Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha: Capítulo XXXV

Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha de Alonso Fernández de Avellaneda
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha
Tomo II, Parte VII
Capítulo XXXV

Capítulo XXXV

De las razones que entre don Carlos y Sancho Panza comieron acerca de que él se quería volver a su tierra o escribir una carta a su mujer


Estaba ya don Carlos en vigilia de celebrar las bodas de su hermana con el titular y quería, por gusto del Archipámpano y mayor solenidad dellas, tener de asiento en Madrid a Sancho; y así, para obligarle a que, trayendo allí su mujer, no pensase más en su tierra, le dijo un día que se halló con él en casa del Archipámpano:

-Ya sabéis, mi buen Sancho, el deseo que de vuestro bien he tenido desde que os vi en Zaragoza y el cuidado con que os regalé de mi mano en la mesa la primer noche que entrastes en mi casa, y cuánta merced os han hecho siempre en ella mis criados, particularmente el cocinero cojo. Pues habéis de saber que lo que me ha movido siempre a esto ha sido el veros tan hombre de bien y de buenas entrañas, teniendo lástima de que una persona de vuestra edad y buenas partes padeciese, y más en compañía de un loco tal cual es don Quijote, en el cual, por serlo tanto, no podíades dejar de dar en mil desgracias, porque sus locuras, desatinos y arrojamientos no pueden prometer buen suceso a él ni a quien se le acompañare. Y no digo cosa de que ya no tengáis esperiencia vos desde el año pasado. Y, si no, decidme: ¿qué sacastes de las antiguas aventuras, sino muchos palos, garrotazos, malas noches y peores días, tras mucha hambre, sed y cansancio, tras veros manteado de cuatro villanos, con tantas barbas como tenéis? Pues ¡monta que es menos lo que habéis padecido en esta última salida!; en la cual las ínsulas, penínsulas, provincias y gobernaciones que habéis conquistado vos y vuestro amo son haber sido terrero de desgracias en Ateca, blanco de desdichas en Zaragoza, recreación de pícaros en la cárcel de Sigüenza, irrisión de Alcalá y últimamente mofa y escarnio desta corte. Pero, pues ha querido Dios que entraseis en ella al fin de vuestra peregrinación, agradecédselo; que sin duda lo ha permitido para que se rematasen aquí vuestros trabajos, como lo han hecho los de Bárbara, que, recogida en una casa de virtuosas y arrepentidas mujeres, está ya apartada de don Quijote y pasa la vida con descanso y sin necesidad, con la limosna que le ha hecho de piedad el Archipámpano, la cual es tan grande, que no contentándose de ampararla a ella, trata de hacer lo mesmo con vuestro amo. Y así, le perderéis presto, mal que os pese, porque dentro de cuatro días lo envía a Toledo con orden de que le curen con cuidado en la Casa del Nuncio, hospital consignado para los que enferman del juicio cual él. Y no contenta su grandeza en amparar a los dichos, trata con más veras y mayor amor de ampararos a vos más de cerca y de las puertas adentro de su casa, en la cual os tiene con el regalo, abundancia y comodidad que esperimentáis tantos días ha. Lo que queda que hacer es que vos de vuestra parte procuréis conservaros en la privanza que estáis, que es notable, como lo es lo que él, su mujer y casa os aman, de la cual no saldréis vos y vuestra mujer Mari Gutiérrez mientras viváis, a quien de mi consejo habéis de traer a ella, enviándola a buscar; que yo daré mensajero seguro y pagaré los gastos, pues gustará dello y de teneros en este palacio el Archipámpano, dándoos en él a ambos un cuarto y salario y muy honrada ración todos los días de vuestra vida con que la pasaréis alegre y descansadamente en uno de los mejores lugares del mundo. Por tanto, lo que habéis de hacer es condecender con lo que os pido y darme en breve la respuesta cual merece el celo que de vuestro bien tengo.

Calló don Carlos dichas estas razones; y, después de haber estado Sancho suspenso un buen rato de oíllas, le respondió a ellas:

-Muy grande es, por cierto, señor don Carlos, el servicio que vuesa merced y el Arcadepámpanos me han hecho estos días, si bien les pido perdón dello, por si acaso no ha sido tanto como yo merezco; que eso ya no me lo veo, y no me lo podrán pagar con cuanta moneda tienen todos los ropavejeros desta tierra. Pero, con todo, se lo agradezco y ahí están para hacelles merced en la Argamesilla veinte y seis cabezas de ganado que tengo, dos bueyes y un puerco tan grande como los de por acá, el cual habemos de matar, si Dios quiere, para el día de San Martín, para el cual estará hecho una vaca. Así que, digo que para respondelle me dé, si le parece, algunos meses de término; que no son cosas estas de mudar de tierra que se hayan de hacer de repente. Lo que yo haré será ir a comunicallo con mi Mari Gutiérrez, o, cuando mucho, le escribiré cuanto vuesa merced me dice; y si ella dice con una mano que sí, yo diré lo mesmo con ambas de bonísima gana. Busque, pues, vuesa mercé tinta y papel, si le parece, y escribámosla luego al punto una carta, en que se le diga como el Avemaría todo eso. Y digo escribamos, porque harto hace quien hace hacer; que yo, por mis pecados, no sé escribir más que un muerto, aunque tuve un tío que escribía lindamente; pero yo salí tan grandísimo bellaco que, cuando siendo muchacho me enviaban a la escuela, me iba a las higueras y viñas a hartarme de uvas y higos, y así, salí mejor comedor dellos que no escribanador.

Quedó contento de la respuesta don Carlos y difirieron el escribir la carta hasta después de comer; y, habiéndolo hecho con el Archipámpano, le dijo sobremesa don Carlos cómo ya tenía el sí de Sancho en lo que era traer a la corte su mujer, si a ella le parecía, y que sólo faltaba el escribírselo; y que, así, trajesen tinta y papel para que allí fuese secretario de la carta que le había de dictar Sancho. Trájose todo al punto, y apenas había empezado don Carlos a doblar el pliego, cuando le dijo Sancho:

-¿Saben, señores, lo que me parece? Que a fe mía que sería harto mejor y más acertado volverme yo a mi casa y quitarme de aquestos cuentos, pues ha que salí della cerca de seis meses, andándome hecho un haragán tras de mi señor don Quijote por unos tristes nueve reales de salario cada mes; si bien hasta agora no me ha dado blanca: lo uno porque dice dará el rucio en cuenta y lo otro porque harto me pagará, pues me ha de dar la gobernación de la primera ínsula o península, reino o provincia que ganare. Pero, pues a él le llevan vuesas mercedes como ha dicho don Carlos, a ser nuncio de Toledo y yo no puedo ser de Iglesia, desde agora renuncio todos los derechos y pertinencias que en cuanto conquistare me pueden pertenecer por herencia o tema de juicio, y me determino volver a mi tierra agora que viene la sementera, en que puedo ganar en mi lugar cada día dos reales y medio y comida, sin andarme a caza de gangas. Por tanto, burlas aparte, vuesa merced, señor Arcapámpanos, me mande volver luego mis zaragüelles pardos y tome allá estos suyos de las Indias (¡quemados ellos sean!), y denme juntamente mi sayo y la otra caperuza, y adiós, que me mudo; que yo sé que mi Mari Gutiérrez y todos los de mi lugar me estarán aguardando; que me quieren como la lumbre de sus ojos. ¿Quién me mete a mí con pajes, que no me dejan en todo el día, sin otros demonios de caballeros, que no hacen sino molerme con Sancho acá, Sancho acullá? Y, aunque aquí se come lindamente, si no siempre con la boca, a lo menos siempre con los ojos, todavía lo que son salarios se paga muy mal; y muchas veces veo que se fingen culpas en los criados para negárseles o quitarles la ración o despedilles mal pagados. Y cuando no suceda en salud, es cierto que en enfermedad no hay señor que mande ni mayordomo que ejecute obra de caridad con los pobres criados. En fin, bien dicen los pícaros de la cocina que la vida de palacio es vida bestial, do se vive de esperanzas y se muere en algún hospital. Ello es hecho, señor don Carlos; no hay que replicar, que mañana, en resolución, pienso tomar las de Villadiego. Verdad es que si el señor Arcapámpanos me asegurase un ducado cada mes y dos o tres pares de zapatos por un año, con cédula de que no me lo había de poner después en pleito, y vuesa merced saliese por fianza dello, sin duda ternía mozo en mí para muchos días. Por eso, si lo determina hacer, no hay sino efetuarlo y encomendarme su par de mulas y decirme cada noche lo que tengo de hacer a la mañana, y adónde tengo de ir a arar o a dar tal vuelta a tal o tal restrojo; y de lo demás déjeme el cargo a mí, que no se descontentará de mi labor. Verdad es que tengo dos faltas: la una es que soy un poco comedor y la otra que para despertarme a las mañanas, algunas veces es menester que el amo se llegue a la cama y me dé con algún zapato, que con eso despierto luego como un gamo, y, echado de comer a mi vientre y a las mulas, voy a la fragua a sacar la reja, alzo los fuelles mientras el herrero la machaca, vuélvome a casa una hora antes que amanezca, cantando por el camino siete o ocho siguidillas que sé lindísimas, do por refrigerar el aliento pongo a asar cuatro cabezas de ajos, tomándolas con dos o tres veces de la bota que tengo de llevar a la labranza; y a la que alborea, subo, hecha esta prevención, en la mula castaña, que está más gorda...

Y de allí iba a proseguir; pero atajóle don Carlos, maravillado de su simple discurso, y díjole:

-Ello se ha de hacer puntualmente lo que os tengo aconsejado, pues se os cumplirán todas las condiciones que pedís.

-A fe que lo dudo -replicó Sancho- de quien no tuvo vergüenza de tomar de un escudero como yo dos reales y medio por la primer cena que me dio; y así, no quiero nada con él, sino que Dios le eche a aquellas partes en que más dél se sirva.

Díjole el Archipámpano, viendo que decía las dichas razones por él:

-Estad cierto, Sancho, que cumpliré cuanto en mi nombre os ha prometido el señor don Carlos, mejor de lo que vos lo sabréis desear, y estad cierto de que nos os faltará en mi casa la gracia de Dios.

-La gracia de Dios -dijo Sancho- es en mi tierra una gentil tortilla de huevos y torreznos que la sé yo hacer a las mil maravillas, y aun de los primeros dineros que Dios me depare he de hacer una para mí y el señor don Carlos, que nos comamos las manos tras ella.

-Mucho gustaré de comella -respondió don Carlos-; pero ha de ser con condición de que por amor de mí os pongáis sombrero, como lo usamos en la corte, y dejéis la caperuza.

-En todos los días de mi vida -replicó Sancho- no he gustado de sombreros, ni sé a qué saben, porque se me asienta la caperuza en la cabeza que es bendición e Dios; porque en fin, es bonísimo potaje, pues, si hace frío, se la mete el hombre hasta las orejas, y si aire, se cubre con su vuelta el rostro, cual si llevara un papahígo, yendo tan seguro de que se le caiga, como lo está la rueda de un molino de moverse, y no se bambalea a todas partes, como hacen los sombreros, que si les da un torbellino, ruedan por esos campos cual si les tomara la maldición. Y más, que cuestan doblado una docena dellos que media de caperuzas, pues no pasa cada una dellas de dos reales y medio con hechura y todo.

-Bien parece, Sancho -le dijo el Archipámpano-, que conocéis la necesidad que tengo de vos y que no tengo de reparar en cosa a trueque de que quedéis en mi casa, pues pedís tantas gullorías. Pero, para que conozcáis mi liberalidad, mañana os mandaré pagar dos años de salario adelantados a vos y a vuestra mujer, y en llegando ella os vestiré a ambos muy de Pascua.

-Beso a vuesa merced las manos -le respondió Sancho- por ese buen servicio. Agora sólo resta saber si las tierras de vuesa merced que tengo de sembrar este otoño están lejos; tras que, como no las sé, será menester ir a ellas el domingo que viene, y también conocer las mulas y saber qué resabios tienen y si tienen buenas coyundas y todo el demás aparejo; porque no quiero diga después de mí vuesa merced que soy descuidado.

-Todo está, Sancho -le replicó don Carlos-, de la manera que deseáis. Lo que se ha de hacer es que escribamos la carta a vuestra mujer.

-Escribamos por cierto -respondió él-, con la bendición de Dios. Pero vuesa merced advierta que ella es un poco sorda y será menester que la escribamos un poco recio para que la oiga. Haga la cruz y diga: «Carta para Mari Gutiérrez, mi mujer, en el Argamesilla de la Mancha, junto al Toboso». Ahora bien, dígale que con esto ceso, y no de rogar por su ánima.

-¿Qué es lo que decís, Sancho? -le dijo don Carlos-, ¿aún no le habemos dicho cosa, y ya decís: «Con esto ceso»?

-Calle -respondió él-; que no lo entiende. ¿Quiere saber mejor que yo lo que tengo de decir? El diablo me lleve si no me ha hecho quebrar el hilo que llevaba, con la más linda estrología que se podía pensar... Pero diga, que ya me acuerdo. «Habéis de saber que desde que yo salí del Argamesilla hasta agora, no nos hemos visto; mi salud dicen todos que es muy buena; sólo me duelen los ojos de puro ver cosas del otro mundo, plegue a Dios que tal sea de los vuestros. Avisadme de cómo os va del beber y si hay harto vino en la Mancha para remediaros la sed que mi presencia os causaba; y mirad, por vida vuestra, escardéis bien el huertecillo de las malas hierbas que le suelen afligir. Enviadme los zaragüelles viejos de paño pardo que están sobre el gallinero, porque acá me ha dado el Arcapámpanos unos zaragüelles de las Indias que no me puedo remecer con ellos; guardarlos he para vos, que quizás se os asentarán mejor, y más que sin mucho trabajo traeréis guardado el hornillo de vidrio, pues tienen por delante una puerta que se cierra y abre con una sola agujeta. Si queréis venir, ya os tengo dicho lo que nos dará el Arcapámpanos cada mes de salario; y así, os mando que antes que esta carta salga de aquí, os vengáis a servir a la Arcapampanesa, trayendo todos los bienes muebles y raíces con vos que ahí están, sin dejar un palmo de tierra ni una sola hoja del huerto. Y no me seáis repostona, que me canso ya de vuestras impertinencias, y tanto será lo de más como lo de menos; y no os haya de decir, como acostumbro, con el palo en la mano: jo, que te estriego, burra de mi suegro».

Volvióse, escritas estas razones, a don Carlos, diciéndole:

-Sepa vuesa merced, señor, que las mujeres de hogaño son diablos, y en no dándoles en el caletre, no harán cosa buena, si las queman. Pues a fe que lo ha de hacer, o sobre eso, oxte, morena.

Esto dijo quitándose el cinto y tomándole en la mano con mucha cólera, añadiendo que él sabía de la suerte que se había de tratar Mari Gutiérrez, mejor que el papa. Maravillado estaba el Archipámpano y cuantos en la sala asistían de ver tan natural simpleza, y aun aguardaban a cuando había de dar con el cinto a don Carlos; pero sin hacerlo, prosiguió diciendo:

-Escriba: «Ya os digo, Mari Gutiérrez, que estaremos aquí lindamente; que, aunque vos seáis enemiga de estar en casa destos hidalgotes, todavía el Arcapámpanos está tan hombre de bien, que me ha jurado que, en estando vos aquí, nos vestirá a ambos y nos dará el salario de dos años adelantado, que es un ducado por bestia cada mes: el uno mí y el otro a vos. Mirad, pues, si por lo menos vivimos mil meses, si ternemos harto dinero. Del señor don Quijote sólo os digo que está más valiente que nunca y le han hecho nuncio de Toledo; si le habéis menester, en dichas casas le hallaréis, y no poco acompañado, cuando paséis por allí. La Arcampanesa, vuestra ama, con quien habéis de estar, os besa las manos y tiene más deseo le escribiros que de veros. Es mujer muy honrada, según dice su marido, si bien a mí no me lo parece, por lo que la veo holgazana, pues desde que estoy aquí, jamás le he visto la rueca en la cinta. Rocinante me dicen está bueno y que se ha vuelto muy persona y cortesano; no creo lo sea tanto el rucio, o a lo menos, no lo muestran sus pocas razones, si ya no es que calla, enfadado de estar tanto tiempo en la corte». Paréceme que no hay más que escribir, pues aquí se le dice cuanto le importa, tan bien como se lo podría decir el mejor boticario del mundo, y yo trasudo de puro sacar letras del caletre.

-Ved vos, Sancho -dijo don Carlos-, si queréis decille otra cosa; que aquí estoy yo para escribillo, pues hay harto papel, gloria a Dios.

-Ciérrela -respondió Sancho-, y horro Mahoma.

-Mal se puede cerrar -replicó don Carlos- carta sin firma, y así, decid de qué suerte soléis firmar.

-¡Buen recado se tiene! -respondió Sancho- Sepa que no es Mari Gutiérrez amiga de tantas retóricas. No hay que firmar para ella, que cree bien firme y verdaderamente todo lo que tiene y cree la Santa Madre Iglesia de Roma; y así, no necesita ella de firma ni firmo.

Leyóse la carta, hecho esto, en voz alta, con increíble risa de los circunstantes y atención del mismo Sancho, a quien dijo el Archipámpano luego:

-¿Cómo llevará don Quijote el quedaros, Sancho, vos en mi casa? Que no querría se enojase y viniese después a ella desafiándome a singular batalla, con que mal de mi grado me obligase a haceros volver con él.

-No tenga vuesa merced miedo -respondió Sancho-; que yo le hablaré claro antes que vaya a Toledo, y le volveré su rucio, la maleta y juntamente el desaforado guante del gigante Bramidán, que puse guardado en ella la noche que él se le arrojó desafiándole en casa del señor don Carlos, para que le vuelva a la infanta Burlerina o le dé en presente al arzobispo cuando entre por nuncio en Toledo. Que yo no quiero nada de nadie; y más, que le diré se vaya con Dios, pues desde aquí al día del juicio reniego de las peleas, sin querer más cosa con ellas, pues tan pelado y apaleado salgo de sus uñas cual saben mis pobres espaldas. Y libré tan mal, habrá dos meses en una venta, que por poco me hicieran volver moro unos comediantes, y aun me circuncidaran si no les rogara con vivas lágrimas no tocasen en aquellos arrabales, pues sería tocar a las niñas de los ojos de Mari Gutiérrez; y después me costó muy gentiles golpes la defensa de un ataharre que mi amo llamaba preciosa liga. Y, aunque él me quiere tanto que entiendo me dará lo que me tiene prometido, que es la gobernación de algún reino, provincia, ínsula o península, todavía diré mañana cómo no puedo ir allá con él, por estar ya concertado con vuesa merced, y que lo que podrá hacer será enviármela, que tan hombre seré para gobernalla acá como allá. ¿Pero sabe vuesa merced qué me parece? Que, pues para de aquí el Argamesilla no se hallará mensajero cierto, será acertado que yo, que sé el camino, lleve la carta, pues le aseguro que no haré más de darla fielmente en manos de mi mujer y volverme luego.

-Pues para eso, Sancho -dijo el Archipámpano-, ¿qué era menester escribirla, si vos habíais de ir allá en persona? No cuidéis della; que yo buscaré quien la lleve con brevedad y traiga luego respuesta, aunque dudo sea ella tan elegante como vuestra carta, en que mostráis haber estudiado en Salamanca toda la sciencia escribal que allí se profesa, según la habéis enriquecido de sentencias.

-No he estudiado -respondió Sancho- en Salmalanca; pero tengo un tío en el Toboso que hogaño es ya segunda vez mayordomo del Rosario, el cual escribe tan bien como el barbero, como dice el cura; y, como yo he ido muchas veces a su casa, todavía me he aprovechado algo de su buena habilidad; porque, como dicen, ¿quién es tu enemigo?: el de tu oficio; en la arca abierta siempre, el malo peca; y, finalmente, quien hurta al ladrón harto digno es de perdón. Y así, dél sé escribir cartas; y si le he hurtado algo de lo que él sabe desto, como se ve en ese papel, no importa, que bien me lo debía, pues día y medio anduve a segar con él, y lleve el diablo otra blanca me dio sino un real de a cuatro; y a mi mujer, que fue a escardar doce días en su heredad el mes de marzo, no le dio sino un real amarillo que no sabemos cuánto vale; por eso, estoy yo mejor con los cuartos y ochavos, que son moneda que corre y los han de tomar hasta el mismo rey y papa, aunque les pese.

Levantáronse en esto de la mesa para salir a pasearse, dejando el Archipámpano orden al secretario de que enviasen él y el mayordomo luego dos criados con aquella carta al Argamesilla, con mandato de que no viniesen sin la mujer de Sancho en ningún caso, procurando traerla regalada y con brevedad. Hízose así. Llegó Mari Gutiérrez a la corte con ellos dentro de quince días, do la recibió Sancho con donosos favores, y el Archipámpano fue el señor más bien entretenido que había en la corte aquellos días; y no sólo él, sino muchos della, con toda su casa, tuvieron alegrísimos ratos de conversación y pasatiempo muchos meses con Sancho y su Mari Gutiérrez, que no era menos simple que él.

Los sucesos destos buenos y cándidos casados remito a la historia que dellos se hará andando el tiempo, pues son tales, que piden de por sí un copioso libro.