​Ricardo Arrendondo​ de Francisco Alcántara
Nota: Francisco Alcántara «Ricardo Arredondo» (10 de diciembre de 1911) El Imparcial, p. 4.
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RICARDO ARREDONDO

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 El pintor Ricardo Arredondo ha muerto en Toledo, su ciudad adoptiva. Arredondo era de Teruel y amó á Toledo desde su juventud, con un ímpetu ideal, cuyas consecuencias fecundas son un triunfo de Arredondo sobre la muerte. No sé si los naturales de Toledo aman á Toledo en alguna forma para mí desconocida; seguramente lo amarán aunque sólo sea amándose á sí mismos sobre todas las cosas; amor del que algo redundará en beneficio de su ciudad: lo que sé es que los toledanos, salvas contadísimas excepciones, ignoran el arte de Toledo; ignoran el valer de ese arte, desconocen su inmensa eficacia educativa; y en tan triste ignorancia y desconocimiento cruel, destruyen ó dejan destruir esa gran reliquia de nuestra historia. Pero Toledo es amado fervorosamente por los extraños que van á ella instruidos de lo que la mágica ciudad significa en nuestra historia y en el Arte del mundo, y unen á ese saber el don excelso del sentimiento del Arte. Ricardo Arredondo, Anastasio Páramo, Vega de Inclán, Rodrigo Amador de los Ríos, y cronológicamente este es el primero, y otros, son los verdaderos toledanos, los naturales de Toledo, del Toledo artístico, al que son extraños la gran mayoría de los vecinos de altas y humildes categorías que viven en torno de aquella catedral, de aquel Alcázar y de tantos otros monumentos, grandes como mundos y luminosos como astros, sin notar su grandeza ni sentir la impresión gloriosa de su luz espiritual.
 Ricardo Arredondo se hizo artista en el trato íntimo como dibujante escrupuloso de nuestras grandes arquitecturas históricas. Son suyas muchas de las ilustraciones de la obra «Monumentos arquitectóicos de España». En esos trabajos se capacitó para amar á Toledo como artista y para estudiarlo como arqueólogo. Como colorista recibió el impulso de Fortuny.
 Conservo viva la impresión que me produjeron las primeras obras que vi de Arredondo en una Exposición nacional, cuando vine de mi provincia, y siento aún el sensualismo de las alamedas del Tajo y de la canícula, que hacía temblar á la imagen de Toledo, calcinado por el sol del estío.
 La luz es vida, y vale tanto, por lo menos como el contenido de esas expresiones que son todo el ideal humano: «la belleza, el bien, la verdad". Vale la luz más que el contenido de esas expresiones y que toda la ciencia y toda la labor humana, que pueden desaparecer á consecuencia de cualquier accidente geológico, meteorológico ó crisis histórica profunda; porque la luz e quien, en caso de desaparición de todo aquello, puede ofrecer á la humanidad renaciente los elementos necesarios para crear de nuevo cuanto hoy nos envanece. Nos hemos separado tanto de la Naturalezaz, orgullosos de nuestras viviendas, comunicaciones, luz artificial y todo género de artificios, que no sentimos al Padre Sol; y hay que leer los himnos que le consagran indios y caldeos para saber lo que fué su luz, cuando todos los bienes de la pobre humanidad estaban compendiados en ella. Esos cánticos, limpios del misticismo tétrico y senil que aquejó después á las religiones, expresan la mayor ternura, la más espontánea, libre y candorosa gratitud que ha sentido el hombre.
 La luz crea las flores del suelo y las del espíritu; la luz es sensación y es idea. No nos distraigamos hasta olvidar que, por altas y sutiles que sean o nos parezcan las ideas, es difícil que puedan vivir mucho tiempo aisladas de la sensación de la luz de la Naturaleza. Está bien el idealismo metafísico; está bien el arte, la ramática, la novela, la literatura en general de ideas; pero á condición de volver pronto á las sensaciones, y lo mejor sería sentir é idear como en el Renacimiento. Hay que recordar estas cosas á los artistas neuróticos. Como si el sol, las sensaciones de una animalidad poderosa y el arte de la luz fuesen una porquería, abominan de los pintores naturalistas y de sus obras. Esos limitados tonalismos son tan repulsivos como una enfermedad sucia. Para mí, el entusiasmo con que al promedio del siglo anterior se lanzaron los pintores á estudiar la luz y abrasarse en ella es una de las más simpáticas genialidades de los tiempos modernos. Arredondo fué un tiempo el pintor del sol de Toledo.
 De una papel que casualmente tengo á mano transcribo las siguientes líneas, en que yo decía, el año 97, cuáles eran los asuntos de Arredondo:
 «Precisamente á las horas en que el sol inunda los patios decorados con azulejos, maderas talladas y ricos belaustres; cuando arroja sus rayos, ardientes y dorados como las ascuas, sobre las portadas árabes, góticas ó mudéjares, y penetra en las calles de Toledo iluminando los caprichos tan varios y geniales de nuestra arquitectura en puertas, ventanas, escudos y ajimeces, es cuando Arredondo encuentra en e natural ese interés que entusiasma hasta el punto de sufrir con paciencia, por estudiarlo y desentrañarlo en clara y comunicativa expresión artística, las más atroces temperaturas en el rincón soleado de un patio, á campo abierto, ó en el fondo asfixiante de una calleja.»
 Y ahora añadiré que estos rasgos de Toledo aparecieron siempre en los cuadros de Arredondo, tan vivos como su imaginación, tan vibrantes como su voluntad y perfumados de ese orientalismo al modo ibérico, que consiste en un timbre espiritual arrobador con que nuestra Edad Media difundía por el mundo desde este extremo de Europa las ideas del Oriente.
 Arredondo fué militante hasta su muerte. Cuando, hace cuatro años, dió la admirable catedral de Toledo un aviso de su ruina, aviso que yo transmití desde estas columnas, y del que nadie se acuerda ya, Arredondo, muy enfermo y agobiado de dolores, me acompañó hasta la cima de la torre, por todos los anditos exteriores é interiores del templo, por los tejados y por las bóvedas, durante todo un día, con el ansia juvenil de imponer sus opiniones, sus teorías, que habían prevalecido algunas veces sobre las de los técnicos titulares, de comunicarme sus temores y sus planes. A él se debe, á sus certeras inspiraciones, la restauración de la puerta vieja de Bisagra y la del castillo de San Servando.
 Realizó el sueño del pintor moderno, que, aun siendo fieramente naturalista, como lo era Arredondo, gusta de vivir acariciado por los confortantes rumores de la historia, y más si esa historia es la de Toledo, relatada por monumentos incomparables. Logró construirse un taller ideal al lado de la Puerta del Cambrón, sobre la antiquísima muralla que domina la vega y el curso del Tajo. Las ventanas de ese taller dan á los adarves, convertidos por Arredondo en jardín y en museo arqueológico; las almenas sirven de antepecho. Recuerdo con alegría los ratos que pasé allí el amenas charlas con Arredondo, y mi pensamiento, allí, en los adarves de tan venerables murallas, entre las macetas y los vestigios arqueológicos, es donde se despide de la siempre animosa imagen del ilustre muerto.

Francisco Alcántara