Simulación de la locura
Capítulo I
I. La simulación de la locura, en general, como medio de lucha por la vida
I. Formas generales de la simulación de la locura. - II. Sus causas múltiples. - III. Locuras de origen sugestivo. - IV. Simulación de formas larvadas. - V. Locuras atribuidas por el miedo. - VI. Conclusión.



I. Formas generales de la simulación de la locura

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La exactitud de los resultados generales de la investigación científica compruébese aplicándolos a casos particulares; establecida una ley para un conjunto de fenómenos, puede estudiarse en cualquiera de los dominios especiales a que se aplica. El método es fundamental para la ciencia. Descubrir condiciones comunes al mayor número de hechos semejantes, es el proceso inicial para establecer una hipótesis legítima; después, el método científico impone otras labores, para confirmarla y convertirla en ley. Tratándose de fenómenos susceptibles de experimentación, debe llegarse a producirlos reuniendo las condiciones de causalidad consideradas como sus determinantes; si se trata de fenómenos de observación, no susceptibles de contralor experimental, las leyes deben resultar verdaderas cuando se aplican a fenómenos análogos.

Puede, verbigracia, afirmarse que todos los cuerpos están sometidos a la ley de la gravedad, comprobándolo experimentalmente; o puede afirmarse que todo lo existente en el universo evoluciona de manera incesante, observándose en cualquier parte de la realidad accesible a nuestra experiencia. En la introducción al estudio de las locuras simuladas llegamos a determinar una ley que rige todos los fenómenos de simulación; establecimos que ésta es un medio de lucha por la vida, cuyo resultado es la mejor adaptación del simulador a las condiciones de su medio[1]. Entrando, guiados por esa ley general, al estudio particular de la simulación de la locura, correspóndenos verificar si ella se adapta al principio general.

Pondráse, por otra, de relieve que el médico, aun para el estudio de las más técnicas cuestiones de medicina, se encuentra imposibilitado para llegar a su interpretación científica y filosófica si se encierra en los límites estrechos del criterio puramente profesional. Las Escuelas de Medicina, harto preocupadas por los fines prácticos del arte curativo, no suelen dar a sus discípulos una amplia cultura científica; las Escuelas hacen buenos médicos, profesionales distinguidos, pero no hombres de ciencia. Cuando quiere estudiarse algún tema con altura de criterio es necesario pedir a las ciencias biológicas y sociales los conocimientos y métodos que permiten relacionarlo con hechos similares observados en otros dominios del saber, hasta descubrir los principios generales en que se encuadra el fenómeno estudiado, baste citar la elevación de miras con que Metchnikoff, Le Dantec, etc., encaran los estudios de fisiología y patología general.

No siendo el hombre un ser aislado, sino un eslabón en la escala de los seres vivos, justo es pensar que los fenómenos humanos deben tener precedentes en la evolución biológica. Por eso hemos considerado necesario, conforme al evolucionismo determinista -base de toda biología verdaderamente científica-, proceder al estudio especial de las locuras simuladas con el estudio de los fenómenos de simulación en el mundo biológico y social.

La simulación de la locura, como medio de mejor adaptación a condiciones especiales de lucha por la existencia, puede presentarse en todo individuo; en realidad, es simplemente, un caso especial de la simulación de estados patológicos. Pero, como ya demostramos ampliamente, no todos los individuos luchan por la vida con igual intensidad. Los que luchan débilmente sin proyectar en torno suyo la influencia de su actividad, no presentan manifestaciones personales en la lucha, porque en realidad no viven. Por ese motivo, sólo los individuos que en la sociedad asumen formas propias de vida, tienen fecundo campo de actividad para luchar, recurriendo a formas infinitas de adaptación a las condiciones en que se les presenta la lucha por la vida; cuando circunstancias especiales lo hacen ventajoso, pueden recurrir a la simulación de la locura.

Por eso esta forma de "pantomima" es conocida desde la más remota antigüedad; la historia y la leyenda refieren muchos casos justamente célebres, aunque no mencionados hasta ahora por los alienistas que han tratado este asunto. Algunos tipos clásicos podemos encontrar, también, en los grandes caracteres creados por el arte.

Se refiere que David, obligado a substraerse a las iras de Saúl, se refugió en la corte del rey Aquis; y como allí fuera mal visto, por reputarse comprometedora su presencia, recurrió al ardid de simular la locura, lo que apiadó a sus enemigos y le permitió evitar serios peligros ( Samuel, Lib. I, cap. XXXI). Menos éxito tuvo Solón si hemos de creer a Plutarco; cuenta que para inducir al pueblo a revocar un decreto que consideraba vergonzoso para la República, no se le ocurrió nada mejor que simular la locura, expresando su fingida enfermedad con gestos y actitudes desordenados, aunque el fraude fue descubierto de inmediato por la sabiduría y civismo de sus propias palabras (Vida de Solón, 86). Sabido es que el astrónomo griego Metón, célebre por haber establecido el ciclo lunisolar que lleva su nombre, simuló la locura para no ir a la guerra de Sicilia, a la que lo enviaban los atenienses; de este sabio poco belicoso se vengó Aristófanes, llevándole a la escena para hacerle aplicar una formidable paliza (Los Pájaros, Act. II, Esc. VI). En Tito Livio puede leerse, en fin, que Bruto simuló un estado demencial para substraerse a las sospechas de Tarquino (Lib. I, pág. 56).

Menos conocido es el caso de Alhazen, matemático y astrónomo árabe que por el año 1000 llegó a Egipto, jactándose ante el califa de haber descubierto una máquina que impediría las inundaciones del Nilo; cuenta Caraman que el hombre no pudo cumplir su promesa, viéndose obligado a simular la locura para evitar la cólera del califa (Hist. des Revolutions de la Philosophie, III, 216).

En un mundo menos ilustre, la simulación de enfermedades mentales ha sido frecuente, alcanzando en ciertas épocas caracteres epidémicos. Conocida es la propensión de los neurópatas y las histéricas a fingir toda clase de afecciones, sin excluir la locura; famosos son los falsos demoníacos y los falsos inspiradores, que en todo tiempo han simulado ese estado mórbido de la mente que permite el éxtasis, la profecía, la posesión por seres sobrenaturales, la comunicación con entidades invisibles; en cuanto ese estado mental puede mirarse como patológico, los que lo han fingido han sido verdaderos simuladores de la locura.

Tal es la generalidad del hecho que aun en la historia argentina, con ser tan breve, ocurrió un caso célebre, cuya referencia debemos al Profesor Ramos Mejía, que lo conoció por Vicente Fidel López. Durante la dictadura de Rosas, uno de los jesuitas afiliados a la Sociedad Restauradora cometió un delito vergonzoso contra un niño, que se educaba en un claustro donde él era preceptor; descubierto el hecho, y temeroso del castigo del tirano, dio el fraile en simular que era loco, creyendo eludir así la pena capital, al mismo tiempo que se ponían en juego las altas influencias de la Curia para obtener su libertad y evitar el escándalo. Consiguió el malvado que en atención a su enfermedad mental lo trasladasen a un convento de Santa Fe, para ser asistido, y de allí se escapó a Chile, donde se le vio en traje civil, sin locura alguna.

Dejemos la historia. En las obras maestras del arte abundan los casos de simulación de la locura; bástenos mencionar algunos de los más célebres, ya que no es nuestro objeto agotar un problema de erudición literaria sino demostrar la generalidad de la "pantomima" que estudiamos.

No conocemos ningún caso más clásico, en todo sentido, que el de Ulises. Desde el comienzo de la guerra de Troya, su carácter lo define como el arquetipo de los simuladores, con un acto que no escapó a sus rápsodas menores. No tenía dos años de casado con Penélope, hija de Icaro, cuando todos los griegos se aprestaron al rescate de Helena; mientras ardían los corazones por secundar la venganza de Menelao, Ulises intentó eludir el servicio militar, para no separarse de su joven esposa. Después de inventar mil supercherías que hubieran avergonzado al valeroso Aquiles o al impetuoso Ayax, no vaciló en simular la locura: atalajó a un arado un caballo y un buey, poniéndose a arar las arenas del mar y sembrando sal en vez de trigo (Cicerón, Oe Officiis , cap. XXVI, etc.); fue necesario el ingenio agudo de Pelamedes para sospechar el fraude, que descubrió, colocando a Telémaco, el hijo del simulador, en la misma línea del surco; Ulises desvió su arado para no herirle, y descubierto así el fraude se vio forzado a incorporarse a las huestes de Agamenón. Así se lo reprochan Ayax (Ovidio, Metamorfosis, lib. XIII), y Filoctetes ( Sófocles , Filoctetes, esc. IV). Más célebre en la historia del arte es Hamlet, el magnífico personaje shakesperiano, en quien se une la circunstancia de simular la locura a la de estar verdaderamente alienado, hecho singularísimo que estudiaremos al tratar de la "sobresimulación" de la locura.

Las condiciones de lucha por la vida no son análogas para todos los individuos. Existen condiciones especiales, determinadas por la particular constitución fisiopsíquica de ciertos sujetos o por maneras de vivir que los colocan en singular situación frente al resto del grupo social en que viven, haciendo más o menos frecuentes los fenómenos que estudiamos, dándoles fisonomía propia. Por ello separaremos el estudio de la simulación de la locura en tres grupos, para no confundir en una misma interpretación fenómenos producidos en distintas condiciones, aunque obedeciendo a una misma finalidad:

  1. Puede simular la locura todo individuo que lucha por la vida, cuando circunstancias esenciales lo determinen a adaptarse en esa forma: Simulación de la locura en general.
  2. Puede producirse en sujetos que se encuentran realmente en el estado patológico simulado, sin tener conciencia de ello, aunque conscientes de las ventajas de la simulación: Simulación de la locura por alienados verdaderos ("Sobresimulación").
  3. Puede ocurrir en sujetos que luchan por la vida de manera antisocial, encontrándose expuestos a la represión penal de la sociedad. Entonces representa la mejor adaptación a las condiciones de lucha contra el ambiente jurídico: Simulación de la locura por delincuentes.

Del primero y segundo grupo trataremos en éste y en el siguiente capítulo, entrando luego a estudiar la simulación de la locura en los delincuentes que tratan de eludir la represión penal, buscando en la locura el salvoconducto de la irresponsabilidad, que lo exime de pena.

II. Sus causas múltiples

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Ha varios años, estudiando la integración progresiva de los conocimientos humanos, a través de las diversas etapas del pensamiento científico, poníamos de relieve que muchas nociones científicas han sido presentidas por el arte, libremente arrastrado por la imaginación en el mundo de la hipótesis. Antes que el arte, suele presentirlos la conciencia anónima de las masas, como impresión producida por los hechos mismos sobre la mente humana más bien que como tentativa voluntaria de interpretación de los fenómenos. Por eso convendría estudiar la simulación de la locura en el arte, al mismo tiempo que rastrearla en las frases usuales, en los refranes populares, síntesis de esa "alma de la multitud" que ha motivado los interesantes estudios de Sighele, Le Bon, Tarde, Rossi, Ramos Mejía, Groppali, Nina Rodríguez y otros.

En todos los pueblos se encuentra este modismo popular: "Hacerse el loco para pasar bien la vida"; estas palabras valen, como interpretación, un entero volumen de aguda psicología, pues encierran el presentimiento de la verdad que demostramos. En efecto, todo hombre en la lucha por la vida trata de afirmar su personalidad contra el ambiente que tiende a anularla, confundiéndole en la masa amorfa. El individuo, en esa lucha, debe actuar forzosamente según esta disyuntiva: intensificar la energía empleada en la lucha o disminuir los obstáculos del medio, adaptando su evolución individual en el sentido de la menor resistencia. En el medio social contemporáneo -hablamos de los países civilizados- está vedado al hombre "normal" disentir de su medio, ya sea juzgando los hechos contra la manera habitual, ya dirigiendo la propia conducta en disconformidad con la del mayor número. En cambio, esa libertad de juzgar y de actuar está consentida a los individuos a quienes se atribuye un desequilibrio mental, considerado como causa determinante de la inadaptación, haciéndolos al mismo tiempo, "menos responsables", ante el juicio de la colectividad.

Indudablemente, en esas condiciones, ser considerado mattoide o alocado es una ventaja en la lucha por la vida, representando la conquista de una libertad de decir y hacer, velada a los "normales". Por eso muchos hombres de carácter, no pudiendo o no queriendo sufrir restricciones de su libertad, debidas al medio convencional en que están obligados a vivir, simulan formas larvadas de alienación que atenúan la resistencia del medio a su expansión individual, haciéndose tolerar, como "originalidades" o "locuras", ciertas libertades prohibidas a la masa común. En realidad, esos actos e ideas toleradas son simples afirmaciones de la personalidad, diferenciaciones de la masa amorfa de los "indiferentes" o "filisteos", del "hombre-masa" de Carpentier.

Estudiando las circunstancias, permanentes o transitorias, que pueden hacer ventajosa la simulación de la locura, es fácil reconocer en todas el predominio del mismo principio utilitario: ya sea la consecución de un objeto inmediato y pasajero, ya la adaptación a condiciones mediatas o definitivas de la lucha por la vida.

Se citan numerosos casos que ponen de manifiesto la multiplicidad de causas que pueden determinar al individuo a la simulación; no cometeremos la torpeza de transcribirlos, limitándonos a enumerar las causas en pocas palabras.

Ya es un individuo culpable de una omisión o que ha contravenido a la ley, simulando la locura para ser considerado irresponsable y quedar exento de la reacción punitiva de la sociedad; otras veces simúlase para hacer anular un acto legal -contrato o matrimonio- cuyos resultados jurídicos quiere esquivar el simulador; para eludir la obligación de prestar las declaraciones como testigo en algún asunto cuyos detalles conviene ocultar; una mujer simula haber perdido el juicio consecutivamente a una violación de que se dice víctima, con fines de chantaje; un condenado a muerte para que, en la duda, se suspenda la aplicación de la pena suprema; muchos, intentando atemorizar a personas de quienes solicitan algo; individuos ex alienados simulan la locura para usufructuar el relativo bienestar de un asilo cuando encuentran dificultades para vivir fuera de él; prisioneros de guerra han simulado para que se les abandonara, huyendo en seguida; en reclutas, para eludir el servicio militar u obtener la baja después de haber entrado a las filas; ciertas formas de frenastenias simúlanse para explotar la caridad pública; una joven, por cariño a su hermana alienada, simula padecer una alienación semejante para permanecer junto a ella; frecuentemente las jóvenes simulan perturbaciones especiales del espíritu para obtener una promesa o un consentimiento de sus novios o de sus padres; otras personas acuden a este expediente cuando desean o necesitan hacer hablar de sí mismas; algunas simulaciones psicopáticas pueden ser factor de éxito en la lucha por la vida en determinados ambientes, etc.

De estas locuras simuladas por causas generales hemos reunido numerosos casos, entre los cuales extractamos las cinco observaciones siguientes, que presentan facetas distintas del fenómeno estudiado:

Observación I. - Simulación de locura histérica

X. X. - Diecinueve años, argentina, célibe, buenos antecedentes, hereditarios e individuales. Pertenece a distinguida familia, excesivamente religiosa. Es hija única, huérfana de padre. Su madre, beata, resuelve internarla en un convento, de acuerdo con la superiora del mismo, tentada su avidez por la fuerte herencia de la candidata, que pasaría a la comunidad cuando falleciera la madre.

Pocos días antes de entrar en el noviciado, la joven sufrió ligeros ataques histeriformes, intensificados paulatinamente; al mismo tiempo las ideas volviéronse incoordinadas y delirantes. Al cuarto día las crisis histéricas fueron muy intensas, llamándose al médico de familia, a quien debemos la comunicación de este caso. Con todo el misterio presumible en una familia llena de prejuicios, comunicóse al colega que la señorita estaba "histericada" y loca.

Examinando a la enferma, observó el médico la ausencia completa de los caracteres somáticos propios de la histeria; unido eso a la falta de antecedentes individuales o hereditarios, y a la forma sospechosa de las crisis delirantes, el médico supuso que podría tratarse de simulación. En la incertidumbre, y considerando que si era simulación debía responder a causas muy poderosas, calló sus sospechas a la familia; sin embargo, previendo fuese realmente una simuladora, manifestó sus dudas a la supuesta enferma.

Como primera medida, la superiora de la congregación aplazó el ingreso de la candidata. Seis semanas después la enferma comenzó a mejorar. Cuatro o cinco meses más tarde se habló nuevamente de la internación, por estar la enferma completamente restablecida.

Pero la joven habíase adelantado a esos proyectos; se presentó al juez de menores solicitando venia para casarse, contra la voluntad de su madre, quien, a toda costa, y contra su deseo reiteradamente manifestado, empeñábase en hacerla ingresar en una corporación religiosa. En la solicitud al juez manifestaba haber llegado hasta simular la locura para evitar que la internación forzada se consumara, tomando como ejemplo a una amiga que sufría de crisis histéricas delirantes, y a la que había asistido algunas veces durante su padecimiento.

El médico de la familia, llamado a prestar declaración, manifestó haber sospechado que se trataba de una simulación; pero que, en la duda, habíase limitado a manifestar sus sospechas solamente a la enferma.

El juez concedió la venia solicitada. En este caso la simulación fue coronada del mejor éxito.

Esta primera observación clínica sugiere un comentario. ¿El sexo tiene influencia sobre la simulación de la locura? Por sí mismo, no creemos tenga ninguna influencia; suele ser menos frecuente en la mujer porque sus condiciones de lucha por la vida son fundamentalmente distintas; la forma de fraude que el individuo emplea en la lucha está subordinada a las condiciones de ésta. En cambio, la mujer tiene vasto campo para otros fenómenos de simulación; ya sabemos cuán refinados los revela en la lucha sexual.

Merece notarse la influencia de dos factores importantísimos en la determinación mental de esa simuladora. La idea de simular ha sido el producto de una imitación, por haber asistido a una verdadera histérica; posiblemente, sin ese ejemplo no habría pensado en simular. Además, al comenzar su simulación sólo tenía el propósito de fingir ligeros ataques histeriformes; pero así como la función desarrolla el órgano, la simuladora, en pocos días, elevó insensiblemente el diapasón, hasta simular un completo delirio histérico. En tales casos, la repetición voluntaria en determinados procesos mentales acaba por hacerlos involuntarios y automáticos, como ocurre con todas las funciones psicológicas. El hecho no es excepcional; generalmente todo individuo que finge durante mucho tiempo un estado mental cualquiera expónese a incurrir verdaderamente en lo fingido; todos los procesos conscientes y voluntarios tienden a convertirse por la repetición, en automáticos e involuntarios. En el caso anterior, a medida que los fenómenos simulados se incorporan a la personalidad del sujeto, éste sigue aumentándolos por una razón psicológica bien simple: el estímulo consciente a la simulación persiste de manera constante y los fenómenos conscientes se agregan a los que ya se han convertido en automáticos. Por ese motivo, en los procesos de sistematización funcional del cerebro la actividad se amplía e intensifica progresivamente a manera de avalancha.

Al estudiar las simulaciones de estados patológicos hicimos constar cuán importante papel tiene en su etiología la aversión al servicio militar; la producción de tales simulaciones presupone, lógicamente, la existencia del servicio militar obligatorio. Por eso en la República Argentina, que ha poco comienza a ponerlo en práctica, reemplazando las milicias mercenarias, ignoramos que se haya observado ningún caso de simulación de la locura por conscriptos que pretenden eludir el servicio militar.

Hemos conocido, sin embargo, el siguiente simulador por esa causa:

Observación II. - Excitación maníaca simulada

S. S. - Italiano, soltero, lee y escribe, blanco, procedente del Brasil, de veinticinco años de edad. Individuo de discreta cultura e inteligencia superior a la mediana. Su padre era "muy nervioso", impulsivo; su madre, al parecer, normal; tiene un hermano neurópata y dos aparentemente sanos. Ha nacido en Liorna; comenzó estudios de gimnasio; pero en 1893 sus padres hiciéronle ingresar en la Escuela Militar de Pisa. Consiguió eludir la carrera militar, llevando vida vagabunda hasta su emigración a Buenos Aires, donde reside. Aquí su vida ha sido una triste odisea a causa de su profunda repulsión por el trabajo.

Se entregó al alcoholismo, siendo arrestado en plena embriaguez y remitido al "Depósito de Contraventores". Por su estado de agitación, fue transferido al "Servicio de Observación de Alienados" e inscripto bajo el número 19; tiene confusión mental, excitación maníaca, algunas ideas delirantes, incoherencias y alucinaciones; diagnóstico: intoxicación alcohólica aguda. En tres o cuatro días desaparecen esos fenómenos. El examen del enfermo revela un tic espasmódico (contracciones involuntarias del orbicular izquierdo), asimetría craneana y facial, paladar abovedado, mala implantación de los dientes, irregularidades del sistema piloso y otros signos degenerativos. Reflejos tendinosos exagerados; ligera neuritis alcohólica del ciático. Estado mental propio de los degenerados hereditarios, sin fenómenos fijos.

Vuelto a su habitual lucidez de espíritu, nos refiere sus antecedentes.

En 1893 sus padres hiciéronle ingresar en la Escuela de Cabos y Sargentos de Pisa, para seguir la carrera militar. S. S. no pudo adaptarse a ese género de vida y decidió obtener su baja simulando la locura. "El día siguiente al de Pascua -escribe él mismo-, a la hora de acostarnos, comencé a pasear completamente desnudo por el dormitorio. Amonestado por un superior, estallé en una ruidosa carcajada, gritándole: 'Miren al ilustre Cacaseno'; continué a gritos y carcajadas, me pusieron en cama, en la enfermería, y allí me divertí molestando a los demás durante la noche, mientras en torno mío todos lamentaban que me hubiera enloquecido. Por la mañana me visitó el médico de la escuela, ante quien me mostré de nuevo agitado e incoherente; por otra parte, debo confesar que estaba satisfecho de mi papel, pues me permitía insultar a aquellos de mis superiores que me eran antipáticos.

"Por la tarde vino mi padre al establecimiento, donde le informaron de mi estado y se le indicó que debía llevarme a casa, para hacerme asistir particularmente. Así lo hizo. Pude dormir tranquilo esa noche, con gran regocijo de mi familia. El siguiente día continué mostrándome un poco excitado e incoherente; me visitó el médico de familia y hube de aguantar un fuerte purgante y algunos baños tibios. Durante una semana disminuí lentamente los síntomas, hasta quedar enteramente sano. Me apresuré a manifestar a los míos que la vida militar me era intolerable; si volvía a la Escuela, volvería a enloquecer. Así pude evitar la tiranía del cuartel; pero con mala suerte, pues he venido a caer en la vagancia y la miseria."

Cumplido el término de su arresto como contraventor, este desgraciado, en quien se repite la historia de tantos neurópatas "incapaces de trabajar", fue puesto en libertad, previo informe de los médicos.

Esta segunda historia clínica indúcenos a señalar un hecho frecuentemente observado: la simulación de la locura, aparece en sujetos anormales, cerebros claudicantes, neurópatas tarados por la degeneración. Al estudiar la psicopatología de los delincuentes simuladores, examinaremos cuán erróneas son las interpretaciones que ha sugerido.

Los degenerados ofrecen análoga predisposición a ciertas anomalías mentales, sea cual fuere el medio donde actúan; sus síndromes episódicos, sus obsesiones, fobias, tics, revisten fisonomía especial, adaptando sus formas de exteriorización a las condiciones particulares del ambiente. He aquí el caso de un neurópata inteligente, ilustrado, esteta; al simular una forma de locura elige la más armónica con su medio: la que podríamos llamar "locura de los estetas eróticos".

Observación III. - Simulación de psicopatías múltiples

X. X. - En uno de nuestros círculos intelectuales conocimos a un joven inteligente e ilustrado, bastante sugestionable. Dedicado a la literatura, provisto de dotes poco comunes y de cierto refinamiento del sentido artístico, enfermó de estetismo decadentista, sugestionado por ingeniosos fumistas, como Sar Peladan, y psicópatas como Verlaine, poeta eminente que puso en versos su propio estupro; en peché radieux.

Con tales maestros, e influenciado, acaso, por otros fumistas locales, el joven creyó que para igualarlos era necesario tener o simular sus manifestaciones psicopáticas; una razón puramente fisiológica, la edad, contribuyó a determinar la fisonomía especial de sus fingidas perversiones. Comenzó simulando trastornos del aparato digestivo, atribuidos a excesos alcohólicos; describía alucinaciones prehípnicas, características del alcoholismo, y sueños terroríficos que no podían tener otro origen; estudiaba cuidadosamente los fenómenos clínicos que se proponía simular.

Emprendió luego, en sus conversaciones privadas, una campaña contra la normalidad de las relaciones amorosas. Los intereses del individuo, eran, en su decir, antagonistas de la reproducción, por lo mismo que ésta era útil para la especie; con esa falsa lógica característica de los desequilibrados razonantes, deducía que el interés de la especie era una "capitis diminutio" para el individuo. De ahí que el esteta debía encontrar en sí mismo su propia voluptuosidad, lejos de toda idea de reproducción.

De esta apoteosis del placer solitario pasó, poco después a la de otras perversiones; la mujer, en su concepto, podía tener alguna injerencia en la vida sexual del hombre, independientemente del propósito de reproducción.

Al poco tiempo manifestó profunda y completa aversión por el sexo femenino, enalteciendo la conducta de Oscar Wilde, poeta inglés que en aquel entonces acababa de ser condenado en Londres, sufriendo en la cárcel de Reading las consecuencias de sus relaciones homosexuales con lord Douglas. Escribió y publicó una "Oda a la belleza masculina" y llegó a manifestar que sólo hallaba placer en la intimidad masculina.

Algunas personas creyeron verdaderas esas simulaciones, alejándose, prudentemente, de su compañía; por fortuna, sus amigos le hicieron comprender que si ellas podían servir para sobresalir literariamente entre sus congéneres modernistas, en cambio le perjudicarían cuando abandonara esos estetismos juveniles.

El simulador protestó que nadie tenía derecho de censurarle sus gustos, ni aun so pretexto de considerarlos simulados. Mas comprendiendo que, al fin de cuentas, nadie creería en ellos, renunció a sus fingidas psicopatías.

Para evidenciar cuán heterogéneas causas pueden determinar la simulación de la locura, referiremos el caso de un trabajador rural, tras el de ese joven esteta aristocrático; a pesar de su contraste, ambos persiguen una utilidad en el ambiente particular donde luchan por la vida; el uno anhela descollar en el ambiente literario, el otro evitar una tarea ruda en el ambiente del proletariado rural.

Observación IV. - Manía aguda

D. P. - Treinta y siete años, argentino, jornalero, soltero. En junio de 1897 contratóse como peón en una estancia de Santiago del Estero, obteniendo se le adelantara un año de sueldo para librarse de apremiantes compromisos; al mes de trabajar manifestó que no podía atender bien su trabajo, "pues se sentía mal de la cabeza". Continuó refiriendo pequeños trastornos, dolores cefálicos, mareos, agitaciones del corazón, pesadez en los brazos. Pocos días más tarde dijo hallarse peor; de pronto sufrió un acceso de manía aguda, vociferando, desgarrándose las ropas e intentando morder a cuantas personas se le aproximaban.

Preocupados por su estado, sus patrones le tuvieron durante algunos días en cama, sin verle médico alguno, pues no lo había en la localidad. Sin esperanzas de una pronta mejoría, el loco constituyó bien pronto una molestia para el patrón; éste, entonces, lo hizo trasladar a la ciudad para ser asistido en un hospital, eximiéndole del compromiso de seguir trabajando los diez u once meses restantes, cuyo sueldo le había adelantado.

En la ciudad calmóse el sujeto; pronto fue a buscar trabajo en otra estancia, con el propósito, acaso, de repetir su provechosa comedia.

Su patrón, sorprendido por tan inmediato restablecimiento, supuso que podría tratarse de un astuto simulador, haciéndolo detener por estafa; preso, el peón confesó que no había estado loco, habiendo simulado para eludir el cumplimiento del año de trabajo, cuyo importe ya había gastado. El mismo patrón, admirador de la astucia original, lo hizo poner en libertad.

Desde entonces hasta la fecha, según nos refirió su patrón, ha sido un sujeto honesto y trabajador.

Los casos expuestos, entresacados de otros menos característicos observados personalmente, merecen completarse con uno, original en grado sumo, publicado por The Herald y extractado por los periódicos de medicina.

Tomás Minnick, repórter de un diario yanqui, simuló la locura a fin de hacerse internar en los servicios de alienados de Bella Vista (Nueva York). Tenía el propósito de llevar a cabo una investigación personal respecto de pretendidos maltratamientos a los alienados, asunto que mantenía viva discusión de toda la prensa neoyorquina.

Para realizar su objeto vistióse el repórter de manera harto extravagante, dirigiéndose a un hotel de Broadway y preguntando por el príncipe de Gales; entregóse a mil excentricidades, provocando una gresca con el personal del establecimiento; después del reñido combate consiguieron expulsarlo, infiriéndole algunas lesiones de importancia. En la vía pública prosiguió la trifulca, cayendo por fin en brazos de un policeman; éste para calmarlo, aplicóle con toda seriedad un bastonazo en la nuca. Condujéronle entonces a la sección correspondiente de policía, pasándole allí a Bella Vista, conforme a su deseo. Los médicos, si no le ganaban en astucia, quisieron sobrepujarle en malignidad; resolvieron llevar la experiencia mucho más allá de los deseos del repórter.

Hiciéronle ingerir un enérgico vomitivo, le sometieron a rigurosa dieta láctea, le propinaron una ducha helada cada media hora, sometiéronle a la acción de repetidas inyecciones de morfina, le practicaron un lavado de estómago, le vacunaron, le aplicaron intensas corrientes eléctricas, no descuidando refinamiento alguno para hacer más eficaz el tratamiento. Hasta allí el curioso repórter desempeñó concienzudamente su papel, dando gritos inconsultos, estallando en insensatas carcajadas, echándose a rodar por el suelo entre las piernas de los médicos y los asistentes. En realidad el intruso comenzaba a formarse una opinión bastante desfavorable del cuerpo médico, en cuanto referíase a la intensidad de sus tratamientos.

Pero la simulación no pudo continuar: Una mañana oyó que el director del establecimiento, el doctor Fitch, decía a otros médicos de la casa: "Este infeliz tiene un cáncer del cerebro. Es necesario abrir el cráneo y extraer el cáncer. Hacedme traer los instrumentos necesarios para practicar la operación". El desgraciado repórter recuperó instantáneamente el juicio; con toda lucidez confesó su simulación, pidiendo se le disculpara ese fraude, cuya principal víctima había sido él mismo. "En nombre del cielo, no me abráis el cráneo -clamaba-. Soy repórter del diario y dirijo la edición del domingo. He pensado hacer esto para demostrar que vosotros no entendéis la materia y sois incapaces de distinguir un loco de un cuerdo". A lo cual respondió el médico con toda flema: "Pero no habíamos equivocado el diagnóstico en cuanto al señor repórter se refiere".

A petición del director y de sus colegas, el periodista fue llevado ante la corte judicial de Yorkville; pero, como era de suponer, tal caso no podía ser previsto por ley alguna, y el simulador recuperó su libertad. El desgraciado Minnick volvió cabizbajo a su diario, pero la dirección se apresuró a despedirlo por ineptitud. Comentaba con razón un periódico de medicina: en los Estados Unidos, como en todas partes, sea cual fuere el medio empleado, es necesario obtener el fin propuesto.

III. Locuras de origen sugestivo

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Junto a esas formas de simulación de la locura, clínicamente bien definidas, deben señalarse otras, estrechamente emparentadas con ella, aunque esencialmente distintas. Nos referimos a las locuras por sugestión ajena y a las locuras por imitación, determinadas autosugestivamente. En estos casos la locura aparece en sujetos tarados por grave herencia neuropática, que viven en desequilibrio permanente, con un pie sobre el umbral del manicomio.

Intensas sugestiones de ideas falsas son frecuentes en casi todas las sectas, determinando en los sugestionados un estado mental casi delirante; esas sugestiones intensas constituyen la fuerza de las sectas y caracterizan la personalidad psicológica del sectario; implican un estrechamiento del campo mental y una tendencia a asociar las ideas de cierta manera preconcebida, representando un término medio entre la cerebración normal y la cerebración patológica de los delirantes sistematizados.

Análogo proceso de sugestión determina el fenómeno harto conocido de las locuras epidémicas, algunas de las cuales, de origen presumiblemente histérico, han sido bien estudiadas por Calmeil; más tarde las amplió, precisándolas, Giles de la Tourette en sus clásicos estudios sobre la histeria.

Recientemente Nina Rodríguez ilustró las "locuras de las multitudes" en una interesante monografía. En esfera más reducida, la misma causa suele determinar las llamadas "locuras a dos", estudiadas en excelentes ensayos por Legrand du Saulle, Ball, Regis, Venttiri, Laségue y Falret, Seppilli y otros, sintetizando sus estudios Scipio Sighele en uno de sus libros más afortunados.

Según antigua y vulgar observación, una de las características del alienado es la tendencia al aislamiento; es clásica la frase feliz de Tarde: "La foie c'est l'isoloir de l'ame". Sólo hacen excepción a esa regla los epilépticos alienados, en quienes existe cierto predominio de las anomalías morales que los inclina hacia la criminalidad, arrastrándolos a la asociación delirante de dos o más individuos. En la "locura a dos", solamente uno es verdaderamente alienado, siendo el otro un inferior mental, un predispuesto que sufre sugestiones. El primero, el alienado, suele ser mentalmente superior, siendo el segundo un sugestionable incapaz de resistir el insistente martilleo de ideas dislocadas y confusas; el contacto permanente con el sugestionador le arrastra a pensar y hacer lo mismo que éste, llegando lentamente a encontrarse bajo la influencia dominadora de sus ideas delirantes. En tal caso, se establece entre ambos una estrecha relación de dependencia; el uno domina al otro, convirtiéndole en un simple eco e instrumento. Sighele considera que ocurre un proceso mental análogo al de la pareja normal, criminal o suicida, constituida por un "íncubo" y un "súcubo"; demuestra también que no puede tratarse de la asociación de dos alienados enfermos del mismo delirio, pues no hay coexistencia de dos delirios análogos independientes. Entre ambos sólo existe un vínculo de asociación semejante al que existe en las demás parejas compuestas de un sugestionador y un sugestionado; la diferencia esencial consiste en que aquí el sugestionador es un loco.

Junto a esas "locuras a dos" asociaciones de un loco y un sugestionado, pueden presentarse casos de falsa "locura a dos", por la asociación de un delirante y un simulador de la locura. Compárense, por ejemplo, los dos casos siguientes:

En el primero -tomado por Laurent de los Arch. cliniques - se trata de una joven que, por cariño a su hermana alienada, simuló la forma de locura padecida por ésta, a fin de no separarse de su lado. En otro -que refiere Legrand du Saulle- una joven con delirio de las persecuciones acusa a su padre de haberla dormido, una tarde, introduciendo luego en su habitación a un hombre, el subprefecto de la ciudad, que abusó carnalmente de ella. Pasado algún tiempo, su hermana se ve también acometida por un delirio semejante y asegura haber corrido la misma suerte, acusando también a su padre. Ambas resuelven vengarse y se asocian para tender una celada al subprefecto y darle muerte; la segunda le escribe, por orden de la primera, debiéndose a una feliz casualidad que el crimen no se llevara a efecto. En el segundo caso, se trata de un delirio inducido por sugestión, en el cual la "súcubo" escribe la carta delictuosa bajo la influencia directa de la "íncubo"; en cambio, en el primer caso no se trata de verdadera "locura a dos", sino de un caso de asociación entre una alienada y una simuladora.

Además de esos casos en que el sugestionador es un alienado, deben considerarse otros en que las sugestiones parten de sujetos normales y son efectuadas sobre degenerados predispuestos a la locura. Esta cuestión involucra un serio problema médico-legal. Primeramente, ¿puede provocarse en un predispuesto un sistema delirante por medio de sugestiones repetidas con insistencia? En caso afirmativo, ¿los sugestionadores son responsables de las consecuencias a que el delirante puede ser arrastrado? Y por fin, ¿la familia del enloquecido puede ejercitar derechos contra los sugestionadores? A esas preguntas hemos respondido en un artículo sobre un molesto perseguidor amoroso; era un neurópata a quien se habían sugerido insistentemente, por burla, ideas falsas que fueron la base de un delirio perfectamente sistematizado. Este tema de la sugestión en la psicogenia de los delirios, descuidado hasta hoy por los alienistas, merece ser objeto de nuevas investigaciones.

De esos casos de locura por sugestión en sujetos predispuestos, hemos reunido diversas historias clínicas. El caso siguiente -casi nos atreveríamos a clasificarlo de locura experimental - merece publicarse e ilustra claramente la cuestión. Sólo diremos que el "íncubo" fue en este caso un poeta eminente, amigo de observar anomalías y rarezas, acaso en virtud de esa misteriosa tendencia que lleva al raro hacia la observación de lo anómalo y al vulgar hacia lo chabacano.

Observación V. - Delirio parcial, determinado por sugestión

X. X. - Joven de origen incierto; cree haber nacido en Montevideo. Tuvo adolescencia accidentada, viviendo, por fuerza, vida bohemia. Como resultante de ella tiene preocupaciones de índole literaria no careciendo de alguna inteligencia y cultura.

A principios de 1893, deseando conocer a algunas personalidades literarias de Buenos Aires, llegó a ser presentado al poeta Rubén Darío. Manifestó ser nuevo en la ciudad; le narró sus aventuras de adolescente, exagerándolas en forma novelesca. Sorprendido Darío por la nebulosa fantasía del joven y su aspecto neuropático, nos invitó a conocerle, considerando que podría ser "caso" para observaciones psicopatológicas. Acordamos sugerirle algunas ideas novelescas e inverosímiles relacionadas con su propia persona, para estudiar su susceptibilidad a la sugestión.

De común acuerdo escogimos lo siguiente. Hace algunos años publicóse en Francia un libro interesante y original, titulado Chants de Maldoror, cuya paternidad se atribuyó a un conde de Lautréamont, que se decía fallecido en un hospicio de alienados, en Bélgica. Como se dudara fuese otra la paternidad legítima del libro, el escritor León Bloy publicó diversos datos sobre el supuesto autor, afirmando que había nacido en Montevideo, siendo hijo de un ex cónsul de Francia en esa ciudad. Sin embargo, algunas investigaciones practicadas al respecto no confirmaron jamás la especie fraguada en el Mercure de France.

Con ese precedente, Rubén Darío hizo observar al joven psicópata su parecido físico con el conde de Lautréamont, de quien Bloy había publicado un retrato. Le manifestó, también, la sospecha de que, por algún embrollo de familia, ambos debían ser hermanos.

Halagado por la perspectiva de una fraternidad que consideraba muy honrosa, e insistentemente sugestionado por nuestras discretas insinuaciones, el joven admitió la posibilidad del hecho, luego lo creyó probable, más tarde real, y, por fin, ostentó como un título su condición de hermano natural del imaginario conde de Lautréamont.

Esta idea delirante comenzó a sistematizarse en su cerebro y llegó hasta hacerse inventar la siguiente explicación: Recordaba haber visto, en la infancia, que su madre recibía visitas demasiado íntimas de un señor muy rico, francés, sumamente parecido a su pretendido hermano y a él mismo; ese hombre debía ser, sin duda, el cónsul francés a quien se suponía padre de ambos. Las relaciones de su madre con ese señor eran anteriores a su nacimiento; este hecho había sido, precisamente, la causa de que su padre y su madre vivieran separados. Él debía ser, pues, hijo natural del cónsul francés y hermano del conde de Lautréamont por parte de padre.

Sin insistir sobre cierta anomalía moral necesaria para urdir semejante novela, poniendo en juego la virtud de su propia madre, diremos que semejante delirio valió al sujeto algunas burlas, cada vez menos discretas.

Comprendiéndolo así, convinimos con Rubén Darío en la necesidad de desugestionarlo; le hicimos con mucha dificultad reconstruir el proceso de autosugestión porque había pasado tiempo desde cuando la indujimos esa idea delirante, y el enfermo curó, gracias, en parte, a la sabia terapéutica del ridículo. Han transcurrido varios años y no ha vuelto a presentar síntomas de ese delirio inducido por sugestión.

IV. Simulación de formas larvadas

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Pasemos a estudiar, brevemente, una forma no rara de locura simulada, aunque no tan característica como la expuesta en el párrafo segundo; es la simulación del estado de desequilibrio mental, de locuras larvadas. En la vida cotidiana encontramos a cada paso esta clase de simuladores. Existe en la sociedad un número crecido de sujetos que, por condiciones psicológicas particulares, encuentran ventajoso para su actuación social orientar sus manifestaciones exteriores en un sentido divergente del habitual; se fingen alocados o "fronterizos", como se designa a los verdaderos desde que Cullére publicó su interesante volumen estudiando las fronteras de la locura.

Los hombres "alocados" gozan -según dijimos- de una relativa libertad de pensar y actuar, no consentida por el medio a los demás individuos; pero, indudablemente, no se llega a atribuirles el mismo grado de irresponsabilidad que a los alienados propiamente dichos. En la sociedad existen dos criterios distintos de la "locura": el criterio clínico, relativo al alienado que necesita la asistencia del hospicio, y el criterio ordinario, aplicado a todo individuo que diverge parcialmente de las costumbres de su medio. Para el primero existe un ambiente de irresponsabilidad total; para el segundo, de semirresponsabilidad.

Sabedor de ello debió ser Erasmo, el humanista de Rotterdam, pues cuando quiso decir a la sociedad de su tiempo sus vicios y falsedades, puso en boca de la locura todo lo que él, directamente, no se habría atrevido a decir. Esas verdades, dichas por la locura, fueron toleradas y celebradas; si Erasmo no hubiese recurrido a tal artificio, habríanle valido terribles anatemas. En realidad, muchos simuladores de este grupo hacen, en pequeño, lo que hizo Erasmo en su Elogio de la locura, aunque sin su talento y sin hallar un Thomas Morus a quien dedicar las lucubraciones escudadas por la simulación.

Esta misma verdad ha sido intuida por el escritor español Valera: entre sus agudas reflexiones de psicología práctica, observa que el ideal de muchos individuos consiste en llegar a tener "cosas", es decir, a obtener del ambiente el derecho de ser originales, de poseer rasgos personales y una moral propia en sus relaciones con los demás. Un individuo puede, pues, simular cierto grado de desequilibrio mental, sin llegar a revestir ningún aspecto clínico determinado; si impone su simulación obtiene grandes ventajas en la lucha por la vida.

Entre los numerosos simuladores de esta índole, diariamente observables, merece recordarse el siguiente, que presenta algunas particularidades interesantes:

Observación VI. - Desequilibrio mental simulado

Trátase de un matemático alemán, descollante en el mundo intelectual por la originalidad de su talento múltiple y por su vasta ilustración. En el vestir se caracteriza por un negligé que, a fuerza de haber sido intencional, se ha convertido ya en hábito involuntario. Por temporadas es poco ordenado en su trabajo intelectual e irregular en su ritmo de vida. Causeur, interesante por todos conceptos. Sus funciones psíquicas son normales: lo anormal en él, refiérese a la exteriorización aparente y voluntaria de su actividad: "se hace el loco", en una palabra.

Rodeado desde su juventud por una justa aureola de estimación intelectual, dio en simular originalidades de carácter, permitiéndose desdeñar la hipocresía social difundida en el ambiente. En breve consiguió que se le tuviera por un "alocado", cuyo talento es disculpa suficiente para toda clase de originalidades espontáneas o voluntarias.

Para integrar algunos de los estudios requeridos por el presente trabajo, le consultamos en busca de datos o indicaciones bibliográficas. Enterado de la idea y de nuestro plan, nos dijo, confiando en nuestra amistosa discreción:

-No se les ocurra descubrirnos a los que nos fingimos locos para tener prerrogativas sobre los demás en la lucha por la vida...

V. Locuras atribuidas por el medio

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En la sociedad, dijimos, existe un criterio de la "locura" aplicable a todo individuo que diverge parcialmente de los usos y costumbres de su medio. De allí nace un fenómeno inverso del que acabamos de analizar. En el grupo anterior tratábase de individuos que simulaban tener una forma larvada de locura, un estado de desequilibrio mental; aquí, en cambio, se trata de la atribución de esas mismas formas a ciertos individuos que no las sufren ni las simulan.

En el primer caso la simulación es un medio de lucha empleado por el individuo; en el segundo es una reacción del ambiente contra individuos inadaptados a sus exigencias. Si pudiera hablarse de locura desde el punto de vista social, prescindiendo de los factores orgánicos que la determinan, la locura sería la inadaptación al ambiente, y los sujetos a que nos referimos serían locos por el simple hecho de ser originales, diferenciados de la masa. Pero eso no es, ni puede ser científicamente, el criterio de la alienación, sin desconocer por ello la importancia del ambiente en el concepto de la locura, magistralmente demostrada por Venturi en sus estudios sobre "las locuras del hombre social". En la vida ordinaria, si un hombre opina o actúa contra lo habitual en su medio, si revela poseer personalidad propia, diferenciándose de la masa, los "hombres que no existen", de espíritu gregario, creen lesionada su tranquila impasibilidad y reaccionan llamando "loco" al audaz que demuestra su exuberancia de actividad y de vida. En la República Argentina, verbigracia, el más grande pensador de Sud América, Sarmiento, sólo era designado como el loco Sarmiento.

No hablamos de la vida en sentido puramente biológico, sino en el más amplio sentido social; luchar por la vida es reflejar sobre los demás sus propias ideas, su criterio moral, imponer su voluntad. Una hipótesis científica, por ejemplo, antes de imponerse, lucha por la vida: la crítica y la polémica son el campo donde se combate esa lucha, hasta que, en definitiva, entre varias teorías, sólo sobrevive la que revela mayor exactitud de observación y de lógica; sobreviven, en otras palabras, las mejores adaptadas a los métodos y el espíritu científico de un momento histórico dado. De igual manera, cuando un individuo se rebela a la rutina consiguiendo vivir intensamente su vida, sin desconyuntar sus ideas, sus sentimientos y sus actos en homenaje al ambiente, la masa inerte y amorfa de la sociedad se apresura a atribuirle el consabido desequilibrio mental, e inmediatamente afirma: "Es un loco".

Goethe, en su Werther inmortal, hace exclamar a su personaje, molestado por la burguesa normalidad de Alberto: -"¡Oh, hombres, cómo sois! ¿por qué fatalidad no podéis hablar de una cosa cualquiera sin pronunciar en seguida las palabras: eso es una locura... ? ¿Qué significa eso? ¿Conocéis al por menor todos los detalles de la acción que juzgáis? ¿Habéis escudriñado, seguido en su desarrollo, los motivos que la han originado? ¡Ah! si lo hubierais hecho, no pronunciaríais con tanta precipitación vuestros juicios". Y cuando Alberto le observa que un hombre arrastrado por sus pasiones pierde toda su libertad para reflexionar, y debe considerársele como si estuviera ebrio o atacado de locura, Werther le contesta: -"¡Ja! ¡Ja! ¡Heos ahí!, personajes razonables. ¡Pasión, embriaguez, locura!

Armados con vuestra severa gravedad permanecéis, en esos casos, impasibles e inquebrantables, y como hombres morales reprobáis al ebrio, rechazáis al loco, seguís vuestro camino, y dais gracias a Dios como el fariseo, porque no os ha hecho semejante a uno de ellos. Yo me he embriagado más de una vez, mis pasiones no han estado nunca lejos de la demencia, y no me arrepiento ni de lo uno, ni de lo otro. He aprendido a conocer como todos los hombres extraordinarios, como todos los que han hecho alguna cosa sublime, algo que parecía imposible a los ojos del vulgo, todos los que se han distinguido del común de los otros, todos, repito, han sido calificados y tenidos por la mayor parte de las gentes, por ebrios o por mentes locas. Y en la misma vida ordinaria, ¿no causa indignación al oír decir, al ver ejecutar una acción noble, generosa y extraordinaria?: ¡Ese hombre está borracho; ese hombre es un loco! ¡Ruborizaos gentes sobrias y prudentes! ¡Ruborizaos, sabios de la tierra!".

De esa manera han sido sucesivamente considerados locos todos -grandes o pequeños- cuantos desviáronse de las rutas señaladas por la rutina. No entremos aquí a discutir las relaciones entre el genio y la locura; para Lombroso son de causalidad, para nosotros de coexistencia. Recordando que muchos hombres geniales fueron considerados por su ambiente como locos, preferimos juzgar a los genios por sus doctrinas, como si hubieran sido normales, aunque algunos de ellos no lo fueron. Hoy mismo quien saliera a la calle y se propusiera demostrar a los transeúntes que la organización social presente podrá modificarse en sentido más favorable al bienestar de todos los seres humanos, tendría la certidumbre de que el noventa y nueve por ciento de los transeúntes le llamaría loco . Difícilmente uno por cada cien meditaría sobre la posibilidad de que tuviese razón en lo que dice; acaso muy pocos concibieran que alguna vez la sociedad puede modificarse. Sin embargo, ninguna verdad hay más segura que la evolución eterna, en sociología como en todo.

No sabríamos cerrar mejor este capítulo que recordando una breve parábola de Leopoldo Lugones, concordante con lo dicho acerca de la reacción del ambiente contra los individuos diferenciados de la masa. Hela aquí:

"Una oveja de manso carácter preguntó a un carnero de buen juicio:

-¿Qué es un loco?

El carnero, después de haber significado hasta tres veces consecutivas su grave preocupación frontal, por medio de tres movimientos pendulares de la cabeza, respondió:

-Loco es todo aquel que no es carnero.

La oveja reflexionó con mesura en lo hondo de su mollera:

-¡Qué lindo es ser loco!

El carnero añadió:

-Ser loco es una cosa detestable.

La oveja pensó:

-Ser loco es no ser carnero.

El carnero, que sabía su tanto de latín de Nebrija, prescribió:

- Ne varietur...

A lo cual, la oveja no supo, en verdad, qué contestar".

IV. Conclusión

Las condiciones en que se desenvuelve la lucha por la vida en el ambiente social civilizado, pueden hacer individualmente provechosa la simulación de la locura, como forma de mejor adaptación a las condiciones de lucha; ya sea directamente favoreciendo al simulador, ya indirectamente, disminuyendo las resistencias que el ambiente opone al desarrollo y expansión de su personalidad.

  1. Ver las conclusiones del ensayo sobre La simulación en la lucha por la vida , escrito y publicado como introducción de este libro: desde la tercera edición ha sido reimpreso en volumen aparte.