Rimas de Vicente Wenceslao Querol


Rima I editar

A orillas del ancho río
se levanta un árbol muerto,
que arraiga en húmeda tierra
y alza los brazos al cielo.
¿Para qué pasan las aguas
su pie nudoso lamiendo?
¿Para qué las tibias brisas
de abril le prodigan besos?
¿Para qué en las ramas secas
detiene el pájaro el vuelo?
Ni henchirá el tronco la savia,
ni hojas moverán los vientos,
ni el dulce fruto o el nido
hallará el ave allí dentro.
..........................................
¡Savia, frutos, nidos, hojas!
¡Vida, amor, nobles intentos!


Rima II editar

Para saltar las piedras del torrente
que a nuestros pies bullía,
sobre mi mano ardiente
puso su mano fría.

Breve instante las aguas cristalinas
copiáronla en su centro,
como si aún las ondinas
morasen allí dentro.

Hoy, cuando cruzo la corriente a solas,
aún el raudal de plata
de las trémulas olas
miro si la retrata.


Rima III editar

¿Porque a la cumbre de la ciencia subes,
juzgas que no te engañas?
¿Quién no creyó montañas a las nubes
y nubes las montañas?



Rima IV - Al río Valira editar

Detrás del tronco del añoso sauce
el soldado español puesto en acecho
ve indiferente su sangrienta fauce
cómo hunde el lobo en su raudal estrecho.
Pero si un hombre al codiciado cauce
baja, su bala le atraviesa el pecho.
Que hoy nuestra raza, en la que el odio impera,
niega al hermano lo que da a la fiera.


Rima V editar

Nuestras ideas y pasiones copia
la mujer en su alma;
mas la rudeza varonil endulza
y suaviza al copiarlas.

Así la luna en los dormidos cielos
brilla con luz prestada;
pero el fuego del sol que la ilumina.
trueca en rayos de plata.



Rima VI editar

Callad ya, sonoras trovas.
Laúd, permanece mudo.
Morid, risas, con que necio
la orfandad del alma insulto.
La vid con alegres pámpanos
preserva los tiernos frutos
del rayo del sol, del viento
y de los chubascos turbios;
mas si el labriego la priva
de sus racimos maduros,
al soplo del cierzo entrega
la vid sus pámpanos mustios.



Rima VII editar

De tu hipócrita fe roto ya el velo,
hoy con vergüenza mi pasión escondo.
Fingir supiste el amoroso anhelo,
cual copiar sabe el cenagoso fondo
de charca vil la claridad del cielo.



Rima VIII editar

Cruzaba contigo el valle
a la hora en que las últimas
luces de la tarde el cielo
con rojas tintas alumbran,
cuando, al llegar a la fuente
que bajo el nogal murmura,
encontramos a una hermosa
gitanilla vagabunda.
-«¿No querrá el buen caballero
que en las líneas que se cruzan
sobre su diestra, adivine
cuál es su suerte futura?»
Tendí mi mano riendo,
mientras que, con honda angustia,
tú interrogabas los ojos
de la pitonisa muda.
-«Vos iréis -dijo la maga-
de un soñado bien en busca,
loco tras de un imposible.
que no habéis de lograr nunca.»
Yo escuché entonces un leve
suspiro del alma tuya
pasar llevando en sus alas
la afirmación de tus dudas.
-«Vos iréis por luengas tierras,
juguete de la fortuna,
hasta que en lejanos climas
una hermosa niña rubia
os aprisione en los lazos
de aquel amor que no dura
más que lo que duran breves
la juventud y hermosura.»
Tú doblaste sobre el pecho
la pálida frente mustia,
y apoyaste sobre mi hombro
las trémulas manos juntas.
-«No fiéis del falso amigo
que el traidor puñal aguza,
ni de la mujer querida
que miente el amor que os jura.»
En sollozos comprimidos
rompió al fin tu pena aguda,
y de tus nublados ojos
cayó el llanto en blanda lluvia.
Sentados junto a la fuente
nos vio la naciente luna,
oprimiendo con mi brazo
yo tu delgada cintura,
doblando tu la cabeza
entre risueña y confusa,
y escuchando estas palabras,
que ojalá no olvides nunca:
-«El porvenir de mi vida
sólo ha de ser obra tuya:
tu amor sencillo y eterno
será mi buenaventura.»



Rima IX - A... editar

Nunca sabrás tal vez que yo te adoro;
nunca tú en mi semblante
verás las huellas del amargo lloro
del dulce lloro que por ti derramo,
ni mi labio arrogante
nunca osará esta frase, que devoro,
junto a tu oído pronunciar: «Te amo.»



Rima X editar

En las grietas de la vieja torre
polvo al pasar el huracán dejó;
trajo el ave en su pico la semilla;
cayó la lluvia y, cuando vino el sol,
entre las piedras de la torre antigua
brotó una flor.

Tú has sido para mí, niña inocente,
el viento, el ave que pasó veloz,
la gota de agua, el sol de primavera
cuya fecunda y misteriosa acción
entre las ruinas de mi ser engendra
nuevo el amor.



Rima XI editar

¿Ves esa lámpara triste
que en la olvidada capilla
del viejo templo cristiano,
junto a la Virgen bendita,
las sombras apenas vence,
pero inalterable brilla?
Siglos hace que sus rayos
ante la imagen vacilan;
siglos vendrán... y ella siempre
arderá blanca y tranquila.
No alumbró nunca el insomnio
de desvelada codicia,
ni la estremecieron nunca
los cánticos de la orgía.
Clara estrella sin ocaso,
como la del Norte, fija;
sagrada luz que no muere
cual muere la luz del día.
Amor la encendió, y de entonces
el devoto amor la cuida;
y, símbolo de una eterna
pasión, única y sencilla,
vivirá mientras la imagen
a que da sus lumbres, viva.
........................................
Yo sé di un alma que arde
por ti en casto amor, oh niña,
como la lámpara triste
de la olvidada capilla.



Rima XII editar

Si la humana razón con lumbre intensa
el fondo incierto de las causas busca,
la duda engendra, que, cual niebla densa,
al alma envuelve y la conciencia ofusca.

Cuando el sol tropical sobre el inquieto
Ponto su rayo vibrador envía,
no alumbra el fondo de la mar secreto;
pero engendra el vapor que enturbia el día.



Rima XIII editar

Con venenosa mentira
quisieron turbar la calma
con que tu pecho respira;
pero el rayo de su ira
murió en la paz de tu alma.

Si arrojáis, acaso, alguna
piedra en el estanque lleno,
baja hasta hundirse en el cieno,
y el cristal de la laguna
torna a cerrarse sereno.



Rima XIV editar

Del lodazal de la tierra
el sol, con cálidos rayos,
sabe engendrar los vapores
que llevan por los espacios
la grande voz de los truenos
y el brillo de los relámpagos.

Los tenues vapores grises
que enturbian los cielos claros,
al soplo del cierzo frío
en blanda lluvia trocados,
bajan de nuevo a la tierra
para convertirse en fango.

Alma mía, cuando el fuego
te abrasa, del entusiasmo,
libre hasta, los cielos subes;
pero, cuando el desengaño
te hiere frío, desciendes
triste a la cárcel de barro.