Sueños (Barrett)
Si la vida es sueño, también soñar es vida y fuente oculta en que beben las almas tristes y supersticiosas. El sueño, hijo del cansancio y de la noche, imagen de la muerte, tiene quizá secretos parecidos a los que la muerte encierra, y la lira agria del antipático Quevedo, al glosar este asunto, deja por fin caer sones dulces y graves. Según el vulgar sentir, nos habla el sueño de lo que más nos preocupó durante el día. Pero no siempre es lo que nos preocupa lo que más nos importa y a creer ciertos finos ingenios, el soñar resucita las ideas descuidadas. Así, Dechartre, apasionado personaje de France, dice: «Vernos de noche los restos desgraciados de lo que hemos omitido en la vigilia. El sueño suele ser el desquite de las cosas despreciadas, el reproche de los seres abandonados. De ahí su imprevisto y su melancolía a veces». Admitamos o no las teorías nerviosas de los Räbl-Rückhard y de los Cajal para explicarlo, no podemos negar, sin que necesitemos de sonambulismos ni de mediums, que el sueño nos pone en contacto con realidades nuevas. Baste el ejemplo de los órganos enfermos, cuyos dolores se sueñan antes de ser padecidos en la conciencia normal, hecho que constituye el primer síntoma de algunas lesiones en las partes internas e insensibles del organismo. Porfirio observa que de las nociones del sueño discurrimos, hasta cierto punto, cuando estamos despiertos, mas que no se adquiere el conocimiento y la percepción de ellas sino por el sueño mismo, y saca una consecuencia notable: «Mediante la inteligencia decimos algo del principio superior a la inteligencia, pero tenemos intuición de él mucho mejor por una ausencia de pensamiento que por el pensamiento». He aquí la justificación metafísica del éxtasis religioso, que es un sueño también.
No pidamos alta mística a los pueblos primitivos; consideremos piadosamente las interpretaciones que dan a sus sueños los campesinos paraguayos. No es extraño que soñar flores signifique suerte; subir una escalera, honores; gatos, traición; animales cornúpetos, infidelidad; sangre, crimen. Una analogía fácil de encontrar hace que el sueño, donde salgan rubios, anuncie dinero; si aparecen fantasmas blancos, muerte; si toros, enamorado; si niños bellos, simpatía; si sandías, preñez. La analogía es poética en el caso de los huevos rotos, que simboliza desgracia, y deliciosamente tierna en el de la contemplación de la luna, porque es señal de que el amante recuerda sus amores con cariño. Un contraste violento impone a los piojos y a la basura que representen prosperidad. La mujer que sueña con cualquier fruta verde esperará próximo embarazo. Curiosa ilustración de las razas: soñar con negros indica dolencia; con mulatos plata; con indios, dicha. Las carretas avisan mala noticia. ¿Por qué, si se nos caen los dientes en sueños, hemos de temer morir y si aparecen víboras a una muchacha tendrá pretendientes, y la carne trae luto, y el sexo femenino buena estrella? ¡Misterio! Pero lo siguiente, en este sufrido país, se demuestra por sí solo: soñar con cotorras significa pleito, y con tigres o leones la visita de la autoridad.
Publicado en "Rojo y Azul", 12 de abril de 1908.