Romance de don Fadrique

​Romance del don Fadrique​ de Anónimo
        Yo me estaba allá en Coimbra, 		
	que yo me la hube ganado, 		
	cuando me vinieron cartas 		
	del rey don Pedro, mi hermano, 		
	que fuese a ver los torneos 	 	
	que en Sevilla se han armado. 		
	Yo, Maestre sin ventura, 		
	yo, Maestre desdichado, 		
	tomara trece de mula, 		
	venticinco de caballo, 	 
	todos con cadenas de oro, 		
	de jubones de brocado. 		
	Jornada de quince días 		
	en ocho la había andado. 		
	A la pasada de un río, 	 
	pasándole por el vado, 		
	cayó mi mula conmigo, 		
	perdí mi puñal dorado, 		
	ahogáraseme un paje, 		
	de los míos más privado, 	 
	criado era en mi sala 		
	y de mí muy regalado. 		
	Con todas estas desdichas 		
	a Sevilla hube llegado; 		
	A la puerta Macarena 	 
	encontré con un ordenado, 		
	ordenado de evangelio, 		
	que misa no había cantado. 		
	-Manténgate Dios, Maestre, 		
	Maestre, bien seáis llegado. 	 
	Hoy te ha nacido hijo, 		
	hoy cumples ventiún años. 		
	Si te plugiese, Maestre, 		
	volvamos a bautizarlo, 		
	que yo sería el padrino, 	 
	tú, Maestre, el ahijado. 		
	Allí hablara el Maestre, 		
	bien oiréis lo que ha hablado: 		
	-No me lo mandéis, señor, 		
	padre, no queráis mandarlo, 	 
	que voy a ver qué me quiere 		
	el rey don Pedro, mi hermano. 		
	Di de espuelas a mi mula, 		
	en Sevilla me hube entrado. 		
	De que no vi tela puesta, 	 
	ni vi caballero armado, 		
	fuime para los palacios 		
	del rey don Pedro, mi hermano. 		
	En entrando por las puertas, 		
	las puertas me habían cerrado; 	 
	quitáronme la mi espada, 		
	la que traía a mi lado, 		
	quitáronme mi compañía, 		
	la que me había acompañado. 		
	Los míos, desque esto vieron, 	 
	de traición me han avisado, 		
	que me saliese yo fuera 		
	que ellos me pondrían en salvo. 		
	Yo, como estaba sin culpa, 		
	de nada hube curado. 	 
	Fuime para el aposento 		
	del rey don Pedro, mi hermano. 		
	-Mantengaos Dios, el rey, 		
	y a todos de cabo a cabo. 		
	-Mal hora vengáis, Maestre, 	 
	Maestre, mal seáis llegado. 		
	Nunca nos venís a ver 		
	sino una vez en el año, 		
	y ésta que venís, Maestre, 		
	es por fuerza o por mandado. 	
	Vuestra cabeza, Maestre, 		
	mandada está en aguinaldo. 		
	-¿Por qué es aqueso, buen rey? 		
	nunca os hice desaguisado, 		
	ni os dejé yo en la lid, 	 
	ni con moros peleando. 		
	-Venid acá, mis porteros, 		
	hágase lo que he mandado. 		
	Aún no lo hubo bien dicho, 		
	la cabeza le han cortado; 	 
	a doña María de Padilla 		
	en un plato la ha enviado. 		
	Así hablaba con ella, 		
	como si estuviera sano, 		
	las palabras que le dice 	 
	de esta suerte está hablando: 		
	-Aquí pagaréis, traidor, 		
	lo de antaño y lo de hogaño, 		
	el mal consejo que diste 		
	al rey don Pedro, tu hermano. 	 
	Asióla por los cabellos, 		
	echádosela a un alano; 		
	el alano es del Maestre, 		
	púsola sobre un estrado, 		
	a los aullidos que daba 	 	
	atronó todo el palacio. 		
	Allí demandara el rey: 		
	-¿Quién hace mal a ese alano? 		
	Allí respondieron todos 		
	a los cuales ha pesado: 	 
	-Con la cabeza lo ha, señor, 		
	del Maestre, vuestro hermano. 		
	Allí hablara una su tía 		
	que tía era de entrambos: 		
	-Cuán mal lo mirastes, rey, 	 
	rey, qué mal lo habéis mirado. 		
	Por una mala mujer 		
	habéis muerto un tal hermano. 		
	Aún no lo había bien dicho 		
	cuando ya le había pesado. 	 
	Fuese para doña María, 		
	de esta suerte le ha hablado: 		
	-Prendedla, mis caballeros, 		
	ponédmela a buen recaudo, 		
	que yo le daré tal castigo 	 
	que a todos sea sonado. 		
	En cárceles muy oscuras 		
	allí la había aprisionado, 		
	él mismo le da a comer, 		
	él mismo con la su mano, 	
	no se fía de ninguno, 		
	sino de un paje que ha criado.