles á vegetar entre paredes de hielo...
Pastor Servando Obligado nació en Buenos Aires el 26 de octubre de 1841. Hijo del primer Gobernador constitucional de dicha provincia, durante cuya administración se consolidó el orden público, iniciándose la era de reformas materiales é intelectuales que dieron luego resultados admirables, es nieto del doctor Manuel Alejandro Obligado, que fué Secretario de Estado en el Departamento de Hacienda, bajo el Directorio de los generales Álvarez Thomas, Balcarce, Pueyrredón, Rodríguez y Las Heras (1812-1822).
Dedicado á la carrera de sus antecesores, obtuvo en 1862 las borlas del Doctorado en la Universidad de Buenos Aires. Un año después, pronunciaba en el teatro de Colón, en presencia de los generales de la Independencia, su aplaudido discurso contra el bombardeo del Callao por la escuadra española, el que reproducido por la prensa local, lo fué también en París por Torres Caicedo en el Correo de Ultramar.
Aunque refractario á la política por sus inclinaciones que lo impelían á diverso teatro, como se ha dicho, sin embargo, cuando en momentos de peligro creyó afectada la vida libre y política de la patria, á la par de otros jóvenes de su generación, tomando una espada en sus manos de ciudadano, concurrió como voluntario, batiéndose en dos campañas en el interior de la República, y también á una guerra sangrienta provocada por el extranjero, siendo el corolario de tal situación que se alistara transitoriamente en la prensa militante, como colaborador, fundador ó corresponsal, ya en Buenos Aires, el Rosario ó Corrientes, en cuyos clubs vibró su palabra ante la multitud entusiasta y encrespada.
Propagandista de la educación pública desde 1864, luchó por su difusión, estableciendo escuelas en los cuarteles y hasta en el centro mismo de la pampa, á la vez que estudiaba otro problema, á saber: la reglamentación de la corriente de inmigrantes que afluía á nuestras playas — convencido de la trascendencia de ambos factores en el futuro nacional.
En 1871 emprendía un jira por Europa, Asia, África y América, la que duró tres años, siendo hasta entonces el primer argentino que diera la vuelta al mundo, dejando como jalón de aquélla su Viaje á Oriente, publicado en la época.
Cinco años más adelante, con motivo de su visita á la Exposición de Filadelfia, sobre la que escribió otro libro en el que refleja sus impresiones (Los Estados Unidos, tal cual son), recorrió las Repúblicas del Pacifico, siendo presentado a su prensa periódica y centros literarios por Vicuña Mackenna en Chile, por Palma en el Perú y por el insigne poeta yankee Longfellow en Boston —como ya lo fuera en España por Castelar, Alarcón, Castro Serrano, Campoamor, Zorrilla, Valera y otras notabilidades,— contándolo entre los peregrinos la Exposición de París en 1889—tercer viaje en que dirigió sus excursiones por Suecia, Moscon, etc.
Llevado á la magistratura de su país, inició varias reformas en el procedimiento legal con el propósito de que la justicia fuese rápida y barata.
Para resumir, añadiremos que el doctor Obligado fué, en diversas épocas de su vida, militar, periodista, viajero, secretario del Departamento General de Escuelas, Fiscal, Juez de primera Instancia, Municipal, etc., colaborador sin descanso en diarios, correspondencias y folletines de dentro y fuera del país, incluso la histórica Revista de Buenos Aires, en cuyas páginas ensayó el vuelo, dejando rastros de su pluma chusca, infatigable y fecunda, sin olvidar, por último, sus ciento y tantas tradiciones ya coleccionadas.
Al dar fin á este esbozo relativo al inteligente modesto publicista que lo ocasiona, nos permitimos tomar de carta anterior del laureado Carlos Guido y Spano un pasaje en que le congratula sinceramente por su labor literaria con estas palabras generosas, que también hacemos nuestras:
«... Mil plácemes por su libro que ha merecido ya tantos aplausos. Visito en compañía de usted lo que otros han ido abandonando en el camino y cuyo recuerdo se perpetúa en las narraciones vivas de su pluma amenísima. Volver la mente á lo pasado, equivale á duplicar los goces ó las impresiones de nuestra vida actual. Usted ha registrado los cofres de los abuelos fenecidos y ha encontrado en ellos joyas que, si no están de moda, conservan siempre su valor intrínseco, siendo no pocas de oro fino, de las que se guardan como reliquias de familia. Gracias por la parte que puede corresponderme en la herencia común, inventariada con tanta diligencia y primor de cariñoso ingenio, empleado en curiosear tradiciones antiguas.... »