A Amado Nervo




¡De nuevo son las rosas de Octubre, Otoño mío...!
Han escondido el sol en una cueva obscura...
y los pálidos dedos del inmortal Hastío
estrujan –rosa seca– mi pasada ventura.

¡Lacerante recuerdo de la extinta dulzura
que torna vanamente al corazón vacío...!
Perdimos el sendero y la noche perdura
–¡la noche!– y aún no brilla tu luminar, ¡Dios mío!

Los años son guirnalda florecida
–pensamos– una fiesta es nuestra vida...
E hicimos una fiesta de toda ella...

Pero sonó el Destino inexorable su hora
y el brusco despertar nos anunció la aurora
verdadera, la aurora sin flor y sin estrella.