Terminación de la guerra civil. Artículo II (1849)

TERMINACION DE LA GUERRA CIVIL
ARTICULO II.


Bien sabida es la respuesta que dió Pirro á los que le felicitaban por una victoria que le habia costado muy cara. «Otra como esta, dijo el célebre rey de los Epirotas, y estamos perdidos.» Lo mismo en sustancia debieran á nuestro juicio decir los hombres de la Situacion al terminarse la última guerra civil: «Otra ventaja como esta, y no queda para el Estado ni para nosotros, en la tremenda borrasca que nos amenaza á todos, medio alguno de salvacion.»

Lejos de nosotros el empeño que parece tienen algunos de adormecer al Gobierno, pintando como irrevocablemente vencido al partido carlista. Asi como ni ahora ni antes hemos desconocido las dificultades ni los males anejos á sus tentativas prematuras, ni ahora ni antes le hemos creido tan desahuciado. Hé aquí cómo nos esplicábamos sobre este punto en la Esperanza de 26 de noviembre de 1844, en un largo artículo encaminado á facilitar el matrimonio que llamábamos de conciliacion.

«No somos de los ilusos que aun ahora creen posible conseguir la reaccion carlista, renovando la guerra civil; no somos de los apasionados que no hallan inconveniente ni peligros de ninguna especie en ella. Rebus sic stantibus, es decir, en el actual estado de la Europa, la creemos imposible; condenaríamos como perjudicial é inhumana cualquiera tentativa encaminada á lograrla; y si algo pudiera hacer que no viéramos con gusto el severo castigo de los que hicieran ésta, sería solamente el considerar la ignorancia ó desalumbramiento de los culpables. Mas ¡decir que el triunfo realista es imposible! Eso no es para nosotros. Es para los que piensan que exheredar ó proscribir una rama pretendiente, equivale á aniquilar todo su partido; es para los que obran como si los tiempos se acabaran en el día presente; para los que creen que ni hay mas España que la que ahora bulle, y escribe y perora, ni mas Europa que la Francia, ni mas Francia que la que actualmente impera en el Palais-Bourbon. En tanto que el transcurso de muchísimos años no haya borrado las afecciones de la España monárquica; en tanto que existan cuatro pretendientes que pudieran tener una descendencia de cuarenta antes de pasar los diez primeros años; en tanto que la mayor parte de los Estados europeos se hallen políticamente incomunicados con nuestro actual Gobierno; en tanto en fin, que la rivalidad y el recelo entre la Inglaterra y la Francia se mantengan tan vivaces como hasta ahora, la rehabilitacion del poder carlista, es posible, posibilísima.»

Esto que deciamos en noviembre de 1844, y que despues tantas veces hemos repetido, ya bajo una forma, ya bajo de otra, eso mismo volvemos á decir ahora. Siempre nos parece que podremos ser conducidos al mismo término: el camino, los vehículos, las etapas o las pausas son, lo que en nuestro juicio tendrían de todos modos que variar. Pero hablemos con total franqueza: se necesitaría hallarse mas deslumbrado que los mismos cuyo plan se acaba de frustrar, para no conocer que desde la revolucion de Febrero debe temer mucho mas la Situacion el golpe con que la amenaza la propaganda democrática, que el que pudiera venirla nuevamente del carlismo. Son tan distintos en grado como en naturaleza los dos peligros. El amago en el uno es continuo, como que no pasa instante en que no se oiga el ruido de las armas enemigas: en el otro, aunque se renueve con frecuencia, cesa por semanas, por meses y aun por años enteros. Del primero puede resultar la mudanza repentinamente, como que en él no se suele ver venir á quien la trae: del segundo no, porque el enemigo en él se anuncia siempre de lejos. Con los carlistas se ventila si han de hacerse ciertas modificaciones en el orden político ó si determinadas personas han de perder ó no algo de sus intereses: con los demócratas se disputa sobre la existencia del orden social, sobre la familia, sobre la propiedad, sobre el reposo y la vida de todos. En el un caso solo se trata, respecto á los miembros de la Real familia, de saber cuál es la grada del trono en que han de estar colocados: en el otro se controvierte si, dado que salven la vida, ha de quedarles trono que ver, tierra que pisar.

Ahora bien: concluida la guerra civil carlista ¿se hallará la Situacion en mucho mejor estado que antes de ella, para conjurar este vital, este inminente peligro? Tendrá sin duda por ahora la ventaja de poder convertir con mas confianza que antes toda su atencion y sus fuerzas contra los revolucionarios exaltados; pero en cambio ¡cuánto habrá ganado la Revolucion para atacarla! Por de contado estará á su favor el descontento público consiguiente, ora á los impuestos estraordinarios, ora á los descubiertos del Tesoro, ora á los demás atropellamientos ó injusticias que hasta cierto punto son irremediables en la guerra civil. De nada servirá, en cuanto á esto, decir uno y otro día que la culpa de todo la tienen los agresores: el pueblo, por lo general, no suele estar dispuesto á admitir á los gobiernos tales descargos, y si hemos de hablar con franqueza, cuando se trata de guerras civiles, á que tanto contribuyen los gobernantes con sus demasías ó sus errores, no le falta á nuestro juicio razón para ello.

No es menos efectiva la ventaja que de haberse renovado el encono, de haberse abierto de nuevo el foso que el tiempo iba cegando entre moderados y carlistas, podrá sacar la Revolucion. Equivócanse en gran manera los que fundándose en que la guerra no se estendió ni prolongó esta vez tanto como la anterior, suponen ha interesado ahora mucho menos que antes la atencion y los corazones de los antiguos carlistas. Todos cuantos entonces pedian al Cielo el triunfo de D. Cárlos, número del cual, por supuesto, los que tomaron las armas no era sino una diminutísima muestra, todos ó casi todos han estado haciendo secretamente lo mismo por su hijo; y sería preciso suponer que había cambiado totalmente la condicion humana, para no recelar que en su actual resentimiento ó desesperacion, sean capaces, si no de entregarse á la demagogia, al menos de ver impasiblemente su triunfo.

Mas aun tiene hoy otra ventaja la Revolucion, y es el nuevo escarmiento hecho en esas provincias guerreras de España que creian poder luchar ventajosamente contra ella, aunque estuviera apoderaba de la capital y de la administracion de todo el pais. Esa espontaneidad con que cuarenta años hace han estado suministrando nuestras poblaciones agrícolas hombres que defendieran contra el poderío de ejércitos ya organizados los principios ó intereses públicos que creían justos, sin reparar en la muerte que segun llegaban los iba devorando; ese ánimo que unos llaman heroica abnegacion, otros temeridad y algunos culpable rebeldía, pero que no tiene ni ha tenido ejemplo en ninguna parte del mundo, revelaba en nuestro pueblo cualidades capaces de aterrar á cuantos estranjeros ó nacionales pudieran concebir cualquier pensamiento contrario á su independencia ó sus leyes ó tradiciones; pero es claro, que habiendo concluido tan reiteradas empresas por un terrible escarmiento de los que las acometieran, podrán todos caer en esa misma debilidad ó egoísmo que tan generalmente caracterizan á los pueblos modernos. Suponeos por un momento sorprendidos por una defeccion militar en el interior, ó derrotados en batalla campal por un ejército que la Revolucion podrá, acaso en breve, enviar contra vosotros del esterior; ¿quién, decid, quién os defenderia entonces? ¿quién intentaría salvar en las asperezas vuestra bandera, ínterin el pueblo iba organizando nuevos ejércitos? Nadie. Aun cuando porque hablarais de Trono y de Religion, hubiese alguno que quisiera hacerlo, no habría plaza, ni camino, ni corriente, ni colina, ni roca, ni árbol, ni matorral que no pudiera decirle: «Detente, hombre temerario: aquí murió otro que pensaba defender eso mismo que tú, y luego he visto á sus hijos ó sus padres pedir inútilmente limosna á los hostiles ó indiferentes.»

No pueden ser otras las consecuencias del suceso de que hablamos, es decir, de la terminacion de la guerra civil. Si ahora se nos pregunta si queda, en nuestro concepto, algún recurso para remediarlas, no tendremos reparo en responder que si, añadiendo que no puede ser ni mas eficaz, ni mas obvio y practicable. Debe ante todas cosas ponerse en completo olvido cuanto dicen, ora los que mirando el negocio cómo local y de intereses materiales solamente, piensan remediarlo todo con unos aranceles; ora los que, considerando ya al partido carlista como rebaño de carneros sin pastor, se preparan á recoger los dispersos; ora los que, juzgándole campal é irrevocablemente deshecho, proponen que se examine si á cuatro pobres diablos que correspondieron en otro tiempo á él y solo quieren ya vivir, se les ha tratado con demasiada consideracion; ora los que (y perdone Vd., señor Pidal) mirando la cuestion como si fuera un punto puramente académico ó resolviéndola por esta misma, darán tal vez al suceso el valor de un fallo definitivo de la Providencia. Debe después desecharse como un sueño la esperanza, así de que la España pueda sustraerse de la decision general que ahora reciban los negocios políticos de Europa, como de que esta decision sea favorable al mantenimiento del sistema bastardo y perturbador conocido bajo el nombre de justo-medio. Debe luego reflexionarse que en el último levantamiento no ha entrado sino una mínima porcion de lo que se llama partido carlista, y que ese partido, terrible para la Situacion si se restaurara en Francia la legitimidad ú ocurriendo otro cualquier suceso que le facilitase lo que ahora le ha faltado, es decir, armas, la sería absolutamente necesario en el caso de adquirir preponderancia en Europa la Revolucion. Debe en fin hacerse lo que el sentido comun dicta á dos que se necesitan recíprocamente y estan separados en presencia de Un enemigo que á ambos los amenaza con la muerte, á saber: unirse, cediendo realmente cada cual cuanto sea preciso de su derecho ó de lo que crea tal.

¿No gusta el medio? Pues bien: el pueblo que llaman partido carlista, siguiendo las leyes de la naturaleza moral y sin hacer alto ni en lo que vociferen sus adversarios ni aun en lo que le digan sus propios amigos, podrá tomar la tremenda venganza que siempre tiene en su mano; podrá tomar la resolucion de estarse quieto, mande quien mande y suceda lo que suceda, que es lo que en el porvenir político mas probable, bastaría para que la Situacion y todos nos hundiéramos.

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