Super flumina babilonis
Sentados a la margen
de babilonio río,
allí, Sión, tu nombre
recordamos llorosos y cautivos.
Y las sonoras arpas,
y címbalos festivos,
tristes ya y destemplados,
de los frondosos sauces suspendimos.
Los que en vil servidumbre
nos llevaban ¡oh, indignos!
por escarnio intentaron
oír nuestras canciones allí mismo.
Ellos que nos trajeron
con ignominia uncidos,
«Entonad», nos decían,
«de Sión los cantares y los himnos».
¡Cantar! ¿Cómo es posible?
¿Cómo infamar, impíos,
el Señor los cantares
en tierra ajena, y en ajenos grillos
No, Sión; y primero
que así te dé al olvido,
y en tu ignominia cante,
me olvide de mi diestra, y de mí mismo.
Yerta mi lengua, y fija
al paladar indigno;
si de ti me olvidare
pásmese inmóvil con letal deliquio.
Sí no te antepusiere,
o si indolente y tibio,
Jerusalén no fuese
de mi alegría el móvil y principio.
Tu ira, Señor, se acuerde
de esos infandos hijos
de Edón, cuando disfrute
Jerusalén su día apetecido.
Ellos son los que dicen,
sedientos de exterminio:
«¡Hasta los fundamentos
asolad, asolad sus edificios!».
¡Oh, hija desventurada
del pueblo aborrecido!
¡Feliz quien te dé el pago
del tratamiento vil que te debimos!
¡Oh, bienaventurado
el que a tus parvulillos
logre alzar con sus manos,
y en la piedra estrellarlos vengativo!