Sesión del 30 de julio de 1873 (Alusión personal del Sr. Cala)

​Sesión del 30 de julio de 1873. (Alusión personal del Sr. Cala.)​ de Emilio Castelar
Nota: «Sesión del 30 de julio de 1873. (Alusión personal del Sr. Cala.)» (1874) Discursos íntegros pronunciados en las cortes constituyentes de 1873-1874 pp. 111-121.
SESIÓN DEL 30 JULIO DE 1873.
(Alusión personal del Sr. Cala.)
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 Señores Diputados: Aunque solo sea de pasada, permítame el Sr Olaye recordarle que yo combatí al Rey y á la Monarquía de Saboya cuando estaban triunfantes; y las palabras que recuerda no fueron pronunciadas en la hora suprema de su partida, sino en el momento en que habia indecisión en el Rey para presentar la renuncia, y en la Cámara para admitirla. Cuando el Rey dejó de ser Rey, nadie más respetuoso qué yo; y tengo pruebas indirectas, no solo del Rey, sino de su augusta familia, para creer y asegurar que el documento de despedida, suscrito y redactado por mí, fué una gran compensación á tantas amarguras y tristezas como habia pasado en España. Yo no acostumbro á combatir más que á los fuertes. Y entro ahora, Sres. Diputados, en el fondo de la alusión para que pedí la palabra.
 El Sr. Cala me la ha dirido personal y expresiva. Esta proposición no tiene ningún sabor monárquico. Nosotros la defendemos y la votaremos como una proposición esencialmente repúblicana. Primero, es un voto de censura que todo cuerpo tiene derecho a infligir á sus miembros. Después, un reconocimiento de que esta Cámara no puede ser juez en absoluto de sus individuos; y no lo puede ser, porque aquellas penas personales y aflictivas que se hayan de aplicar para los que se sublevan, las aplicarán los tribunales competentes, y no la Cámara, que ni castiga ni amenaza, ni hace más que, como poder legislativo, escitar el celo del poder judicial para que los preceptos de la ley se cumplan; que no pueden estar, no deben estar los legisladores, los encargados de hacer las leyes, más altos que las leyes mismas; y es necesario que el castigo cargue sobre todos los culpados, pero especialmente sobre los de alta dignidad y gerarquía.  Y dicho esto, Sres Diputados, voy á hablar de algo grave, porque voy á defenderme de una acusación grave también que me ha dirigido el señor Cala. Yo no he tenido tratos con los partidos conservadores; yo no he querido que la República se afiance por los partidos conservadores, sino por el partido republicano;, yo quiero que la República se robustezca tomando aquellas dotes de gobierno que los partidos conservadores tienen, y con cuya virtud nos han vencido siempre y nos han eliminado de la vida pública en toda Europa.
 Pues qué, ¿no advertís este, fenómeno, señores Diputados, el fenómeno de que los partidos republicanos avanzados, á los cuales pertenecemos nosotros, pasan como un meteoro por todos los horizontes de Europa? Reinan algunos meses en Italia, un mes en Viena, mes y medio en Francfort, un año apenas en Francia, algún tiempo en España, y luego desaparecen como un cometa sangriento, no ahuyentados por sus enemigos, sino ahuyentados por sus pasiones, por sus errores, por su intemperancia, y sobre todo, por sus insensatas revoluciones contra sí mismos, que son su muerte. (Grande sensacion.)
 ¡Ah, Sres. Diputados! ¿Y qué he querido yo evitar? Yo he querido evitar que sucediera en España lo que ha sucedido en las demás Naciones; y lo he querido evitar aconsejando al partido republicano que tuviera como partido de gobierno aquellas cualidades esenciales á los partidos de gobierno, tan distantes de la represión ciega como de la utopia revolucionaria.
 Nosotros, los republicanos, tenemos mucho de profetas, poco de políticos: sabemos mucho del ideal, poco de la experiencia: abarcamos todo el cielo del pensamiento y nos hundimos en el primer hoyo que hay en nuestro camino. Así sucede y ha sucedido siempre en la historia, que los enemigos de los partidos progresivos fundan las ideas progresivas, como el judío San Pablo fundó el cristianismo; como el monárquico Washington fundó la República del Norte de América; como Rivadavia, otro monárquico, fundó la confederación de las Repúblicas del Sur de América: que ni el Bautista en la Iglesia, ni Rousseau en la revolución, ni ninguno de los profetas ha consolidado la reforma misma por ellos anunciada y traida; á la manera que Moisés guió á la tierra prometida, y no llegó á entrar en la tierra prometida; á la manera que Colon descubrió la América sin saber que la hubiera descubierto para que unos guerreros andaluces y extremeños la conquistaran y unos oscuros pilotos italianos la bautizasen; porque los que conciben y presienten las grandes ideas, no las realizan ni consolidan en ninguna época de la historia. (Aplausos.) Y yo ¿qué he querido? Yo he querido que desmintiéramos esta ley histórica. Yo lo que he querido es que el partido republicano fuera como profeta ayer, político hoy; partido de idea ayer y partido hoy de acción; partido de oposición ayer y partido hoy de gobierno; y que al llegar aquí se trasformara, tomando como en su Thabor la naturaleza de los hombres de Estado y de los partidos destinados al mando, sin dejar por eso la fidelidad á sus ideas.
 ¡Qué triste espectáculo! ¡qué tristísimo espectáculo enEuropa! Todo cuanto nosotros hemos defendido, lo han realizado los conservadores. ¿Quién ha sostenido la idea de la autonomía de la Nación húngara? Un republicano, Kossut. ¿Quién la ha realizado? Un conservador, Deak. ¿Quién ha sostenido la idea de la abolición de la servidumbre en Rusia? Un republicano, Ryllelef'ó Hertzen. ¿Quién la ha realizado? Un emperador, Alejandro. ¿Quién ha sostenido la idea de la unidad de Italia? Un republicano, Mazzini. ¿Quién la ha realizado? Un conservador, Cavour. ¿Quién ha sostenido la idea de la unidad en Alemania? Los republicanos de Francfort. ¿Quién la ha realizado? Un imperialista, un cesarista, Bismark. ¿Quién ha despertado la idea republicana tres veces ahogada en Francia, porque la primera República es una tempestad, la segunda es un sueño, la tercera nada más que un nombre; quién ha despertado la idea republicana en Francia? Un poeta insigne, Víctor Hugo; un gran orador, Julio Favre; otro orador no menos ilustre, Gambetta. ¿Quién la ha consolidado? Un conservador, Thiers, de manera que no pueda vencerla jamás la coalición monárquica de la Asamblea de Versalles, ni destruirla jamás la cortante espada del hombre que hoy la preside, del general de los Césares.
 ¿Qué quería yo? ¿Qué deseaba yo? ¿A qué consagraba yo toda mi vida? A pensar en el advenimiento de la República, á procurar que la República se hiciera con los republicanos, por los republicanos; mas para todo el mundo. Y ¿qué creéis? ¿Creéis que con vuestra conducta, que con vuestros procedimientos, que con vuestros cantones, que con vuestra sublevación militar, con esa demagogia pretorianesca sin nombre, sin título, sin responsabilidad, nos salvareis? (Grandes aplausos.) No, no; con esas criminales demencias, con esas insensateces de suicidas, solo nos espera la destrucción pronta y la deshonra irremisible de la República. (Aplausos prolongados y repetidos.)
 ¡Ah, Sres. Diputados! Es necesario que la República se salve por los antiguos republicanos, por los verdaderos republicanos, por los republicanos históricos, por los republicanos de la víspera, contra esa turba innominada de aventureros militares, de conspiradores de cuartel, ignaros y ambiciosos. ¿No lo creéis? Pues desconocéis la verdad de las cosas, la desconocéis por completo. Qué, ¿habéis creido que esos hombres no se hubieran levantado si se hubiesen proclamado inmediatamente los cantones? ¿Qué tienen ellos que ver con los cantones? ¿Qué saben ellos de cantones? Habíais de haber dado la Constitución más republicana del mundo, la más federal; habíais de haber puesto en práctica todas las utopias socialistas; habíais de haber trasformado la tierra, como Jacobo Boehm quería, y ellos se hubieran levantado, porque, bullangueros por naturaleza, lo que buscan es pescar un grado en el agua turbia de los motines vergonzosos. (Ruidosos y prolongados aplausos.) Y si no, mirad la diferencia que hay entre vuestras conquistas y nuestras conquistas. Nosotros hemos conquistado también á hombres de los otros partidos; nosotros tenemos en las filas de la mayoría hombres de los otros partidos. Pero ¿qué son? Grandes oradores como el Sr. Labra, como el Sr. Sanromá; grandes pensadores como el Sr. Canalejas, como el Sr. Gomez Marin; hombres que conocen que en estos momentos supremos les toca, hasta que la República se consolide, el modesto, el patriótico papel que están representando; mientras los vuestros, vuestros generales, con su historia manchada de sangre republicana, se sublevan contra la República porque la conciencia nacional no consiente que ellos sean los primeros en la República. (Frenéticos aplausos.)
 Decia el Sr. Rios rosas con esa magna elocuencia que es uno de los timbres de esta Cámara, en la cual, cuando él no está, parece que falta el Sinaí y la tempestad; decia el Sr. Rios Rosas: «Yo no creo que sea posible la restauración carlista» y la Cámara le aplaudía con un grande entusiasmo. Tampoco yo lo creo, tampoco yo lo puedo creer. No es posible que se levante la Inquisición sobre la conciencia, la censura sobre el pensamiento, el silencio sobre la tribuna, la mordaza sobre la prensa, la amortización sobre la tierra libre por la sangre de nuestros padres, el convento del ócio sobre el taller del trabajo. (Grandes aplausos.) No; no es posible que el Rey restaurado por tantas bordan y ungido por la herencia de tantos tiranos venga como sus antecesores entre dos hileras de patíbulos de los cuales pendan las cabezas lívidas de los patriotas asesinados, y entre aquellas muchedumbres fanáticas que pedian estirando sus brazos, cadenas, y que lanzaban de sus gargantas el grito de ¡muera la Nacion! Eso está tan lejos como los horrores de Tiberio y de Nerón; porque antes que consentir á D. Cárlos, en el fondo del mar se hundiría España. (Frenéticos aplausos que se repiten y se prolongan.)
 Una sola cosa puede hacer, sin embargo, que eso suceda transitoriamente, pero que suceda. Puede haber un paréntesis de algunos dias, de algunos meses; puede llegar el Pretendiente á ese palacio de Madrid, como llegó el Rey José al palacio de Madrid á pesar del heroísmo, de nuéstros padres. ¿Y sabéis cómo se puede hacer esto? Pues no lo puede hacer mas que una cosa: la insensatez de los republicanos, la demencia de los republicanos.
 iOh! ¿Habia yo de estar veinte años de mi vida trabajando con el desinterés mayor del mundo, desinterés que conservo ahora, porque el poder en España me repugna; habia yo, que tanto aplaudo y que tanto alabo el generoso esfuerzo, el martirio verdadero que esos hombres ilustres están sufriendo en ese banco (Señalando al ministerial) lleno de tormentos; habia yo de querer nada por ambición, ni por honores, ni por riquezas, ni por mando? No; lo quiero todo por la República, porque tengo un nombre que conservar, un nombre que es mi único patrimonio, un nombre querido en Europa, un nombre querido en América, un nombre que está indisolublemente unido á la República, mientras esos sublevados anónimos se pierden hoy en su irresponsabilidad y se perderán mañana en los abismos oscuros de donde no han debido salir jamás, y de donde los ha sacado el antojo de las ciegas revoluciones. (Aplausos.) Y voy á dirigiros una última observación.
 El Rey Amadeo no cayó, no, porque fuese anticonstitucional; era muy constitucional; no cayó porque fuera de esta ó de la otra suerte; después de todo, era y es un hombre valeroso y leal; el Bey Amadeo cayó ¿sabéis por qué? pues cayó por la susceptibilidad de nuestra Nación. Los españoles se creian rebajados teniendo un Rey extranjero; y ¿qué queréis que diga el pueblo español de un partido que aparenta desmembrarle, que aparenta romperle en mil pedazos, que aparenta destruir esta unidad que llevamos en nuestros huesos y en nuestras venas, que sentimos desde el Asia hasta América; esta unidad que nos hace decir en el extranjero «soy español,» con el mismo orgullo con que decía el romano civis romanum sum? Eso no puede perderse; el partido que aparente intentar eso, está perdido; lo rechazará la Nación entera como á un reprobo.
 Aquí, sentimientos de la vida, hogar, familia, afectos, oración en los lábios, ideas en la mente, desde el alimento que es grato al paladar, hasta la obra de arte que nos abre las puertas de lo infinito, todo esto lleva en sí, como el árbol la savia, el jugo de la tierra española. (Grandes y repetidos aplausos.)  Yo quiero ser español y solo español; yo quiero hablar el idioma de Cervantes; quiero recitar los versos de Calderón; quiero teñir mi fantasía en los matices que llevaban disueltos en sus paletas Murillo y Velazquez; quiero considerar como mis pergaminos de nobleza nacional la historia de Viriato y el Cid; quiero llevar en el escudo de mi Patria las naves de los catalanes que conquistaron á Oriente, y las naves de los andaluces que descubrieron el Occidente; quiero ser de toda esta tierra, que aun me parece estrecha, sí, de toda esta tierra tendida entre los riscos de los montes Pirineos y las olas del gaditano mar; de toda esta, tierra ungida, santificada por las lágrimas que le costara á mi madre mi existencia; de toda esta tierra redimida, rescatada del extranjero y de sus codicias por el heroísmo y el martirio de nuestros inmortales abuelos. (Grandes aplausos.) Y tenedlo entendido de ahora para siempre: yo amo con exaltación á mi Patria, y antes que á la libertad, antes que á la República, antes que á la federación, antes que á la democracia, pertenezco á mi idolatrada España. (Frenéticos aplausos.)
 Y me opondré siempre con todas mis fuerzas a la más pequeña, á la más mínima desmembración de este suelo, que íntegro recibimos de las generaciones pasadas, que íntegro debemos legar á las generaciones venideras, y que íntegro debemos organizar dentro de una verdadera federación.
 Y el movimiento cantonal es una amenaza insensata á la integridad de la Patria, al porvenir de la libertad.
 Mientras unos de esos cantones toman las naves; mientras otros piratean; mientras aquellos dividen y fraccionan la unidad nacional; mientras los de más allá indisciplinan el ejército; mientras todos cometen tropelías sin número, los carlistas avanzan hacia Bilbao, el baluarte de la libertad; avanzan hacia Logroño, el asilo del héroe de toda nuestra epopeya de la guerra civil; perturban á Cataluña, tierra de la República; y nosotros, generación infortunada, que hemos tenido nuestra cuna mecida en el oleaje sangriento de una guerra civil, vamos á tener por otra guerra civil deshonrado nuestro sepulcro. (Grande sensacion.)
 ¡Ah! yo no veo al patriota en el Diputado que se va de aquí á sublevar las provincias, que rompe lá Patria, que pone una bandera odiosa y odiada sobre el tope de las naves de D. Juan de Austria y del Marqués de Santa Cruz; yo no veo ahí á España. Yo la veo en el voluntario de Estella que con su mujer al lado, sobre cien quintales de pólvora (Grandes aplausos), con la mecha encendida aguarda á que llegue el facineroso carlista, para morir como bueno. (Aplausos prolongados.) Si; allí está la Patria de Viriato, allí está la Patria de Pelayo, allí está la Patria del Cid, allí está la Patria de Daoiz y Velarde, allí está la Patria de la mártir Gerona y de la santa Zaragoza. (Aplausos.)

 Republicanos, votad esa proposición, y votareis por la libertad, por la Patria, por la República, por la federación, y sobre todo, por vuestra autoridad y por vuestro decoro.» (Grandes y prolongados aplausos.)