Soledades (al Duque de Béjar)
Pasos de un peregrino son, errante, Cuantos me dictó versos dulce Musa En soledad confusa, Perdidos unos, otros inspirados. ¡O tú que de venablos impedido —Muros de abeto, almenas de diamante—, Bates los montes que de nieve armados Gigantes de cristal los teme el cielo, Donde el cuerno, del eco repetido, Fieras te expone, que — al teñido suelo, Muertas, pidiendo términos disformes— Espumoso coral le dan al Tormes!: Arrima a un frexno el frexno, cuyo acero, Sangre sudando, en tiempo hará breve Purpurear la nieve; Y, en cuanto da el solícito montero, Al duro robre, al pino levantado —Émulos vividores de las peñas— Las formidables señas Del oso que aun besaba, atravesado, La asta de tu luciente jabalina, —O lo sagrado supla de la encina Lo Augusto del dosel, o de la fuente La alta cenefa, lo majestuoso Del sitïal a tu Deidad debido—, ¡O Duque esclarecido! Templa en sus ondas tu fatiga ardiente, Y, entregados tus miembros al reposo Sobre el de grama césped, no desnudo, Déjate un rato hallar del pie acertado Que sus errantes pasos ha votado A la real cadena de tu escudo. Honre suave, generoso nudo, Libertad, de Fortuna perseguida; Que, a tu piedad Euterpe agradecida, Su canoro dará dulce instrumento, Cuando la Fama no su trompa al viento.
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