Tormenta de verano

Tormenta de verano

-Viejita : le dejo ese canario, mientras.

—Pero, Pancho: ¡ya sabe que yo no veo!

La vieja Dominga queda pues, por indicación de Pancho, a cargo de la jaula que tiene sobre la mesa del comedorcito.

En tanto, Pancho va a ver qué quiere el vecino que lo llama.

Dominga comienza a hablar a su hija Lola, la cual permanece en la otra habitación.

—¡Ahora, porque te has disgustado con Pancho, no querrás limpiar la jaula: como si lo viera!

No me vas a decir esta vez que no has sido vos la culpable. ¿A qué le andás sacando lo del baile de Nicanora? ¿No te podés callar la boca? Sería mejor que te dejaras de pavadas y vinieras a ver este pájaro. Contestá: te estoy hablando. ¿Vas a venir, sí o no?

Lola no contesta. Doña Dominga no se determina a ir hacia la pieza, por temor de que, dejando sola la jaula, el gato la tome por asalto como la vez pasada.

—Con esos caprichitos, hija, y al mes de casada, no sé adonde vas a parar. Bueno. Si el canario se escapa, vos, nadie más que vos, tendrás la culpa. Yo le limpiaré la jaula, nomás!

Doña Dominga, dispuesta a hacer lo que dice, cierra la puerta que da al patio.

Pero no bien la buena mujer se dirige a la jaula, oye que Lola rompe con un sollozo, su llanto que estuvo conteniendo hasta entonces.

—¡Pero, muchacha, por Dios! exclama enternecida y contrariada doña Dominga, dirigiéndose a la otra pieza. — ¡No es para tanto! ¡O avisá si te has vuelto loca!...

Lola, con su cabello suelto, tiene hundida en sus faldas la cabeza y se estremece llorando a sofocones.

—Me engaña, sí, me engaña barbota Lola.

Pero, muchacha!

¡No lo voy a hablar más; no lo voy a hablar más en la vida!

El acento desconsolado de la moza parece no admitir réplica. Doña Dominga, comprendiéndolo, toma la resolción de no seguirla en ese sentido.

¡Oh, no seas pava!

Y se vuelve a la jaula, con un gesto que significa "llorá bastante y después veremos".

Lleva su mano trémula, sin ver bien lo que hace, al interior de la prisión del canario. Y mientras saca de la jaula el tanquecito del agua, piensa que aquellas tres piezas que Pancho, la noche anterior, en casa de Nicanora, bailara con la antigua rival de Lola, hubieran bastado para que ella, en el lugar de su hija, se considerase por lo menos seriamente ofendida. Aunque conviene asimismo en que lo de "engaño" es una exageración de Lola, ofuscada de despecho.

Así discurriendo, nota un roce en su mano que no es el de los hierros de la jaula. Presiente que el canario se ha escapado.

—¡Ay, Pancho! — exclama desesperada, los brazos al aire, viendo entrar al yerno.

Pancho ve volar al canario hacia la pieza contigua.

—Ya lo he visto, vieja. Déjemelo. Cierre bien esta puerta.

En la pieza siguiente su vistazo rápido va del pájaro que se ha posado en el respaldar de la cama, a Lola, que solloza con el rostro sobre las rodillas.

Pancho comprende que su mujer, no aprestada a dar caza al canario que ama, se resistirá a contestar si la interroga. Tórnase hacia el ave, tratando de fingir no haber advertido nada de particular.

Mientras considera al dorado pájaro que mueve airosamente su cuerpecito, piensa en la causa de llanto de su mujer y se juzga a sí mismo MENTE

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VICE veridad. Y siente como que la caza del pájaro lo aturdirá un poco, haciéndolo fuerte para no caer en demasiada pronta confesión.

Agachado, quiere, con actitud de sierpe, llevar su mano de abajo arriba, junto a la cama, y, súbitamente, apresar al canario cuyo contentamiento le parece un desafío.

En estas, doña Dominga entra.

—Cierre, cierre, vieja. No se mueva.

¡No lo agarrastes!... ¿Dónde está?

—Ahí, en el respaldo de la cama. No se mueva.

¡Ajá, sí: lo veo! ¡Qué demonio, tan lindo!

¡A ver, Lola, movete: ahí nomás lo tienen y lo dejarán escapar !

Lola continúa sollozando, en su silla baja, cerca de otra en que dejó sus costuras. No se da por aludida.

Doña Dominga, sin moverse, ha descolgado de detrás de la puerta una toalla. Antes que dijera...

— Pancho, con esta toalla!... ya el mozo ha echado el manotón en el vacío. El pájaro, medio tocado en un ala, da su primer vuelo y se posa en la cornisa del ropero.

¡Oh!..exclama doña Dominga.

—No ves? Ayudá a Pancho, muchacha, y dejate de estar ahí, como una zonza.

—Deme la toalla— dice resuelto Pancho, alargando la mano serenamente, sin dejar de mirar hacia la cornisa.

Pero no bien toma el lienzo, el ave, creyendo espacio libre el trozo de vidrio que la cortina recogida muestra en la puerta, se lanza en vuelo recto allí, embicando fuertemente con el pico y cayendo atontada... ¿dónde?... sobre la cabeza estremecida de Lola, entre la selva del cabello obscuro. Revoloteante, es brevemente un ascua de oro.

Muy brevemente, porque Pancho, iluminado por el original triunfo de reconciliación que le proporciona el caso, deja caer sencillamente la toalla sobre el canario, llevando al mismo sitio ambas manos con suavidad.

—¡Váyase!

47 solloza Lola.

—¡No se mueva! — adelanta con cierta energía Pancho, refiriéndose esta vez a su mujer.

¡Lola: no seas así!

agrega la madre.

—Oh!

dice la moza, como para expresar "¿a qué se mete usted?" Pancho se ha visto en la necesidad de arrodillarse. Las manos, que no aparta de sobre la toalla, palpan creyendo haber dado con el canario. Continua moviendo los dedos más allá del punto en que posan, por si aquello que bajo las palmas tiene preso, es un trozo de trenza movida en las convulsiones del sollozo y no el ave. Siente Pancho la fruición de una posible e inmediata doble caza: la del ave dorada y la de aquella bien querida cabecita bruna en su primer intento de rebelión.

Abarcando con una mano el palpitante relieve, lleva la otra debajo de la toalla, la que aparta, viendo que allí tiene al canario; y deja, como buscando, que su otra mano continúe la vagante caricia entre la suntuosa cabellera negra.

¡Qué! ¿no lo tiene, el canario? ¿A qué sigue, entonces? — exclama Lola, desafiante, vuelto el rostro para mirar a Pancho, sobre el que sostiene una mirada indagadora. Aparece bañada en un abundante llanto súbitamente detenido. Pancho descubre en su mujer un fulgor de belleza desconocido hasta ese momento: ¡energía, ternura, dignidad! Sin apartarle la mano de la cabeza, a pesar de que Lola intenta rechazársela...

—Tome, vieja: tenga el canario, dice.

—¡Sinvergüenza! ¡Váyase a cazar afuera!

continúa Lola, forcejeando por apartar las manos implacables de Panchoopina doña Domin—¡Qué muchachos, estos!!

ga, llevando el ave a la jaula.

— Zoncita!

—¡Vaya, vaya!

Antes que el sentimiento torne a llenarla de lágrimas, impidiendo un último y fuerte movimiento con que Lola quiere esconder a esos efectos su rostro entre severo y compungido, la toma con sus dos manos de obrero forjador y comienza a besarla con estrépito.

Doña Dominga, que entreabre un postigo de la otra pieza para cerciorarse de que salta bien encerrado el canario en la jaula, murmura, al oir aquellos rumores de fogosa vida primaveral:

—Ya lo decía yo: ¡era un chubasco!