Su vida (Santa Teresa de Jesús)/Capítulo III
CAPITULO III
Pues comenzando á gustar de la buena y santa conversación de esta monja[1], holgábame de oirla cuán bien hablaba de Dios, porque era muy discreta y santa. Esto á mi parecer en ningun tiempo dejé de holgarme de oirlo. Comenzóme á contar cómo ella habia venido á ser monja por solo leer lo que dice el Evangelio, muchos son los llamados y pocos los escogidos. Decíame el premio que daba el Señor á los que todo lo dejan por él. Comenzó esta buena compañía á desterrar las costumbres que habia hecho la mala, y á tornar á poner en mi pensamiento deseo de las cosas eternas, y á quitar algo la gran enemistad que tenia con ser monja, que se me habia puesto grandísima; y si veia alguna tener lágrimas cuando rezaba, ú otras virtudes, habíala mucha envidia, porque era tan recio mi corazon en este caso, que si leyera toda la pasion, no llorara una lágrima: esto me causaba pena. Estuve año y medio en este monesterio harto mijorada; comencé á rezar muchas oraciones vocales, y á procurar con todas me encomendasen á Dios, que me diese el estado en que le habia de servir; mas todavia deseaba no fuese monja, que este no fuese Dios servido de dármele, aunque tambien temia el casarme. A cabo de este tiempo que estuve aquí, ya tenia mas amistad de ser monja, aunque no en aquella casa, por las cosas más virtuosas, que despues entendí tenian, que me parecian estremos demasiados; y habia algunas de las mas mozas que me ayudaban en esto, que si todas fueran de un parecer mucho me aprovechara. También tenia yo una grande amiga en otro monesterio, y esto me era parte para no ser monja, si lo hubiese de ser, sino adonde ella estaba. Miraba mas el gusto de mi sensualidad y vanidad, que lo bien que me estaba á mi alma.
Estos buenos pensamientos de ser monja me venian algunas veces y luego se quitaban, y no podia persuadirme á serlo.
En este tiempo, aunque yo no andaba descuidada de mi remedio, andaba mas ganoso el Señor de disponerme para el estado que me estaba mijor. Dióme una gran enfermedad, que hube de tornar en casa de mi padre. En estando buena lleváronme en casa de mi hermana[2], que residia en una aldea, para verla, que era extremo el amor que me tenia, y á su querer no saliera yo de con ella; y su marido también me amaba mucho, al menos mostrábame todo regalo, que aun esto debo mas al Señor, que en todas partes siempre le he tenido, y todo se lo servia como la que soy. Estaba en el camino un hermano de mi padre[3], muy avisado y de grandes virtudes, viudo, á quien tambien andaba el Señor dispuniendo para sí, que en su mayor edad dejó todo lo que tenia, y fué fraile, y acabó de suerte, que creo goza de Dios: quiso que me estuviese con él unos dias. Su ejercicio era buenos libros de romance, y su hablar era lo mas ordinario de Dios y de la vanidad del mundo: hacíame le leyese, y aunque no era amiga de ellos, mostraba que sí: porque en esto de dar contento á otros he tenido estremo, aunque á mí me hiciese pesar, tanto que en otras fuera virtud y en mí ha sido gran falta, porque iba muchas veces muy sin discreción. ¡Oh, válame Dios, por qué términos me andaba su Majestad dispuniendo para el estado en que se quiso servir de mí, que, sin quererlo yo, me forzó á que hiciese fuerza! sea bendito por siempre, amen. Aunque fueron los dias que estuve pocos, con la fuerza que hacian en mi corazon las palabras de Dios, ansí leidas como oidas, y la buena compañía, vine á ir entendiendo la verdad de cuando niña, de que no era todo nada y la vanidad del mundo, y como acababa en breve y á temer, si me hubiera muerto, como me iba al infierno; y aunque no acababa mi voluntad de inclinarse á ser monja, vi era le mijor y mas siguro estado; y ansí poco á poco me determiné á forzarme para tomarle.
En esta batalla estuve tres meses, forzándome á mí mesma con esta razon, que los trabajos y pena de ser monja, no podia ser mayor que la del purgatorio, y que yo habia bien merecido el infierno; que no era mucho estar lo que viviese como en purgatorio, y que despues me iria derecha al cielo, que este era mi deseo; y en este movimiento de tomar este estado, mas me parece me movia un temor servil, que amor. Poníame el demonio, que no podria sufrir los trabajos de la religión, por ser tan regalada: á esto me defendia con los trabajos que pasó Cristo, porque no era mucho yo pasase algunos por él; que él me ayudaria á llevarlos debia pensar, que esto postrero no me acuerdo: pasé hartas tentaciones estos dias. Habíanme dado con unas calenturas unos grandes desmayos, que siempre tenia bien poca salud. Dióme la vida haber quedado ya amiga de buenos libros: leia en las Epístolas de san Jerónimo, que me animaban de suerte, que me determiné á decirlo á mi padre, que casi era como tomar el hábito; porque era tan honrosa, que me parece no tornara atrás de ninguna manera, habiéndolo dicho una vez. Era tanto lo que me queria, que en ninguna manera lo pude acabar con él, ni bastaron ruegos de personas, que procuré le hablasen. Lo que mas se pudo acabar con él fué, que despues de sus dias haria lo que quisiese. Yo ya me temia á mí y á mi flaqueza no tornase atrás, y ansi no me pareció me convenia esto, y proculélo por otra via, como ahora diré.