Siluetas parlamentarias: 13

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


FILEMÓN POSSE


El ilustrado Vice-Presidente de la Cámara de Diputados debe codiciar la talla de Mirabeau, en los cuartos de hora de las reminiscencias de sus lecturas históricas.

No es porque posea la tenue ni el acento del terrible orador de la Constituyente.

Ni tampoco porque su voz sea atronadora y veloz, como la de los grandes tribunos de la multitud. Es que al Dr. Posse hay que contemplarlo de lejos, en razón de que la simpatía que su persona inspira es inversamente proporcional á los cuadrados de las distancias.....

Porque es feo?..... No me atreveré á asegurarlo después de lo que sucedió con uno de sus colegas y con un periodista.

El primero insinuó que el Dr. Posse era feo, y el Diputado por Córdoba calificó de «cara de zapallo helado» la de su contendor.

El segundo se permitió irreverentes alusiones al lobanillo frontal del Dr. Posse; pero este lo partió por el eje (al periodista) con una frase chusca:

—¡Ya quisiera tener mi lobanillo para ponérselo encima de las narices!

Feo!.... Pero si la fealdad as el cachet varonil de los individuos de la raza humana!

Santucho, un correntino mas feo que una voluptuosidad conyugal entre el hambre y la peste, dijo no há mucho por telegrama, que el autor de estas siluetas era feo.... pero inteligente.

Un consuelo, como el «pobre, pero honrado» que satirizó Cervantes.

Y como no es lícito elegir, hay que darse por satisfecho con que, á una cualidad visible de puro material, haya quien le adicione otra invisible de puro ilusoria.

Claro está que me refiero á mi fealdad y entendimiento, no al Dr. Posse que ni es tan feo como lo pintan sus adversarios, ni carece de un talento sólido, elástico y puntiagudo, como espada toledana.

Sobre esto, mas que sobre gustos en punto á belleza flsonómica, sí que no hay disputa.

En la magistratura y en el parlamento ha dejado huellas duraderas de la seguridad de su criterio y de su espíritu práctico.

Posee ademas, el suficiente carácter para equilibrar la independencia de sus juicios con la difícil misión de diputado defensor del Gabinete.

Difícil, es la palabra. No porque yo acepte en absoluto aquella máxima oposicionista de que no hay gobierno bueno, sino mas bien por la atmósfera adversa en que ordinariamente luchan por la vida los círculos oficiales.

Ser orador ministerial! Fea concepto, desde Fígaro y Timón!

Es preferible ser humilde y callado votante, y aun siñuelo de las mayorías oficiales, como el simpático diputado Corvalán.

Lo dicho no quiere decir que el Dr. Posse no se encuentre bon gré en la Cámara de Diputados.

Con su frase socarrona, su gruesa sonrisa y su mirada viva, se divierte como los japoneses, haciendo juegos malavares con el tema mas serio é infecundo.

Es decir, emplea en favor del Gobierno cábulas parlamentarias que harían la fama de cualquier orador de la oposición.

Este si que seria buen papel para el doctor Posse!

Como que al público le hacen poca gracia los chistes destinados á abonar los propósitos del Gobierno, cuando nó á ocultar sus despropósitos.

Pero me imagino al doctor Posse haciendo tiros con sal á los ocupantes de las cinco primeras bancas de la izquierda.

Llegaría á primer espada de la oposición, mientras que hoy solo hace suertes de banderillas ó de pica, y hasta se luce de cachetero con los proyectos condenados á muerte por la mayoría del Parlamento.

Para ser leader de una fracción gubernista se necesita, ó la frase deslumbradora del Dr. Leguizamón, ó la habilidad sofística del Diputado Calvo. Pero el sistema de las ocurrencias y originalidades en sostenedores de actos oficiales, suele tener sus peligros.

La opinión es arisca y cosquillosa, antojándosele á lo mejor, no que tratan de mitigar sus heridas, sino que hacen mofa de sus resentimientos.

¿Y quién es el guapo que le moja la oreja á esa Sarah del escenario político de los pueblos democráticos?....

No lo seria el doctor Posse, dándose exacta cuenta de la impresión pública de sus comentarios risueños en pró de los gobernantes.

Porque el distinguido Diputado no es de los hombres que sienten soberano desprecio por el criterio de los centros de civilización y de cultura.

Como hombre de talento y de carácter, sabe respetar la opinión, y lo creo incapaz de una cábula indecente en provecho de sus aficiones particulares.

Y no siendo diputado instrumental, se esplica que se haga justicia plena á sus aptitudes intelectuales, y excelentes condiciones de moralidad política.

Tendrá debilidades, defectos, errores... ¡qué sé yo! porque es hombre. Pero su talento asienta sobre el bien templado muelle de una dignidad que raya en el orgullo.

Es de los hombres que me gustan.

Esos que llegan hasta la soberbia en defensa del amor propio, pueden ser volubles en sus cuartos de hora de estravio; pero persistentes en sus esplosiones de independencia personal.

Una capa de escepticismo deforma los verdaderos sentimientos del diputado Posse. Pero perdonémosle ese pecado en gracia de su moderada neurosis: la del estilo incisivo.

Un ex-magistrado no puede permitirse el placer de arrojar el tapa-rabo del poder judicial.

Se expone á que los litigantes que sufrieron sus fallos, se desquiten deplorablemnte jugando «á la baja» con las acciones de la reputación del jurisconsulto.

Un ex-magistrado que cambia los estrados por el anfiteatro parlamentario, y que es bastante espiritual como para hacer destacar lo ridículo y ridiculizar lo falso en una discusión, debe recordar, mas que ningún otro, aquel consejo de un célebre maestro: «No os mofeis por el solo placer de mofaros, y para hacer ver que no carecéis de chispa.... »

No será aventurado creer que mas de una vez habrá fallado un pleito, sin examinar mas que su lado risueño.

Yo no lo creo, tratándose del doctor Posse, jurisconculto de criterio claro é impregnado de rectitud.

Pero muy apesar mio, tengo que levantar una punta del velo que encubre la causticidad del Diputado Posse.

Y sabremos á la vez, porqué le gusta diluir sus razonamientos en amenas superficialidades y por qué sus producciones jurídicas, en los altos puestos que ha ocupado en la magistratura, se resienten de una generalización mas doctrinaria que práctica, como quiera que sea clara y brillante.

Es que el Dr. Posse es hombre de talento, pero no de estudio.

¿Si lo aburrirán las lecturas esclusivamente científicas? No lo sé; pero es el caso que no se afana por engarzar su bien pulida inteligencia en una sólida erudición.

Sus estudios son siempre de oportunidad: repaso de los papeles que le corresponden en el reparto de trabajo de cada pieza del repertorio de las Comisiones jurídicas de la Cámara. De ahí que pueda ilustrar cualquier asunto, exhumado de los cajones de la mesa de su Comisión, y tendido sobre la carpeta para proceder á su autopsia y extraerle el informe y el dictamen.

Pero el mismo hombrecillo que se rie de los detalles en el salón de Comisiones, les profesa horror dentro del recinto legislativo, y cuando le toca dilucidar un punto complicado en el que parecen enredados el hecho y el derecho.

No les saca el cuerpo á. las consideraciones parciales; pero las cercena hasta dejarlas como simples eslabones de la progresión desaliñada de sus razonamientos.

Y con voz de timbre provincial, de acento zumbón y de limitada altura, el Diputado por Córdoba se escurre á través del asunto en discusión, y aquí cazo un par de observaciones de sentido práctico, allí despachurro media docena de argumentos débiles, mas allá echo á volar principios generales sobre el punto en debate, el orador llega sin fatiga al término de sus breves jornadas parlamentarias.

Porque no se prodiga en discursos, pero ni tampoco en informes.

A lo sumo, se permite subir á la grupa del miembro informante de su comisión. Esto envuelve un mérito: habla para decir algo, y no para hacer saber que «ha tomado la palabra».

No tiene por qué adular á los taquígrafos para que le pasen el original de sus discursos.

Ni á los regentes de las imprentas encargadas del Diario de Sesiones, para que le remitan triples pruebas de lo que habló.

El diputado Posse no tiene por qué aspirar á la notoriedad de las crónicas parlamentarias.

En este punto, lo aplaudo sin reservas.


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