Romance del Obispo don Gonzalo
Un día de San Antón,
ese día señalado,
se salían de Jaén
cuatrocientos hijosdalgo.
Las señas que ellos llevaban
es pendón, rabo de gallo;
por capitán se lo llevan
al obispo don Gonzalo,
armado de todas armas,
encima de un buen caballo;
íbase para la Guarda,
ese castillo nombrado.
Sáleselo a recibir
don Rodrigo, ese hijodalgo.
-Por Dios os ruego, el Obispo,
que no pasedes el vado,
porque los moros son muchos
que a la Guarda habían llegado:
muerto me han tres caballeros,
de que mucho me ha pesado.
El uno era mi primo,
y el otro era mi hermano,
y el otro era un paje mío,
que en mi casa se ha criado.
Demos la vuelta, señores,
demos la vuelta a enterrarlos;
haremos a Dios servicio
y honraremos los cristianos.
Ellos estando en aquesto,
llegó don Diego de Haro:
-Adelante, caballeros,
que me llevan el ganado;
si de algún villano fuera
ya lo hubiérades quitado,
empero, alguno está aquí
a quien place de mi daño.
No cumple decir quién es,
que es el del roquete blanco.
El obispo, que lo oyera,
dio de espuelas al caballo.
El caballo era ligero
y saltado había un vallado,
mas al salir de una cuesta,
a la asomada de un llano,
vido mucha adarga blanca,
mucho albornoz colorado
y muchos hierros de lanzas
que relucen en el campo.
Metido se había por ellos
como león denodado;
de tres batallas de moros
las dos ha desbaratado,
mediante la buena ayuda
que en los suyos ha hallado;
aunque algunos de ellos mueren,
eterna fama han ganado.
Todos pasan adelante,
ninguno atrás se ha quedado;
siguiendo a su capitán,
el cobarde es esforzado.
Honra los cristianos ganan,
los moros pierden el campo:
diez moros pierden la vida
por la muerte de un cristiano;
si alguno de ellos escapa,
es por uña de caballo.
Por su mucha valentía
toda la presa han cobrado.
Así, con esta victoria
como señores del campo,
se vuelven para Jaén
con la honra que han ganado.