Salvador Nienti
La posteridad deberá siempre lamentarse del momento colérico en que Salvador Nienti destruyó su manuscrito.
Las necesidades de la vegez, el hambre, la pobreza, no disculpan la privacion que los hombres esperimentan, especialmente si reflexionamos que no fué medio, aquel acto temerario para libertarlo de la miseria.
No es cierto, como algunos autores afirman , que sus escritos se reducían á geroglíficos tan difíciles de descifrar como los de Egipto; al contrario, estaban sus pensamientos en el latin mas escogido, y estima lo el manuscrito, por padre Pablo el Benedictino, á quien primeramente fué mostrado, como por Pietro Marino mismo, que atestiguó la quema con el mayor asombro, quienes lo calificaron de bellisima composicion, en toda la estension de la palabra.
El cuento de los hieroglíficos fue una invencion fundada en que alguna parte del manuscrito estaba dedicado á una esplicacion de las inscripciones Memfias que pocos en los tiempos presentes han entendido mejor que Nienti.
En realidad, el objeto de la obra era esplorar cosas ocultas, y antiguas.
Las notas históricas sobre la magia natural, en los estractos que hemos visto, no tienen paralelo en ningun idioma conocido.
Los tres capitulos sobre el origen, progreso y resultados dela alquimia, son igualmente estraordinarios; de estos puede el lector juzgar por si mismos, porque han sido traducidos al frentes por Lebore de Amiens.
La literatura ha sufrido una pérdida irreparable, y en nada tanto como en la destruccion de la serie cronológica de las estrañas configuraciones de los astros, ilustrada con sus advenimientos históricos, conforme á los principios astronómicos.
Nienti habia igualmente descubierto despues de una cuidadosa inspeccion de los restos de la antigua escultura, en las colecciones, y galeria de Italia, que los antiguos tenian para cada cual de sus dioses sus peculiares facciones, en tanto que aun los mas ignorantes podian sin dificultad colegir por los mas pequeños fragmentos, las respectivas deidades á que habian pertenecido originalmente.
No se ceñia esclusivamente á la fisonomia, porque esa disputaba que era tan solo una parte de la ciencia; ni aun tampoco en la frenologia considerándola falta de todo principio, para sus observaciones: decia que para descubrir el carácter de cada hombre era precíso examinar, no tan solo su fisonomia y cabeza, sino su cuerpo entero, y que tan solo asi podia darse un juicio exacto.
Sus observaciones y descubrimientos sobre esto, son en estremo curiosas; pero despues de haber reunido innumerables ejemplares para probar la exactitud de su doctrina, concluye diciendo: «que observándolo intimamente, se llegará á encontrar que el conocimiento que los fîlósofos creen tener de los hombres se asemeja bastante al que el establero ingless cree tener de su caballo.
Su relacion sobre el influjo de las circunstancias esteriores en la mente, era casi poética. Mostraba como la memoria de un hombre puede ser gobernada por la destreza de otro, y como uno de sus discípulos podia, no tan solo descubrir los pensamientos de cualquier hombre, sino á hacerlo pensar como á él le agradase.
Algunos de sus ejemplos sobre esta opinion son en estremo ingeniosos, y la traduccion de uno de ellos publicada en el último tomo de lás transacciones de la sociedad filosófica de Urtenstein, es la que nos aventuramos á ofrecer á la consideracion del leetor. Fué estractado de una nota, y el dogma particular á que se refiere merece la detenida investigacion de todos los hombres dedicados á buscar evidencia, y mas especialmente de los embajadores y diplomáticos, de cuya destreza en penetrarse de los designios de los que los rodean, tanto pende.
«Los hombres, decia Nienti, ignoran cuan grande parte de su naturaleza espiritual se mescla en sus asuntos mas comunes, y que escepto en la gratificacion de sus apetitos fisicos, la tosquedad del cuerpo tiene muy poco influjo en los procesos de la entidad intelectual.—La historia del conde Hermann es una prueba estraordinaria de esto: tan solo es de sentir que fuese tan trágica en sus incidentes, porque eran de tal naturaleza que podian haber conducido á los mas divertidos resultados, asi como al fin condujeron á una terrible catástrofe que puso término á su estragada vida.
El tutor de este noble fué por muchos estilos un hombre de conocimientos mas que comunes; fué nativo del territorio de Ragusa, y ya entrado en años se hizo monge en el monasterio de san Esteban, cuyo abad, siendo pariente del anciano conde, lo recomendó como una persona de bastante capacidad para dirigir la educacion de Hermann. Entonces tenia el discípulo tan solo cinco años, y habia ya llamado la atencion por su precocidad.
Bajo las instrucciones del padre Gregorio el progreso del muchacho fué rápido; dominó el clasicismo, adquirió sobrado conocimiento de los idiomas modernos, y aunque el ingles entonces se cultivaba poco, aprendió á entenderlo con admirable facilidad; pero como ningun ingles visitaba el Tirol en aquel tiempo, nunca adquirió el acento para poderlo hablar.—Estos conocimientos se consideraron con justicia, como pruebas de una capacidad estraordinaria, á los doce años de edad, época en que su entendimiento de repente rompió con fuerza sorprendente de su órbita, y en vez de seguir un curso medido y natural por el zodiaco, y las constelaciones de la esfera de los conocimientos determinados, pasó como un meteoro á las desconocidas regiones de la niebla y la conjetura. El padre Gregorio se afligió con el primer descubrimiento de esta aberracion, á sus ojos tanto mas inesplicable, habiendo recibido el impulso que la impelia, de las obras de un autor á quien mejor que á ningun otro consideraba capaz de establecer principios sólidos, al padre Bacon, cuya fama empezaba entonces á iluminar el saber y la filosofia de aquella época.
La atencion de Hermann habia sido dirigida á estas obras, no por la instruccion que pudiera proporcionarles, sino por contener las reflexiones de ingenio del primer órden, que habia escudriñado la naturaleza con ojo sagaz y curioso. Las observaciones del filósofo ingles sobre las creencias populares, interesaron sobremanera la imaginacion de Hermann y en vez de estudiarlas como muestras del progreso de la ciencia, las consideró como llaves de otras nuevas ciencias, que el hombre aun no habia esplotado como aperturas semejantes á las estrellas que tantos entusiastas piadosos vieron ser las ventanas del cielo por donde la gloria interior refleja sobre el mundo esterior; y como era consiguiente se abandonó al exámen de estas estrañas opiniones, que Bacon señaló solo con el objeto de dar á conocer á los hombres los errores, y la vanidad de la filosofia.
Hermann las miró bajo otro punto de vista, y cuando su tutor le amonestaba por el tiempo que perdia en vagas averiguaciones, le respondia siempre con un corto apotegma al que ninguna respuesta podia darse. «Si estas nociones, decia, no hubiesen estado de vez en cuando fomentadas por la naturaleza, la fé que el mundo, el mundo vulgar si quereis, tiene en ellas, se hubiera ya desvanecido, como el recuerdo de un sueño.»
Antes de cumplir diez y ocho años, el conde Hermann se habia hecho dueño de todos los conocimientos en que su tutor podia dirigirle y no requiriendo ya su enseñanza el padre Gregorio volvió á su convento, despidiéndose de su discípulo con pesar, porque preveia que dueño de su alvedrio, Hermann ó desperdiciaria su tiempo en inútiles pesquisas que él creia científicas, ó abandonaria por completo toda clase de estudio, y se entregaria al libertinage.
Concebia que su ardor no admitia ni riendas ni razon; y conocia Gregorio que el uso que de sus conocimientos hacia ya, era tan solo para satisfacer su egoismo; de manera que constantemente mostraba hallarse por completo libre del influjo de la moralidad y los buenas sentimientos. Los temores del monge no eran infundados, porque á pesar de ser las conmociones políticas de aquella época bien calculadas para despertar el ardor de un jóven valeroso descendiente de nobles y distinguidos héroes, el conde Hermann ninguna parte tomaba en ellas. Las presenciaba, las escuchaba, como el rugido del mar al romper las olas sobre la playa, y se entregaba con mas afan á sus amados estudios.
Un nuevo acontecimiento, poco despues de la partida del tutor, tendió á aumentar la asiduidad preternatural del conde, dejándolo dueño completo de su libertad. Su padre murió, y heredó sus inmensas riquezas, y estensas posesiones; y concibiendo que sus recónditos estudios pudieran ser ayudados por los conocimientos de los sabios en las bibliotecas de sus colegios, y que sus goces pudieran hallar aumento en el estudio de las maneras de las distintas naciones, en las cortes y capitales populosas, se decidió á pasar algunos años en visitar los sitios de mas nombradia en el mundo.
Por consiguiente, partió con el designio de pasar algun tiempo en las mas célebres universidades, como igualmente en las ciudades mas notables: despues pasar á Constantinopla, de alli á Syria, Palestina y Egipto, y detenerse algun mas tiempo en este último punto en algun monasterio de caloyeros, para interpretar, si posible fuera, las misteriosas inscripciones que existen aun sin descifrar, las ruinas de Tebas. Ejecutando este propósito estuvo ausente muchos años, y mientras que sus amigos lo creian descifrando geroglificos en las orillas del Nilo, algunos rumores se esparcian que daban á entender se hallaba disfrutando de las disipaciones de Paris.
Al fin, dice Nienti, volvió Hermann á su pais, y fijó su residencia en Roma, donde por algun tiempo se despojó de todas las predilecciones sociales, y se entregó con renovado afan al estudio. Se creyó que trataba de encontrar la piedra filosofal.
Las personas comunes lo miraban con temor, y hablaban de él como de un profesor del arte negro de los Egipcios; y fué observado que los familiares de la inquisicion seguian sus pasos cuando en la fresca de la tarde algunas veces daba un paseo solitario.
Si él realmente penetró en sus pesquisas mas allá de los límites de los sabios de Roma, no ha podido jamás averiguarse, y quedará para siempre en duda, pero Nienti afirma que no habia en el mundo otro hombre que mejor mereciera el nombre de filósofo, ó que le sobrepujara en sabiduria.
Habiendo cumplido treinta años, un cambio se efecluó en él tan estraordinario como el que las obras de Bacon produgeron en su juventud. Los libros fueron abandonados, los instrumentos é invenciones reunidas con tanto esmero y gasto durante sus viages, fueron despreciados, y afectando la galanteria y ligereza de un jóven se entregó á la vida libertina, semejante á la que se decia habia llevado en Paris. En esta carrera se enamoró de la princesa Aura, de la familia Babalirio, y la amó tan apasionadamente, con la misma idolatria con que antes habia amado al oculto genio de la verdad; pero ella desdrñó su pasion, se casó con el duque de Aletto, incidente que despertó toda la maldad del pecho de Hermann, y lo transformó en un ser que no encuentra parangon en todas las historias de los delitos humanos; porque puso en juego aun el infame uso de sus conocimientus, que su tutor observó, jamas se escrupulizaba de observar aun en los asuntos en que menos lo necesitara. Poco despues del casamiento se le oyó decir, con referencia al enlace, y á la suerte creciente del duque,—«que si fuera ofensa que requiriese reparacion, por ningun estilo recurriria á la copa ó al puñal. Los que tratan de satisfacer su venganza con la muerte de sus enemigos, se asemejan á las aves de rapiña, ó á serpientes venenosas;—el hombre es un ser intelectual, y sus dientes, su talento, su aguijon, su fuerza se haallan en las facultades de su mente.»
Por algun tiempo despues de los desposorios se retiró de tal suerte de la sociedad, que se creyó habia por completo abandonado el mundo, y dedicádose de nuevo al estudio. Pero desvanecióse prontamente esta idea; un mes despues volvió á la sociedad, y aun con mayor afan por sus placeres, que en el tiempo en que adoró á la princesa Aura. Se mezclaba en todas las fiestas: su nombre se oia en todas las orgías; y aun siendo, sin disputa, el mas sabio, abstruso y recóndito escular de Roma, era tambien el mas galante cavalieri.
Bajo este caracter se hizo objeto de la observacion de los envidiosos, notándose que frecuentaba todas las sociedades donde se hallaban el duque y la duquesa; y sus mútuos amígos, con la malicia del gran mundo, atribuian este perseguimiento á los mas bajos intentos. Pero se engañaban.
Hácia la duquesa esperimentaba la mas inefable ternura; pero al duque profesaba el mas profundo odio, y á satisfacer esta diabólica pasion se entregó con todas las potencias de su alma, como el último y único objeto de su vida. Urdió una horrible venganza que se reducia á un curso de estudio (que bien merece este terrible epiteto) para saber sembrar tal maldicion en el pecho de su enemigo, que fuera capaz de hacerle la existencia miserable para sí, y criminal para los demas.
Que esta fué su intencion, sus posteriores confesiones lo afirman; pero en aquel tiempo su porte fué tal, que escitó la simpatia de cuantos conocieron su pasion por la duquesa, y la admiracion universal por su galante y noble comportamiento hacia su rival el duque.
Hallándose constantemente en las mismas sociedades que Aletto tuvo bastante tiempo para descubrir su verdadero carácter, y con risueño semblante hacia sus pesquisas, sin que nadie sospechase el intento diabólico que su mente alimentaba; y habiéndose hecho dueño de la disposicion y de las debilidades del desgraciado noble, empezó de una vez á poner por obra el criminal intento de asesinar su dicha con el lenguage metafisico y la endiablada astucia del mismo Lucifer. En el curso de su deliberacion preliminar, sobre el carácter del duque, descubrió que Aletto, por un principio de orgullo hereditario de sostener la dignidad de su familia, que habia declinado de su cenit, no podia ser inducido al juego.
Esto al principio lo confundió, porque estaba bien versado en todos los ardides parisienses para efectuar lo mas prontamente posible la ruina de su antagonista, y estuvo indecisa por algun tiempo en determinar de que manera principiaria su sitio criminal; pero cuando averiguó que su presa no podia ser enredada por medios ordinarios, adoptó un curso de maquinaciones que no tiene paralelo en los registrus de la depravacion.
Descubrió que aunque la solicitud del duque por sostener el honor de su familia le resguardaba de las seducciones del juego, y le prohibia tratar de reanimar su marchito esplendor con especulaciones arriesgadas: sin embargo, tenia en su delicadeza una debilidad singular, y se hallaba bajo el influjo de un deseo mórbido de retener sus posesiones en su primitivo estado de perfeccion. Hermann imaginó que si él pudiera hacerle creer que su propiedad amenazaba una pronta ruina amargaria su felicidad. El método de que se valió para efectuar esto fué digno de ingenio satánico.
El duque y la duquesa dieron una flesta en su villa cerca de Civita Vechia, deliciosamente situada al margen de una llanura que se estendia con su alfombra verde esmeralda hasta llegar á las orillas del mar.
Este hermoso retiro se hallaba ricamente adornado con las mas bellas obras del arte, y especialmente con las producciones de los distintos pintores italianos, obras que su dueño idolatraba.
El tiempo durante la fiesta fué delicioso; todo fué alegria, música y goces; y el duque, envanecido con la aprobacion y los elogios de sus huéspedes, gozaba cual nunca habia gozado; pero el corazon de Hermann rebosaba de hiel. El duque observó la nube en su frente, y preguntó la causa.
—La pesadumbre de ver que la situacion de esta villa corresponde tan mal á los afanes y á los gastos, fué la respuesta; principia ya á decaer, y dentro de pocos años será un monton de escombros que quedarán como triste memoria de la pasada magnificencia del edificio.
El duque se burló de esta funesta insinuacion, pero su ingenioso enemigo habia ya empezada la obra de afliccion, y no desperdició ocasion durante los tres dias de la fiesta de fijar la atencion del duque aun con el mas leve defecto que podia descubrirse en la mansion y jardines, para ayudarse con estos para apoyar la veracidad de sus malignas insinuaciones. Tambien hizo observar al noble varias manchas en las pinturas, que alegó las producia el viento este, que viniendo desde la llanura las cargaba de tizones.
En esta maquinacion fué demasiado afortunado; antes de haberse concluido la fiesta el veneno habia hecho efecto, y el aprensivo duque veia desmoronado para siempre el edificio que tanto amaba, y las pinturas que idolatraba
Sin embargo, no consideró el mal irremediable; y los jardines eliseos fueron desmantelados, y muchos trabajadores en valde se esforzaban por cortar el progreso del tizon.
Tambien ingenieros fueron consultados, y aunque no consideraron el mal irreparable, sin embargo, su opinion no satisfizo al duque, y su indecision sirvió solo para aumentar sus temores. Hermann habiendo logrado destruir el goce que la vanidad y el orgulto del duque derivaban de su «villa fresca» volvió su malignidad á otro ingrediente que contribuia á su fencidad.
Habia ohservado en Aletto un gusto muy delicado, y que estaba sujeto á esperimentar repugnaria muy frecuentemente, y resolvió que este asco á que era tan sensible lo esperimentara aun en sus mas inocentes placeres.
Por muchas personas la delicadeza del duque era considerada como una prueba de su refinamiento, porque jamas hablaba de vinos ó viandas sin hacer las mas selectas alusiones y parábolas á joyas y rosas, olores y fragancias, de la mas pura y deliclosa clase.
El demonio que lo perseguia lo alarmó justamente en los sentimientos que dictaban esta elegancia un dia mientras comian. Un criado le servia á Hermann una copa de vino tinto al que Aletto era muy aficionado, enando de repente el conde se levantó horrorizado, y desviando la bebida esclamó,
—Es sangre! me hiela de horror, y me recuerda del miserable asesino que vi ayer bajo el hacha del verdugo... Veo la cabeza ya separada del cuerpo... y el tronco caer sin vida nadando en el lago de sangre que humedece el suelo... Oh! qué recuerdo tan espanloso!!!
El duque lo escuchó con la mas profunda repugnancia, y cuantas veces fijó los ojos en el vino tinto, otras tantas creia ver la sangre del criminal, y cuando alguno de los huéspedes en chanza recordaba las palabras del conde Hermann, Aletto temblaba con inefable emocion Desde aquel dia desterró el vino tinto de su presencia; pero cuando lo veia en otras mesas palidecia y huia de su vista cual si viera en él la realizacion de la alusion de Hermann.
Sus dias y sus noches estaban ya amargados; pero aun no habia descargado sobre su cabeza el enojo del vengador, mas que dos golpes, y su venganza no estaba cumplida, su odio no estaba saciado.
La duquesa notó la melancolia de su señor, y trató de disiparla con la música; pero Hermann dominaba aun los mas dulces y suaves sonidos, y cuando Aletto encontraba alivio á su tristeza en algun aire melodioso, su enemigo se sentaba á su lado y le contaba historias desastrosas, y fatales aventuras que habia oido en sus viages, para que se mezclaran con las cadencias de la melodia.
Por medio de esta diabólica sutileza infestó de tal modo su imaginacion, que pocos aires podian ofrecerse á su oido que no fueran el encantamiento de horribles asociaciones.
Cuando el hechicero (porque este es el nombre que merece) habia amargado casi todos los placeres del duque, se decidió á llevar aun mas lejos sus designios, afeándole el aspecto de la naturaleza, y haciénde cansarse hasta del sol, hablándole constantemente de los males, y las cosas repugnantes que engendraban sus rayos, hasta que estas ideas se asociaron tan intimamente en la mente del duque, que llegó á serle el luminoso astro, objeto de la mas profunda aversion y temor.
Parece increible que estas malvadas insinuaciones hubiesen adquirido tanto predominio sobre el duque; pero estaban artificiosa é incesantemente urdidas y aplicadas.
Los que han esperimentado un sufrimiento continuo podrán fácilmente reconocer su poder, porque la verdadera miseria no consiste en violentas desazones, sino en la monotonia de las aflicciones mas pequeñas.
Apesar de todo, Aletto conservaba en su hermosa duquesa un solaz para su sp in, y mientras que su confianza en sus virtudes quedara ilesa, las infames artes de su demonio perseguidor, pudieron haber sido vencidas.—En la fuerza del amor de Hermann á Aura, se hallaba la seguridad del duque; y el terrible é incomprehensible ser, pronto hizo este descubrimiento, y conoció que su venganza no estaba completa hasta tanto que ella participara de sus hechizos; pero su amor lo detenia, y antes de poderse decidir á afligirla, su pasion arrestaba el amenazante puñal que el aborrecimiento le inducia á empuñar, y lo hacia, aun aguijoneado por el Eumenides de sus pensamientos, resistir á descargar sobre ella el golpe que aun le restaba por descargar. Al principio pensó inflamar los celos del duque, pero se convenció que al hacerlo solo lograria afligirla y castigarse á si mismo; porque el promovedor de su iniquidad habia sido el amor que ella le habia inspirado, y el único objeto de sus maquinaciones, era, sin ofender las leyes ni cometer accion alguna que á ella desagradase, obtener posesion del amor y la persona de la muger que tanto amaba.
Sus artes eran inescrutables, y no teniendo la mas leve tendencia á la violencia su egoismo le hizo considerarlos inocentes. Por algun tiempo se detuvo en su crímen como si hubiese agotado todos sus recursos de maldad; pero al fin descubrió que las virtudes de la duquesa le ofrecian nuevos medios de aumentar la desventura del duque.
Veia que el unico consuelo del duque en su abatimiento consistia en la ternura de Aura, y el espantoso pensamiento que nació de esta observacion fué de sublimidad infernal. La duquesa penetrada de los conocimientos de Hermann, le habló de la visible infelicidad de su esposo y le mostró su temor de que la ansiedad imaginaria empezaba ya á destruir la razon del que tanto amaba.—«No tiene, decia, otro consuelo en su tristeza que en mi constante sociedad, y en referirme sin cesar la lamentosa historia de sus terrores y horribles pensamientos.»
Herman la escuchó con ansioso oido, y le contestó en seguida:
—Debe ser reprimido: su mal evidentemente procede de entregarse demasiado á sombríos arrobámientos. Debeis cambiar vuestra ternura en severidad, y dejar de escuchar su melancolia con simpatia ó compasion. Mofaos de sus presentimientos, y como si los juzgáseis fantásticos. No le proporcioneis ocasion alguna de incomodaros con sus infundados pesares, y dándole constantemente nuevos asuntos para reflecsion, lograreis mostrarle que os mortifica con su melancolia.
El consejo parecia plausible; era en un todo conforme á la opinion en general, y la cariñosa esposa no creyó desdecirse de su suavidad y ternura, aparentando una ligereza estrema, y una severidad bien sostenida, que aun juzgándola de su deber, heria profundamente su sensible corazon.—El desventurado duque pronto descubrió la variacion, y sintió todo su peso. La existencia le era ya repugnante, y juzgando por el cambio en la duquesa creyó que á los demas tambien la repugnaba, atormentado por la cruel lucha, tomó veneno; pero no fué bastante eficaz, y vivió por aľgunos dias.
Entretanto el padre Gregorio tuvo ocasion de ir á negocios eclesiásticos á Roma, y sabiendo que se hallaba alli su discipulo, fué á visitarle, y lo halló regocijado con la esperanza de que en breve la muerte de Aletto le conseguiria el logro de sus deseos; pero aunque Hermann trataba de ocultar este triunfo secreto, el anciano tutor lo traslució; se recordó con temor de las muchas ocasiones en que habia observado el egoismo de su discípulo, y de los estraordinarios medios de que se aprovechaba para gratificar sus gustos, y se convenció que la causa de este placer interior tenia en sí algo mas que el gusto de un triunfo. Conversando astutamente con él encontró Gregorio que el espigon sobre que giraban sus pensamientos era el peligro del duque, y ocultándole sus sospechas se dirigió en busca del confesor de Aletto, un sacerdote de su misma órden. De él se enteró del mal del duque desde el triste principio que condujo á tan fúnebre resultado, y comparando sus respectivas nociones y conjeturas se convencieron de que el conde Hermmann era culpable, habiendo hecho el duque su victima por medio de la hechiceria.
Gregorio salió de Roma el dia en que el duque falleció, y el conde Herman fué aquella misma tarde preso por los familiares de la inquisicion. Sus descubrimientos al estar puesto al tormento, y la evidencia, y testigos que aparecieron en contra suya, jamas han sido revelados mas allá de los muros del santo oficio; pero fué declarado hechicero, y pronto despues fué condenado á las llamas, dejando á la posteridad sus confesiones (por escrito) de la manera en que regulaba los pensamientos y las pasiones de otros, un espantoso documento que formaba parte del manuscrito de Salvador Nienti.