Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha: Capítulo X
Capítulo X
Cómo don Álvaro Tarfe convidó ciertos amigos suyos a comer, para dar con ellos orden qué libreas habían de sacar en la sortija
Venida la mañana, entró don Álvaro Tarfe en el aposento de don Quijote, y, sentándose junto a su cama en una silla, le dijo:
-¿Cómo le va a vuesa merced, mi señor don Quijote, flor de la caballería manchega, en esta tierra? ¿Hay alguna aventura de nuevo en que los amigos podamos ayudar a vuesa merced? Porque en este reino de Aragón se ofrecen muchas y muy peligrosas cada día a los caballeros andantes; y, en los días pasados, en las justas que aquí se hicieron, vinieron de diversas provincias muchos y muy membrudos gigantes y descomunales jayanes, y hubo aquí algunos caballeros a quien dieron bien en qué entender. Y sólo faltó que vuesa merced se hallase aquí para que diera a semejante gente el castigo que por sus malas obras merecen; pero ya podrá ser que vuesa merced los tope por el mundo y les haga pagar lo de antaño y lo de hogaño.
-Mi señor don Álvaro -respondió don Quijote-, yo estoy y he estado con grandísima pena por no haberme hallado en esas reales justas, pues si en ellas me hallara, creo que ni esos gigantazos se fueran riendo, ni algunos de los caballeros llevaran las preciosas joyas que, a falta mía, llevaron. Pero yo sospecho que nondum sunt completa peccata Amorrhaeorum; quiero decir que no debe de ser cumplido aún el número de sus pecados, y que Dios querrá que, cuando lo sea, yo los castigue.
-Pues, señor don Quijote -dijo don Álvaro-, vuesa merced ha de saber que para después de mañana, que es domingo, tenemos concertada una famosa sortija entre los caballeros desta ciudad y yo, en la cual ha de haber muy ricas joyas y premios de importancia. Han de ser jueces della los mismos que lo fueron de las justas, que son tres caballeros de los más principales deste reino, un titular y dos de encomienda. Asistirán también a ellas muchas y muy hermosas infantas, princesas y camareras de peregrina belleza, volviendo en cielo las ventanas y balcones de la famosa calle del Coso, adonde podrá vuesa merced hallar a manos llenas dos mil aventuras. Todos habemos de salir en ella de librea, echando, al entrar de la calle, sus motes volantes o escritos en las tarjetas de los escudo, que contengan dichos de risa y de pasatiempo. Si vuesa merced se dispone y esfuerza para entrar en ella, yo me ofrezco de acompañarle y darle librea, para que quede con su lado participante de su buena fortuna, y para que entienda esta ciudad y reino que tengo un amigo tal y tan buen caballero, que basta por sí solo a ganar todos los precios de la sortija.
-Yo soy dello muy contento -dijo don Quijote, sentándose en la cama-, sólo porque vuesa merced vea por vista de ojos las cosas que ha oído de mi esfuerzo; que, aunque es verdad, como dice el refrán latino, que la alabanza pierde dicha por la boca del sujeto a quien se encamina, con todo, puedo y quiero decir de mí lo que digo, por ser tan público.
-Yo lo creo así -dijo don Álvaro-; pero vuesa merced se esté quedo en la cama y repose. Para que lo haga con más comodidad, aquí delante della pondremos la mesa y comeremos yo y algunos caballeros de mi cuadrilla; y sobremesa trataremos de lo que se ha de hacer, guiándonos todos en todo por el discreto voto de quien tanta experiencia tiene de semejantes juegos como vuesa merced.
Fuese don Álvaro, y quedó el buen hidalgo con la fantasía llena de quimeras; y, sin poder reposar, se levantó y comenzó a vestirse, imaginando ahincadamente en su negra sortija; y, con la vehemente imaginación, se quedó mirando al suelo sin pestañear, con las bragas a medio poner; y, de allí a un buen rato, arremetió con el brazo muy derecho hacia la pared, dando una carrera y diciendo:
-De la primera vez he llevado el anillo metido en la lanza; y así, vuesas excelencias, rectísimos jueces, me manden dar el mejor premio, pues de justicia se me debe, a pesar de la invidia de los circunstantes aventureros y miradores.
A la voz grande que dio, subieron un paje y Sancho Panza; y, entrando dentro del aposento, hallaron a don Quijote, las bragas caídas, hablando con los jueces mirando al techo. Y, como la camisa era un poco corta por delante, no dejaba de descubrir alguna fealdad; lo cual visto por Sancho Panza, le dijo:
-Cubra, señor Desamorado, ¡pecador de mí!, el etcétera, que aquí no hay jueces que le pretendan echar otra vez preso, ni dar docientos azotes, ni sacar a la vergüenza, aunque harto saca vuesa merced a ella las suyas sin para qué; que bien puede estar seguro.
Volvió la cabeza don Quijote y, alzando las bragas de espaldas para ponérselas, bajóse un poco y descubrió de la trasera lo que de la delantera había descubierto, y algo más asqueroso. Sancho, que lo vio, le dijo:
-¡Pesia a mi sayo! Señor, ¿qué hace? Que peor está que estaba. Eso es querer saludarnos con todas las inmundicias que Dios le ha dado.
Rióse mucho el paje; y don Quijote, componiéndose lo mejor que pudo, se volvió a él, diciendo:
-Digo que soy muy contento, señor caballero, que la vuestra batalla se haga de la suerte que a vos os parece, sea a pie o sea a caballo, con armas o sin ellas; que a todo me hallaréis dispuesto; que, aunque estoy seguro de la victoria, con todo, me huelgo en estremo de hacer batalla con un tan nombrado caballero, y delante de tanta gente que verán por vista de ojos el valor de persona tan desamorada como yo soy.
-Señor caballero -respondió el paje-, aquí no hay alguno que pretenda hacer batalla con vuesa merced; y si alguna habemos de hacer, ha de ser de aquí a dos horas con un gentil pavo que está aguardándonos para ser nuestro convidado a la mesa.
-Ese caballero -replicó don Quijote- que llamáis Pavo, ¿es natural deste reino o estranjero? Porque no querría, por todas las cosas del mundo, que fuese pariente ni paniaguado del señor don Álvaro.
Oyendo esto, salió de través Sancho, diciendo:
-Por vida del soguero que hizo el lazo con que se ahorcó Judas, que no lo entiende vuesa merced con todos sus libros que ha leído y latines o ledanías que ha estudiado. Baje acá abajo, y verá la cocina llena de asadores, con dos o tres ollas como medias tinajillas de las que usamos en el Toboso, tanto pastel en bote, pelota de carne y empanadas, que parece toda ella un paraíso terrenal. Y aun a fe que si me pidiese un poco de saliva en ayunas, que no se la podría dar, que tengo en el cuerpo tres de malvasía, que llaman en esta tierra, y a fe con razón, porque está mal la taza cuando está vacía della, y es mejor que el de Yepes, que vuesa merced tan bien conoce. Y este señor, porque el beber no me hiciese mal, me dio un panecillo blanco de casi dos libras y media; dos pescuezos el cocinero cojo, que no sé si eran de avestruces; y sí serían, porque yo me comía las manos tras ellos; con todo lo cual en un instante hice la cama a la bebida y refocilé el estómago. Éstas me parecen a mí, señor, que son las verdaderas aventuras, pues las topo yo en la cocina, dispensa y boticaría, o como la llaman, muy a mi gusto. Y le perdonaría a vuesa merced el salario que me da cada mes, si nos quedásemos aquí sin andar buscando meloneros que nos santigüen el espinazo. Y créame vuesa merced que esto es lo más acertado; que allí está el cocinero cojo que me adora, y todas las veces que entro a velle, que no son pocas, me hinche un gran plato de carne friática, que en her así, me la espeto como quien se sorbe un huevo; y él no hace sino reír de ver la gracia y liberalidad con que como, que es para dar mil gracias a Dios. Ello es verdad, que anoche uno destos señores pajes o pájaros, o qué son, me dijo que sorbiese una escudilla de caldo que traía en la mano, porque me daría la vida después de Dios; y yo, no cayendo en la bellaquería, la agarré con ambas manos, y por hella servicio, di tres o cuatro sorbiscones, que no debiera, porque el grandísimo... (y téngaselo por dicho) del paje, había puesto la escudilla sobre las brasas, de manera que me iba zorriando por el estómago abajo y me hizo saltar de los ojos otro tanto caldo como el que sorbí. Y el cocinero y él, y este señorete se reían que se desquijaraban. Mas a fe que no me burlen otra vez de aquella manera, porque, como quedé escarmentado denantes, me dio el cocinero una gentil rebanada de melón, y la tenté muy bien primero poco a poco por ver si estaba abrasando.
-¡Oh, gran bestia! -dijo don Quijote-, ¿y la rebanada había de abrasar? Pero ahí se echa de ver que eres goloso y que no es tu principal intento buscar la verdadera honra de los caballeros andantes, sino, como epicúreo, henchir la panza.
-Hago en eso como quien soy -dijo Sancho.
Estando en esto, sintieron que venía a comer don Álvaro con cinco o seis caballeros principales, de los que habían de salir a la sortija, a los cuales había convidado para dar orden en las libreas que cada uno había de sacar en ella, y para que gustasen de don Quijote como de única pieza. Y así, se subieron derechos a su aposento, y, hallándole medio vestido y con la figura que queda dicho, rieron mucho; pero riñóle don Álvaro porque se había levantado contra su orden, y mandóle se volviese a acostar luego, porque no comerían de otra suerte. Hízolo a puras porfías, tras lo cual se puso la mesa y trajo la comida, llamándole siempre todos ellos «soberano príncipe» a don Quijote.
Pasaron en el discurso dello graciosos cuentos, haciéndole todos estrañas preguntas de sus aventuras, a las cuales respondía él con mucha gravedad y reposo, olvidándose muchas veces de comer por contar lo que pensaba hacer en Constantinopla y Trapisonda, ya con tal infanta y ya con tal gigante, diciendo unos nombres tan estraordinarios, que con cada uno dellos daban mil arqueadas de risa los convidados. Y si no fuera por don Álvaro, que volvía siempre por don Quijote, abonando sus cosas con discreto artificio y disimulación, algunas veces se enojara muy de veras. Con todo, les decía que no era de valientes caballeros reírse sin propósito de las cosas que cada día suceden a los caballeros andantes, cual él era; y don Álvaro les dijo:
-Bien parece, señores, que vuesas mercedes son noveles, y que no conocen el valor del señor don Quijote de la Mancha como yo. Pues si no saben quién es, pregúntenselo a aquellos caballeros que llevaban azotando por las calles el otro día aquel soldado, que ellos dirán lo que hizo y dijo en su presencia y en defensa del azotado, a fin de deshacer el tuerto que le hacían, como verdadero caballero andante.
Acabóse en estas pláticas la comida, y alzáronse las mesas, y comenzaron a tratar de las libreas que cada uno tenía para la sortija y las cifras y motes que habían de llevar. Después, dijo el uno:
-Y el señor don Quijote, ¿qué librea ha de sacar? No dejemos al mejor jugador sin cartas, porque a mí me parece que la saque de verde, de color de alcacel, que es esperanza, pues él la tiene de alcanzar y ganar todos los premios de la sortija.
Otro dijo que no, sino, pues se llamaba el Caballero Desamorado, saliese de morado, con algún mote con que picase a las damas.
-Antes por ser desamorado -dijo otro caballero- ha de llevar la librea blanca, en señal de su gran castidad; que no es poco un caballero de tantas prendas estar sin amor, si ya no es que deje de amar por no haber en el mundo quien le merezca.
El último caballero replicó diciendo:
-Pues mi voto, señores, es que, pues el señor don Quijote es hombre que ha muerto y mata tantos gigantes y jayanes, haciendo viudas a sus mujeres, que salga con librea negra; que así dará a entender a todos los que con él pretendieren entrar en batalla que han de tener negra la ventura.
-¡Ahora, sus! -dijo don Álvaro-, que con licencia de vuesas mercedes tengo de dar mi parecer, y ha de ser singular, como lo es el señor don Quijote. Y así, me parece que su merced no saque librea alguna, antes, como verdadero caballero andante, es bien salga en la plaza armado de todas piezas y armas; y, por que sean proprias las que sacare, le hago donación de las que trae, que son las famosas de Milán que en el Argamesilla le dejé en guarda, pues sólo están honradas en su poder, como en el mío ociosas; y, porque están algo deslustradas del polvo del camino y de la sangre que ha derramado de diversos gigantes en diferentes batallas, daré orden se le limpien y acicalen para que salga más lucido. Por empresa, bástale la que trae en el cuerpo de su adarga; que, pues nadie la ha visto en Zaragoza y desde Ariza, donde la pintó, hasta aquí la ha traído cubierta de un cendal todo el camino por que no se le deslustrase, nueva será y bien mirada, sirviéndole de arma el lanzón proprio, que llevará con ella, su gallardo talle y la ligereza del famoso Rocinante, señas bastantes para que por ellas entiendan todos que su merced es el ilustre caballero andante que el otro día volvió públicamente por la honra de aquel honrado azotado, y quien ha hecho las aventuras del melonero, con las demás que muchos ignoran.
Dijeron todos que era muy acertado lo que el señor don Álvaro había pensado, y a don Quijote le pareció de perlas; y así dijo:
-Lo que el señor don Álvaro ha dicho es verdaderamente lo que importa, porque suele suceder, en semejantes fiestas, venir algún famoso gigante o descomunal jayán, rey de alguna isla estranjera, y hacer algunos descomedidos desafíos contra la honra del rey o príncipes de la ciudad; y, para abatir semejante soberbia, es bien que yo esté armado de todas piezas y armas. Y beso al señor don Álvaro mil veces las manos, por la liberalidad con que me hace merced de las que venía a restituille en esta ocasión y tierra; pero yo aseguro que con ellas haga que el traidor alevoso de cierto gigantazo, que va haciendo grandes desaguisados por el mundo, no se alabe que en este famoso reino de Aragón no hay quien se atreva a hacer singular batalla con él.
Y, saltando en un brinco de la cama, con una repentina y no pensada furia, se salió del aposento y cama a la sala, con su camisa corta como estaba, y metió mano a la espada, que tenía en el mismo aposento. Comenzó a decir a voces, sin que los circunstantes tuviesen tiempo de reconocerse ni detenerle:
-Pero aquí estoy yo, ¡oh, soberbio gigante!, contra quien no valen arrogantes palabras ni valerosas obras.
Y, dando seis o siete cuchilladas en los tapices que estaban colgados por las paredes, decía:
-¡Oh, pobre rey, si lo eres; llegado es el tiempo en que Dios está ya cansado de tus malas obras!
Los caballeros y don Álvaro, que semejante acidente vieron, se levantaron y retiraron todos a una parte, pensando que don Quijote daría también tras ellos y los tendría por jayanes de allá de aliende la ínsula Maleandrítica. Con todo, don Álvaro le asió del brazo, con notable pasión de reír, él y los demás, de ver la infernal visión del manchego, diciendo:
-¡Ea!, flor de la caballería de la Mancha, meta vuesa merced la espada en la vaina y vuélvase acostar, que el gigante ha huido por la escalera abajo, y no ha osado aguardar los filos de su cortadora espada.
-Así lo creo yo -dijo don Quijote-, que éstos y otros semejantes más temen de voces y palabras, a veces, que de obras. Yo, por amor de vuesa merced, no le he querido seguir, pero viva, que para mayor mal suyo será. Pero yo fío que él se guarde de encontrar otra vez conmigo.
Quedó con esto, como estaba tan flaco y debilitado, hijadeando de suerte que no le alcanzaba una respiración a otra; y, dejándole puesto en la cama, con orden de que no se moviese della hasta el día de la sortija, mandó don Álvaro subir a Sancho para que le hiciese compañía. Y él con los demás caballeros se despidieron dél, diciendo iban a ver a los otros sus amigos granadinos en la posada de cierto caballero principal, donde posaban, para saber dellos cómo pensaban salir a la sortija; al cual fueron de hecho, y a dar parte a mucha gente principal y de humor del estraordinario que gastaba don Quijote, y de lo que con él pensaban holgarse y dar que reír a toda la plaza el día de la sortija.