Su vida (Santa Teresa de Jesús)/Capítulo VIII
CAPITULO VIII
No sin causa he ponderado tanto este tiempo de mi vida, que bien veo no dará á nadie gusto ver cosa tan ruin; que, cierto, querria me aborreciesen los que esto leyesen, de ver un alma tan pertinaz y ingrata, con quien tantas mercedes le ha hecho; y quisiera tener licencia para decir las muchas veces, que en este tiempo falté á Dios por no estar arrimada á esta fuerte coluna de la oracion. Pasé este mar tempestuoso casi veinte años con estas caidas, y con levantarme y mal, pues tornaba á caer; y en vida tan baja de perfecion, que ningun caso casi hacia de pecados veniales, y los mortales, aunque los temia, no como habia de ser, pues no me apartaba de los peligros. Sé decir que es una de las vidas penosas, que me parece se puede imaginar; porque, ni yo gozaba de Dios, ni traia contento en el mundo. Cuando estaba en los contentos de el mundo, en acordarme lo que debia á Dios era con pena; cuando estaba con Dios las aficiones del mundo me desasosegaban: ello es una guerra tan penosa, que no sé cómo un mes la pude sufrir, cuanti mas tantos años. Con todo veo claro la gran misericordia, que el Señor hizo conmigo, ya que habia de tratar en el mundo, que tuviese ánimo para tener oracion; digo ánimo, porque no sé yo para qué cosa de cuantas hay en él es menester mayor, que tratar traicion al Rey, y saber que lo sabe, y nunca se le quitar de delante. Porque, puesto que siempre estamos delante de Dios, paréceme á mí es de otra manera los que tratan de oracion, porque están viendo que los mira; que los demás podrá ser estén algunos dias, que aun no se acuerden que los ve Dios. Verdad es, que en estos años hubo muchos meses, y creo alguna vez año, que me guardaba de ofender al Señor, y me daba mucho á la oracion, y hacia algunas y hartas diligencias para no le venir á ofender: porque va todo lo que escribo dicho con toda verdad, trato ahora esto.
Mas acuérdaseme poco de estos dias buenos, y ansí debian ser pocos y muchos de los ruines: ratos grandes de oracion pocos dias se pasaban sin tenerlos, sino era estar muy mala, ó muy ocupada. Cuando estaba mala estaba mijor con Dios; procuraba que las personas, que trataban conmigo, lo estuviesen, y suplicábalo al Señor, hablaba muchas veces en El. Ansí que, si no fuese el año que tengo dicho, en veinte y ocho años que há que comencé oracion, mas de los diez y ocho pasé esta batalla y contienda de tratar con Dios y con el mundo. Los demás, que ahora me quedan por decir, mudóse la causa de la guerra, aunque no ha sido pequeña; mas con estar, á lo que pienso, en servicio de Dios y conocimiento de la vanidad que es el mundo, todo ha sido suave, como diré despues.
Pues para lo que he tanto contado esto, es (como he ya dicho) para que se vea la misericordia de Dios y mi ingratitud; y lo otro, para que se entienda el gran bien que hace Dios á un alma, que la dispone para tener oracion con voluntad, aunque no esté tan dispuesta como es menester; y como si en ella persevera, por pecados y tentaciones y caidas de mil maneras, que ponga el demonio, en fin, tengo por cierto la saca el Señor á puerto de salvación, como (á lo que ahora parece) me ha sacado á mí: plega á su Majestad no me torne yo á perder.
El bien que tiene quien se ejercita en oracion hay muchos santos y buenos, que lo han escrito, digo oracion mental, gloria sea á Dios por ello; y cuando no fuera esto, aunque soy poco humilde, no tan soberbia, que en esto osára hablar.
De lo que yo tengo espiriencia puedo decir, y es, que por males que haga quien la ha comenzado, no la deje; pues es el medio por donde puede tornarse á remediar, y sin ella será muy mas dificultoso: y no le tiene el demonio por la manera que á mí, á dejarla por humildad; crea que no pueden faltar sus palabras, que en arrepintiéndonos de veras y determinándose á no le ofender, se torna á la amistad que estaba, y á hacer las mercedes que antes hacia, y á las veces mucho mas, si el arrepentimiento lo merece; y quien no la ha comenzado, por amor del Señor le ruego yo no carezca de tanto bien. No hay aquí que temer, sino que desear; porque cuando no fuere delante, y se esforzare á ser perfecto, que merezca los gustos y regalos, que á estos da Dios, á poco ganar irá entendiendo el camino para el cielo; y, si persevera, espero yo en la misericordia de Dios, que nadie le tomó por amigo, que no se lo pagase; porque no es otra cosa oracion mental, á mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando á solas con quien sabemos nos ama. Y si vos aun no le amais, porque para ser verdadero el amor y que dure la amistad, hánse de encontrar las condiciones, y la del Señor ya se sabe que no puede tener falta; la nuestra es ser viciosa, sensual, ingrata, no podeis acabar con vos en amarle tanto, porque no es de vuestra condicion: mas viendo lo mucho que os va en tener su amistad, y lo mucho que os ama, pasad por esta pena de estar mucho con quien es tan diferente de vos.
¡Oh bondad infinita de mi Dios, que me parece os veo, y me veo de esta suerte! ¡Oh regalo de los ángeles, que toda me querria, cuando esto veo, deshacer en amaros! ¡Cuán cierto es sufrir vos á quien no os sufre que esteis con él! ¡Oh qué buen amigo haceis, Señor mio, cómo le vais regalando y sufriendo, y esperais á que se haga á vuestra condicion, y tan de mientras le sufrís vos la suya! Tomais en cuenta, mi Señor, los ratos que os quiere, y con un punto de arrepentimiento olvidais lo que os ha ofendido. He visto esto claro por mí, y no veo, Criador mio, por qué todo el mundo no se procure llegar á Vos por esta particular amistad. Los malos, que no son de vuestra condicion, se deben llegar para que no hagais buenos, con que os sufran esteis con ellos siquiera dos horas cada dia, aunque ellos no estén con vos, sino con mil revueltas de cuidados y pensamientos del mundo, como yo hacia. Por esta fuerza, que se hacen á querer estar en tan buena compañía, mirais (que en esto á los principios no pueden mas, ni despues algunas veces) forzais vos, Señor, á los demonios para que no los acometan, y que cada dia tenga menos fuerza contra ellos, y dáisselas á ellos para vencer. Sí, que no matais á naide, vida de todas las vidas de los que se fian de Vos, y de los que os quieren por amigo, si no sustentais la vida del cuerpo con mas salud, y dáisla á el alma.
No entiendo esto qué temen los que temen comenzar oracion mental, ni sé de qué han miedo. Bien hace de ponerle el demonio, para hacernos él de verdad mal; si con miedos me hace, no piense en lo que he ofendido á Dios, y en lo mucho que le debo, y en que hay infierno y hay gloria, y en los grandes trabajos y dolores, que pasó por mí. Esta fué toda mi oracion, y ha sido, cuanto anduve en estos peligros; y aquí era mi pensar cuando podia y muy muchas veces, algunos años, tenia mas cuenta con desear se acabase la hora, que tenia por mi de estar, y escuchar cuando daba el reloj, que no en otras cosas buenas: y hartas veces no sé qué penitencia grave se me pusiera delante, que no la acometiera de mejor gana, que recogerme á tener oracion. Y es cierto que era tán incomportable la fuerza que el demonio me hacia, ó mi ruin costumbre, que no fuese á la oracion, y la tristeza que me daba en entrando en el oratorio, que era menester ayudarme de todo mi ánimo (que dicen no le tengo pequeño, y se ha visto me le dió Dios harto mas que de mujer, sino que le he empleado mal) para forzarme, y en fin, me ayudaba el Señor. Y despues que me habia hecho esta fuerza, me hallaba con mas quietud y regalo, que algunas veces que tenia deseo de rezar. Pues si á cosa tan ruin, como yo, tanto tiempo sufrió el Señor, y se ve claro, que por aquí se remediaron todos mis males, ¿qué persona, por mala que sea, podrá temer? Porque por mucho que lo sea, no lo será tantos años despues de haber recibido tantas mercedes del Señor. ¡Ni quién podrá desconfiar, pues á mí tanto me sufrió, solo porque deseaba y procuraba algun lugar y tiempo para que estuviese conmigo, y esto muchas veces sin voluntad, por gran fuerza que me hacia, ó me la hacia el mesmo Señor? Pues si á los que no le sirven, sino que le ofenden, les está tan bien la oracion, y les es tan necesaria, y no puede naide hallar con verdad daño que pueda hacer, que no fuera mayor el no tenerla; los que sirven á Dios y le quieren servir, ¿por qué lo han de dejar? Por cierto, si no es por pasar con mas trabajo los trabajos de la vida, yo no lo puedo entender, y por cerrar á Diosla puerta, para que en ella no les dé contento.
¡Cierto, los hé lástima, que á su costa sirven á Dios! Porque á los que tratan la oracion, el mesmo Señor les hace la costa; pues, por un poco de trabajo, da gusto para que con él se pasen los trabajos. Porque de estos gustos, que el Señor da á los que perseveran en la oracion, se tratará mucho, no digo aquí nada. Solo digo, que para estas mercedes tan grandes, que me ha hecho á mí, es la puerta la oracion: cerrada está, no sé cómo las hará; porque aunque quiera entrar á regalarse con un alma, y regalarla, no hay por donde, que la quiere sola y limpia, y con gana de recibirlas. Si le ponemos muchos tropiezos y no ponemos nada en quitarlos, ¿cómo ha de venir á nosotros, y queremos nos haga Dios grandes mercedes?
Para que vean su misericordia, y el gran bien que fué para mí no haber dejado la oracion y licion, diré aquí (pues va tanto en entenderla) la batería que da el demonio á un alma para ganarla, y el artificio y misericordia con que el Señor procura tornarla á sí; y se guarden de los peligros que yo no me guardé. Y sobre todo, por amor de nuestro Señor, y por el gran amor con que anda grangeando tornarnos á sí, pido yo se guarden de las ocasiones; porque puestos en ellas, no hay que fiar, donde tantos énemigos nos combaten y tantas flaquezas hay en nosotros, para defendernos. Quisiera yo saber figurar la catividad, que en estos tiempos traia mi alma, porque bien entendia yo que lo estaba, y no acababa de entender en qué, ni podia creer del todo, que lo que los confesores no me agraviaban tanto, fuese tan malo, como yo lo sentia en mi alma. Díjome uno, yendo yo á él con escrúpulo, que aunque tuviese subida contemplación, no me eran inconveniente semejantes ocasiones y tratos.
Esto era ya á la postre, que yo iba con el fervor de Dios apartándome mas de los peligros grandes, mas no me quitaba del todo de la ocasión. Como me veian con buenos deseos y ocupacion de oracion, parecíales hacia mucho; mas entendia mi alma, que no era hacer lo que era obligado por quien debia tanto: lástima la tengo ahora de lo mucho que paso, y el poco socorro que de ninguna parte tenia, sino de Dios, y la mucha salida que le daban para sus pasatiempos y contentos, con decir eran lícitos.
Pues el tormento en los sermones no era pequeño, y era aficionadísima á ellos, de manera que si via alguno predicar con espíritu, y bien, un amor particular le cobraba, sin procurarlo yo, que no sé quién me le ponia: casi nunca me parecia tan mal sermon, que no le oyese de buena gana; aunque, al dicho de los que le oian, no predicase bien. Si era bueno, érame muy particular recreacion. De hablar de Dios, ú oir de El, casi nunca me cansaba; esto despues que comencé oracion. Por un cabo tenia gran consuelo en los sermones, por otro me atormentaba; porque allí entendia yo, que no era la que habia de ser con mucha parte. Suplicaba el Señor me ayudase; mas debia faltar, á lo que ahora me parece, de no poner en todo la confianza en su Majestad, y perderla de todo punto de mí. Buscaba remedio, hacia diligencias; mas no debía entender, que todo aprovecha poco, si, quitada de todo punto la confianza de nosotros, no la ponemos en Dios.
Deseaba vivir, que bien entendia que no vivia, sino que peleaba con una sombra de muerte, y no habia quien me diese vida: quien me la podia dar, tenia razon de no socorrerme, pues tantas veces me habia tornado á Si, y yo dejádole.