Obras Completas de Eusebio Blasco
Tomo I.
Sobre Blasco
de Pinillos


Nota:se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.


Hace unos meses, llegó un día muy contento al saloncito del Español, repartió unos habanos exquisitos y nos dijo riendo con su risa bondadosa, mientras se atusaba el poblado mostacho, que sus enemigos iban a tener un gran disgusto...

—Madame de Thebes me ha predicho que viviré treinta años más... Demasiado tiempo, ¿verdad?

Y una sana alegría, una alegría candorosa, iluminaba su cara varonil de rasgos pronunciados; su cara morena, huesuda, en la que brillaban unos ojos enormes bajo cejas leoninas...

Poco tiempo después enfermó y dejamos de verlo. «No será nada—decíamos—Blasco es inmortal.» Y el inmortal murió anoche...

A mí me angustió la noticia... Fué el primer hombre de mérito que me honró con su amistad; siempre que fui a buscarle le encontré, siempre hallé abiertas las puertas de su corazón.

En mis días de lucha, cuando tropezaba con el desvío, con la indiferencia, con el desdén de las gentes, y perdía-el valor y la fe, y almacenaba hieles en mi alma, y juraba odio eterno a la humanidad, creyéndola dura, injusta, cruel, malvada, Blasco me dió fuerzas, valentía y esperanzas.

—Venga usted a casa, hombre... Utilice mi amistad póngame a prueba... Mire usted que soy aragonés y no hablo nunca por cumplir...

Yo jamás fui a su casa; pero estoy completamente seguro de que me hubiera recibido como a un hijo.

Porque era un hombruno, tan bueno, que no sabía ni alimentar una enemistad. En estos últimos años, la idea de volver a estrenar le obsesionaba. Le habían rechazado una comedia en cierto gran teatro, y él explicaba la repulsa diciendo que como no era ni viejo ni joven, nadie le hacía caso.

Seguramente en los cajones de su mesa habrá media docena de obras no representadas.

Y nunca se quejó; hacía un chiste a costa del cómico que le jugaba una trastada; mordía con gracia a los autores que caciquean, y acababa poniendo en los cuernos de la luna el talento del cómico y confesando que los autores éramos fenómenos.

Murmuraba por pasar el rato; porque en este pícaro mundo, la cuestión,—como él decía—es no aburrirse del todo. Y ¡cualquiera se aburría junto a él! No he conocido un hombre más ameno, más gracioso, más ingenioso. En cuatro rasgos pintaba una persona; veía el aspecto cómico <le hombres y cosas de un modo insuperable, y describiendo sus viajes, sus aventuras, los mil curiosos episodios de su accidentada vida, desfilaban las horas sin que se dieran cuenta los amigos que le escuchaban embobados.

Tenía relaciones con toda clase de gente. La noche que recibió la credencial de Interventor de pagos en Gracia y Justicia, llevaba en la cartera una carta de un arzobispo, otra de un senador completamente almogávar, según él afirmaba; una epístola de Gastón Calmette y varias de gente pobre que pedía dinero y de presidiarios que le suplicaban que escribiera algo para que les indultasen.

El complacía a los presidiarios, se dejaba sablear filosóficamente y hacía varios artículos censurando la falta de caridad, el abandono de los Gobiernos y la deficiencia de la alimentación nacional.

Comía como un inglés, enormemente, porque trabajaba como un español trabajador y pobre; y sabido es que los -españoles, cuando se meten en faena, baten el record de la resistencia.

El no ha abandonado la tarea hasta que la muerte clavó sus garras en su fornido cuerpo de luchador. Ha caído destrozado, deshecho por una pelea que ha durado cincuenta años. Esclavo de la profesión, ha vivido frente á las cuartillas, ha ganado su pan a punta de pluma, sembrando ideas, dejando en las hojas diarias el fruto de su experiencia, de su ingenio y de su corazón. Ha sido, ante todo y sobre todo, un periodista; un periodista habilísimo, fecundo, gracioso, fácil, ameno...

También ha sido un buen hombre; una criatura noble .que ha conservado hasta los últimos momentos la alegría y la fe, y la resignación, y el valor, porque en su viejo cuerpo alentaba un alma de niño.

PINILLOS