Sobre la Patagonia
En el valle del Chupat se ha establecido una colonia de emigrantes del país de Gales, de cuya prosperidad se hacen lenguas... los que tienen terrenos que vender allí: trátase de terrenos de pasto. También se dice que es un gran país para la ganadería el valle de Río Negro; pero lo mismo éste que el otro habrán de tardar muy mucho en verse favorecidos por la colonización, pues no hay ferrocarriles que les pongan en comunicación con los puertos o centros comerciales. La única línea que se puede utilizar para ir a Patagonia es la que partiendo de Buenos Aires termina en Bahía Blanca, es decir, aún algo al N. de la antigua frontera argentino-patagona. Trátase, sin embargo, de construir un ferrocarril transversal que. partiendo de la bahía de San Blas, entre las desembocaduras de Río Colorado y Río Negro en el Atlántico, termine en Valdivia, puerto meridional de Chile, en el Pacífico, atravesando, por consiguiente, los Andes por Araucania.
Esos indios patagones viven del producto de la caza de guanacos y avestruces. El guanaco o llama de Patagonia resulta ser con toda evidencia la especie primitiva de que descienden la llama y la alpaca del Perú; vive en manadas, a las órdenes de un macho viejo, y se le encuentra desde la Tierra del Fuego hasta las más elevadas cumbres de los Andes, pero sobreabunda en toda la Patagonia, no siendo extraño ver en un solo día más de mil guanacos. Es algo mayor que la llama y de formas más esbeltas, muy fácil de domesticar, pero no es tan cariñoso ni tan juguetón ni tan inteligente como lo son la llama y la vicuña. En cambio, el guanaco es menos caprichudo. Un hecho que ya observó Darwin es que los guanacos suelen depositar sus excrementos en un lugar determinado, y que acuden a dicho... excusado lugar muchos guanacos a la vez.
Los patagones cazan los guanacos antes de que pasen de dos meses; pues, una vez los pequeñuelos han llegado a esta edad, ya su piel no es utilizable para la confección de capas. A los tres años, el animal ha adquirido todo su desarrollo, y puédese decir entonces "que relincha como el caballo, es lanudo como un carnero, tiene el cuello de camello, los pies de ciervo y corre más rápido que el diablo."
El avestruz de Patagonia hace muy buenas migas con el guanaco, y vive en los mismos parajes que éste. Ese avestruz es bastante pequeño, aunque rechoncho y de color claro. Vive en manadas, y es particular que el que incuba los huevos sea el macho, el cual, además, es el defensor de la prole contra los cóndores, buitres, halcones, zorros, pumas y gatos pajeros, que van en busca de los huevos o de los polluelos.
El enemigo más terrible del pobre guanaco es el puma, o león americano, del tamaño de un perrazo de Terranova, aunque más corto de piernas y más largo de cuerpo; pelambre amarillento y lustroso. El puma es muy cobarde ante el hombre, pero causa estragos en los rebaños de cabras y corderos, matando por el placer de matar y lamer la sangre.
El cóndor, aunque se alimenta, por lo general, de cadáveres, ataca también a los becerros, cabritillos y llamas vivos, a los cuales mata de un picotazo o bien los despeña a fuerza de aletazos al fondo de un precipicio, donde va a comérselos después. El avechucbo ha llegado hasta a precipitar bueyes, en ocasión propicia.
Ciérnese este pajarraco hasta alturas a 7,000 metros sobre el nivel del mar; de manera que es el ave que vuela más alto. El cóndor es tan repugnante, que se caza de este modo: se sala un cadáver de caballo o de buey, el cual se coloca en algún sitio en que puedan emboscarse algunos hombres. Bajan los avechuchos (urubus, buitres, chimangos, carranchos, cóndores) a devorar la presa; y de tal manera se atiborran los cóndores, que acaban por no poder menearse. Entonces salen los emboscados y los matan a palos. Los cóndores adultos miden a veces 4 metros de extremo a extremo de las alas.
Pero volvamos ya a nuestros carneros; digo, guanacos. Cazan los patagones los guanacos con las bolas lanzadas con el lazo y con el auxilio de galgos. A tiros no se alcanzarla nada; pues, aun gravemente herido, consigue el guanaco escapar para ir a morir en un rincón oculto.
Ese animal es precioso desde el punto de vista de la utilidad que presta: su carne es comestible, pareciéndose a la del choto, y seca, salada y pulverizada constituye el charqui, inapreciable recurso en los viajes largos. Los patagones comen el guanaco al asador y hacen caldo con sus huesos y despojos. El cuero de los guanacos adultos sirve para la construcción de toldos de tiendas, bridas, recados, bolas, cinturones, correas, lazos, mientras que el cuero de los guanacos jóvenes sirve para fabricar las magnificas capas llamadas quillangos. Las patagonas extienden sobre el suelo las pieles, húmedas aún; las estiran sujetándolas con fuertes espinas; rascan la cara desprovista de pelos con raspadores de pedernal ú obsidiana; las barnizan con grasa de avestruz, luego las cosen con tendones de pata de avestruz (generalmente trece pieles de guanaquito forman una capa), y, por fin, pintan la cara lisa, que es la que va afuera, con ocre, sobre cuyo fondo trazan luego rayas azules y negras formando caprichosos arabescos. Otro punto de contacto entre los patagones y nuestros prehistóricos, además de valerse de herramientas de piedra, es que las mujeres pata gonas hilan la lana de guanaco con un huso enteramente igual a los encontrados en las habitaciones palustres de la vieja Europa.
También los patagones se fabrican capas con piel de puma, de gato montés, de mofeta y de cochinillo de Indias. Las más caras son las de mofeta.
La caza del avestruz proporciona también muchas utilidades. En primer lugar, la carne del animal es excelente, asemejándose a la de la oca. Su grasa sirve para mezclarla con el charqui y resulta un plato exquisito, además de lo cual sus tuétanos son boccato di cardinale; para los patagones. En cuanto a los huevos, basta con uno para quedar saciado.
La piel tiene muchos usos: si se le conservan las plumas, salen unas capas magníficas. Las plumas solas sirven para hacer plumeros, pues no pueden compararse en manera alguna con las de los avestruces del África Austral. Cuando el viajero Musters estuvo en Patagonia, pidiole un joven indio que lo llevase consigo a Inglaterra; pero, al saber que en aquellas tierras no había ni guanacos ni avestruces, se retractó, lo cual demuestra lógicamente el inmenso papel que en la vida patagona representan aquellos dos animales.
Gracias a la relación de Pigafetta, historiógrafo de la expedición de Magallanes, y a la obra de Gómara, que lo tomó de aquél, creyóse por mucho tiempo que la Patagonia estaba habitada por jayanes o gigantes. Tal fama, sin embargo, no era del todo injustificada, pues, realmente, los patagones alcanzan una estatura muy aventajada, en comparación de los demás indios, de igual manera que los Pomeranios (de donde se sacan los granaderos prusianos) se distinguen por su estatura del resto de los europeos.
La introducción del caballo por nuestros conquistadores, así como la de los metales, transformaron el modo de ser de los patagones, los cuales abandonaron aquellos arcos y flechas que les vieron blandir los compañeros de Magallanes y Elcano, no conservando sino las bolas y la lanza modificada, al mismo tiempo que se valían de cuchillos y empleaban perros para la caía. Hoy está próxima la extinción de la raza, pues apenas si quedarán un par de miles de patagones. El alcoholismo y las balas han acabado con ellos, como han acabado en los Estados Unidos con los Pieles Rojas. Los patagones actuales se dedican al pastoreo, o bien hacen la vida nómada. Su rostro es mucho mis atezado que su cuerpo, como sucede en todos los pueblos que se cubren con vestidos. Las facciones son duras y pronunciadas, frente deprimida, ojos estrechos y oblicuos, pómulos salientes y cabeza redondeada, lo cual les presta bastante semejanza con los mogoles. El pelo, negro, es muy abundoso; pero, en cambio, son absolutamente carilampiños, debido a la costumbre de arrancarse el vello del rostro. La población patagona actual consta de varios elementos: hay los indígenas (tehuelches), los pamperos y manzaneros, de origen araucano, y algunos pehuenches, chilenos.
Existe la costumbre de deformar los cráneos de los recién nacidos, atándoles fuertemente una cinta sobre el cráneo; pero, al parecer, esta deformación artificial no influye desfavorablemente en el desarrollo de la inteligencia.
Las mujeres son más pequeñas que los hombres, y las hay bastante agraciadas, especialmente las de raza araucana. En cambio, su belleza se marchita tempranísimamente.
Los plateros y herreros indígenas son habilísimos: los arreos y sillas que fabrican son del mejor gusto. Asombra la facilidad con que convierten un dnro de plata en una joya artísticamente trabajada, o un fleje de tonel en un buen cuchillo. El yunque y el martillo de las herrerías son de piedra.
Las mujeres visten una gran camisa de lana que baja hasta los tobillos, y está ceñida al talle por un cinturón bordado. En invierno pastan capa de pieles, y en verano una manta de tela de colores. Si hace mucho frío se calzan unas botas hechas con la piel de la pierna del guanaco, vuelta del revés, esto es, con el pelo adentro, estando guarnecidas exteriormente de muchas hileras de perlas de plata del mejor efecto. Aparte de esto, todas las indias gustan de lucir cuantas joyas pueden, constituyendo el colmo de la elegancia y la riqueza un cinturón de campanillas de plata.
Hombres y mujeres se embadurnan el cuerpo de rojo, que se saca del ocre, de blanco, que se obtiene pulverizando yeso y de un azul casi negro, que se obtiene de un mineral volcánico.
Los hombronazos fuman en pipas de cubo de piedra y tubo de metal, y mastican, lo mismo que las mujeres, una yerba llamada maqui.
Los únicos instrumentos músicos que conocen dicha gente es una nauta hecha de un peroné de guanaco, una especie de tamboril y grandes cuernos de caza, de cortezas de árbol. En los nacimientos, casamientos y fallecimientos (pero en ninguna otra ocasión) hay bailoteo, reservado exclusivamente a los hombres.
Los patagones, como todos los indios, son grandes jugadores: juegan a carreras de caballos, a cartas, a dados y a pelota.
Existe la poligamia, si bien, por lo regular, sólo los caciques pueden permitirse el lujo de poseer varias esposas.
Todas las fiestas terminan con grandes borracheras.
Los cadáveres son enterrados sentados, ora en una caverna, que se cuida de tapiar bien, o semisepultados en tierra y cubiertos de una pirámide de piedras. Por lo general, se inmolan ante la tumba los caballos del muerto, y aun a veces alguna vieja o algún prisionero.
Los patagones actuales son casi todos cristianos; pero conservan todavía muchas reminiscencias del chamanismo, culto propio de la raza mogola que habita el Asia del Norte, consistente en la creencia en ciertas prácticas de hechicería. No se ve que los patagones tributen ningún culto exterior. Creen, o creían antes de su conversión al cristianismo, conseguida por los esfuerzos de los PP. Franciscanos y Salesianos, en dos principios: uno bueno, Pillán, y otro malo, Gualichu, simbolizados por el Sol y la Luna, sirviendo de intermediarios entre ellos y los mortales unos brujos llamados machys, existentes aún hoy y depositarios de los secretos del arte de curar. Creen los patagones en la inmortalidad del alma, habiéndose forjado un paraíso adecuado a sus apetitos de buena caza y buenos tragos.
Los patagones tehuelches hablan una lengua especial, distinta de la de los patagones de origen pampero o araucano.
El régimen alimenticio es esencialmente carnívoro: carne de guanaco, de avestruz, de puma, de agutí, de ciervo; pero nada como la carne de caballo. Yendo más al S., goza de grandísima estimación el sebo. Los patagones pueden soportar largos ayunos; pero en cuanto llega la ocasión de atracarse es incomprensible la potencia de su voracidad. En cuanto a vegetales, limítanse a recoger manzanas y araucarias y algunas bayas, si bien el principal empleo de éstos es servir para la preparación de bebidas fermentadas. También comen las raíces de una planta que los botánicos han denominado Sphaeralcea specialis, cuyo sabor recuerda el de las castañas. Como los patagones no se han dedicado jamás a la agricultura, se comprende que sea tan limitado su consumo de vegetales.
La costa patagónica es una de las que ofrecen mayor desolación, y experiméntase desde ella, como en pocas, la más profunda impresión de lo que es la inmensidad del Océano. Sólo vagan por aquellas soledades algunos ganados, custodiados por pastores indios; y no se comprende, a la verdad, qué van a buscar allí, pues las pobres ovejas mueren de inanición una en pos de otra para servir de pasto a los buitres, cuando no se presenta algún puma a arrebatarlas todavía en vida. Y tampoco se comprende qué tienen que hacer allí los pumas, no siendo raro que se les encuentre muertos de sed. Probablemente, las tales alimañas, sedientas, creerán poder aplacar su tormento bebiendo agua del mar. En una palabra: no cabe imaginar una sequía comparable a la de las costas patagónicas del Atlántico, lo cual no impide que algunos desalmados, ávidos de explotar las salinas que hay allí de trecho en trecho, lleven a morir de sed y de hambre a tan horribles parajes a los infelices atorrantes de la capital argentina. Los naturalistas, en cambio, pueden recoger gran número de enseñanzas en la horrible costa de la Patagonia. Vense pasar grandes cetáceos, y el mar arroja con frecuencia cadáveres de tiburones. Nada más frecuente que contemplar desde la orilla los retozones juegos de los leones marinos, u Otarias. Las aves marinas, entre las que descuellan por su número las gaviotas, pósanse sobre los islotes, y bajan por el Chubut, hasta el mar, grandes bandadas de palmípedas y zancudas, cisnes de negro cuello, ocas, patos, garzas, etc.
Abundan los moluscos, depositados entre las algas, e incrustados en la roca aparecen los vestigios de la enorme ostra patagónica, que vivió allá en los tiempos terciarios.
Mi amigo suizo dedicó sus ocios en el valle del Chubut a estudiar la condición de los antiguos patagones, de aquellos que encontraron las compañeros de Magallanes, y ha podido reunir gran número de curiosas noticias.
Resulta con toda evidencia que los patagones, a la llegada de nuestros conquistadores, vivían aún, en pleno siglo xvi, en la edad de piedra, recurriendo, para la fabricación de sus armas, a los mismos procedimientos que nuestros prehistóricos europeos y que los actuales fuegios o fuegianos; tanto, que sería difícil distinguir entre un hacha de pedernal de España o de Suiza y un hacha patagona, a no ser por la materia algo diferente de que están labradas. De igual manera también que nuestros prehistóricos, conocían los patagones el fuego y fabricaban objetos de cerámica; cazaban, iban vestidos de pieles, se adornaban con groseras joyas y se pintaban el cuerpo. Muchos son los exploradores que han recogido abundantísimos ejemplares de hachas, puntas de flecha, cuchillos, etc., en los paraderos antiguos campamentos indígenas, situados, sin excepción, a orillas de los ríos.
Parece ser que los antiguos habitantes no hacían, como los indígenas de hoy, vida de nómadas; pero, con todo, veíanse obligados con frecuencia a emprender larguísimas emigraciones. Vivían del producto de la caza o de la pesca, y, cuando eso faltaba, de los moluscos que habitaban las márgenes de los ríos.
La cerámica anterior a la conquista (pues los patagones de hoy han olvidado el arte del alfarero) es muy interesante, a pesar de su tosquedad. Fabricábase a mano; la pasta era negra o roja, apareciendo mezclada con pedacitos de sílice, a fin, sin duda, de compensar las imperfecciones de la cocción. En algunos de los cacharros se descubren tentativas de toscos dibujos.
Las hachas recogidas en los paraderos de Patagonia son de serpentina o de diorita, y debían estar sujetas a un mango de palo por medio de tendones de pata de avestruz. Los fragmentos a propósito de sílice y de obsidiana se empleaban a guisa de cuchillos y sierras: con los primeros cortaban a trozos las pieles, y con las segundas las ramas que debían servir de mangos.
Encuéntrase también abundancia de rascadores que servían para preparar las pieles de igual manera que los de hoy (y por cierto que de esta palabra rascador de cueros han hecho los franceses su Rastaquoére, que ha pasado a ser la expresión del tipo del ultramarino petardista). Los rascadores son de pedernal, calcedonia, ópalo, jaspe, ágata, obsidiana, madera silicificada, pórfido, traquitos, etc., y estaban sujetos a mangos o asas en forma de herradura de caballo.
Figuraban en el mobiliario patagón antiguo almireces. Los morteros eran de granito, y las manos de asperón. Los almireces servían para triturar la caza y pesca secas. En punto a flechas, baste decir que sólo en el Museo de La Plata hay más de 10,000 ejemplares; son de muchos tipos; pero todas se distinguen por la admirable finura de su ejecución; las hay que no exceden de 12 milímetros. Estarían montadas, seguramente, en cañas. La madera de los arcos procedería de árboles de la Cordillera, y las cuerdas de tendones de animales, pues no existe allí ninguna planta textil. Por lo demás, bien puede decirse aquello de que al cabo de años mil... Vemos que, en efecto, los cirujanos de hoy han vuelto a utilizar, como los patagones, los tendones de animales, echando mano de los del kanguro, como grandemente resistentes.
Lo que pasma verdaderamente en la fabricación de esas flechas es que hubiesen podido ser ejecutadas con tan groseras herramientas; a saber: un martillo de piedra para desbastar el guijarro, y luego una tibia de guanaco para el trabajo fino. Pero esos salvajes tienen una habilidad sin igual para tales empresas. Los fuegianos a quienes se llevó una temporada al Jardín de Aclimatación de París dejaban asombrado a todo el mundo con la destreza con que, mediante un simple pedazo de vidrio, convertían en una linda flauta una tibia de carnero.
Hállanse también en los paraderos gran número de bolas, como las que usan los gauchos, tan bien hechas que se dirían trabajadas a torno. Esas bolas son de diversas sustancias, basalto, pórfido, serpentina, etcétera, y algunas alcanzan hasta 7 centímetros de diámetro.
Como objetos de adorno aparecen collares de mariscos, y fragmentos de pizarra con toscos dibujos.
Hay indicios para suponer que los patagones procedían del Asia. La semejanza entre los cráneos de los patagones y los esquimales es portentosa.
Sobre Magallanes:
...el golfo de San Matías, allí la Bahía del Engaño, Bahía de Camarones, Cabo Blanco, Puerto Deseado, Bahía de los Desvelos, Puerto de Santa Cruz...
Estas mismas aguas surcaban el año de gracia de 1520 cinco naos españolas, armadas en la Casa de Contratación de Sevilla: llamábase la capitana Trinidad, y las otras San Antón, Vitoria, Concepción y Santiago. Iban a bordo de ellas 237 hombres, entre soldados y marineros. Piloto mayor, Juan Serrano. Capitán, Fernando Magallanes.
Habían partido de Sanlúcar de Barrameda las cinco naos el 20 de septiembre de 1519 é iban a buscar un camino que condujese a las Molucas con más brevedad que el que seguían los portugueses por el Estrecho de Malaca y China.
La escuadrilla recaló en Tenerife. Fué desde allí a las islas de Cabo Verde, y de Cabo Verde a Cabo de San Agustín, en el Brasil. Costeando siempre, llegaron a últimos de marzo (1520) a Bahía Blanca, en medio de un frío horrible, nevando reciamente. Atraídos por la asombrosa novedad, llegáronse a la marina los indios, maravillados de tan grandes navíos y de tan chicos hombres. Eran los naturales unos gigantazos y pretendían meter miedo a nuestros españoles metiéndose por las fauces una flecha, sin conseguir otra cosa que provocar la risa de la valerosa gente aventurera. Extraña era su facha, sin embargo: traían los larguísimos cabellos pintados de blanco, trenzados con un cordel, y atadas a la trenza sus saetas; afeitada la coronilla, como los clérigos; pintarrajado de amarillo el rostro, vestidos con pellejos, calzados con abarcas, facha que aumentaba aún el imponente aspecto de su estatura de jayanes.
Inútil era pretender entenderse con palabras. Los españoles les convidaban a entrar en las naos. Hacíanles señas ellos de que entrasen en sus chozas. No sabían los nuestros que fuese miedo ni temor, y allá se fueron, con ellos, siete arcabuceros, dos leguas adentro. Ahí se encontraron con una choza tejada de cuero, en medio de un espeso bosque. La choza estaba repartida en dos aposentos: uno para los hombres, otro para las mujeres y niños, y se albergaban en ella cinco gigantes, y trece entre madres é hijos, negros todos como la pez: singular color en tan fría tierra.
Nuestros arcabuceros tienen hambre. Los jayanes les dan a comer trozos de anta mal asados. Agua ni gota. Por lecho unos zamarrones, al amor de la lumbre. Pasose la noche en gran recelo: los jayanes de los españoles; los españoles de sus huéspedes. Amaneció, por fin. Los arcabuceros, dada tal prueba de confianza a los indios, les invitan ahora a ir con ellos a ver las naos y al capitán; pero los jayanes, poco fuertes en achaques de cortesía, niéganse en redondo. No eran nuestros aventureros modelo de comedimiento ni respeto, y les agarran para llevárselos por fuerza. Los jayanes se resisten; entran en el aposento de las mujeres y reaparecen más pintados aún que antes los rostros (fierísimos y espantables), blandiendo arcos y flechas, y amenazando con matar a los extranjeros si no salían de la choza. Los nuestros, echándose a reír de tales amenazas, disparan un arcabuz. El estruendo y la llamarada confunden a los indios, y aviénense tres de ellos a seguir a los extranjeros.
Andaban los gigantes tan de prisa que no podían seguir su paso nuestros españoles. En breve desaparecen dos de ellos; pero el tercero llega mansamente a bordo. Conveníale a Magallanes dejarle buena impresión, y así procuró agradarle. Hizo que le dieran de comer, y, aunque muy ceñudo, comió: queso, tocino, bizcocho, y no dejó de gustarle el vino. Mostráronle un espejo, se miró en él, y se asustó de un modo que daba risa y compasión al mismo tiempo. Después ya no se le trató tan bien: quisieron probar qué fuerza tenia, y en aquel pugilato experimental resultó que no bastaban ocho hombres para sujetar al pobre indio. No por hacerle daño, sino por continuar el experimento, le echaron unos grillos. El desdichado indio bramó entonces de cólera; ya no quiso comer más, y de coraje se murió. Los marineros le midieron, y vieron que alcanzaba once palmos; pero otros, como se vió después, alcanzaban trece; y como aquellos indios tenían unos pies muy grandes, les llamaron patagones.
Determinó Magallanes invernar allí, y mandó construir algunas cabañas; pero aquella vida era lo más triste que podía concebirse; sufríase horriblemente con el frío; de hambre murieron algunos. Continuó la navegación siempre en busca del famoso paso de uno a otro mar. A cada momento, una ilusión marchita. De ahí esos nombres: Bahía del Engaño, Puerto Deseado, Bahía de los Desvelos. En agosto llegaba la expedición a una bahía que llamaron de San Julián.
Los capitanes de la flota, desatentadísimos, rogaron a Magallanes se volviese a España: la falta, la necesidad, el peligro, las nieves, el mal tiempo, todo aconsejaba se abandonase la temeraria empresa. Magallanes respondió que jamás se allanaría a pasar por tal vergüenza. No hablan navegado aún todo lo que se podía. Si se subía a 6i°, como era el caso en los viajes a Islandia, Escocia y Noruega, también a 65° se podía bajar. Los capitanes se sublevaron, y embarcáronse. Magallanes se embarcó también, obedeciéndole únicamente otra nao: las tres restantes se disponían a regresar a España. Pudo, por casualidad, apoderarse de una de las tres, y entonces se le rindieron las otras dos.
Y aquí de las justicias de Magallanes. Mandó ahorcar a los capitanes de las dos naos rendidas, y dejó abandonados en tierra al piloto Juan de Cartagena y a un clérigo, con sendas espadas y un saco de galletas, para que allí, "o se muriesen, o los matasen". El terrible castigo dejó aterrados a todos, y Magallanes ordenó continuar el viaje, siempre rumbo al Sur.
El día de San Bartolomé zarpaba la flotilla de la bahía de San Julián, y proseguía la navegación, pegados los buques a la costa. Doquiera se abría una ensenada, todo era mirar, para ver si era aquel su anhelado paso. ¡Nunca con él se daba! Llegan a un golfo. Allí hay agua adentro. ¡Es un río, no el mar! Llamarase Puerto de Santa Cruz, y río de Santa Cruz. Un terrible ciclón arroja contra las rocas a la nao Santiago, que se estrella, aunque pudiendo salvarse la tripulación. "Tuvo entonces Magallanes miedo grandísimo, y anduvo desatinado, como quien andaba a tiento. Estaba el cielo turbado, el aire tempestuoso, la mar brava y la tierra helada". Adelante siempre, siempre al S. Treinta leguas más allá llegan las naos a un cabo. Es el 21 de octubre, día de Santa Úrsula: llamarase el Cabo de las Vírgenes. 52° 5 de la línea equinoccial.
Creyó Magallanes haber encontrado, por fin, el anhelado paso o estrecho, tan infructuosamente buscado desde las más remotas costas del Norte hasta las más apartadas regiones del Sur de las Indias Occidentales... ¡No se había equivocado esta vez! ¡Era el estrecho! Por allí embocaron la Trinidad, la Vitoria y la Concepción. El San Antón perdió el rumbo y regresó a España. Mandaba la Vitoria nuestro Juan Sebastián Elcano, el primero que haya dado la vuelta al mundo.
Pero basta ya de hablar de la Patagonia, país interesantísimo, sin duda, para el naturalista, pero absolutamente imposible de colonizar. Por lo tanto, que no se le ocurra a nadie trasladarse allí, donde no hay agua.