Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

VI

Así acabó ésta que pudo llamarse la expedición de los milagros; pues milagro y no chico fué que no mataran á Rozas, que lo conservaran intacto por tanto tiempo; le exhibieran, comprobando su existencia; volviera, resignado cristiano, á seguir la suerte de sus compañeros cautivos; que al fin lo entregaran por las exigencias de Gómez; y, por último, y no el menor de los milagros, que una partida tan reducida salvara en su travesía al través de indiadas sedientas de pillaje.

Sobre si dejó ó no, semilla entre pampas el hermoso cautivo, aunque poco dados á genealogías de princesas y cacicas, agregaremos únicamente que más raro fué la aparición entonces de un cacique negro entre lampiñas caras bronceadas, que posteriormente, más de una de las nietas de éste, peinar trenzas rubias sobre blancas mejillas rosadas ó color de rosas pálidas.

Misterios son estos que Darwin á su paso no profundizó, ni tampoco nosotros...

Hombre honrado á carta cabal, era don León de Rozas, humanitario y valiente; contemporizando por su prudencia, supo conquistarse simpatías hasta en los salvajes.

De temperamento afable, irradiaba un buen genio en su abierto semblante, y por su carácter parsimonioso arreglaba toda disidencia, así entre indios como entre cristianos.

Proverbial fué siempre su distracción, y, sin duda, para evitar volviera á caer entre pampas, á su regreso, ya sin padres, congreso hubo de tías que le condenaron á cautiverio perpetuo.

Encargado de casamentera misión, su guía espiritual, como en tales tiempos era usanza, llegó á descubrir que otro colega mercedario contaba entre sus hijas de confesión, la más hermosa flor del verjel espiritual.

También sin padres, pues entre las calamidades que al señor don León persiguieron, no conoció la de suegra, crecía la más bella mercedaria que hábito de tal vestía el fatal viernes trece en que su padre y hermano fueron muertos por los indios, la misma tarde que cayó Rozas cautivo...

En la del martes 30 de 1790, desposó el Capellán Castrense, en el Convento de Mercedarios, al señor León Ortiz de Rozas con doña Agustina López de Osornio...

Y así salió de un cautiverio para caer en otro sin salida. Pero si angustias hiciera pasar la enérgica Agustinita al blando y cariñoso marido bonachón, misterios fueron que encubrieran cortinajes de aposento conyugal que nunca fuimos dados á descorrer.

A pesar de su nombre, don León Ortiz de Rozas fué bondadoso y honrado en este valle de rosas, que el hijo regó con sangre.