TARDE DE DOMINGO


M

e veo en una tarde de domingo, lejana,

allá, junto al arroyo, sentada sobre el trébol,
mirando un barrilete que Simón remontaba
y que tan alto estaba que me infundía miedo.

Trampas de barriletes eran los eucaliptus
cercanos, como ahora son los cables eléctricos;
por eso en el “campito” Simón consideraba
libre de tales trampas su barrilete espléndido:

soberbio papalote que, a mi ver, pretendía
llegar hasta las nubes con atrevido empeño.
"¿Llegar hasta las nubes? Ambición desmedida...
¡Sólo los pajarillos tienen ese derecho!"

Subía el barrilete, subía, y mi hermanito
soltaba todo el hilo de un ovillón, contento:
a Simón no turbaban las inquietudes mías
porque su barrilete tocar quisiera el cielo.

Pero el audaz, sin duda, subir aun más quería,
y en un breve descuido, con un tirón violento,
arrebató la caña que sujetaba el hilo,
de manos de mi hermano, dejándonos perplejos.

Después de intentos vanos, cruzó Simón los brazos
no sin dolor: muy grande lo expresaba su gesto,
y yo, como aterrada, miraba el barrilete:
“¿Iría hacia las nubes, por fin libre de freno?”

Mas no; pronto le vimos bajar cual si las nubes
gritáranle severas, su vuelo deteniendo:
“¡Baja, papel osado! Tu pretensión es vana.
¡Sólo los pajarillos tocarán nuestros velos!”

Y el barrilete iba bajando y alejándose...
¿Dónde a ocultar iría su vergüenza y despecho?
Iba hacia el horizonte donde tal vez las nubes
reservaban castigos a osados y soberbios.

E1 horizonte, muro de inconstantes colores
que limitaba el mundo, de casa no muy lejos,
era el eterno blanco de mi atención curiosa:
“El limite del mundo... ¿más allá qué? Misterio”.

Me veo en esa tarde de mi infancia lejana,
con Simón que acusaba no al audaz sino al viento,
y escuchar me parece de las nubes el grito:
"¡Sólo los pajarillos nuestros velos!"

Me veo en esa tarde de nuestra infancia, hermano...
Nubes de aquella tarde: ¿quién os diría —pienso—
que el hombre, nada menos que el hombre, afortunado
rival de los alados sería en breve tiempo?