Su vida (Santa Teresa de Jesús)/Capítulo V
CAPITULO V
Olvidé de decir cómo el año del noviciado pasé grandes desasosiegos con cosas que en sí tenian poco tomo, mas culpábanme sin tener culpa hartas veces; yo lo llevaba con harta pena é imperfecion, aunque con el gran contento que tenia de ser monja, todo lo pasaba. Como me vian procurar soledad y me vian llorar por mis pecados algunas veces, pensaban era descontento, y ansi lo decian. Era aficionada á todas las cosas de religion, mas no á sufrir ninguna que pareciese menosprecio. Holgábame de ser estimada, era curiosa en cuanto hacia, todo me parecia virtud; aunque esto no me será disculpa, porque para todo sabia lo que era procurar mi contento, y ansí la ignorancia no quita la culpa. Alguna tiene no estar fundado el monasterio en mucha perfecion: yo como ruin íbame á lo que via falto y dejaba lo bueno. Estaba una monja entonces enferma de grandísima enfermedad y muy penosa, porque eran unas bocas en el vientre, que se le habian hecho de opilaciones, por donde echaba lo que comia: murió presto de ello. Yo via á todas temer aquel mal; á mí hacíame gran envidia su paciencia. Pedia á Dios que dándomela ansí á mí, me diese las enfermedades que fuese servido. Ninguna me parece temia, porque estaba tan puesta en ganar bienes eternos, que por cualquier medio me determinaba á ganarlos. Y espántome, porque aun no tenia, á mi parecer, amor á Dios, como despues que comencé á tener oracion me parecia á mí le he tenido; sino una luz de parecerme todo de poca estima lo que se acaba, y de mucho precio los bienes que se pueden ganar con ello, pues son eternos. También me oyó en esto su Majestad, que antes de dos años estaba tal, que aunque no el mal de aquella suerte, creo no fué menos penoso y trabajoso el que tres años tuve, como ahora diré.
Venido el tiempo, que estaba aguardando en el lugar que digo, que estaba con mi hermana para curarme, lleváronme, con harto cuidado de mi regalo, mi padre y hermana y aquella monja mi amiga, que había salido conmigo, que era muy mucho lo que me queria. Aquí comenzó el demonio á descomponer mi alma, aunque Dios sacó de ello harto bien. Estaba una persona de la Iglesia, que risidia en aquel lugar adonde me fuí á curar, de harto buena calidad y entendimiento: tenia letras, aunque no muchas. Yo comencéme á confesar con él, que siempre fuí amiga de letras, aunque gran daño hicieron a mi alma confesores medio letrados; porque no los tenia de tan buenas letras como quisiera. He visto por espiriencia que es mijor, siendo virtuosos y de santas costumbres, no tener ningunas, que tener pocas; porque ni ellos se fian de sí, sin preguntar á quien las tenga buenas, ni yo me fiara; y buen letrado nunca me engañó. Estotros tampoco me debian de querer engañar, sino no sabian mas: yo pensaba que sí, y que no era obligada á mas de creerlos, como era cosa ancha lo que me decian, y de mas libertad; que si fuera apretada, yo soy tan ruin que buscara otros. Lo que era pecado venial, decíanme que no era ninguno. Lo que era gravísimo mortal, que era venial. Esto me hizo tanto daño, que no es mucho lo diga aquí, para aviso de otras de tan gran mal, que para delante de Dios bien veo no me es disculpa, que bastaban ser las cosas de su natural no buenas, para que yo me guardara de ellas. Creo permitió Dios por mis pecados ellos se engañasen, y me engañasen á mí: yo engañé á otras hartas, con decirles lo mesmo, que á mí me habian dicho.
Duré en esta ceguedad creo mas de dicisiete, hasta que un padre dominico, gran letrado, me desengafó en cosas, y los de la Compañía de Jesus del todo me hicieron tanto temer, agraviándome tan malos principios, como despues diré. Pues comenzándome á confesar con este que digo él se aficionó en extremo á mí, porque entonces tenia poco que confesar, para lo que despues tuve, ni lo habia tenido despues de monja. No fué la afecion de este mala, mas de demasiada afecion venia á no ser buena. Tenia entendido de mí que no me determinaria á hacer cosa contra Dios, que fuese grave, por ninguna cosa, y él también me aseguraba lo mesmo, y ansí era mucha la conversacion.
Mas mis tratos entonces, con el embebecimiento de Dios que traia, lo que mas gusto me daba era tratar cosas de El; y como era tan niña, hacíale confusion ver esto, y con la gran voluntad que me tenia, comenzó á declararme su perdicion; y no era poca, porque habia casi siete años que estaba en muy peligroso estado, con afecion y trato con una mujer del mesmo lugar, y con esto decia misa.
Era cosa tan pública, que tenia perdida la honra y la fama, y nadie le osaba hablar contra esto. A mí hízoseme gran lástima, porque le queria mucho, que esto tenia yo de gran liviandad y ceguedad, que me parecia virtud ser agradecida, y tener ley á quien me queria. Maldita sea tal ley, que se extiende hasta ser contra la de Dios. Es un desatino que se usa en el mundo, que me desatina; que debemos todo el bien que nos hacen á Dios, y tenemos por virtud, aunque sea ir contra él, no quebrantar esta amistad. ¡Oh ceguedad de mundo! Fuérades vos servido, Señor, que yo fuera ingratísima contra todo él, y contra vos no lo fuera un punto; mas ha sido todo al revés por mis pecados. Procuré saber é informarme mas de personas de su casa; supe mas la perdicion, y vi que el pobre no tenia tanta culpa; porque la desventurada de la mujer le tenia puestos hechizos en un idolillo de cobre, que le habia rogado le trajese por amor de ella al cuello, y este nadie habia sido poderoso de podérsele quitar. Yo no creo es verdad esto de hechizos determinadamente, mas diré esto que yo ví, para aviso de que se guarden los hombres de mujeres, que este trato quieren tener; y crean, que pues pierden la vergüenza á Dios (que ellas mas que los hombres son obligadas á tener honestidad) que ninguna cosa de ellas pueden confiar; y que, á trueco de llevar adelante su voluntad y aquella afecion, que el demonio les pone, no miran nada. Aunque yo he sido tan ruin, en ninguna desta suerte yo no caí, ni jamás pretendí hacer mal, ni, aunque pudiera, quisiera forzar la voluntad para que me la tuvieran, porque me guardó el Señor de esto; mas si me dejara, hiciera el mal que hacia en lo demás, que de mí ninguna cosa hay que fiar. Pues como supe esto, comencé á mostrarle mas amor: mi intencion buena era, la obra mala; pues por hacer bien, por grande que sea, no habia de hacer un pequeño mal. Tratábale muy ordinario de Dios: esto debia aprovecharle, aunque mas creo le hizo al caso el quererme mucho; porque, por hacerme placer, me vino á dar el idolillo, el cual hice echar luego en un rio. Quitado esto comenzó, como quien despierta de un gran sueño, á irse acordando de todo lo que habia hecho aquellos años, y espantándose de sí, doliéndose de su perdicion, vino á comenzar á aborrecerla. Nuestra Señora le debia ayudar mucho, que era muy devoto de su Concecion, y en aquel dia hacia gran fiesta. En fin, dejó del todo de verla, y no se hartaba de dar gracias á Dios, por haberle dado luz. A cabo de un año en punto, desde el primer dia que yo le ví, murió: ya había estado muy en servicio de Dios, porque aquella aficion grande que me tenia, nunca entendí ser mala, aunque pudiera ser con mas puridad; mas también hubo ocasiones para que, si no se tuviera muy delante á Dios, hubiera ofensas suyas mas graves. Como he dicho, cosa que yo entendiera era pecado mortal, no la hiciera entonces; y paréceme que le ayudaba á tenerme amor, ver esto en mí. Que creo todos los hombres deben deben ser mas amigos de mujeres que ven enclinadas á virtud; y aun para lo que acá pretenden, deben de ganar con ellos mas por aquí, sigun despues diré. Tengo por cierto está en carrera de salvación. Murió muy bien, y muy quitado de aquella ocasion; parece quiso el Señor que por estos medios se salvase.
Estuve en aquel lugar tres meses con grandísimos trabajos, porque la cura fué mas recia que pedia mi complexion: á los dos meses, á poder de medicinas, me tenía casi acabada la vida; y el rigor del mal de corazon, de que me fuí á curar, era mucho mas recio, que algunas veces me parecia con dientes agudos me asian de él, tanto que se temió era rabia. Con la falta grande de virtud (porque ninguna cosa podia comer, sino era bebida de gran hastío, calentura muy contina y tan gastada, porque casi un mes me habian dado una purga cada dia) estaba tan abrasada, que se comenzaron á encoger los niervos, con dolores tan incomportables, que dia ni noche ningun sosiego pidia tener, y una tristeza muy profunda. Con esta ganancia me tornó á traer mi padre, adonde tornaron á verme médicos: todos me deshauciaron, que decían, sobre todo este mal, estaba ética.
Desto se me daba á mí poco; los dolores eran los que me fatigaban, porque eran en un ser desde los pies hasta la cabeza; porque de niervos son intolerables, segun decian los médicos, y como todos se encogian, cierto si yo no lo hubiera por mi culpa perdido, era recio tormento. En esta reciedumbre no estaria mas de tres meses, que parecia imposible poderse sufrir tantos males junos. Ahora me espanto, y tengo por gran merced del Señor la paciencia que su Majestad me dió, que se veia claro venir de él. Mucho me aprovechó para tenerla haber leido la historia de Job en los Morales de San Gregorio, que parece previno el Señor con esto, y con haber comenzado á tener oracion, para que yo lo pudiese llevar con tanta conformidad. Todas mis pláticas eran con El. Traia muy ordinario estas palabras de Job en el pensamiento, y decíalas: Pues recibimos los bienes de la mano del Señor, ¿por qué no sufrirémos los males? Esto parece me ponia esfuerzo.
Vino la fiesta de Nuestra Señora de Agosto, que hasta entonces desde abril habia sido el tormento, aunque los tres pustreros meses mayor. Dí priesa á confesarme, que siempre era muy amiga de confesarme á menudo. Pensaron que era miedo de morirme; y por no me dar pena, mi padre no me dejó. ¡Oh amor de carne demasiado, que aunque sea de tan católico padre y tan avisado (que lo era harto, que no fué inorancia) me pudiera hacer gran daño! Dióme aquella noche un parajismo, que me duró estar sin ningun sentido cuatro dias, poco menos: en esto me dieron el sacramento de la Uncion, y cada hora y memento pensaban espiraba, y no hacian sino decirme el credo, como si alguna cosa entendiera. Teníanme á veces por tan muerta, que hasta la cera me hallé despues en los ojos. La pena de mi padre era grande de no me haber dejado confesar; clamores y oraciones á Dios muchas: bendito sea El, que quiso oirlas, que tiniendo dia y medio abierta la sepoltura en mi monesterio, esperando el cuerpo allá, y hechas las honras en uno de nuestros frailes, fuera del aquí, quiso el Señor tornase en mí: luego me quise confesar. Comulgué con hartas lágrimas, mas á mi parecer, que no eran con el sentimiento y pena de solo haber ofendido á Dios, que bastara para salvarme, si el engaño que traia de los que me habian dicho no eran algunas cosas pecado mortal, que cierto he visto despues lo eran, no me aprovechara. Porque los dolores eran incomportables, con que quedé el sentido poco, aunque la confesion entera, á mi parecer, de todo lo que entendí habia ofendido á Dios; que esta merced me hizo su Majestad, entre otras, que nunca despues que comencé á colmulgar, dejé cosa por confesar, que yo pensase era pecado, aunque fuese venial, que le dejase de confesar; mas sin duda me parece que lo iba harto mi salvacion si entonces me muriera, por ser los confesores tan poco letrados por una parte, y por otra ser yo tan ruin, y por muchas.
Es verdad, cierto, que me parece estoy con tan gran espanto llegando aquí, y viendo como parece me resucitó el Señor, que estoy casi temblando entre mí. Paréceme fuera bien, oh ánima mia, que miráras del peligro que el Señor te habia librado, y ya que por amor no le dejabas de ofender, lo dejaras por temor, que pudiera otras mil veces matarte en estado mas peligroso. Creo, no añido muchas en decir otras mil, aunque me riña quien me mandó moderase el contar mis pecados, y harto hermoseados van. Por amor de Dios le pido de mis culpas no quite nada, pues se ve mas aquí la manificencia de Dios, y lo que sufre á un alma. Sea bendito para siempre: plegue á su Majestad que antes me consuma que le deje yo mas de querer.