Romance del Veneno de Moriana
—Vengo brindado, Mariana, para una boda el domingo.
—Esa boda, don Alonso, debiera ser conmigo.
—Non es conmigo, Mariana, es con un hermano mío.
—Siéntate aquí, don Alonso, en este escaño florido
que me lo dejó mi padre para el que case conmigo.—
Se sentara don Alonso, presto se quedo dormido.
Mariana, como discreta, se fue a su jardín florido:
tres onzas de solimán, cuatro de acero molido,
la sangre de tres culebras, la piel de un largato vivo
y la espinilla del sapo, todo se lo echó en el vino.
—Bebe vino, don Alonso, don Alonso, bebe vino.
—Bebe primero, Mariana, que así está puesto en estilo.—
Mariana, como discreta, por el pecho lo ha vertido.
Don Alonso, como joven, todo el vino se ha bebido;
con la fuerza del veneno, los dientes se le han caído.
—¿Qué es esto, Mariana, qué es esto que tiene el vino?
—Tres onzas de solimán, cuatro de acero molido,
la sangre de tres culebras la piel de un largato vivo,
y la espinilla del sapo para robarte el sentido.
—Sáname, buena Mariana, que me casaré contigo.
—No puede ser, don Alonso, que el corazón te ha partido.
—Adiós, esposa del alma, presto quedas sin marido,
adiós, padres de mi vida, presto quedaron sin hijo.
Cuando salí de mi casa, salí en un caballo pío,
y ahora voy para la iglesia en una caja de pino.—