Tarde
En la indiferencia silente del atardecer pampeano, un vasco canta.
Recuerda cuestas y pendientes rocosas y valles quietos o aldeas pueriles.
La voz es mala, el afinamiento orillea. El ritmo de la guadaña descogota la canción, a cada cadencia ondulosa, que nada es, en la indiferencia llana del atardecer pampeano.
Las ovejas balan volviendo al encierro, el vasco sigue cantando. ¡Nada!... el reflejo en las almas, del morir solar.
«La Porteña» 1914.