Sueño dorado (1911)

El Tesoro de la Juventud (1911)
El libro de la Poesía, Tomo 18
Sueño dorado.
de Federico Balart

Nota: se ha conservado la ortografía original.


El ansia de volver a la saludable paz de los campos, a los variados y deleitosos espectáculos de la Naturaleza, tras el prolongado tedio de vivir años y años en la corte, inspira a Federico Balart, literato y poeta español (1831-1905), las armoniosas estrofas que aquí ponemos, de su «Sueño Dorado», a las que dan un notable sabor religioso las invocaciones con que principian y rematan.


SUEÑO DORADO

¡A

H, Señor, cuántas pálidas auroras

Me han hecho tristes arrugar el ceño!
¡Cuántas noches de angustia, cuyas horas
Lentas pasaban sin traer el sueñol

¡Deja, deja a mis ojos ver el campo
De la nieve en las ásperas montañas!
¡Dadme la libre soledad del campo!
¡Dadme la alegre paz de las cabañas!

Pueda yo, recostado en una peña,
Junto a aquel mar azul que el cielo cubre.
Dar al olvido, entre la hirsuta breña,
El hedor de esta atmósfera insalubre.

Y vagando por valles y por lomas,
Al soplo de los aires vespertinos,
Respirar confundidos los aromas
De las algas, los henos y los pinos.

Y en las plácidas noches del verano.
Entre el rumor del viento y de las olas.
Tranquilo adormecerme al son lejano
De las dulces marinas barcarolas;

Y antes que dore el alto firmamento
La aurora que los cielos engalana,
Oír entre la sombra el ronco acento
Del gallo, precursor de la mañana,

Y de la agria carreta gemidora
El eje rechinante que voltea,
Y el rumor de la gente labradora
Que principia su rústica tarea;

Y a la trémula voz de la campana
Que llama a la oración antes del día.
Ver los cielos vestirse de oro y grana
Y estremecerse el mundo de alegría.

Cuando arden los lejanos horizontes
Y los valles recónditos humean
Y en las cimas azules de los montes
Jirones de vapor al aire ondean.

¿Cuándo podré a la luz del sol que brilla
Reflejado en el agua bullidora
Ver cual se aleja de la seca orilla,
Mar adentro, la barca pescadora.

Que moviendo a compás los largos remos
Cuando baja las ondas espumantes.
Parece destilar por sus extremos
Cataratas de líquidos diamantes,

Y luego, al viento que su casco azota
Soltando el lienzo de una y otra vela,
Semeja cenicienta gaviota
Que, rasando la mar, tranquila vuela?

.....................................

Y al margen del arroyo, en la floresta
Que cruza sobre mí sus ramas dobles,
Dormir el blando sueño de la siesta
Bajo el dosel flotante de los robles;

O estampar en las playas arenosas,
Que la brisa del mar liviana orea.
Las huellas de mi paso caprichosas
Que al volver, ha borrado la marea;

Y sorprender en las alas de los vientos
Que vienen de las breñas más lejanas,
Como un coro de silfos los acentos
De las dulces canciones asturianas,

Y cuando el sol declina al Océano,
Y la noche, al ganar la excelsa altura.
Arrastra por el monte y por el llano
De su manto talar la fimbria obscura,

A la postrera luz que en tintas rojas
Baña las nubes con vistoso alarde,
Respirar bajo el palio de las hojas
El balsámico ambiente de la tarde,

Y ver sobre el crepúsculo encendido.
Que el ocaso de púrpura j aspea.
Los vuelos del murciélago aturdido
Que en círculos fantásticos voltea,

Y cual astros, que a tierra derribados
Lanzó la noche de sus negros tules.
Descubrir en los setos y vallados
Los pálidas luciérnagas azules,

Y por las altas selvas seculares,
O por la cresta de la escueta duna.
Ver cómo surge de los hondos mares
El disco silencioso de la luna,

Y pasar las veladas de Febrero
Con la robusta gente campesina
En tomo del hogar donde arde el tuero
Perfumando la lóbrega cocina;

Y tras cena frugal junto a las llamas
El sueño conciliar, con Dios a solas,
Al plácido susurro de las ramas
Y el confuso bramido de las olas.

   ......................

Concédeme, Señor, que en el reposo
De ese cielo, esos montes y esos mares,
Las flores de mi invierno, al fin dichoso.
Presente por ofrenda en tus altares.

Allí, bogando en plácida bonanza,
El alma regirán de gozo henchida,
La Fe, la Caridad y la Esperanza,
Timón y vela de la humana vida.

Allí, abismado en éxtasis eterno,
Lejos de los que gárrulos blasfeman,
Me inundará tu amor, cual sol de invierno,
Cuyos rayos alumbran y no queman.

Allí del mundo pérfido apartado
Mis dulces noches, mis serenos días,
Libres al fin de incómodos cuidados
Leves serán, como ánforas vacías;

Y allí, desvanecida la memoria
De todas las falaces ilusiones,
A tu amor, a tu culto y a tu gloria
Consagraré mis últimas canciones.

¡Hasta que ante tu voz que eterna vaga
Se extinga entre mis labios la armonía
Como lámpara inútil que se apaga
Cuando surge el albor del nuevo día!