Sobre la libertad y la propiedad
Soy yo ciudadanos, como vosotros bien sabeis, el hombre que escribió esas palabras: “¡La propiedad es robo!” no vengo a retirarlas, ¡Dios me libre! Persisto en tomar esa definición provocativa como la mayor verdad de nuestro siglo. Tampoco tengo intención de insultar sus convicciones: todo lo que pido, es decirles cómo yo – defensor de la familia y del hogar, y adversario del comunismo que soy – entiendo que la negación de la propiedad es necesaria para la abolición de la miseria, para la emancipación del proletariado. Es por sus frutos que se debe juzgar una doctrina: juzguen entonces mi teoría por mi práctica.
Cuando digo, “¡La propiedad es un robo!”, no propongo un principio; sino expresar una conclusión. Vosotros entenderéis la enorme diferencia inmediatamente. Sin embargo, si la definición de propiedad que yo propongo es sólo la conclusión, o al contrario, si es la fórmula general del sistema económico, ¿cuál es el principio de ese sistema, cuál es la práctica y cuáles son sus formas? Mi principio, ciudadanos, lo cual parecerá chocante para vosotros, mi principio es suyo; es la propia propiedad. Yo no tengo otro símbolo, ni otro principio excepto aquel de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano: Libertad, igualdad, seguridad, propiedad.
Como la Declaración de los Derechos, yo defino libertad como el derecho de hacer cualquier cosa que no perjudique a otros. Nuevamente, como la Declaración de Derechos, yo defino la propiedad, provisoriamente, como el derecho de disponer libremente de la propia renta, de los frutos del trabajo y la industria. Aquí está la totalidad de mi sistema: libertad de conciencia, libertad de prensa, libertad de trabajo, libre cambio, libertad en la educación, libre competencia, libre disposición de los frutos del trabajo y la industria, libertad ad infinitum, libertad absoluta, libertad para todos y siempre.
Y ese es el sistema del 89 y del 93; el sistema de Quesnay, de Turgot, de J.B Say; el sistema que es siempre profesado, con más o menos inteligencia y buena fe, por los varios órganos de los partidos políticos, el sistema de los Dèbats, de la Presse, del Constitutionnel, del Siècle, del Nationale, de la Reforme, de la Gazette; en fin, ese es su sistema, votantes. Simple como la unidad, vasto como la infinidad, ese sistema sirve para sí mismo y para otros como criterio. En una palabra es comprendido y fuerza a su adhesión; nadie quiere un sistema en el cual la libertad es realmente mínimamente respetada. Una palabra identifica e impide todos los errores: ¿qué podría ser más fácil que decir qué es o no es la libertad?
Libertad entonces, nada más, nada menos. Laissez faire, laissez passer, en el sentido más amplio y literal; consecuentemente la propiedad, surgida legítimamente de esa libertad, es mi principio. Ninguna otra solidaridad entre ciudadanos más que aquella que aparece espontáneamente por necesidad: que, sin embargo, se relaciona a través de las acciones libres, y por las manifestaciones del pensamiento reflexivo, completa y absoluta insolidario. (…) ¿Quién no percibe que la organización mutualista de cambio, de circulación, de crédito, de compraventa y venta, que es el fin de los impuestos y tarifas de cualquier naturaleza que pone trabas a la producción y gravámenes a los bienes, irresistiblemente llevan a los productores, cada uno siguiendo su especialidad, en dirección a una centralización análoga a la del Estado, pero en la cual ninguno obedece, nadie es dependiente, y todos son libres y soberanos?
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