- XVIII -

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Pero la caída de Susana, en esta ocasión, fue violenta, ignominiosa, estúpida.

Se entregó sin batallar, por manera débil y cobarde, deshonrando sus veinte años de virtud en un segundo de inconsecuencia, rodando, rodando hasta el fondo de aquel abismo que presintió momentos antes, sin detenerse, fatalmente.

Tuvo, no obstante, un momento de miedo, miedo horrible al silencio de la casa, a los muebles, a las paredes, al sofá, que crujió bajo su peso de hembra, y sobre todo ese miedo un pavor espantoso que le acometió al fijarse en el retrato de José Andrés, que la miraba. La figura severa del marido parecía desprenderse del lienzo en el instante de aquella suprema falta, y Susana sintió flotar como una maldición, sobre su cabeza, el espíritu indignado de aquel hombre.

Desasiéndose entonces bruscamente de los brazos de Espinosa, se incorporó, quedando inmóvil en medio de la semiobscuridad de la habitación, dominada por el pánico, clavada allí, sin poder dar un paso ni proferir una palabra... La vulgar, la innoble frase de Espinosa: «Esto es un hecho», aquella frase, que en sus labios fue una injuria lanzada a través de una esperanza, se había convertido al fin en realidad y en sacrilegio.