Su vida (Santa Teresa de Jesús)/Capítulo XXXIV

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

CAPITULO XXXIV

Trata cómo en este tiempo convino que se ausentase de este lugar: dice la causa, y cómo la mandó ir su perlado para consuelo de una señora muy principal, que estaba muy afligida. Comienza á tratar lo que allá le sucedió, y la gran merced que el Sefior la hizo de ser medio, para que su Majestad despertase á una persona muy principal para servirle muy de veras, y que ella tuviese favor y amparo despues en El. Es mucho de notar.

Pues por mucho cuidado que yo traia, para que no se entendiese, no podia hacerse tan secreta toda esta obra, que no se entendiese mucho en algunas personas: unas lo creían y otras no. Yo temia harto, que venido el provincial, si algo le dijesen de ello, me habia de mandar no entender en ello, y luego era todo cesado. Proveyólo el Señor de esta manera, que se ofreció en un lugar grande, mas de veinte leguas de este, que estaba una señora muy afligida[1], á causa de habérsele muerto su marido; estábalo en tanto estremo, que se temia su salud. Tuvo noticia de esta pecadorcilla, que lo ordenó el Señor ansí, que le dijesen bien de mí para otros bienes que de aquí sucedieron. Conocia esta señora mucho á el provincial, y como era persona principal, y supo que yo estaba en monesterio que salian, pónele el Señor tan gran deseo de verme, pareciéndole que se consolaria conmigo, que no debia ser en su mano; sino luego procuró, por todas las vias que pudo, llevarme allá, enviando á el provincial, que estaba bien léjos. El me envió un mandamiento, con precepto de obediencia, que luego fuese con otra compañera: yo lo supe la noche de Navidad. Hízome algun alboroto, y mucha pena, ver que por pensar que habia en mí algun bien me querian llevar (que como yo me via tan ruin, no podia sufrir esto) encomendándome mucho á Dios, estuve todos los maitines, ó gran parte de ellos, en gran arrobamiento. Díjome el Señor, que no dejase de ir, y que no escuchase pareceres, porque pocos me aconsejarian sin temeridad: que, aunque tuviese trabajos, se serviria mucho Dios, y que para este negocio del monesterio convenia ausentarme hasta ser venido el Breve; porque el demonio tenia armada una gran trama venido el provincial, y que no temiese de nada, que El me ayudaria allá. Yo quedé muy esforzada y consolada. Díjelo al retor, dijome, que en ninguna manera dejase de ir; porque otros me decian que no se sufria, que era invencion de el demonio, para que allá me viniese algun mal: que tornase á enviar á el provincial.

Yo obedecí á el retor, y, con lo que en la oracion habia entendido, iba sin miedo, aunque no sin grandísima confusion de ver el título con que me llevaban, y como se engañaban tanto: esto me hacia importunar mas á el Señor, para que no me dejase. Consolábame mucho, que habia casa de la Compañía de Jesus en aquel lugar adonde iba, y con estar sujeta á lo que me mandasen, como lo estaba acá, me parecia estaria con alguna siguridad. Fué el Señor servido, que aquella señora se consoló tanto, que conocida mijoria comenzó luego á tener, y cada dia mas se hallaba consolada.

Túvose á mucho, porque como he dicho, la pena la tenia en gran aprieto; y debíalo de hacer el Señor, por las muchas oraciones, que hacian por mí las personas buenas, que yo conocia, porque me sucediese bien. Era muy temerosa de Dios, y tan buena, que su mucha cristiandad suplió lo que á mí me faltaba. Tomó grande amor conmigo: yo se le tenią harto de ver su bondad, mas casi todo me era cruz, porque los regalos me daban gran tormento, y el hacer tanto caso de mí, me traia con gran temor. Andaba mi alma tan encogida, que no me osaba descuidar, ni se descuidaba el Señor, porque estando allí me hizo grandísimas mercedes, y estas me daban tanta libertad, y tanto me hacian despreciar todo lo que via (y mientras mas eran, mas) que no dejaba de tratar con aquellas tan señoras, que muy á mi honra pudiera yo servirlas, con la libertad, que si yo fuera su igual. Saqué una ganancia muy grande, y decíaselo. Vi que era mujer, y tan sujeta á pasiones y flaquezas como yo, y en lo poco que se ha de tener el señorío; y como, mientra es mayor, tiene mas cuidados y trabajos, y un cuidado de tener la compostura conforme á su estado, que no las deja vivir. Comer sin tiempo ni concierto, porque ha de andar todo conforme al estado, y no las complexiones: han de comer muchas veces los manjares, mas conforme á su estado, que no á su gusto.

Es ansí, que de todo aborrecí el desear ser señora. Dios me libre de mala compostura, aunque esta, con ser de las principales del reino, creo hay pocas mas humildes y de mucha llaneza. Yo la habia lástima, y se la he, de ver, como va muchas veces no conforme á su inclinacion, por cumplir con su estado. Pues con los criados es poco lo poco que hay que fiar, aunque ella los tenia buenos: no se ha de hablar mas con uno que con otro, sino, al que se favorece ha de ser el malquisto. Ello es una sujecion, que una de las mentiras que dice el mundo, es llamar señores á las personas semejantes, que no me parece son sino esclavos de mil cosas. Fué el Señor servido, que el tiempo que estuve en aquella casa, se mijoraban en servir á su Majestad las personas de ella, aunque no estuve libre de trabajos, y algunas envidias que tenían algunas personas del mucho amor, que aquella señora me tenia. Debian por ventura pensar, que pretendia algun interese: debia primitir el Señor me diesen algunos trabajos cosas semejantes, y otras de otras suertes, porque no me embebiese en el regalo, que habia por otra parte, y fué servido sacarme de todo con mijoría de mi alma.

Estando allí acertó á venir un religioso, persona muy principal, y con quien yo muchos años habia tratado algunas veces[2]: y estando en misa en un monesterio de su Orden (que estaba cerca adonde yo estaba) dióme deseo de saber en que disposicion estaba aquella alma (que deseaba yo fuese muy siervo de Dios) y levantéme para irle á hablar. Como yo estaba recogida ya en oracion, parecióme despues era perder tiempo, que quien me metia á mí en aquello, y tornéme á sentar. Paréceme, que fueron tres veces las que esto me acaeció, y en fin pudo mas el ángel bueno, que el malo, y fuíle á llamar, y vino á hablarme á un confisionario. Comencéle á preguntar, y' él á mí (porque habia muchos años que no nos habiamos visto) de nuestras vidas; y yo le comencé á decir, que habia sido la mia de muchos trabajos de alma. Puso muy mucho en que le dijese, que eran los trabajos: yo le dije, que no eran para saber, ni para que yo los dijese. El dijo, que pues lo sabia el padre dominico, que he dicho, que era muy su amigo; que luego se los diria, y que no se me diese nada.

El caso es, que ni fué en su mano dejarme de importunar, ni en la mia me parece dejárselo decir, porque con toda la pesadumbre y vergüenza, que solia tener, cuando trataba estas cosas con él y con el retor, que he dicho, no tuve ninguna pena, antes me consolé mucho: díjeselo debajo de confesion. Pareciómé mas avisado que nunca, aun que siempre le tenia por de gran entendimiento: miré los grandes talentos y partes que tenia para aprovechar mucho, si de el todo se diese á Dios; porque esto tengo yo de unos años acá, que no veo persona que mucho me contente, que luego querria verla del todo dada á Dios, con unas ansias, que algunas veces no me puedo valer; y aunque deseo que todos le sirvan, estas personas que me contentan, es con muy gran impetu, y ansí importuno mucho al Señor por ellas. Con el religioso que digo, me acaeció ansí. Rogóme le encomendase mucho á Dios (y no habia menester decírmelo, que ya yo estaba de suerte, que no pudiera hacer otra cosa) y vóyme adonde solia á solas tener oracion, y comienzo á 'tratar con el Señor, estando muy recogida, con un estilo abobado, que muchas veces sin saber, lo que digo trato; que el amor es el que habla, y está el alma tan enajenada, que no miro la diferencia que hay de ella á Dios: porque el amor, que conoce que la tiene su Majestad, la olvida de sí, y le parece está en El, y como una cosa propia sin division, habla desatinos. Acuérdome que le dije esto, despues de pedirle con hartas lágrimas aquella alma pusiese en su servicio muy de veras, que aunque yo la tenia por buena, no me contentaba, que le queria muy bueno; y ansí le dije Señor, no me habeis de negar esta merced, mirá que es bueno este sujeto para nuestro amigo.

¡Oh bondad, y humanidad grande de Dios, como no mira las palabras; sino los deseos y voluntad con que se dicen! ¡Cómo sufre, que una como yo hable á su Majestad tan atrevidamente! Sea bendito por siempre jamás. Acuérdome, que me dió en aquellas horas de oracion aquella noche un afligimiento grande de pensar si estaba en amistad de Dios, y como no podia yo saber si estaba en gracia, ó no, no para que yo lo desease saber; mas deseábame morir, por no ver en vida, adonde no estaba sigura si estaba muerta, porque no podia haber muerte mas recia para mí, que pensar si tenia ofendido á Dios, y apretábame esta pena: suplicábale no lo primitiese, toda regalada y derretida en lágrimas. Entonces entendí, que bien me podia consolar y confiar que estaba en grácia, porque semejante amor de Dios, y hacer su Majestad aquellas mercedes y sentimientos que daba á el alma, que no se compadecia hacerse á alma, que estuviese en pecado mortal. Quedé confiada, que habia de hacer el Señor lo que le suplicaba de esta persona. Díjome, que le dijese unas palabras. Esto sentí yo mucho, porque no sabia como las decir, que esto de dar recaudo á tercera persona, como he dicho, es lo que mas siento siempre, en especial á quien no sabia como lo tomaria, ó si burlaria de mí. Púsome en mucha congoja, en fin fui tan persuadida, que á mi parecer prometí á Dios no dejárselas de decir, y por la gran vergüenza que habia, las escribí y se las di. Bien pareció ser cosa de Dios en la operacion que le hicieron: determinóse muy de veras de darse á oracion, aunque no lo hizo desde luego. El Señor, como le queria para sí, por mi medio le enviaba á decir unas verdades, que sin entenderlo yo iban tan á su propósito, que él se espantaba; y el Señor, que debia de disponerle para creer que eran de su Majestad, y yo aunque miserable, era mucho lo que le suplicaba á el Señor muy del todo le tornase á sí, y le hiciese aborrécer los contentos y cosas de la vida.

Y ansí, sea alabado por siempre, lo hizo tan de hecho, que cada vez que me habla, me tiene como embobada; y si yo no lo hubiera visto lo tuviera por dudoso, en tan breve tiempo hacerle tan crecidas mercedes, y tenerle tan ocupado en sí, que no parece vive ya para cosa de la tierra. Su Majestad le tenga de su mano, que si ansí va adelante (lo que espero en el Señor sí hará, por ir muy fundado en conocerse) será uno de los muy señalados siervos suyos, y para gran provecho de muchas almas, porque en cosas de espíritu, en poco tiempo tiene mucha espiriencia, que estos son dones que da Dios cuando quiere y como quiere, y ni va en el tiempo ni en los servicios. No digo que no hace esto mucho, mas que muchas veces no da el Señor en veinte años la contemplacion, que á otros da en uno: su Majestad sabe la causa. Y es el engaño que nos parece, que por los años hemos de entender lo que en ninguna manera se puede alcanzar sin espiriencia; y ansi yerran muchos, como he dicho, en querer conocer espíritu sin tenerle. No digo, que quien no tuviere espíritu, si es letrado, no gobierne á quien le tiene, mas entiéndese en lo esterior é interior, que va conforme á via natural, por obra del entendimiento, y en lo sobrenatural, que mire vaya conforme á la Sagrada Escritura. En lo demás no se mate, ni piense entender lo que no entiende, ni ahogue los espíritus, que ya, cuanto en aquello, otro mayor Señor los gobierna, que no están sin superior.

No se espante, ni le parezcan cosas imposibles (todo es posible á el Señor) sino procure esforzar la fé, y humillarse, de que hace el Señor en esta ciencia á una vejecita mas sabia por ventura que á él, aunque sea muy letrado; y con esta humildad aprovechará más á las almas y á sí, que por hacerse contemplativo sin serlo. Porque torno á decir, que si no tiene espiriencia, si no tiene muy mucha humildad en entender que no lo entiende, y que no por eso es imposible, que ganará poco, y dará á ganar menos á quien trata: no haya miedo, si tiene humildad, primita el Señor que se engañe el uno ni el otro.

Pues á este padre, que digo, como en muchas cosas se la ha dado el Señor, ha procurado estudiar todo lo que por estudio ha podido en este caso, que es bien letrado, y lo que no entiende por espiriencia, infórmase de quien la tiene, y con esto ayúdale el Señor con darle mucha fé, y ansi ha aprovechado mucho a sí, y á algunas almas, y la mia es una de ellas; que como el Señor sabia en los trabajos que me habia de ver, parece proveyó su Majestad, que pues habia de llevar consigo algunos que me gobernaban, quedasen otros que me han ayudado á hartos trabajos, y hecho gran bien. Hále mudado el Señor casi del todo, de manera, que casi él no se conoce, á manera de decir, y dado fuerzas corporales para penitencia, que antes no tenia, sino enfermo, y animoso para todo lo que es bueno, y otras cosas; que se parece bien ser muy particular llamamiento de el Señor: sea bendito por siempre. Creo todo el bien le viene de las mercedes que el Señor le ha hecho en la oracion, porque no son postizos; porque ya en algunas cosas ha querido el Señor se haya espirimentado, porque sale de ellas como quien tiene ya conocida la verdad del mérito que se gana en sufrir, persecuciones. Espero en la grandeza de el Señor ha de venir mucho bien á algunos de su Orden por él, y á ella mesma. Ya se comienza esto á entender. He visto grandes visiones, y dijome el Señor algunas cosas de él, y del retor de la Compañía de Jesus, que tengo dicho, de grande admiracion, y de otros dos religiosos de la Orden de santo Domingo, en especial de uno, que tambien ha dado ya á entender el Señor por obra en su aprovechamiento, algunas cosas, que antes yo habia entendido de él: mas de quien ahora hablo, han sido muchas. Una cosa quiero decir ahora aquí. Estaba yo una vez con él en un locutorio, y era tanto el amor, que mi alma y espíritu entendia que ardia en el suyo, que me tenia á mí casi absorta; porque consideraba las grandezas de Dios, en cuán poco tiempo habia subido un alma á tan grande estado. Hacíame gran confusion, porque le via con tanta humildad escuchar lo que yo le decia en algunas cosas de oracion, como yo tenia poca de tratar ansí con persona semejante: debíamelo sufrir el Señor por el gran deseo que yo tenia de verle muy adelante. Hacíame tanto provecho estar con él, que parece dejaba en mi ánima puesto nuevo fuego, para desear sirvir á el Señor de principio.

¡Oh Jesus mio, qué hace un alma abrasada en vuestro amor! ¡Cómo la habíamos de estimar en mucho, y suplicar al Señor la dejase en esta vida! Quien tiene el mesmo amor tras estas almas se habia de andar, si pudiese. Gran cosa es á un enfermo hallar otro herido de aquel mal: mucho se consuela de ver que no es solo, mucho se ayudan á padecer, y aun á merecer. Ecelentes espaldas se hacen ya gente determinada á riscar mil vidas por Dios, y desean que se les ofrezca en qué perderlas. Son como los soldados, que por ganar el despojo, y hacerse con él ricos, desean que haya guerras: tienen entendido no lo pueden ser sino por aquí: es este su oficio, el trabajar. ¡Oh gran cosa es adonde el Señor da esta luz, de entender lo mucho que se gana en padecer por El! No se entiende esto bien hasta que se deja todo, porque quien en ello se está, señal es que lo tiene en algo; pues si lo tiene en algo, forzado le ha de pesar de dejarlo, y ya va imperfeto todo y perdido. Bien viene aquí, que es perdido quien tras perdido anda, y ¡qué mas perdicion, qué mas ceguedad, qué mas desventura, que tener en mucho lo que no es nada!

Pues, tornando á lo que decia, estando yo en grandísimo gozo mirando aquel alma, que me parece queria el Señor viese claro los tesoros que habia puesto en ella, y viendo la merced que me habia hecho en que fuese por medio mio, hallándome indina de ella, en mucho mas tenia yo las mercedes que el Señor le habia hecho, y mas á mi cuenta las tomaba, que si fuera á mí, y alababa mucho á el Señor, de ver que su Majestad iba cumpliendo mis deseos, y habia oido mi oracion, que era despertase el Señor personas semejantes. Estando ya mi alma, que no podia sufrir en sí tanto gozo, salió de sí, y perdióse para mas ganar: perdió las consideraciones, y de oir aquella lengua divina, en que parece hablaba el Espíritu Santo, dióme un gran arrobamiento, que me hizo casi perder el sentido, aunque duró poco tiempo. Vi á Cristo con grandísima majestad y gloria, mostrando gran contento de lo que allí pasaba; y ansí me lo dijo: y quiso que viese claro, que á semejantes pláticas siempre se hallaba presente, y lo mucho que se sirve en que ansí se deleiten en hablar en El.

Otra vez estando léjos de este lugar, le ví con mucha gloria levantar á los ángeles. Entendí iba su alma muy adelante por esta vision: y ansí fué, que le habian levantado un gran testimonio, bien contra su honra, persona á quien él habia hecho mucho bien y remediado la suya y el alma, y habíalo pasado con mucho contento y hecho otras obras muy á servicio de Dios, y pasado otras persecuciones. No me parece conviene ahora declarar mas cosas: si despues le pareciere á vuesa merced, pues las sabe, se podrán poner para gloria de el Señor. De todas las que le he dicho de profecías de esta casa, y otras que diré de ella, y otras cosas, todas se han cumplido: alguñas tres años antes que se supiesen, otras mas y otras menos, me las decia el Señor; y siempre las decia á el confesor, y á esta mi amiga viuda, con quien tenia licencia de hablar, como he dicho: y ella he sabido que las decia á otras personas, y estas saben que no miento, ni Dios me dé tal lugar, que en ninguna cosa (cuanto mas siendo tan graves) tratase yo, sino toda verdad.

Habiéndose muerto un cuñado mio súpitamente, y estando yo con mucha pena, por no haber tenido lugar de confesarse, se me dijo en la oracion, que habia ansí de morir mi hermana, que fuese allá, y procurase se dispusiese para ello. Díjelo á mi confesor, y como no me dejaba ir, entendilo otras veces: ya como esto vió, díjome que fuese allá, que no se perdia nada. Ella estaba en un aldea, y como fuí sin decirle nada, le fuí dando la luz que pude en todas las cosas: hice se confesase muy á menudo, y en todo trajese cuenta con su alma. Ella era muy buena, y hízolo ansí. Desde ha cuatro, ú cinco años que tenia esta costumbre, y muy buena cuenta con su conciencia, se murió sin verla nadie, ni poderse confesar. Fué el bien, que como lo acostumbraba, no habia sino poco mas de ocho dias que estaba confesada. á mí me dió gran alegria cuando supe su muerte. Estuvo muy poco en el purgatorio. Serian aun no me parece ocho dias, cuando, acabando de comulgar, me apareció el Señor, y quiso la viese cómo la llevaba á la gloria. En todos estos años, desde que se me dijo hasta que murió, no se me olvidaba lo que se me habia dado á entender, ni á mi compañera, que ansí como murió, vino á mí muy espantada de ver como se habia cumplido. Sea Dios alabado por siempre, que tanto cuidado tiene de las almas, para que no se pierdan.


  1. , Doña Luisa de la Cerda, hija de los duques de Medinaceli y hermana del que entonces lo era. El marido de aquella señora se llamaba Arias Pardo, señor de Malagon. Esta señora vinda vivia entonces en Toledo, adonde marchó santa Teresa a principios de 1562. Don Arias Pardo era sobrino del cardenal Tavern, arzobispo de Toledo.
  2. No se sabe a punto fijo quién fué este confesor.