MOLINS, MARQUES DE.

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Por Elche, provincia de Alicante.


Si se da el nombre de orador á todo el que puede hablar media hora en el congreso, el señor Roca de Togores es un orador: pero si la elocuencia consiste en conmover el ánimo, y persuadir á la razón, no es un orador elocuente.

Es un discípulo del señor Martínez de la Rosa, que sin participar de la elocuencia del maestro solo sabe imitar algunos de los accidentes de mal gusto que tienen los oradores académicos. Es de aquellos que, según cierto crítico, se miran de pies á cabeza como una coqueta; que lisonjean con una mirada la vanidad de otros para que inciensen la suya, que ponen la nariz al viento para participar del perfume que ellos mismos creen exhalar, y que prestan su oreja ganosa de aplauso y alabanza.

En la discusión de indemnización á los partícipes legos en diezmo tomó el señor Roca á su cargo defender el derecho de aquellos, y como fuese un grave inconveniente que algunos careciesen de títulos dijo S. S.: «Los títulos se han sumergido en las aguas de Lepanto». Esta magnífica figura le valió que en la primera ocasión lo hicieran ministro de Marina. Nada más justo y acertado, pues cuando un semi-poeta se lanza á tratar de un combate naval, sus motivos tendrá para ello y no hay que dudar si lo entiende.

Del bando de I Puritani se fué al de I Cavalieri por no quedarse á pie.

Pocos meses antes de subir al ministerio estaba decidido á ser cura animarum, pero las pícaras circunstancias le hicieron variar de rumbo, y Dios sabe lo que en esto habrá pendido la Iglesia.

Cuando era novel diputado, estrenaba una historiada corbata los días en que pensaba usar de la palabra, y se conocía de antemano por aquel infaltable signo. Ahora teme que se le extravíe el gabán, si lo deja en las perchas, y por si ó por no, siempre entra en el Congreso, llevándolo terciado en el brazo izquierdo; pero con cierto negligé y soltura que lo hace interesante.

Tiene buena voz, buena estatura, cabello y barga negra, buenos ojos y ebúrnea dentadura.