Del Soldán de Babilonia,
de ese os quiero decir,
que le dé Dios mala vida
y a la postre peor fin.
Armó naves y galeras,
pasan de sesenta mil,
para ir a dar combate
a Narbona la gentil.
Allá va a echar áncoras,
allá al puerto de Sant Gil,
donde han cautivado al conde,
al conde Benalmeniquí;
deciéndenlo de una torre,
cabálganlo en un rocín,
la cola le dan por riendas,
por más deshonrado ir.
Cien azotes dan al conde,
y otros tantos al rocín:
al rocín, porque anduviese,
al conde, por lo rendir.
La condesa que lo supo,
sáleselo a recibir:
-Pésame de vos, señor,
conde, de veros así,
daré yo por vos, el conde,
las doblas sesenta mil,
y si no bastaren, conde,
a Narbona la gentil,
si esto no bastare, el conde,
a tres hijas que yo parí:
yo las pariera, buen conde,
y vos las hubistes en mí,
y si no bastare, conde,
señor, védesme aquí a mí.
-Muchas mercedes, condesa,
por vuestro tan buen decir;
no dedes por mí, señora,
tan sólo un maravedí,
que heridas tengo de muerte,
dellas no puedo guarir.
Adiós, adiós, la condesa,
que ya me mandan ir de aquí.
-Váyades con Dios, el conde,
y con la gracia de Sant Gil,
Dios os eche en vuestra suerte
a ese Soldán paladín.