Dedicada al maestro Gil González de Ávila, cronista de su Majestad
Para dar a Vuesa Merced las gracias y alabanzas, si no iguales a sus méritos, posibles a mi ignorancia, era tan preciso como justo referir las de la Historia, por cuya excelencia se viniera en perfecto conocimiento de su claro ingenio y universales estudios; pero a quien sabe tan bien sus grandezas como sus preceptos, vanamente se buscarán en la Retórica, que después de la verdad es su fundamento, si bien quiere Cicerón que sea vera et sincera narratio. Dejando pues aparte sus escritos de Vuesa Merced en todo grado y perfección histórica, don[de] se ven -fol. 177v- la verdad, la elocuencia, la exornación y el ejemplo, abrazados con armonía en la pureza de nuestra lengua, pues como dijo Livio: Hoc illud est praecipue in cognitione rerum salubre et frugiferum, omnis te exempli documenta in illustri posita monumento intueri, etc. Le debemos los que nacimos en Madrid la honra que le ha dado, porque si el amor de la patria
« Nescio quam natale solum dulcedine cunctos Ducit, [...] »
en mayor obligación nos pone Vuesa Merced cuanto más ilustre le ofrece a los estraños, que solo le han de ver por los oídos, pues cuando, como a tantos imperios ha puesto en miserable ruina la voracidad del tiempo, se atreviese su mudable condición a su feliz fortuna, ya quedaba alta memoria de su estado a la posteridad de los siglos, y supiera la sucesión de los años, que fue Madrid tan grande. A deuda que lo es tanto, paga mi corto caudal con la Tragedia de Roma, no en su grandeza y suma felicidad como Vuesa Merced nos da a Madrid en descripción tan heroica, que como tabla de pintor insigne con admirable veneración se respeta, sino abrasada, aunque Roma, y a los pies de un tirano la cabeza del mundo, para que se vea lo imposible de la proporción en la infinita distancia. A la corona que Vuesa Merced puso a mi patria doy un laurel indigno; al honor de nuestros Magistrados, el pervertido gobierno de aquellos cónsules; -fol. 178r- al premio de las letras en esta edad dichosa, el ingrato discípulo de Séneca; a la reputación de nuestras armas, las consulares insignias desatadas, y las águilas de plata teñidas del ocio; y el más sangriento perseguidor de la romana iglesia, a quien tanto ha celebrado la católica monarquía de Felipe IV. Pero finalmente Historia, porque no le alcance (hablando con Vuesa Merced) la opinión de Herodoto, pues no dirá si van juntas: Quo fit ut sapientius, atque praestantius Poesis, Historia sit. Patiare igitur, obsecro, hanc opellam tuo faustissimo nomini dicatam per Hispaniam diffundi. Vale.
Lope Félix de Vega Carpio
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