- IX -

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Una vez tuvo un antojo, un refinamiento de estragado: verla desnuda en sus brazos, dormir con ella:

-Ño Regino -dijo al viejo-, necesito que vd. me haga un servicio.

-Mande patrón.

-He comprado afuera una punta de vacas, previa vista, y quiero que vd. me las revise antes de cerrar el trato.

-Galopiaré patrón.

-¿Cuándo se va?

-Esta tarde mesmo puedo ensillar, si le parece. Le pegaré con la fresca.

-¿Y Donata?

-¿Donata dice? Se quedará no más, pues...

-¿Sola?

-¡Oh, y si no, quién se la va a comer en las casas! Ahí también le dejo al pioncito pa un apuro.

-¿Qué, no tiene miedo de dejarla sola con el peoncito?

-¿Miedo? ¿Y de que voy a tener miedo?

-Es que el muchacho ese es medio hombrecito ya, y vd. sabe que el diablo las carga...

-¡Buen gaucho pa un desempeño! -dijo soltando la risa ño Regino-. ¡Qué va a ser eso señor, si es como rejusiléo en tiempo de seca! Ni tampoco vaya a creerla tan de una vez amarga a mi hija, patrón -agregó con el ciego engreimiento de los padres-, que sea capaz de abrirle el pingo así no más a cualquiera. Dende chica la he enseñao que viva sobre la palabra como animal de trabajar en el rodeo y no es por alabarla, señor, pero me ha salido medio halaja la moza.

-Bueno, ño Regino -dijo Andrés sonriéndose él también-, vaya con Dios, alístese y vuelva por la carta orden.