Sinfonía a toda orquesta


Sinfonía a toda orquesta

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  De cuanto y cuanto apolillado infolio
      pude hacer monopolio
 (afición y tarea de verdugo)
      he sacado ya jugo.
 Virreyes, frailes, damas, caballeros,
      y ricos y pecheros,
 mostraron, como en un calidoscopio,
      traje y semblante propio.
 Y ellos y yo charlamos sin lisonjas
      ni escrúpulos de monjas,
 y quedó toda su alma y su existencia,
      para mí en transparencia.
 ¿Los vivientes de ayer fueron mejores
      que los de hoy? -No, señores.
 El hombre es siempre el mismo: cambia el traje,
      pero nunca el pelaje.
 Largo escribir pudiera del presente;
      mas no es cuerdo que intente
 en litigios meterme extemporáneos
      con nuestros coetáneos.
 Hay gente susceptible; y bien presume
      que no ha de ser perfume
 lo que podré quemar, de sus pretéritos
      al relatar los méritos.
 Mucho en mi siglo hallé, de bueno y malo;
      pero no un varapalo
 a llevar me resigno. Esta tarea
      para otro siglo sea.
 Tradicionista habrá que a lucir saque
      a tanto badulaque
 que hoy brilla en el político proscenio,
      sin virtud y sin genio.
 ¡Cuántos que hoy buscan página en la historia
      con un lampo de gloria
 serán solo figuras de zarzuela,
      tipejos de novela!
 De apuntaciones guardo mamotretos
      que explotarán mis nietos
 si se inclinan, mejor que a cascar nueces,
      a rebuscar vejeces.
 Lo que presente es hoy será pasado,
      y ya no habrá menguado
 que alce el moño y que salga haciendo el duelo
      por un tatarabuelo.
 El tocar hoy al siglo en que vivimos
      es vid de agrios racimos;
 ¡y es lástima!, que hogaño hay cambullones
      para mil tradiciones.
 Yo lo intenté, confieso, y con ahínco;
      y escribí cuatro o cinco,
 y al punto me gritaron: -¡Caballero,
      no toque ese pandero!
 Ese de quien se ocupa fue mi tío;
      sépalo, señor mío;
 y si prosigue usted, con un trabuco,
      ¡por Dios!, que lo desnuco.
 Con probar nada se echa en el bolsillo
      que Fulano fue un pillo
 o un santo, siquier sea de Pajares
      o con nicho en altares.
 Conque así, no nos arme zalagarda,
      que es borrico de albarda
 quien por la historia y la verdad se inmola...
      ¡Deje correr la bola!
 No se exponga a que digan: «este Palma
      bilis trae en el alma-,
 y se complace en derramar veneno
      sobre el renombre ajeno».
 Siga usted siendo un buen pater-familias
      y ayune las vigilias
 si gusta, y no se afane dando guerra
      a los que pudren tierra.
 Bueno es que a usted, amigo, se le alcance
      que se expone a un percance,
 y poniendo la péñola en receso
      probará su buen seso-.
    
 ¡Cierto! De hacerme odioso nada saco;
      pues porque culto a Baco
 dije que daba un prócer de la historia,
      me vi hecho pepitoria.
 Y eso que dije yo tan verdad era
      como que hay en la esfera
 celeste estrellas y astros infinitos
      y cometas crinitos.
 Dejemos, pues, pasar a otras edades
      mentira por verdades:
 no por andar rectificando errores
      tengamos sinsabores.
 Cuando aligero el tiempo se nos lleve
      al siglo diez y nueve,
 pasarán cien pigmeos e ignorantes
      por sabios y gigantes.
 Pues la verdad camina al retortero,
      no tantos cantó Homero
 héroes, ni sabios consignaron otros,
      cual tendremos nosotros.
 Mentiras aceptamos a montones
      en nombres y en acciones.....
 ¡Oh siglo diez y nueve de alta gloria,
      así saldrá tu historia!
 Comulgar, ¡siglo veinte!, es tu destino
      con ruedas de molino:
 manducarás, ¡oh siglo mentecato!,
      en vez de liebre... gato.
 Guardemos, pues, la pluma. La serie esta
    
      (de mis leyendas sexta)
 la última acaso sea en que mi pluma
      tinta y papel consuma.
 Hacer yo me propuse populares,
      hechos nada vulgares,
 y exhumando esqueletos de difuntos,
      a destajo hallé asuntos
 para sacar del historial osario,
      ya un tipo estrafalario,
 ya una dama gentil, ya un hombre digno,
      o ya un quidam maligno.
 Cuantas de boca de locuaces viejas
      pude escuchar consejas,
 y cuantos en papeles, ya amarillos,
      encontré chismecillos,
 tantos fueron soberbios argumentos
      para hilvanar mis cuentos;
 y, al fin, según mi numen lo recela,
      se me acabó la tela.
 ¿Hallaré filón nuevo? Dios lo sabe.
      Por hoy cierro con llave
 el arcón de corónicas henchido
      y... ¡abur!... que me despido.


Miraflores, diciembre de 1880.