Sin rumbo: 36
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editarTodo, por otra parte, le sonreía.
Su situación cada día era más propicia; los quebrantos sufridos en su fortuna, el vacío dejado en ella por los gastos insensatos de una vida de desorden, poco a poco se colmaba.
En el tiempo trascurrido había logrado chancelar la hipoteca de su estancia.
Con el aumento de las haciendas en ese año y el producto de las lanas que estaba almacenando ya, esperaba poder dejar asegurada la fortuna de su Andrea y, libre de preocupaciones enojosas, consagrarse por completo a la educación y felicidad de la chiquita.
¡Quién sabe...! después, más tarde, se iría a Europa... se establecería en París, la pondría en el Sacré-coeur.
Pero como si entre las leyes ocultas que gobiernan el universo existiera una, bárbara, monstruosa, exclusivamente destinada a castigar por el delito de haber gozado alguna vez, el sueño acariciado por Andrés no debía tardar en disiparse convertido en una ironía sangrienta del destino.