SIERRA

Una mano invisible
acaricia calladamente
la pulpa triste
de los mundos rodantes.

Alguien, a quien no comprendo,
me macera el corazón
de dulzura.

En la nieve de agosto
se abre el sol
—sonrisa precoz de la primavera—
la flor del duraznero.

Tendida en el filo ocre
de la sierra,
una helada

mujer de granito
aúlla al viento
el dolor de su seno desierto:

Marlposas
de luna
liban
de noche
sus pechos
helados.

Y en mis párpados,
Una lágrima más antigua
que mi cuerpo,
crece.