Sobre los últimos borradores de un libro
poco a poco me voy durmiendo, en mi patria pensando, sueño correr en el campo en que niño corrí tantas veces.
José Eusebio Caro.
¡Páginas queridas! ¡Demasiado queridas quizá
Mis ojos han vuelto a llorar sobre ellas. Las altas horas de la noche me han
sorprendido muchas veces con la frente apoyada sobre estas últimas, desalentado
para trazar algunos renglones más.
Al menos en las riberas salvajes del Dagua, el bramido de sus corrientes
arrastrandose a los pies de mi choza, iluminada en medio de las tinieblas del
desierto, parecía avisarme que él velaba conmigo.
Las brisas de aquellas selvas ignotas venían a refrescar mi frente calenturienta.
Mis ojos, fatigados por el insomnio, veían blanquear las espumas bajo
los peñascos coronados de chontas, cual jirones de un sudario que agitara el
viento sobre el suelo negro de una tumba removida.
Aquí el silencio forzado de la ciudad, las paredes de mi pobre albergue por horizonte.
Las campanadas de torreón, centinela tenebroso, importunándome
con el golpe de las horas en que necesito reposar para vivir...
Vuela tú, entristecida alma mía: cruza las pampas, salva las cumbres que
me separan del valle natal. ¡Cuán bello debe de estar ahora entoldado por las
gasas azules de la noche! Ciérnete sobre sus montañas; vaga otra vez bajo
esos bosques que me niegan su sombra...
Como en la orilla juncosa de laguna solitaria, cuando llega la noche, se ve
un grupo de garzas dormidas, juntas, de pie y escondido los cuellos bajo las alas,
así blanquea a lo lejos en medio de sotos umbríos la casa de mis padres.
¡Descansa y llora sobre sus umbrales, alma mía!
Yo volveré a visitarla cuando las malezas crezcan enmarañadas sobre los
escombros de sus pavimentos, cuando lunas que vendrán, bañen con malicenta
luz aquellos muros sin techumbre ya, ennegrecidos por los años y carcomidos por las lluvias.
¡No! Yo pisaré venturoso esa morada a la luz del mediodía: los pórticos y
columnas estarán decorados con guirnaldas de flores: en los salones resonarán
músicas alegres; todos los seres que amo me rodearán allí, Los labradores vecinos,
y los menesterosos, irán a dar la bienvenida a los hijos de aquel a quien
tanto amaban; y en los sotos silenciosos ahora, reinará el júbilo, porque los
pobres encontrarán servido su festín bajo esas sombras.
Exótico señor de aquella morada, ¿Qué mano invisible arroja de allí a los tuyos?
sirven las riquezas al avaro para enseñar a los malos contra el bueno;
Pero hay un juez a quien no se puede seducir con oro...
No tardes en volver, alma mía. Ven pronto a interrumpir mi sueño, bella
visionaria, adorable compañera de mis dolores. Trae humedecidas tus alas
con el rocío de las patrias selvas, que yo enjugaré amoroso tus plumajes;
con las esencias de las flores desconocidas de sus espesuras, venga perfumada la
tenue gasa de tus ropajes; y cuando ya aquí sobre mis labios suspires, despierte
yo creyendo haber oído susurrar las auras de las noches de estío en los naranjos
del huerto de mis amores.