Satiricón (Selección)
CAPÍTULO XLI. Entre tanto yo, que un privado retiro tenía, hacia muchos pensamientos derivé, de por qué un jabalí con píleo hubiese entrado. Después de que así todas las [bacalusias] consumí, me atreví a interrogar a aquel intérprete mío lo que me atormentaba. Mas él: "Sin duda también esto el siervo tuyo indicarte puede; pues no es un enigma, sino cosa abierta. Este jabalí, cuando ayer el final de la cena lo reclamó, por los convidados despedido fue; y así hoy como liberto al banquete se vuelve". Condené yo el estupor mío y nada más interrogue, para que no pareciera que nunca entre gente honesta había cenado. Mientras estas cosas hablamos, un chico espectacular, de vides y hiedras coronado, ora Bromio, otras veces Lieo y Evio confesándose, en un canastillo uvas ofreció y poemas del dueño suyo con agudísima voz interpretó. Al cual son volviéndose Trimalquión, "Dioniso, dice, libre sé". El chico se quitó el píleo y al jabalí en la cabeza lo impuso. Entonces Trimalquión de nuevo añadió: "No me negaréis, dice, que tiene a Líber como padre". Loamos el dicho de Trimalquión, y al chico, que daba vueltas a nuestro alrededor, mucho besamos. Tras este plato Trimalquión se levantó al baño. Nosotros, alcanzando la libertad son el tirano empezamos a solicitar los discursos de los convidados. Y así Damas el primero, cuando [pataracina] hubiese pedido, "El día, dice, nada es. Mientras te das la vuelta, de noche se hace. Y así, nada es mejor que del dormitorio derecho al triclinio ir. Y hermoso frío hemos tenido. Apenas el baño me calentaba. Sin embargo una cálida bebida abrigo es. A hebras la he cogido, y sin duda borracho estoy. El vino al cerebro se me ha ido.
CAPÍTULO XLII. Tomó Seleuco parte de la habla y "Yo, dice, no cada día me lavo; pues el baño un batanero es, el agua dientes tiene, y el corazón nuestro cada día se licuece. Pero cuando un vaso de vino con miel me he tragado al frío [laecasin] digo. Y por cierto no pude lavarme; pues estuve hoy a un funeral. El hombre bello, el tan buen Crisanto, su alma borbolló. Y ora, ora me llamaba. Me parece estar hablando con él. Ay, ay. Somos odres inflados que caminan. Menores que moscas somos. Las moscas, con todo, alguna virtud tienen, nosotros no más somos que burbujas. Y qué, si no abstinente hubiese sido. Cinco días agua en la boca suya no echó, no una miga de pan. Sin embargo se fue hacia los muchos. Los médicos lo perdieron, o más bien su mal hado; pues el médico ninguna otra cosa es que del ánimo la consolación. Con todo, bien enterrado fue, en un vital lecho, con cobertores buenos. Plañido fue óptimamente (pues manumitió a algunos) incluso si malignamente le lloró su mujer. Qué, si no óptimamente la hubiera acogido. Pero la mujer que es mujer, es del género de los milanos. A nadie nada de bueno hacer conviene; igual es que si a un pozo lo echas. Pero un antiguo amor un cáncer es”.
CAPÍTULO XLIII. Pesado se puso, y Fíleros proclamó: “De los vivos acordémonos. Él tiene lo que a él se le debía: honestamente vivió, honestamente murió. ¿Qué tiene que quejarse? De un as creció y dispuesto estuvo un cuadrante de estiércol a mordiscos a arrancar. Y así creció todo lo que tocó como un panal. Creo, por Hércules, que él dejó sueldos cien (mil), y todo en monedas tuvo. De la cosa, aun así, yo la verdad diré, que lengua canina he comido: de dura boca fue, lenguaraz: la discordia, no una persona. Su hermano fuerte fue, amigo para el amigo, de mano llena, pingüe mesa. Y en los comienzos un mal búho peló, pero corrigió las costillas suyas la primera vendimia: pues vendió vino cuanto él quiso. Y lo que su mentón levantó: una herencia recibió de la que más derrochó de lo que dejado le fue. Y ese tronco, mientras su hermano se enfurece, no sé a qué hijo de la tierra su patrimonio legó. Lejos huye quien a los suyos huye. Tuvo también oidores siervos, que a pique lo mandaron. Pues nunca bien hará el que rápido confía, sobre todo el hombre negociante. Aun así, en verdad, ¡lo que disfrutó el tiempo que vivió! [...] al que dado le fue, no al que le fue destinado. Sin duda de la Fortuna hijo: en la mano de él el plomo oro se hacía. Fácil es, sin embargo, cuando todas las cosas cuadradas corren. ¿Y cuántos años crees que él consigo llevaba? Setenta y más. Pero como un cuerno era, bien la edad llevaba, negro como un cuervo. Yo había conocido a este hombre por los años de los años, y todavía era lascivo. Por Hércules que no creo que en su casa al perro perdonara. Más aún, pederasta era, de toda "Ciencia" persona. Y no lo repruebo, esto sólo se llevó consigo.”
CAPÍTULO XLIV. Esto Fileros dijo, aquello Ganimedes: “Contáis lo que ni al cielo ni a la tierra pertenece, cuando entre tanto nadie se preocupa de qué la cosecha muerde. Por Hércules, hoy un bocado de pan encontrar no pude. Y de qué modo la sequía persevera. Ya un año hambruna ha hecho. Los ediles, ¡mal les vaya!, que con los panaderos se conchaban: “Sálvame, te salvaré.” Y así el pueblo menudo sufre; pues estas grandes quijadas siempre sus Saturnales hacen. Oh, si tuviéramos aquellos leones que yo aquí encontré cuando por primera vez de Asia vine. Aquello era vivir. [...] Y a los fantasmas estos de tal modo sacudían que con ellos Júpiter se enojase. Pero recuerdo a Safinio: entonces habitaba junto al arco viejo, siendo yo un chico: la pimienta, no un hombre. Éste, por dondequiera que iba, la tierra quemaba. Pero recto, pero cierto, amigo para el amigo, con quien osadamente podrías en las tinieblas jugar a la morra. En la curia, en cambio, de qué modo a todos pelaba o trataba. Y no en figuras hablaba, sino derecho. Cuando iba adelante en el foro, así la voz de él crecía como una tuba. Y no sudaba nunca ni escupía, creo que él no sé qué [don] de los dioses tenía. Y qué benigno al devolver el saludo, los nombres de todos al reconocer, como uno de nosotros. Y así en aquel tiempo la cosecha por lodo estaba. Con un as, el pan que hubieras comprado, no hubieras podido con otro devorar. Ahora, un ojo de buey vi mayor. Ay, ay, cada día peor. Esta colonia para atrás crece, tal cual cola de novillo. ¿Pero por qué tenemos un edil que no vale tres higos de Caunia, que para sí más quiere un as que la vida nuestra? Y así en su casa goza; más en un día de monedas coge que otro de patrimonio tiene. Ya sé de dónde ha cogido mil dineros de oro. Pero si nosotros cojones tuviéramos, no tanto se complacería. Ahora el pueblo es en casa leones, fuera zorras. Por lo que a mí toca, ya los paños míos me he comido, y si persevera esta añada las casuchas mías venderé. Pues ¿qué ha de suceder si ni los dioses ni los hombres de esta colonia se compadecen? Así a los míos disfrute, que yo creo que todo ello por los dioses ocurre. Pues nadie el cielo cielo cree, nadie el ayuno guarda, a nadie Júpiter le importa un pelo, sino que todos, cerrados los ojos, los bienes suyos computan. Antes las matronas, con estolas, iban con los pies desnudos hacia la Cuesta, sueltos los cabellos, las mentes puras, y a Júpiter agua imploraban. Y así al momento a cántaros llovía: o entonces o nunca: y todos volvían mojados como ratones. Y así los dioses los pies vendados tienen, porque nosotros religiosos no somos. Los campos yacen..."
CAPÍTULO XLV. “Te lo ruego”, dice Equión, el centonero, “mejor habla. ‘Ahora así, ahora así’ dice el rústico: un pintado puerco había perdido. Lo que hoy no es, mañana será: así la vida empuja. No, por Hércules, una patria mejor decirse puede, si hombres tuviera. Pero padece en este tiempo, y no ella sola. No debemos delicados ser, por todos lados en medio el cielo está. Tú, si en otra parte estuvieras, dirás que aquí los puercos cocinados pasean. Y he aquí que vamos a tener una fiesta excelente, en triple día festivo; una cuadrilla no profesional, sino muchos libertos. Y el Tito nuestro gran valor tiene y le bulle el cerebro: o esto o aquello, será algo, sin duda. Pues amigo suyo soy, y no es [tacaño]. Un hierro óptimo ha de dar, sin huida, la carnicería en medio, que el anfiteatro vea. Y tiene de dónde: dejado le fue a él de sestercios trescientos (treinta millones), murió su padre. ¡Mal! Aunque cuatrocientos gaste, no lo sentirá el patrimonio suyo, y por siempre se le nombrará. Ya algunos Manios tiene y una mujer conductora de carros y el despensero de Glicón, que cogido fue cuando a la dueña suya deleitaba. Verás del pueblo la bronca entre los celosos y los amantuchos. Pero Glicón, un sesterciario hombre de tres al cuarto, a su despensero a las bestias dio. Eso es a uno mismo traicionarse. ¿Qué pecó el siervo, que obligado fue a hacerlo? Más aquel tiestecillo (la adúltera) digno fue de que un toro la lanzara. Pero el que al asno no puede arrear, a la albarda arrea. ¿Pues qué Glicón creía, que del helecho (sexo) de Hermógenes alguna vez un buen resultado saldría? Ese, de un milano volando podía las uñas cortar; la culebra cuerda no pare; Glicón, Glicón pagó las suyas; y así, cuanto viviere, tendrá un estigma, y nada, sino el Orco, lo borrará. Pero contra sí cada uno peca. Pero me huelo que a nosotros un banquete nos ha de dar Mamea, y dos dobles dineros a mí y a los míos. Que si esto hiciera, le quitará a Norbano todo el favor. Que sepas conviene, que a llenas velas le ha de vencer. Y en verdad, ¿qué él a nosotros de bueno nos ha hecho? Dio unos gladiadores de tres al cuarto ya decrépitos, a los que si soplases caerían; ya mejor carne de bestias he visto. Mató a caballeros de mentira, los creerías a ellos gallos gallináceos; uno, un [muletero], el otro, un pies planos, el tercero, un muerto en el lugar de un muerto, que tenía los nervios cortados. Uno de algún vuelo hubo, un tracio, que incluso él a los dictados luchó. En suma, todos después sajados fueron, hasta tal punto de la gente habían cosechado un "¡Que os sacudan!": en fin, meros cobardes. “Pero un espectáculo, dice, te he dado”: y yo te aplaudo. Haz la cuenta, y más te doy que recibí. Una mano a la otra lava.
CAPÍTULO XLVI. Me parece, Agamenón, que dices: “¿Qué arguye este pesado?”, porque tú, que sabes hablar, no hablas. No eres de nuestra cuerda, y por eso de las palabras de los pobres te burlas. Sabemos que tú, por las letras, un fatuo eres. ¿Qué es, pues? ¿Te persuadiré algún día de que a la villa vengas y veas las chabolas nuestras? Encontraremos lo que comamos, pollo, huevos: bien estará, incluso si todo este año el temporal arrasó: encontraremos pues de donde hartos quedemos. Y ya para ti un discípulo crece, el cicerón mío. Ya las cuatro partes dice, si viviera tendrás a tu lado un siervecillo. Pues cuanto tiempo le sobra, la cabeza de la tablilla no levanta. Ingenioso es y de buen hilo, incluso si por las aves enfermo está. Yo a él ya tres jilgueros le maté y le dije que la comadreja se los comió. Encontró también otros quebrantos, y muy gustosamente pinta. Por lo demás, ya al griego la puntilla le dio, y las latinas empieza a apetecer, no mal; incluso si el maestro suyo a sí mismo se complace y no en un mismo lugar se asienta. Sabe, ciertamente, las letras, pero no quiere trabajar. Hay también otro, no, ciertamente docto, pero sí cuidadoso, que más enseña de lo que sabe. Así, en los días de fiesta suele a casa venir, y con lo que le des contento está. Así pues le he comprado ahora al chico algunos libros rubricados [de Derecho], porque quiero que él, para lo doméstico, algo de ley haya degustado. Tiene eso su pan. Pues por las letras ya bastante estropeado está. Que si se resiste, he decidido enseñarle alguna arte, o barbero o pregonero o bien abogado; un arte que no le pueda quitar sino el Orco. Por ello cada día le digo: “Primogenio, créeme, lo que aprendes, para ti lo aprendes. Mira al abogado Filerón; si no hubiese aprendido, hoy el hambre de los labios no apartaría. Ora, ora, con el cuello suyo tiraba de cargas para vender, ahora incluso ante Norbano se estira. Las letras un tesoro es, y un arte nunca muere.
CAPÍTULO XLVII. Fábulas de este tipo resonaban cuando Trimalquión entró, y secándose la frente, las manos se lavó con un ungüento y, después de un mínimo espacio: "Perdonadme, dice, amigos, desde hace ya muchos días el vientre no me responde. Y los médicos no se hallan. Me aprovechó con todo la piel de granada y la tea de vinagre. Espero, con todo, que ya el viejo pudor se imponga. Por lo demás cerca del estómago me suena, creerías que un toro. Y así si alguien de vosotros quisiera hacer sus cosas, no tiene que darle vergüenza. Ninguno de nosotros sólido ha nacido. Yo ningún tormento considero tan grande como contenerse. Esto solo vedar ni Júpiter puede. ¿Ríes, Fortunata, tú que sueles por la noche tenerme insomne? Y tampoco en el triclinio prohíbo a ninguno hacer lo que le plazca, y también los médicos prohíben contenerse. Pero si algo más viene, todo fuera preparado está: agua, orinales y demás minucias. Creedme, la evaporatio al cerebro va y en todo el cuerpo un flujo hace. Muchos sé que así murieron, mientras no saben decirse la verdad". Gracias dimos a la liberalidad e indulgencia suyas y a continuación reprimimos la risa con incesantes sorbos. Y todavía no sabíamos que nosotros estábamos afanados en mitad, que dicen, de la cuesta [de sus lindezas]. Pues, limpiadas las mesas al son de la zanfoña, tres blancos cerdos al triclinio conducidos fueron, con cabestros y campanillas adornados, de los cuales uno de dos años el presentador decía que era, otro de tres años, pero el tercero ya de seis. Yo creía que unos titiriteros habían entrado y que los puercos, como en los círculos costumbre es, portentos algunos habrían de hacer. Pero Trimalquión, sacudiendo nuestra expectación, “¿Cuál”, dice, “de estos queréis que se haga ahora mismo para la cena? Pues un gallo gallináceo, un pentíaco y quebrantos de ese tipo los rústicos hacen: mis cocineros incluso terneros enteros en el caldero cocinados suelen hacer y a continuación al cocinero llamar ordenó, y, no esperada la elección nuestra, al más grande por nacimiento ordenó matar, y con clara voz: “¿De cuál decuria eres?” Cuando él que era de la cuadragésima hubiese respondido, “¿Comprado o, dice, en casa nacido?” “Ni lo uno ni lo otro”, dijo el cocinero, “sino por el testamento de Pansa a ti dejado fui”. “Mira, pues, dice, que diligentemente lo pongas, si no, mandaré que a la decuria de los carreristas seas echado” y al cocinero, así pues, de su poder advertido, a la cocina la vianda lo condujo.
CAPÍTULO XLVIII. Trimalquión, en cambio, con suave rostro a nosotros volvió la vista y “El vino, dice, si no os agrada, cambiaré; vosotros conviene que a aquel bueno hagáis. De los dioses por el beneficio no lo compro, sino que ahora, cuanto a la saliva se refiere, en el suburbano nace ese que yo todavía no conozco. Se dice que confín es a los tarracinenses y los tarentinos. Ahora unir a mis campitos Sicilia quiero, para que cuando a África me apeteciere ir, por mis fronteras navegue. Pero narra tú, Agamenón, qué controversia hoy declamaste. Yo, aun si causas no llevo, para mi uso doméstico, sin embargo, las letras aprendí, y para que no me creas de los estudios harto, dos bibliotecas tengo, una griega, la otra Latina. Dime, pues, si me amas, la perístasis de la declamación tuya”. Cuando hubo dicho Agamenón, “un pobre y un rico enemigos eran”, dice Trimalquión, “¿Qué es un pobre?” “Agudo”, dice Agamenón, y no sé qué controversia expuso. En seguida Trimalquión “Esto”, dice, “si un hecho es, una controversia no es; si un hecho no es, nada es” Estas y otras cosas, como las siguiéramos con profusísimas loas, “Te ruego, dice, Agamenón para mí queridísimo, ¿acaso no recuerdas las doce penas de Hércules, o acerca de Ulises la fábula, de qué modo a él el Cíclope su pulgar con un [poricino] retorció? Solía yo esto de chico en Homero leer. Pues a la Sibila, ciertamente, de Cumas, yo mismo con mis ojos vi, que en una anforita pendía, y cuando a ella los niños le dijeran, Σίβυλλα τί θέλεις; ("Sibila, ¿qué quieres?"), respondía ella ἀποθανεῖν θέλω ("Morir quiero").
CAPÍTULO XLIX. Todavía no había resoplado todo eso cuando una bandeja con un cerdo ingente la mesa ocupó. A admirarnos de la celeridad empezamos, y a jurar que ni un gallo siquiera gallináceo tan rápido ser cocinado pudo, tanto más, por cierto, cuanto que poco antes había comparecido allí. Después, más y más Trimalquión examinándolo: "¿Cómo?, ¿cómo? ", dice, "¿el puerco este no ha sido destripado? No, por Hércules, lo ha sido. Llama, llama al cocinero aquí en medio". Cuando se hubo apostado a la mesa el cocinero, triste, y decía que se le había olvidado destriparlo, "¿Cómo, olvidado?", Trimalquión exclama, "se diría que pimienta y comino no le había echado. Desvístelo". No hay demora, es desvestido el cocinero y entre dos torturadores, afligido, se aposta. A interceder entonces todos empezaron y a decir: "Suele ocurrir, te rogamos que lo sueltes; si después de esto lo hace ninguno de nosotros rogará por él". Yo, de crudelísima severidad, no pude contenerme, sino inclinado al oído de Agamenón, "Sin duda, dije, este debe un siervo ser malísimo; ¿alguien se olvidaría de un puerco destripar? No por Hércules yo lo perdonaría si un pez hubiese olvidado". Mas no Trimalquión, que, relajado en hilaridad su rostro, "Puesto que, dice, de tan mala memoria eres, delante de nosotros destrípalo". Retomando el cocinero su túnica un cuchillo agarró y del puerco el vientre con tímida mano sajó. Sin demora, de las llagas, por la inclinación del peso crecientes, salchichas con tripas se difundieron.
CAPÍTULO L. Un aplauso después de este aparato la servidumbre dio y "Para Gayo, felicidad" clamó. También el cocinero con una bebida honrado fue y una argéntea corona, y la copa en una bandeja de Corinto recibió. La cual, como Agamenón más de cerca la contemplara, dice Trimalquión: "El único soy que verdaderos corintios tiene." Yo esperaba, que, según su restante insolencia, dijera que los vasos de Corinto le traían. Pero él, mejor aún: "Y quizá, dice, te preguntes por qué yo solo corintios verdaderos posea: porque, obviamente, el cobrero al que compro Corinto se llama. ¿Qué es pues corintio, si no quien a Corinto tiene? Y para que no creáis que ignorante soy, muy bien sé de dónde por primera vez nacieron los corintios. Cuando Ilión capturada fue, Aníbal, hombre astuto y gran lagarto, todas las estatuas de bronce, de oro y de plata en una pira reunió y las incendió; se hicieron una sola cosa bronces diversos. Así de esta masa los herreros cogieron e hicieron platillos y bandejas y estatuillas. Así los corintios nacieron, de todas las cosas en uno, ni esto ni aquello. Me perdonaréis lo que voy a decir: yo prefiero los vidrios; ciertamente no huelen. Que si no se rompieran los preferiría yo al oro; pero ahora son cosas viles.
CAPÍTULO LI. Hubo, en cambio, un herrero que hizo una copa de vidrio que no se rompía. Admitido pues al César fue con su regalo [...]. Después hizo que se la devolviera el césar, y contra el pavimento la tiró. El césar no pudo más aterrarse. Mas él levantó la copa de la tierra; abollada estaba como un vaso de bronce; después, un martillo del seno sacó, y la copa con calma bien corrigió. Esto hecho pensaba que él el [solio] de Júpiter tenía, ciertamente, después de que él dijo: "¿Acaso otra persona sabe esta confección de los vidrios?" Mira ahora. Después que lo negó, ordenó el césar que fuera degollado: puesto que, si conocido fuera, el oro a precio de lodo tendríamos.
CAPÍTULO LII. A la plata muy aficionado soy. Tengo cuencos como urnas, más o menos [...] del modo que Casandra mata a los hijos suyos, y los niños muertos yacen, que vivir creerías. Tengo una vinajera que dejó al patrono [mío el rey Minos], donde Dédalo a Níobe en el caballo troyano encierra. Pues de Hermerote las luchas y de Petraite en copas tengo, todas pesadas; mi entendimiento, pues, por ningún dinero lo vendo." Mientras refiere esto un chico un cáliz tira. Al cual volviendo la mirada Trimalquión: "Rápido, dice, a ti mismo hiérete porque tonto eres." En seguida el chico, suelto el labio, suplicaba. Mas él: "¿A qué, dice, me ruegas, como si yo para ti molesto fuera? Te aconsejo que de ti implores que no seas tonto." Al fin, así pues, suplicado por nosotros, remisión dio al chico. Él, perdonado, alrededor de la mesa corrió. Y "Agua fuera, vino dentro" clamó. Acogimos la elegancia del bromista, y el primero de todos Agamenón, quien sabía con qué méritos se le volvería a invitar a una cena. Por lo demás, el alabado Trimalquión, alegre, bebió y ya casi ebrio, "¿Nadie, dice, de vosotros ruega a la Fortunata mía que baile? Creedme, el córdax [baile lascivo] nadie mejor lleva." Y él mismo, erigiendo sobre su frente las manos, a Siro el histrión imitaba, mientras cantaba toda la servidumbre: madeia, perimadeia. Y hubiese salido en medio si Fortunata a su oído no hubiera acudido, y, creo, le dijera que no convenían a la gravedad de él tan humildes torpezas. Nada, sin embargo, tan desigual había, pues ora a Fortunata respetaba, ora a la naturaleza suya revertía.
CAPÍTULO LIII. Y, en efecto, interrumpió su deseo de bailar un secretario que, como las actas de la ciudad, recitó: "Séptimo antes de las kalendas de agosto (26 de julio): en el predio cumano, que es de Trimalquión, nacidos fueron niños treinta, niñas cuarenta; recogidos de la era para el hórreo quinientos mil modios de trigo; bueyes domados, quinientos. En el mismo día: Mitridates el siervo a la cruz llevado fue, porque por el genio del Gayo nuestro maldijera. En el mismo día: al arca devuelto fue lo que invertirse no pudo, de sestercios cien centenares de miles. En el mismo día: un incendio se hizo en los huertos pompeyanos, originado en las sedes de Nasta el capataz." "¿Cómo?", dijo Trimalquión, "¿Cuándo por mí los pompeyanos huertos comprados fueron?" "El año anterior, dijo el secretario, y por eso en la cuenta todavía no aparecen." Encandeció Trimalquión y: "Cuantos fundos, dijo, por mí comprados fueren, si en seis meses no lo he sabido, en las cuentas mías meterlos veto." Ya también los edictos de los ediles recitábanse, y los testamentos de los guardabosques, en los que Trimalquión, con un elogio, era desheredado; ya los lombres de los capataces, y una repudiada liberta hallada en contubernio con el encargado de unos baños, y un atriense a Bayas exiliado; ya reo hecho un despensero, y un jucio entre mayordomos tenido. Mas unos acróbatas al fin vinieron. Un bardo muy estúpido, con unas escaleras, se apostó, y a un chico ordenó que por los peldaños y en la más alta parte cantilenas bailara, círculos después ardientes que atravesara, y con los dientes un ánfora que sostuviera. Admiraba esto solo Trimalquión, y decía que ingrato ese arte era: que por lo demás dos cosas había, entre las cosas humanas, que con mucho gusto contemplara, los acróbatas y los cornetas; las demás cosas, los animales, las audiciones, que embrollos meros eran. "Pues unos comediantes, dijo, había comprado, pero preferí que una Atelana hicieran, y al flautista mío le ordené en latín cantar".
CAPÍTULO LIV. Cuando especialmente estaba esto diciendo Gayo, un chico <sobre el lecho> de Trimalquión se cayó. Conclamó la servidumbre, y no menos los comensales, no por causa de una persona tan apestosa, cuyas cervices incluso partidas con más gusto hubiesen visto, sino por causa del mal fin de la cena, no necesidad tuvieran de un ajeno muerto llorar. El propio Trimalquión, cuando gravemente hubo gemido y sobre el brazo, como si estuviera herido, se hubo echado, acudieron corriendo los médicos, y entre los primeros Fortunata, con los cabellos sueltos, con un una copa, y desgraciada ella e infeliz proclamó que era. Pues el chico, en verdad, el que había caído, rodeaba ya hacía tiempo los pies nuestros y remisión rogaba. Muy mal me sentía, no fuera a ser que con estas preces peligro alguno de catástrofe buscara. Pues todavía no se me había olvidado el cocinero aquel que olvidado se hubo del puerco destripar. Y así, todo a escrutar el triclinio empecé, no a través de la pared artilugio alguno saliera, especialmente después de que un siervo empezó a ser azotado porque el brazo de su señor contusionado con blanca en vez de purpurada lana había envuelto. Y no lejos erraba la sospecha mía; pues en vez de un castigo vino un decreto de Trimalquión, por el que el siervo ordenó que libre fuera, para que nadie pudiera decir que tan gran varón había sido por un siervo herido.
CAPÍTULO LV. Aprobamos nosotros el hecho, y, cuán en peligro las cosas humanas estuvieran, con variada conversación comentamos. "Así, dijo Trimalquión, no conviene este caso sin inscripción dejar pasar; y en seguida sus codicilos pidió y no largo tiempo quebrándose la cabeza esto recitó:
"Lo que no esperas, de través ocurre
y por encima de nosotros la Fortuna sus negocios cuida:
por eso, danos vinos Falernos, chico". Después de este epigrama empezó de los poetas a hacerse mención <...> y largo tiempo lo más alto de la poesía en poder de Mopso el tracio se mantuvo <...> mientras Trimalquión: "Te lo ruego, dijo, maestro, qué crees que entre Cicerón y Publio dista? Yo creo que el uno más diserto fue, el otro más honesto. Pues qué que esto mejor decirse puede?
De la lujuria en el rictus se marchitan las murallas de Marte.
Para tu paladar encerrado el pavón se ceba
de su plumaje áureo babilónico revestido,
la gallina para ti numídica, para ti el gallo espadón.
La cigüeña también, grata, peregrina huésped,
cultivadora de la piedad, de grácil pie, crotalista,
ave exiliada del invierno, título del templado tiempo,
de nuestra maldad en la marmita su nido hizo ahora.
¿Por qué la perla querida es para ti, la baya índica?
¿Acaso para que una casada, adornada de faraláes marinos
levante los pies, indómita, en una cama extranjera?
¿La esmeralda para qué cosa, verde, precioso vidrio?
¿Para qué los carquedonios fuegos lapídeos deseas,
si no para que centelle la probidad desde esos carbunclos?
¿Justo es que vista la novia viento textil,
que abiertamente se exhiba desnuda en una niebla de lino?
CAPÍTULO LVI. ¿Pues cuál creemos que, segundo a las letras, el más difícil arte es? Yo creo que el médico y el monedero: el médico, que sabe qué los hombrecillos dentro de las entrañas suyas tengan, y cuándo la fiebre venga, incluso si los odio muchísimo, porque me mandan a menudo + carne de ánade + a prepararme; el monedero, que a través de la plata el bronce ve. Pues, las bestias mudas, las más laboriosas las reses y las ovejas: las reses, por cuyo beneficio el pan comemos; las ovejas, que con la lana ellas presumidos nos hacen. Y, fechoría indigna, alguno ovejilla come y túnica tiene. Pues las abejas yo divinas bestias considero, que miel vomitan, incluso si se dice que ella de Júpiter viene. Por eso, con todo, pican, porque donde quiera que lo dulce está, allí también lo ácido encontrarás." Ya incluso a los filósofos de su negocio echaba, cuando unas tarjetas en unas cráteras a ofrecerse empezaron, y un chico para este oficio puesto los regalos recitó. "Plata asesina": y traído fue un jamón sobre la cual unas vinajeras estaban puestas. "Cervical", y un trozo de carne del cuello trajeron. "Comer tarde y ofensa": + aecrophagiae saele + le dieron y un pincho con una manzana. "Puerros y pérsicos" un látigo y un cuchillo recibió. "Pájaros y mosquitero": uva pasa y miel ática. "Vestidos de cena y vestidos de foro": un trozo de comida y unas tablillas recibió. "Canal y pedal": una liebre y una sandalia traída fue. "Murena y letra": un ratón con una rana atado, y un manojo de acelga. Largo tiempo reímos. Seiscientas cosas de este modo hubieron, que ya se cayeron de la memoria mía.
CAPÍTULO LVII. Por lo demás, Ascilto, de intemperante licencia, como de todas las cosas, levantando las manos, se burlara, y hasta las lágrimas riera, uno de los conlibertos de Trimalquión encandeció de ira, el mismo que sobre mí estaba tendido y "¿De qué ríes, dice, carnero castrado? ¿Es que no te complacen las elegancias del dueño mío? Pues tú eres más feliz y convidar mejor sueles. Así la Tutela de este lugar tenga propicia, que yo, si junto a él estuviera echado, ya un balido le hubiese sacado. Buen melón, para que se ría de los otros; huidor de tres al cuarto nocturno que no vale la orina suya. En suma, si lo meara alrededor, no sabría por dónde huir. No suelo, por Hércules, pronto hervir, pero a la blanda carne gusanos le nacen. Ríe, ¿Qué tiene de que reír? ¿Es que tu padre tu feto compró con una lámina de oro? ¿Caballero romano eres? Y yo del rey hijo. ¿Por qué, entonces, fuiste siervo? Porque yo mismo me di en servidumbre y preferí ciudadano romano ser que tributario. Y ahora espero de tal modo vivir que a nadie de burla sirva. Hombre entre los hombres soy, con la cabeza descubierta camino; un as de cobre a nadie debo; una citación nunca tuve; nadie en el foro me dijo "Devuelve lo que debes". Unas tierritas compré, unas monedillas conseguí; veinte vientres alimento y un perro; a la consierva mía redimí para que nadie en sus cabellos las manos se secara; mil dineros por mi cabeza solté; sevir, gratis, fui hecho; espero que yo de tal modo muera que muerto no me sonroje. Pero tú, ¿tan ocupado estás que detrás de ti no mires? En otro el piojo ves, en ti la garrapata no ves. A ti solo ridículos parecemos; he aquí el maestro tuyo, hombre mayor de nacimiento: le placemos a él. Tú, niño de teta, ni mu ni ma dices, vaso de barro, más bien cincha en el agua, más blando, no mejor. Tú más feliz eres: ¡dos veces come, dos veces cena! Yo la fe mía prefiero que los tesoros. En suma, ¿alguien me ha reclamado dos veces? Por cuarenta años serví; sin embargo nadie sabe si esclavo era o libre. Y era un chico de pelo largo cuando a esta colonia vine; todavía la basílica no estaba hecha. Pero me di obra para satisfacer al dueño mío, un hombre + macisto + y dignitoso, del cual más era una uña que tú entero eres. Y tenía en la casa quienes la zancadilla me pusieran por acá y por allá; sin embargo, al genio de él gracias, salí a flote. Estas son verdaderas pruebas; pues para libre haber nacido tan fácil es como "Ven aquí". ¿A qué ahora te quedas pasmado como un cabrón entre yeros?
CAPÍTULO LVIII. Después de esto dicho, Gitón, que a los pies estaba, la risa, ya largo tiempo reprimida, también indecentemente soltó. Lo cual como hubiese advertido el adversario de Ascilto, tornó sus voces contra el chico y "Tú también, dice, ¿también tú ríes, cebolla rizada? ¿Cómo? ¿Las Saturnales? ¿El mes de diciembre es? ¿Cuándo la vicésima pagaste? <...> qué hace, pasta de cruz, cebo de cuervos. Me cuidaré de que ya Júpiter contigo iracundo esté, y a ese que a ti no te da órdenes. Así me sacie yo de pan, que esto al conliberto mío yo regalo, de lo contrario yo a ti ahora mismo te habría respondido. Bien estamos, pero esos + idiotas + que no te dan órdenes <...>. Claro, cual su señor, tal el siervo. Apenas me contengo, y no soy por naturaleza de cabeza caliente; pero, cuando he empezado, por mi madre dos ases no doy. Bien que te veré en público, rata, o mejor dicho, tubérculo: ni para arriba ni para abajo crezco si al dueño tuyo en una hoja de ruda no meto; y tampoco a ti te perdonaré, aunque por Hércules a Júpiter Olimpio clames. Me cuidaré de que lejos queden tu pelo este + besal + y tu dueño de dos ases. Bien que vendrás a mis dientes: o no me conozco o no te reirás de mí, aunque tengas la barba de oro. De que Atana (¿Atenea?) contigo iracunda esté me cuidaré, y el que primero te dijo +"Ven aquí"+. No he aprendido geometría, críticas y tonterías sin sentido, pero las lapidarias letras sí las sé, y dividir por cien para los ases, para los pesos y para las monedas. En suma, si algo quieres, yo y tú hagamos una pequeña apuesta: sal, que saco un bronce. Ya sabrás que tu padre perdió los pagos, aunque sepas retórica. He aquí:
¿Quién de nosotros (dice), a lo lejos vengo, a lo ancho vengo: desátame?
Te diré: ¿Quién de nosotros corre y de lugar no se mueve? ¿Quién de nosotros crece y menor se hace? Corres, te quedas pasmado, te apresuras como un ratón en una jarrita. Así pues, o cállate o a uno mejor que tú no molestes, que por nacido no te tiene, salvo si me juzgas capaz de preocuparme por los anillos de boj que a la amiga tuya robaste. ¡El Ocupón (Mercurio Ladrón) sea propicio! Vayamos al foro y dineros pidamos prestado: ya sabrás que este hierro (¿anillo?) fe tiene. ¡Ay!, ¡bonita cosa es una zorra mojada! Tantas ganancias yo haga, y tan bien muera que el pueblo por mi muerte jure, si con la toga vuelta por todos lados no habré de perseguirte. Bonita cosa es también ese que estas cosas te enseña: un + mufrio + no un maestro. <Nosotros otras cosas> hemos aprendido. Decía, pues, el maestro: "¿Está lo vuestro a salvo? Derecho a casa. Cuídate de mirar alrededor, cuídate de maldecir a tu mayor". Pero ahora, meras cabañas: nadie de dos ases escapa. Yo, porque así me ves, por el oficio mío a los dioses gracias doy".
CAPÍTULO LIX. Había empezado Ascilto a responder a la riña, pero Trimalquión, deleitado con la elocuencia de su conliberto, "Quitad, dijo, las fierezas de en medio. Más suavemente sería mejor, y tú, Hermerote, perdona al adolescente. La sangre le hierve, tú mejor sé. Siempre en este asunto quien es vencido vence. También tú cuando eras un capón, cocococó, y corazón no tenías. Pongámonos, pues (lo que mejor es), desde las primicias contentos, y a los homeristas esperemos". Entró esa facción al punto, y con las astas los escudos crepitó. El propio Trimalquión en un cojín se sentó, y cuando los homeristas en griegos versos hablaran, como insolentemente suelen, él, con canora voz en latín leía el libro. En seguida, silencio hecho, "¿Sabéis, dice, qué fábula hacen?" Diomedes y Ganimedes dos hermanos fueron. De ellos la hermana era Hélena. Agamenón la raptó y a Diana una cierva le puso. Así ahora Homero dice de qué modo entre sí luchan toyanos y + parentinos + . Venció, por supuesto, y a Ifigenia, su hija, a Aquiles dio como esposa. Por esa razón Áyax enloqueció, y ahora ese argumento va a desarrollar." Esto cuando dijo Trimalquión, un clamor los homeristas levantaron y, por entre la servidumbre afanada, un novillo en una bandeja de doscientos (pesos) cocido traído fue, y ciertamente con gálea, le seguía Áyax, y desenvainada la espada, como si estuviera loco, lo hizo pedazos, y ya para arriba, ya para abajo gesticulando, a punta los pedazos recogió y a los que miraban asombrados el novillo repartió.
CAPÍTULO LX. Y no largo tiempo admirar lícito fue tan elegantes giros; pues de repente los artesones a sonar empezaron y todo el triclinio retembló. Consternado, yo me levanté, y temí que por el techo acróbata alguno descendiera. No menos los restantes convidados erigieron sus rostros ansiosos de ver qué cosa nueva desde el cielo se anuciara. He aquí, en cambio, que, apartados los artesones, de súbito, un círuclo ingente, de una cuba aparentemente grande arrancado, es descolgado, del cual, por todo su borde, unas coronas áureas con alabastros de ungüento pendían. Mientras estos souvenirs se nos ordena coger, mirando hacia la mesa <...> Ya allí un repositorio con tortas algunas había sido puesto, que en medio un Priapo por el pastelero hecho tenía, y en su regazo bastante amplio frutas y uvas de todo género sostenía, según la costumbre divulgada. Más ávidamente a esa pompa las manos alargamos, y de repente una nueva remisión de juegos a hilaridad aquí movió. Pues todas las tortas y todos los frutos, incluso con una mínima agitación tocados, empezaron a difundir azafrán, y hasta nosotros el molesto humor a llegar. Pensando, así pues, que era sagrado un servicio con tan religioso aparato regado, nos levantamos un poco más y "¡A Augusto, padre de la patria, felicidad!", dijimos. Pero algunos, con todo, incluso tras esta veneración frutos robando, también nosotros nuestras servilletas llenamos, yo sobre todo, que con ningún lo bastante amplio regalo creía que cargaría el seno de Giton. Entre estas cosas tres chicos, con cándidas túnicas ceñidos, entraron, de los cuales, dos, unos Lares con borla sobre la mesa pusieron; uno, una pátera de vino ofreciendo alrededor, "Dioses propicios", clamaba. Mas decía que uno Cerdón, otro Felición, otro Lucrón se llamaban. Nosotros, también, una verdadera imagen del propio Trimalquión, cuando ya todos la habían besado, nos sonrojamos de dejarla pasar.
CAPÍTULO LXI. Así pues, después de que todos buen ánimo y buena salud se desearon, Trimalquión a Nicerote se volvió y "Solías, dijo, más suave ser en el convite; no sé por qué ahora callas y no dices mu. Te ruego, así feliz me veas, narra algo de lo que tú por costumbre tienes." Nicerote, deleitado por la afabilidad del amigo: "Todo el lucro, dijo, me pase de largo, si no ya desde hace tiempo de regocijo salto porque tal te veo. Y así, risas meras sean, aunque temo a estos escolásticos, no de mí se rían. Ellos verán: narraré aún así, ¿pues qué me quita el que ríe? Mejor que se rían de uno a que lo ridiculicen."
Esto cuando dicho hubo, un cuento tal empezó: "Cuando todavía yo servía, habitábamos en un barrio estrecho; ahora de Gavilla el caserío es. Allí, como los dioses quieren, a amar empecé a la mujer de Terencio el tendero: si conocierais a Melisa la Tarentina, bellísima joya besadora. Pero yo, por Hércules, no corporalmente o por las cosas de Venus me preocupaba, sino porque bienacostumbrada era. Si algo a ella pedí nunca me fue negado: hacía ella un as, medio as yo tenía; al seno de ella lo destinaba, y nuca engañado fui. De esta el compañero, junto a su villa, el supremo día encontró. Y así, por escudo y por greba busqué y rebusqué de qué modo a ella yo accediera, pues, como dicen, en las estrecheces los amigos se muestran.
CAPÍTULO LXII. Por casualidad mi dueño para Capua había salido, unas antiguas ordenanzas a despachar. Hallando yo la ocasión persuado al huésped nuestro de que conmigo hasta el quinto miliario venga. Pues era un soldado fuerte como Orco. Nos + aojamos + cerca de la hora del gallo; la luna lucía como a mediodía. Llegamos entre los monumentos funerarios: el hombre mío empezó junto a unas lápidas a hacer sus cosas; me siento yo canturreando y las lápidas enumero. Después, cuando me vuelvo hacia mi compañero, él se desnuda y todas sus vestimentas junto a la vía puso. El alma yo en la nariz tenía; me quedé como un muerto. Mas él meó alrededor las vestimentas suyas, y súbitamente lobo hecho fue. No creáis que yo bromeo; el patrimonio de nadie en tanto tengo como para mentir. Pero, lo que había empezado yo a decir, después de lobo hecho, a aullar empezó, y a las selvas huyó. Yo primeramente no sabía donde me hallaba; después me acerqué para las vestimentas de él coger: mas ellas de piedra se habían hecho. ¿Quién se moría de temor sino yo? Una espada con todo empuñé y + matauita tau + sombras maté, hasta que a la villa de la amiga mía llegué. En un espectro me metí, casi el alma resollé, el sudor por dos surcos volaba, los ojos, muertos; apenas nunca más me rehice. La Melisa mía a admirarse comenzó de que tan tarde yo anduviera y "Si antes, dijo, hubieses venido al menos nos hubieses ayudado; pues un lobo en la villa entró y a todos los ganados como un carnicero la sangre les sacó. No, con todo, nos burló, aunque huyó; pues un siervo nuestro con la lanza el cuello suyo atravesó". Esto cuando oí, cerrar los ojos más ya no pude, sino que, con la luz clara, del Gayo nuestro a la casa huí, como el tabernero pelado; y después que llegué a aquel lugar en el que de piedra las vestimentas se habían hecho, nada encontré sino sangre. Pero cuando a la casa llegué yacía el soldado mío en el lecho como una res, y el cuello suyo el médico curaba. Entendí que él era un hombre lobo, y no después de esto con él pan degustar pude, no si me mataras. Vieran qué de esto otros opinasen; yo si miento los Genios vuestros iracundos tenga.
CAPÍTULO LXIII. Atónitos de admiración todos "A salvo tu discurso, dijo Trimalquión, si alguna fe hay, que los pelos se me erizaron, porque sé que Nicerote nada de tonterías cuenta: es más, veraz es y muy poco linguoso. Pues también yo a vosotros una cosa horrible os narraré: un asno en las tejas. "Cuando todavía cabelludo yo era, pues desde niño una vida de Quíos llevé, del amo nuestro el muchacho delicado murió, por hércules, como una perla, + caccitus + y de todos los números. Así que cuando a él su madre, pobrecilla, le lloraba y nosotros entonces muchos en el duelo estábamos, de súbito a <chirriar> unas brujas empezaron; creerías que un perro a una liebre perseguía. Teníamos entonces un hombre capadocio, largo, muy osadillo, y que podía una res airada levantar. Este, osadamente, desenvainada la espada, fuera de la entrada corrió, envuelta la siniestra mano cuidadosamente, y a la mujer tal cual por esta parte, ¡salvo sea lo que toco!, por la mitad atravesó. Oímos un gemido, y, llanamente no mentiré, a esas nos las vimos. Mas el bardo nuestro para adentro volviendo se lanzó al lecho y el cuerpo todo lívido tenía, como por azotes herido, porque obviamente lo había tocado una mala mano. Nosotros, cerrada la puerta volvimos de nuevo al servicio, pero mientras la madre abrazaba el cuerpo del hijo suyo, toca y ve un manojuelo, de pajas hecho. No corazón tenía, no intestinos, no nada: obviamente ya al chico las brujas lo habían robado y en su lugar habían puesto un + vavatón + de paja, Os lo ruego, menester es que creáis, hay mujeres sabedoras de más, hay Nocturmas, y lo que arriba está abajo ponen. Por lo demás el bardo aquel largo después de este hecho nunca del color suyo estuvo, es más, después de pocos días enloquecido murió."
CAPÍTULO LXIV. Nos admiramos nosotros y al par lo creímos y besando la mesa rogamos a las Nocturnas que con los suyos se tengan mientras volvemos de la cena. Y, en verdad, ya lucernas a mí más numerosas me parecía que ardían, y todo el triclinio haberse mutado, cuando Trimalquión: "A ti te digo, dijo, Plócamo, ¿nada narras?, ¿nada nos deleitas? También solías mas suave ser, canturrear bien los recitativos, añadir un canto. Huy, huy, te nos has ido, duce higo de Caria." "Ya, dijo él, las cuadrigas mías dejaron de correr, desde que gotoso me hice. Por lo demás, cuando era jovenzuelo, cantando casi tísico me hice. ¿Qué de mi baile? ¿Qué de mis recitativos? ¿Qué de mi barbería? ¿Cuándo par tuve sino solo Apeles? Y poniéndose en la boca la mano no sé que tétrica cosa silbó que después griego afirmó que era. También Trimalquión mismo, unos trompetistas imitando, a las delicias suyas se volvió, al cual llamaba Creso. Mas el chico, legañoso, de sucísimos dientes, una perrita negra e indecentemente gorda en una verde envolvía cinta, y un pan de medio as ponía sobre el lecho, y, aunque con náuseas ella rehusaba, la cebaba. Por esta diligencia movido Trimalquión a su Escílax mandó traer, "La defensa de su casa y su servidumbre". Y sin demora, de ingente hechura, traído fue un perro, con una cadena atado, y,como el talón del portero le aconsejó que se tumbara, ante la mesa se puso. Entonces Trimalquión, echándole un blanco pan: "Nadie, dice, en la casa mía más me ama." Indignado el chico porque a Escílax tan efusivamente alabara, la perrita en la tierra depositó y la exhortó a que a la rija se aprestara. Escílax, el canino ingenio por supuesto usando, con un tetriquísimo ladrido el triclinio llenó y la Perla de Creso casi laceró. Y no dentro de la rija el tumulto quedó, sino que un candelabro también sobre la mesa volcado no solo los vasos todos cristalinos desmenuzó sino que de óleo hiviente a algunos convidados asperjó. Trimalquión, para no parecer por la pérdida conmovido, besó al chico y le ordenó sobre el dorso ascender suyo. Sin demora él le usó de caballo, y a mano llena las escápulas de él una y otra vez golpeaba, y entre risas proclamaba: "Boca, boca, ¿cuántos hay aquí?" Calmado, pues, por algún tiempo Trimalquión, una gamella grande ordenó que se mezclara y que bebidas se dividieran para todos los siervos que a los pies se sentaban, añadiendo una excepción: "Si alguien, dijo, no quisiera coger, la cabeza le riegas. Por el día, las cosas severas, ahora las alegres."
CAPÍTULO LXV. A esta humanidad siguieron unas gollerías cuya recordación, si alguna fe hay para el que esto dice, me ofende. Pues sendas gallinas cebadas en vez de tordos ofrecidas fueron y huevos de ánsar con píleo, las cuales que comiéramos muy lisonjeramente nos pidió Trimalquión diciendo que deshuesadas eran gallinas. Entre esto, del triclinio las puertas un lictor golpeó, y vestido con una veste blanca con una gran concurrencia un comisario entró. Yo, por su majestad aterrado, el pretor creía que había venido. Y así, intenté levantarme y mis desnudos pies a tierra abajar. Rio de esta trepidación Agamenón y "Contente, dijo, hombre estupidísimo. Habinas sevir es, y, él mismo, lapidario, el que según parece los monumentos mejor hace." Reanimado con este discurso volví a poner el codo, y a Habinas, que entraba, con admiración ingente contemplaba. Mas él, ya ebrio, de la mujer suya en los hombros había apoyado las manos, y, cargado de algunas coronas, y ungüento por la frente hacia sus ojos fluyendo, en el pretorio lugar [Locus praetorius, el de la izquierda del lecho del centro] se colocó y continuamente vino y agua caliente pedía. Deleitado Trimalquión con esta hilaridad, también él mismo un más capaz cuenco pidió e inquirió de qué modo recibido había sido. "Todo, dijo, tuvimos, menos a ti; pues los ojos míos aquí estaban. Y por Hércules, bien estuvo. Escisa un elegante novendial para el pobrecillo siervo suyo hizo, al que muerto había manumitido. Y, creo, con los vigesimarios [recaudadores] un gran suplemento tiene; pues en cincuenta mil estiman al muerto. Pero con todo agradable fue, incluso si obligados fuimos, la mitad de nuestras pociones sobre los huesillos de él a derramar.
CAPÍTULO LXVI. "Sin embargo, dijo Trimalquión, ¿qué tuvisteis en la cena?" "Lo diría, dijo, si pudiera; pues de tan buena memoria soy que frecuentemente el nombre mío me olvide. Tuvimos, sin embargo, en lo primero un puerco, de embutido coronado, y alrededor sangrejo y gizeria muy bien hecha, y ciertamente acelga y pan integral hecho de lo suyo y para sí, el cual yo prefiero que el blanco; pues fuerzas da, y cuando mis necesidades hago no lloro. Siguiente plato fue esciribilita fría y por encima miel caliente derramada, excelente, Hispana. Y así, de la esciribilita en verdad ni un poco comí, de la miel, hasta me la tocaba. Alrededor chícharo y lupino (altramuz), nueces calvas al albedrío y sendas frutas. Yo sin embargo dos cogí y he aquí que en una servilleta ligada las tengo; pues si algo de regalo a mi criadito no llevo tendré voces. Bien me aconseja la dueña mía. A la vista tuvimos un trozo de osa, del cual, cuando la imprudente Centella (Scintilla) gustó, casi los intestinos suyos vomitó; yo, por contra, más de una libra comí, pues a jabalí mismo sabía. Y si, digo yo, el oso al hombrecillo se come, cuánto más el hombrecillo debe oso comer. En lo último tuvimos queso blando y saba (vino cocido) y sendos caracoles y trozos de tripa e hígados en escudillas y huevos pileados y nabo y jenabe y una escudilla cagada (con tu paz, Palamedes). También en un vientre circuláronse acetolivas, de donde también algunos desvergonzados triples puñados cogieron. Pues a la pierna (jamón) remisión dimos.
CAPÍTULO LXVII. "Pero nárrame, Gayo, te lo ruego, Fortunata por qué no está recostada." "Como la conoces, dijo Trimalquión; si la plata no ha recogido, si los restos a los chicos no ha dividido, agua en la boca suya no echará". "Con todo, respondió Habinas, si ella no se recuesta yo me + aojo +. Y había empezado a levantarse, si a una señal dada Fortunata más de cuatro veces por todo el servicio hubiese sido llamada. Vino, así pues, por un verde-amarillo ceñida ceñidor, de modo que por debajo la túnica se trasluciera color cereza, y ajorcas retorcidas y botines labrados en oro. Entonces, en un sudario las manos secando, que en el cuello tenía, se pliega a aquel lecho en el que Centella, de Habinas la esposa, yacía, y besándola mientras aplaudía: "¿Hay, dijo, que verte?" A tal después se llegó que Fortunata los brazaletes suyos de sus grasísimos detrajera antebrazos y a Centella, admirada, los mostrara. Por ultimo también las ajorcas desató y la redecilla áurea que de obrizo decía que era. Notó esto Trimalquión y ordenó que se le llevara todo y "Veis, dijo, de la mujer las trabas: así, simplones de nosotros, somos despojados. Seis, de peso, y media libras debe de tener. También yo no menos tengo, de diez de peso, un brazalete, de las milésimas de Mercurio hecho (del uno por mil de mis ganancias)". Por último también, para que no mentir pareciera, una estatera ordenó que se trajera y que, circulándolo, se comprobara el peso. Y no mejor Centella, que de la cerviz suya una capsulita detrajo áurea, a la que Felición llamaba. De ahí dos crotalines (pendientes) sacó y a Fortunata a su vez para que los considerara los dio y "Del dueño mío por la bondad, nadie los tiene mejores." "¿Qué?, dijo Habinas, ¿me + excatarizaste + para que te comprara esa haba de vidrio? Está claro que si hija tuviera, las orejillas le cortaría. Mujeres si no hubiera, todo por lodo tendríamos; ahora, esto es mear caliente y frío potar." Entre esto las mujeres, heridas, entre sí rieron y ebrias juntaron las bocas, mientras la una de su diligencia de madre de familia se jacta, la otra de las delicias (el efebo) y de la indiligencia de su marido. Y mientras así están unidas, Habinas a hutadillas se levantó y los pies de Fortunata agarrando sobre el lecho lanzó. ¡Au!, ¡au!, aquella proclamó, mientras erraba su túnica sobre las rodillas. Recomponiéndose, así pues, en el gremio de Centella, su faz, muy afeada por el rubor, en el sudario escondió.
CAPÍTULO LXVIII. Después, tras un espacio de tiempo interpuesto, como las segundas mesas Trimalquión hubiese ordenado que se llevaran, levantaron los siervos todos las mesas y otras trajeron, y serrín de azafrán y minio teñido esparcieron y, lo que nunca antes había visto, de piedra de espejuelo polvo triturado. Al punto Trimalquión, "Podía en verdad, dijo, con este servicio haberme contentado, pues las segundas mesas tenéis. Pero si algo bonito tienes, tráelo". Entre esto un chico alejandrino, que caldo administraba, a los ruiseñores empezó a imitar, gritando Trimalquión al instante: "¡Múdalo!" He aquí otra burla. El siervo que a los pies de Habinas se sentaba, ordenado, creo, por el dueño suyo, clamó de súbito con canora voz: "Entre esto la mitad (del mar) Eneas ya con su escuadra tenía". Ningún sonido nunca más ácido golpeó los oídos míos; pues además del añadido o disminuido clamor de la aberrante barbarie, mezclaba atelánicos versos, de modo que entonces por primera vez incluso Virgilio me ofendiera. Cansado, con todo, cuando en algún momento desistía, añadió Habinas y "Nunca aprendió, dijo, sino que yo, a los ambulantes enviándolo lo instruía". [...]