Roquete del Copete (Trad. J. Coll y Vehí)

Nota: Se respeta la ortografía original de la época
Roquete Del Copete.
encabezado
ROQUETE DEL COPETE.


C

ierta reina dió á luz á un hijo tan feo y contrahecho, que largo tiempo se puso en duda si estaba ó no dotado de forma humana. Una hada que presenció el nacimiento del príncipe, vaticinó que no dejaria de ser digno de estimacion, porque estaria adornado de excelente ingenio, y que en virtud de un don que ella acababa de concederle, tendria el poder de comunicar todo su ingenio á la persona á quien más amase.

Estas promesas derramaron algun consuelo en el ánimo de la pobre reina, sumamente angustiada por haber sacado á luz un tan extravagante monigote. Lo cierto es que apénas el niño empezó á balbucir, ya decia mil agudezas, y en todas sus acciones revelaba cierta travesura y perspicacia que se llevaban tras sí las voluntades. Olvidábaseme advertir que habia nacido con un pequeño mechon de cabellos encima la frente, y por esa razon le llamaban Roquete del Copete; puesto que Roquete era su verdadero apellido.

A los siete ú ocho años la reina de un estado comarcano parió dos hijas. La que primero nació era hermosa como el dia; y esta circunstancia regocijó tanto á la reina, que llegó á temerse que el mismo exceso de la alegría perjudicase su salud. Hallábase presente la misma hada que asistió al nacimiento de Roquete del Copete; y para moderar la alegría de la reina, anuncióle que la princesita no tendria pizca de talento y que sería tan estúpida como hermosa. No le cayó en gracia á la reina semejante prediccion, mas lo peor del hueso quedaba por roer; porque la segunda hija que salió de sus entrañas fué soberanamente fea.

—No hay que afligirse, señora, dijo la Hada: vuestra hija gozará en cambio de tan privilegiado ingenio, que apénas se echará ménos la hermosura que le niega el cielo. Vaya lo uno por lo otro.

—¡Quiéralo Dios! exclamó la reina; pero ¿no podria encontrarse algun medio de dar una pizquita de talento á la mayor, que es tan linda?

—En cuanto á talento, señora, yo nada puedo, contestó la Hada; mas tocante á hermosura ya ese es otro cantar, y como no he de perder ripio en hacer cuanto sea de vuestro agrado, prometo concederle el don de poder comunicar la hermosura á la persona que más le plazca.

A proporcion que las dos princesas iban creciendo en edad, crecieron tambien sus perfecciones, y todo el mundo se hacia lenguas de la hermosura de la mayor del talento de la pequeña. Cierto es tambien que al compas de la edad iban en aumento sus defectos. La menor á ojos vistas se ponia cada vez más horrible, y la mayor de cada dia iba siendo mucho más estúpida: ó no contestaba á las preguntas que le dirigian, ó soltaba una barbaridad. Era tan torpe que no podia colocar sobre el marco de la chimenea cuatro piezas de loza sin romper una, ni sabía beber un vaso de agua sin que no se le derramase la mitad sobre el vestido. Por muy recomendable que sea la hermosura, en todas partes se llevaba la preferencia la hermana menor. Al principio se acercaba todo el mundo á la más hermosa para verla y admirarla; pero al momento se inclinaban todos á la de más talento, deseosos de escuchar los delicadísimos conceptos que de sus labios brotaban; y era asombroso ver cómo en ménos de un cuarto de hora no quedó nadie al rededor de la hermana mayor, y cómo en torno de la menor se arremolinaba todo el mundo. No le cayó en saco roto á la mayor, á pesar de su mucha estupidez, y de buena gana hubiera trocado toda su hermosura por la mitad del talento de su hermana.

La reina, sin embargo de estar dotada de suma prudencia, no podia reprimirse, y muchas veces hubo de echarle en rostro su bobería. La pobre princesa lo sintió tanto, que creyó morir de pena. Cierto dia que habia buscado la soledad del bosque para lamentarse de su desgracia, vió dirigirse hácia ella á un hombrecillo repugnante, bien que magníficamente engalanado. Era el jóven principe Roquete del Copete, que enamorado de sus gracias por los retratos que por todas partes circulaban, acababa de ausentarse de los estados de su padre para tener el gusto de verla y de hablarla. Trasportado de gozo al encontrarla así tan sola y señera, acercósele con finas muestras de respeto y de extremada cortesía. Despues de haberla dirigido las galanas frases que la civilidad requiere, como notase en su rostro hondas señales de melancolía, le dijo:

—No cabe, señora mia, en mi entendimiento, el concebir cómo dentro el pecho de una dama tan extremadamente hermosa pueda morar la tristeza de que da claros indicios ese divino rostro. Puedo vanagloriarme, á fe de caballero, de haber visto infinidad de hermosas damas, pero ninguna vi jamás, ninguna, os lo aseguro, que fuese digna de besar vuestras plantas.

—¿De véras? Basta que V. lo diga, caballero, contestó la princesa, y cerró el pico.

—La hermosura, prosiguió 'Roquete del Copete, es una prenda de tan alto valor y estima, que á todas las del mundo excede y oscurece, y siendo tan grande la que por dicha vuestra os adorna, no concibo qué es lo que en la tierra pueda daros justos motivos de afliccion.

—¡Mireu qué embajada! contestó la princesa. Pues yo más quisiera ser un espantajo como V. y tener talento, que no ser bonita como soy y tan pedazo de alcornoque.

—¿Qué mejor prueba de ingenio que la creencia de no tenerlo? Ese precioso don del ánimo es de tal naturaleza, que cuanto en más alto grado se posee, mas firmemente se cree estar privado de él.

—No sabía yo eso, dijo la princesa; lo que si me tengo muy tragado es que soy muy bestia, y esta es la causa de la tristeza que me devora.

—Si es esto lo que os aflige, yo puedo poner término á vuestro dolor.

—¡Bah! ¿cómo es posible? dijo la princesa.

—Porque poseo, dijo Roquete del Copete, el don de infundir en la persona á quien más ame todo el ingenio que en humano entendimiento cabe; y como esa persona sois vos, señora, de vuestra voluntad, y solo de vuestra voluntad, depende tener todo el talento imaginable, como os determineis á casaros conmigo.

La princesa quedó estupefacta, y no dijo esta boca es mia.

—Bien claramente veo, añadió Roquete del Copete, que semejante peticion os asusta, y no me extraña; pero os concede un año de término para reflexionarlo maduramente.

Tan roma de ingenio era la princesa, y tan vivos eran sus deseos de tenerlo, que imaginando que el término del plazo no habia de llegar jamás, aceptó sin titubear la condicion propuesta.

Lo mismo fué prometer á Roquete del Copete que al cabo de un año le daria la mano de esposa, que parecerle ser otra de la que habia sido: todo cuanto se le venía á la imaginacion sabía expresarlo con una facilidad asombrosa, con elegancia, naturalidad y despejo. Desde aquel momento trabó con Roquete del Copete una conversacion amena, galante y bien sostenida. Replicaba y argumentaba con tantísima discrecion, que Roquete del Copete creyó haberle infundido mayor dósis de ingenio de la que para sí se habia reservado. Cuando la princesa volvió al palacio, toda la córte quedó maravillada de una trasformacion tan extraordinaria y repentina; porque así como ántes no hacia más que espetar majaderías, todo era ahora explicarse con razones llenas de agudeza y gracejo. El contento que tan inesperada novedad produjo en la córte, excede á toda ponderacion. A quien no le hizo mucha gracia fué á la hermana menor, porque no estando ya de su parte la ventaja del talento, al lado de la otra, que, como vulgarmente se dice, tenia la cuesta y las piedras, parecia una tarasca.

El rey se dejaba guiar por los consejos de su hermosa hija, y muchas veces entraba en su gabinete para consultarle algun asunto. Difundiéndose por todas partes la noticia de aquella increible metamórfosis, todos los príncipes jóvenes de los reinos comarcanos se esmeraron en agradar á la princesa, y casi todos solicitaron su mano; pero ninguno le parecia de bastante talento, y á todos escuchaba sin dejarles traslucir la menor sombra de esperanza.

No obstante, presentóse á solicitarla un príncipe tan poderoso, tan rico, tan galan y discreto, que consiguió mover en favor suyo el corazon de la princesa. Como el padre notase la inclinacion de su hija, faltóle tiempo para decirle que en cuanto á elegir marido era enteramente dueña de su voluntad, y que bastaría la menor indicacion suya. Pero como es sabido que cuanto más talento se tiene, tanto más cuesta tomar acerca de este asunto una resolucion; despues de haber dado gracias á su padre, le suplicó que le dejase tiempo para pensarlo muy despacio.

Y para meditar con calma lo que más podia convenirle, salió á dar una vuelta por el bosque en donde habia encontrado á Roquete del Copete.

Miéntras que muy cavilosa y pensativa se estaba paseando, sonó bajo sus plantas un rumor sordo como de muchas personas que van y vienen y se mueven y agitan. Aplicó muy atentamente el oído, y oyó que uno decia: «Trae el perol,» y otro: «Echa leña á esta hoguera.» Entreabrióse entónces la tierra, y vió debajo sus piés una gran cocina llena de cocineros, de galopines, y de criados que estaban preparando un espléndido banquete. Salieron de la cocina como cosa de veinte a treinta cocineros, y sentaron sus reales en una de las avenidas del bosque. Al rededor de una larga mesa, armados de mechera, y con el rabo de zorra á la oreja, se pusieron á trabajar todos á una al compás de unas coplas muy armoniosas.

Admirada la princesa de semejante espectáculo, preguntóles para quién preparaban aquellos manjares. Y el más respetable de la cofradía le contestó:

—Para el señor príncipe Roquete del Copete, cuyas bodas han de celebrarse mañana.

Creció de punto la admiracion de la princesa; mas viniéndole súbitamente á la memoria que un año ántes en aquel mismo dia habia prometido al príncipe Roquete del Copete la mano de esposa, cayó, como suele decirse, de su asno. No se habia acordado jamás de semejante promesa, porque cuando la hizo era boba, y al recibir el ingenio que le infundió el príncipe habia perdido hasta la memoria de todas sus simplezas.

No habia caminado treinta pasos, cuando se ofreció á su vista Roquete del Copete arrogante, ostentoso, como príncipe que iba á casarse.

—Veis, señora de mis pensamientos, le dijo, cuán exacto soy en el cumplimiento de mi palabra. No dudo de que en cumplimiento de la vuestra, venís á entregarme la tan suspirada mano, haciendo á este humilde siervo vuestro el más venturoso de los mortales.

—Francamente debo deciros, respondió la princesa, que no he tomado acerca de este punto resolucion ninguna, y que miro difícil poderla tomar tal como vos la deseariais.

—Señora, me dejais pasmado, contestó Roquete del Coete.

—Lo creo, dijo la princesa, y si tuviese que habérmelas con algun palurdo sin educacion ni talento, os aseguro que no sabria cómo salir del atolladero; porque no dejaria de decirme: «Una princesa no debe tener mas que una sola palabra, cumplid la que me dísteis, y casaos conmigo.» Pero como estoy hablando con una persona de mundo y de elevado entendimiento, tengo la seguridad de que no ha de cerrar los oídos á mis justas razones. Os acordais de que cuando todavía era boba me repugnaba en extremo el concederos mi mano de esposa. Decid ¿cómo es posible que con el claro juicio que generosamente me concedísteis, circunstancia que en punto á matrimonio debe naturalmente hacerme más previsora y descontentadiza, me allane ahora á cometer un disparate que no se ocultó á mi simpleza? Si tan ardientemente deseabais caseros conmigo, muy poco cuerdo auduvísteis en disipar la nube de mi ignorancia, abriendo mis ojos para que viese las cosas con una claridad con que ántes no las veia.

—Si es cierto, como vos confesais, contestó Roquete del Copete, que un hombre de talento tendria razon sobrada en haceros cargos por el olvido de una promesa solemne ¿con qué razon, señora, podeis exigir de mí que no haga uso de tan justo derecho, cuando va en ello toda la felicidad de mi vida? ¿Sería razonable que las personas de talento fuesen de peor condicion que las que no lo tienen? ¿Seríais voz capaz de tan enorme contrasentido? ¿Vos, que tan claro juicio poseeis y que tan ardientemente deseasteis tenerlo? Hablemos sin rodeos. Dejando aparte mi fealdad ¿encontrais en mí alguna cosa que os disguste? ¿Teneis algo que oponer á mi nacimiento, á mi discrecion, á mi carácter, á mi educacion?

—No por cierto, contestó la princesa; alabo esas altas prendas de que muy justamente podeis preciaros.

—Siendo así, añadió Roquete del Copete, espero ser dichoso, porque podeis convertirme en el más hermoso y bizarro de los hombres.

—¿Cómo puedo yo hacer tal milagro? preguntó la princesa.

—Podeis hacerlo, contestó Roquete del Copete, solo con que me ameis hasta el punto de desearlo con vehemencia; y para que no os quede ninguna duda, sabed, señora, que la misma hada que el dia de mi nacimiento me concedió el poder de infundir talento en el alma de la persona que eligiese mi corazon, os concedió tambien la inestimable virtud de poder dotar de hermosura al venturoso mortal á quien amáseis y os dignárais dispensar tan alto favor.

—Si es verdad lo que decis, contestó la princesa, con toda mi alma deseo veros trasformado en un príncipe el más gentil y bizarro que jamás haya existido, y en cuanto de mí dependa os otorgo esta gracia.

No bien concluyó la princesa de pronunciar estas palabras, cuando Roquete del Copete se apareció á sus ojos convertido en el jóven mas hermoso y galan que jamás se haya visto.

Afirman algunos que no fueron los hechizos de la Hada, sino el amor, quien obró tales prodigios.

Dicen que habiendo reflexionado la princesa sobre lo mucho que valian la constancia, la discrecion y demás excelentes dotes de ánimo de su amante, desaparecieron de su vista la deformidad del cuerpo y la horrible fealdad del rostro: que no veia en su joroba más que las formas atléticas de un mancebo de robustos hombros; y que así como hasta entónces le habia visto cojear grotescamente, ya no le notaba al andar más que cierta inclinacion de cuerpo y cierto balanceo que la hacia mucha gracia; que sus ojos de besugo se le antojaban dos luceros; que el desaliño del cuerpo se le figuraba la expresion natural de un violento exceso de amor, y que hasta le parecia que sus enormes narices de tomate tenian algo de marcial y heróico.

Sea lo que quiera, ello es que la princesa le prometió en el acto que se casaria con él, contando por supuesto con el consentimiento del rey su padre. El rey, conociendo la justa estimacion que su hija profesaba á Roquete del Copete, constándole por otra parte que era un príncipe de esclarecido ingenio y de una discrecion extremada, le recibió muy gustoso por yerno. Al dia siguiente se celebraron las bodas, ni más ni ménos que como Roquete del Copete lo habia previsto, y á tenor de las instrucciones que muy anticipadamente habia ordenado y dispuesto.


MORALEJA.

Ser pudiera este cuento
Verdad notoria:
Más que forjado invento
Parece historia:
Que hace el amor taimado,
Si da de recio,
Gracioso al jorobado,
Discreto al necio.


OTRA.


La blanca tez y frescura
Con que el cielo bondadoso

Ilumina al rostro hermoso
De la más linda criatura,
No vencen tanto el rigor
De un pecho al ruego insensible,
Como una gracia invisible
Que en ella descubra amor.