Obras Completas de Eusebio Blasco
Tomo XI, Malas Costumbres
(Apuntes de mi tiempo).
Susana, en el Jardín del Buen Retiro

Nota: se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.


SUSANA
(EN EL JARDÍN DEL BUEN RETIRO)


I

Ya está ahí!

Ya está ahí como el año pasado, dando vueltas al rededor del kiosko, donde la orquesta de Bretón romperá el vals dentro de poco.

Ya está ahí, acompañada de su respetable madre, sencillamente vestida, interesante a todo el mundo, con su traje blanco, su clavel en la cabeza y su abanico japonés en la mano...

Es ella; es Susana,

La Susana de los conciertos del año pasado, la de los conciertos del año anterior, la de los conciertos del año que viene...

La misma Susana que veíamos este invierno paseando por el lado derecho de la Castellana, y en la tercera ó cuarta fila de butacas del teatro Español, y en algún baile de los últimos de 3a temporada...

¡Es ella; siempre joven, siempre bonita, siempre virtuosa y siempre soltera!


II

Yo la conozco hace más de quince años; porque esta muchacha es de mi edad y aunque nunca le he dirigido la palabra, he seguido su vida paso a paso, interesándome por ella.

Porque siempre he oído decir que Susana es un modelo.

Tiene una inteligencia nada común.

Unas manos primorosas.

Una educación completa.

Un corazón franco y leal. Un apellido honrado. Una formalidad... irritante, según han dicho más de cuatro muchachos. No es muy rica, pero ella y su madre pueden vivir cómodamente, habitar un cuarto segundo en la calle del Pez, estar abonadas cada seis días á un par de teatros, vestir con decoro y alternar con eso que llaman el todo Madrid los revisteros.

Es, en fin, una excelente mujer, una persona estimabilísima, una esposa apetecible, una criatura digna de mejor suerte.

Y, sin embargo, Susana no se casa!

Allí está, como el año pasado, dando vueltas alrededor del jardín, saludando a ambos lados y siendo saludada al paso. Ahí está, tan risueña, tan aérea, tan esbelta, tan interesante; pero tan soltera como el año de 72 cuando yo la conocí asistiendo a su amiga Mercedes, una conocida suya, por quien se tomó el trabajo de velar veinte noches, mientras la familia de la enferma iba al paseo y al teatro...


III

Y entre tanto... ¡qué de mujeres con su carrera terminada!

¡Y de qué manera!

Por ahí ha pasado la Brigadiera, a quien yo conocí de subalterna. Era una muchacha que llamaba la atención en todas partes por sus deliciosas coqueterías. ¡Qué volver de ojos, qué asomar de pies, qué jugar de manos, qué derrochar de novios! Todo el batallón de Segorbe tiene cartas suyas y mechones de pelo. Todo el que se ha vestido de máscara en diez años ha tramado aventuras con ella. El capitán K... se enamoró perdidamente de ella; por ella se sublevó el 66 y el 69 y el 72, hasta pescar la faja y hacer Brigadiera a Mercedes, que hace dos años se distrajo una tarde volviendo de paseo, y se fué á pernoctar a Bayona con el ayudante de su marido...

Pero por eso no ha perdido nada, eso no; el Brigadier se retiró a sus haciendas de Cuenca; el ayudante ascendió; nuestra amiga volvió y dejó tarjetas en todas las casas, y se la convidó á todas partes; después de todo, a nosotros no nos había hecho nada. . . ¿qué tenemos nosotros que ver... Aquí viene... A los pies de usted, generala,.

¿Y aquélla que viene detrás?... ¡Ah! ya... es Susana con su vestido blanco, su clavel encarnado y su abanico de dos reales... ¡Adiós, Susana!


IV

Pues, ¿qué me dice usted de la Marquesa de Casa-Botín, una mujer que, después de haber sido la pasión de Rodolfo, calavera casado y con hijos, y de haber mandado al otro mundo al susodicho, tísico rematado, tuvo la precaución de enamorar al señor Marqués, mi respetable amigo, un hombre acaudalado, senador, ex-ministro, ex-Tenorio, y hombre que presume de corrido (no sé si de vergüenza)?

Vióla ahí sentada en medio de un círculo de amigos y de admiradores, que se dan cita para el pie del árbol donde la Marquesa sienta sus reales todas las noches. Ella lleva siempre la voz con su conversación graciosísima y ocurrente como ninguna, entremezclada de palabras francesas, y llena de eso que llaman aquí esprit los que no lo han apreciado en otra parte. ¡Es mucha Marquesa! Por más que digan que su conducta no es muy ejemplar, que si Luis, que si Arturo, que si el tenor aquél, que si lo de Biarritz... la verdad es que la Marquesa da de comer muy bien, que el Marqués es feliz, que sus amigos no podemos decir sino que nos trata admirablemente... eso sí, es un poco burlona; por ejemplo, ahora mismo se ha empeñado en que el vestido de esa muchacha que pasa no es de moda. — Pero lo lleva con gracia — dice una. — Sí, no anda mal. — Y es muy linda chica. — Muy linda no, pero puede pasar. — Y dicen que es muy hacendosa. — ¿Y eso qué es? — ¡Marquesa, por Dios! — ¡Líbreme Dios de murmurarla, es una amiga mía!— ¡Ah! ¿La conoce usted? — Mucho: estuvimos juntas en las Ursulinas; es una chica muy estimable; yo quisiera que alguno de ustedes se casara con ella. — ¡Líbreme Dios! — ¿Y por qué? — Porque tiene grandes pretensiones. — Eso no. — Porque no está uno para casarse. — Eso es otra cosa. — Aquí llega; salúdenla ustedes; no reírse, por Dios. ¡Adiós, Susana!

— ¡Buenas noches, Susana! — ¡Bonsoir, Susana!


V

¡Y Susana da vueltas y vueltas y vueltas!

Alguna vez cambia un saludo con una amiga suya muy fea y muy rica, que encontró un buen mozo tronado de quien tomar el nombre, a cambio de diez mil duros de renta.

Suele ver sentada con su marido y un niño muy bien vestido a Elvira, que era una locuela, y tuvo, yo no sé qué aventura desagradable, para subsanar la cual hubo que casarla; pero dicen que hace buena casada, y de aquello nadie se acuerda.

Observa que su vecina, la de Gudal, después de haber sido el encanto de los salones, y viendo que para treinta años le sobraban diez, ha resuelto alejarse del gran mundo, y se ha casado con el chocolatero de la calle de las Beatas, que es un comerciante obscuro, pero rico, y no entiende de romanzas ni de días de moda; pero la de Gudal se había empeñado en casarse, y esto, entre las mujeres, es como el ser ministro entre los hombres: se lo proponen y lo son.

También se encuentra Susana en el jardín a la que fué su peinadora, y tuvo que despedirla, porque Ja tal se empeñaba en traerle recados de un caballero; pues también esta peinadora, que dicen si era ó no corre-ve-y-dile de muchas altas personas, encontró una protectora que la casó con un mayordomo, y ahí está que parece una señora, con su sombrero de moda y todo.

Susana vivió hace dos años en una casa, frente a la cual había un tugurio de mal aspecto, y del que veía salir dos ó tres veces al día a una mujerzuela de mala vida, que a Susana le daba mucha lástima, porque era una muchacha hermosa, joven, con los ojos grandes, el pelo negro, la tez blanca, los pies diminutos, el aire distinguido, y Susana pensaba que el fin de aquella desdichada sería muy triste...

Pues también la acaba de ver en el jardín, primorosamente vestida, más hermosa que nunca, radiante de alegría... los muchachos que encuentran irritante la formalidad de Susana saludan a esta otra, le regalan claveles, van detrás de ella, envidian al banquero que es el dueño temporal de tanta gracia y de tanta coquetería...


VI

— Vámonos, mamá — suele decir Susana al dar las once.

Y madre é hija se van del jardín, saludando á todos y a todas, y disponiéndose a terminar el día en su cuarto segundo, con la paz y tranquilidad de los justos.

Susana lee La Correspondencia a su madre; algunas veces da con un sueltecito de cuatro renglones, en que se anuncia el enlace de la señorita de tal con el joven cual, y entonces, ni la madre ni la hija dicen nada, pero las dos suspiran, procurando ocultarse mutuamente este suspiro doble, que envuelve toda una teoría solj de la familia moderna.

Después Susana riega las macetas de su balcón, hace la cuenta del gasto del día, prepara labor para el siguiente, le da un beso a su madre y se acuesta.

Suele soñar con el primer novio que tuvo, y que la quería mucho, y estaba resuelto a casarse con ella, de donde resultó morirse.

O con otro que se llamaba Pérez y era auxiliar del Ministerio de Ultramar, pero que se enteró de que Susana no tenía más que veinte mil reales de renta, y la plantó por una niña bisoja y enferma del estómago, que luego ha heredado tres millones.

Ó con uno que la mira mucho cuando sale a paseo, pero no pasa de ahí.

Ó con un diplomático que en casa de la Condesa de *** le habla de todo menos de amor, lo cual no se comprende .

Y algunas veces se duerme pensando:

— ¿Cómo será que todos dicen que soy tan buena... y no me caso?


VII

¡Ah, no, no se casará!

Susana es la modestia, y la modestia no reina.

Susana es la formalidad, y la formalidad no está enjuego.

Susana es la virtud, y la virtud no transige.

Susana es el amor, y el amor lia venido a menos.

Susana es una flor natural, y en todos los almacenes se venden ya flores contrahechas, que hasta el aroma tienen, y duran más y cuestan menos.

Yo espero ver pasar un día por delante de mi calle el coche blanco de la Funeraria, llevando en sus andas una caja blanca con cintas de plata y una palma encima. Susana se habrá muerto de nostalgia; iremos a acompañarla todo Madrid, y como esto será a la caída de la tarde, desde el cementerio nos iremos al Buen Retiro, donde estarán esperándonos nuestras discretas, ocurrentes e imprescindibles amigas.