Ya cabalga Calaínos
a la sombra de una oliva,
el pie tiene en el estribo,
cabalga de gallardía.
Mirando estaba a Sansueña,
al arrabal con la villa,
por ver si vería algún moro
a quien preguntar podría.
Venía por los palacios
la linda infanta Sevilla;
vido estar un moro viejo
que a ella guardar solía.
Calaínos que lo vido
llegado allá se había;
las palabras que le dijo
con amor y cortesía:
-Por Alá te ruego, moro,
así te alargue la vida,
que me muestres los palacios
donde mi vida vivía,
de quien triste soy cautivo,
y por quien pena tenía,
que cierto por sus amores
creo yo perder la vida;
mas si por ella la pierdo
no se llamará perdida,
que quien muere por tal dama
desque muerto tiene vida.
Mas porque me entiendas, moro,
por quien preguntado había,
es la más hermosa dama
de toda la Morería,
sepas que a ella la llaman
la grande infanta Sevilla.
Las razones que pasaban
Sevilla bien las oía:
púsose a una ventana,
hermosa a maravilla,
con muy ricos atavíos,
los mejores que tenía.
Ella era tan hermosa,
otra su par no la había.
Calaínos que la vido
de esta suerte le decía:
-Cartas te traigo, señora,
de un señor a quien servía:
creo que es el rey tu padre
porque Almanzor se decía:
descende de la ventana
sabrás la mensajería.
Sevilla cuando lo oyera
presto de allí descendía:
apeóse Calaínos,
gran reverencia le hacía.
La dama cuando esto vido
tal pregunta le hacía:
-¿Quién sois vos el caballero,
que mi padre acá os envía?
-Calaínos soy, señora,
Calaínos el de Arabía,
señor de los Montes Claros.
De Constantina la llana,
y de las tierras del Turco
yo gran tributo llevaba,
y el Preste Juan de las Indias
siempre parias me enviaba,
y el Soldán de Babilonia
a mi mandar siempre estaba:
reyes y príncipes moros
siempre señor me llamaban,
sino es el rey vuestro padre,
que yo a su mandado estaba,
no porque le he menester,
mas por nuevas que me daban
que tenía una hija
a quien Sevilla llamaban,
que era más linda mujer
que cuantas moras se hallan.
Por vos le serví cinco años
sin sueldo ni sin soldada;
él a mí no me la dio,
ni yo se la demandaba.
Por tus amores, Sevilla,
pasé yo la mar salada,
porque he de perder la vida
o has de ser mi enamorada.
Cuando Sevilla esto oyera
esta respuesta le daba:
-Calaínos, Calaínos,
de aqueso yo no sé nada,
que siete amas me criaron,
seis moras y una cristiana.
Las moras me daban leche,
la otra me aconsejaba;
según que me aconsejaba
bien mostraba ser cristiana.
Diérame muy buen consejo,
y a mí bien se me acordaba
que jamás yo prometiese
de nadie ser enamorada,
hasta que primero hubiese
algún buen dote o arras.
Calaínos que esto oyera
esta respuesta le daba:
-Bien podéis pedir, señora,
que no se os negará nada:
si queréis castillos fuertes,
ciudades en tierra llana,
o si queréis plata u oro
o moneda amonedada.
Y Sevilla, aquestos dones,
como no los estimaba,
respondióle: -Si quería
tenella por namorada,
que vaya dentro a París,
que en medio de Francia estaba,
y le traiga tres cabezas
cuales ella demandaba,
y que si aquesto hiciese
sería su enamorada.
Calaínos cuando oyó
lo que ella le demandaba
respondióle muy alegre,
aunque él se maravillaba
dejar villas y castillos
y los dones que le daba
por pedirle tres cabezas
que no le costarán nada:
dijo que las señalase,
o diga cómo se llaman.
Luego la infanta Sevilla
se las empezó a nombrar:
la una es de Oliveros,
la otra de don Roldán,
la otra del esforzado
Reinaldos de Montalván.
Ya señalados los hombres
a quien había de buscar,
despídese Calaínos
con muy cortés hablar:
-Déme la mano tu Alteza,
que se la quiero besar,
y la fe y prometimiento
de comigo te casar,
cuando traiga las cabezas
que quesiste demandar.
-Pláceme, dijo, de grado
y de buena voluntad.
Allí se toman las manos,
la fe se hubieron de dar
que el uno ni el otro
no se pudiesen casar
hasta que el buen Calaínos
de allá hubiese de tornar,
y que si otra cosa fuese
la enviaría avisar.
Ya se parte Calaínos,
ya se parte, ya se va:
hace broslar sus pendones
y en todos una señal;
cubiertos de ricas lunas,
teñidas en sangre van.
En camino es Calaínos
a los franceses buscar:
andando jornadas ciertas
a París llegado ha.
En la guardia de París
cabe San Juan de Letrán,
allí levantó su seña
y empezara de hablar:
-Tañan luego esas trompetas
como quien va a cabalgar,
porque me sientan los doce
que dentro en París están.
El emperador aquel día
había salido a cazar:
con él iba Oliveros,
con él iba don Roldán,
con él iba el esforzado
Reinaldos de Montalván;
también el Dardín Dardeña;
y el buen viejo don Beltrán,
y ese Gastón y Claros
con el romano Final:
también iba Valdovinos,
y Urgel en fuerzas sin par,
y también iba Guarinos
almirante de la mar.
El emperador entre ellos
empezara de hablar:
-Escuchad, mis caballeros,
que tañen a cabalgar.
Ellos estando escuchando
vieron un moro pasar;
armado va a la morisca,
empiézanle de llamar,
y ya que es llegado el moro
do el emperador está,
el emperador que lo vido
empezóle a preguntar:
-Di, ¿adónde vas tú, el moro?
¿cómo en Francia osaste entrar?
¡Grande osadía tuviste
de hasta París llegar!
El moro cuando esto oyó
tal respuesta le fue a dar:
-Vo a buscar al emperante
de Francia la natural,
que le traigo una embajada
de un moro principal,
a quien sirvo de trompeta,
y tengo por capitán.
El emperador que esto oyó
luego lo fue a demandar
que dijese qué quería,
por qué a él iba a buscar;
que él es el emperador Carlos
de Francia la natural.
El moro cuando lo supo
empezóle de hablar:
-Señor, sepa tu Alteza
y tu corona imperial,
que ese moro Calaínos,
señor, me ha enviado acá,
desafiando a tu Alteza
y a todos los doce pares,
que salgan lanza por lanza
para con él pelear.
Señor, veis allí su seña,
donde los ha de aguardar;
perdóneme vuestra Alteza,
que respuesta le vo a dar.
Cuando fue partido el moro
el emperador fue a hablar:
-¡Cuando yo era mancebo,
que armas solía llevar,
nunca moro fue osado
de en toda Francia asomar;
mas agora que soy viejo
a París los veo llegar!
No es mengua de mí solo
pues no puedo pelear,
mas es mengua de Oliveros,
y asimesmo de Roldán;
mengua de todos los doce,
y de cuantos aquí están.
Por Dios a Roldán me llamen
porque se vaya a pelear
con el moro de la enguardia
y lo haga de allí quitar:
que lo traiga muerto o preso,
porque se haya de acordar
de cómo viene a París
para me desafiar.
Don Roldán cuando esto oyera
empiézale de hablar:
-Excusado es, señor,
de enviarme a pelear,
porque tenéis caballeros
a quien podéis enviar,
que cuando son entre damas
bien se saben alabar,
que aunque vengan dos mil moros
uno los esperará,
cuando son en la batalla
véolos tornar atrás.
Todos los doce callaron
si no el menor de edad,
al cual llaman Valdovinos,
en el esfuerzo muy grande;
las palabras que dijera
eran con riguridad:
-Mucho estoy maravillado
de vos, señor don Roldán,
que amengüéis todos los doce
vos que los habíades de honrar:
si no fuérades mi tío
con vos me fuera a matar,
porque entre todos los doce
ninguno podéis nombrar,
que lo que dice de boca
no lo sepa hacer verdad.
Levantóse con enojo
ese paladín Roldán;
Valdovinos que esto vido
también se fue a levantar,
el emperador entre ellos
por el enojo quitar.
Ellos en aquesto estando,
Valdovinos fue a llamar
a los mozos que traía;
por las armas fue a enviar.
El emperador que esto vido
empezóle de rogar
que le hiciese un placer,
que no fuese a pelear,
porque el moro era esforzado,
podríale maltratar,
-que aunque ánimo tengáis
la fuerza os podría faltar,
y el moro es diestro en armas,
vezado a pelear.
Valdovinos que esto oyó
empezóse a desviar
diciendo al emperador
licencia le fuese a dar,
y que si él no se la diese
que él se la quería tomar.
Cuando el emperador vido
que no lo podía excusar,
cuando llegaron sus armas
él mesmo le ayudó a armar:
diole licencia que fuese
con el moro a pelear.
Ya se parte Valdovinos,
ya se parte, ya se va,
ya es llegado a la guardia
do Calaínos está.
Calaínos que lo vido
empezóle así de hablar:
-Bien vengáis el francesico,
de Francia la natural,
si queréis vivir comigo
por paje os quiero llevar;
llevaros he a mis tierras
do placer podáis tomar.
Valdovinos que esto oyera
tal respuesta le fue a dar:
-Calaínos, Calaínos,
no debíades así de hablar,
que antes que de aquí me vaya
yo os lo tengo de mostrar
que aquí moriréis primero
que por paje me tomar.
Cuando el moro aquesto oyera
empezó así de hablar:
-Tórnate, el francesico,
a París, esa ciudad.
que si esa porfía tienes
caro te habrá de costar,
porque quien entra en mis manos
nunca puede bien librar.
Cuando el mancebo esto oyera
tornóle a porfiar
que se aparejase presto
que con él se ha de matar.
Cuando el moro vio al mancebo
de tal suerte porfiar,
díjole: -Vente, cristiano,
presto para me encontrar,
que antes que de aquí te vayas
conocerás la verdad,
que te fuera muy mejor
comigo no pelear.
Vanse el uno para el otro,
tan recio que es de espantar.
A los primeros encuentros
el mancebo en tierra está.
El moro cuando esto vido
luego se fue apear;
sacó un alfanje muy rico
para habelle de matar;
mas antes que le hiriese
le empezó de preguntar
quién o cómo se llamaba,
y si es de los doce pares.
El mancebo estando en esto
luego dijo la verdad,
que le llaman Valdovinos,
sobrino de don Roldán.
Cuando el moro tal oyó
empezóle de hablar:
-Por ser de tan pocos días,
y de esfuerzo singular
yo te quiero dar la vida,
y no te quiero matar;
mas quiérote llevar preso
porque te venga a buscar
tu buen pariente Oliveros,
y ese tu tío don Roldán,
y ese otro muy esforzado
Reinaldos de Montalván,
que por esos tres ha sido
mi venida a pelear.
Don Roldán allá do estaba
no hace sino sospirar,
viendo que el moro ha vencido
a Valdovinos el infante.
Sin más hablar con ninguno
don Roldán luego se parte
íbase para la guardia
para aquel moro matar.
El moro cuando lo vido
empezóle a preguntar
quién es o cómo se llama,
o si era de los doce pares.
Don Roldán cuando esto oyó
respondiérale muy mal:
-Esa razón, perro moro,
tú no me las has de tomar,
porque a ese a quien tú tienes
yo te lo haré soltar:
presto aparéjate, moro,
y empieza de pelear.
Vanse el uno para el otro
con un esfuerzo muy grande:
danse tan recios encuentros
que el moro caído ha;
Roldán que al moro vio en tierra
luego se fue apear:
-Dime tú, traidor de moro,
no me lo quieras negar:
¿cómo tú fuiste osado
de en toda Francia parar,
ni al buen viejo emperador,
ni a los doce desafiar?
¿Cuál diablo te engañó
cerca de París llegar?
El moro cuando esto oyera
tal respuesta le fue a dar:
-Tengo una cativa mora,
mujer de muy gran linaje:
requeríla yo de amores,
y ella me fue a demandar
que le diese tres cabezas
de París, esa ciudad:
que si éstas yo le llevo
comigo había de casar;
la una es de Oliveros,
la otra de don Roldán,
la otra del esforzado
Reinaldos de Montalván.
Don Roldán cuando esto oyera
así le empezó de hablar:
¡Mujer que tal te pedía
cierto te quería mal,
porque esas no son cabezas
que tú las puedes cortar!
mas porque a ti sea castigo,
y otro se haya de guardar
de desafiar a los doce,
ni venirlos a buscar,
echó mano a un estoque
para el moro matar.
La cabeza de los hombros
luego se la fue a cortar:
llevóla al emperador
y fuésela a presentar.
Los doce cuando esto vieron
toman placer singular
en ver así muerto al moro,
y por tal mengua le dar.
También trajo a Valdovinos
que él mismo lo fue a soltar.
Así murió Calaínos
en Francia la natural,
por manos del esforzado
el buen paladín Roldán.