Revista dramática del 14 de febrero
No podia yo esperar que en el espacio de un mes fuesen los teatros Madrid tan fecundos en novedades, si bien temia que, dada la fecundidad, no habian de ser los resultados tan lisonjeros como podemos apetecer los verdaderos amantes de nuestras glorias literarias.
Producir mucho y bueno en el terreno de mas dificil cultivo de las letras, es tan raro, como natural es que el frecuente anuncio de obras nuevas en los carteles, esté en razon inversa de los frutos recogidos por autores y empresas teatrales. Estas, por otra parte, tienen que luchar en el presente año, con un formidable enemigo: el gran teatro político, en el que todos somos actores, autores y empresarios á la vez, y en el que está, por lo tanto, reconcentrada toda la atencion pública, que ve unidos estrechamente al interés del gran drama, los intereses mas sagrados de la nacion.
Dando lugar preferente al antiguo corral de la Pacheca, hoy teatro Español, debo tambien dedicar algunas palabras mas de las que merecen las restantes obras estrenadas, á El Juez de su causa, comedia anunciada en los periódicos con el título de La Luna de sangre. El Juez de su causa es una imitacion de nuestro inimitable teatro clásico, y su autor anónimo, ha querido tomar tambien del siglo de oro de las letras españolas, el embozo con que habia de cubrirse, llamándose en los carteles « Un Ingenio de esta córte, » pseudónimo con que se malvelaba el rey don Felipe IV, que se divertia en trazar y versificar comedias á la sombra de Calderon, Hurtado de Mendoza y Villaizan, mientras á su real sombra, trazaba descabellados planes políticos su favorito Conde-Duque de Olivares.
El Juez de su causa es en su asunto y en su plan como una inversión de los de la célebre comedia de Rojas, El Labrador mas honrado , García del Castañar. Pero el autor de la imitación , no ha logrado dar á las situaciones ni á los caracteres de su obra aquel interés, aquel colorido, aquella verdad y fuerza de vida que resaltan en las situaciones lógicas y caracteres magistralmente presentados por el inmortal autor de Entre bobos anda el juego.
Donde la imitación es verdaderamente notable y en lo que consiste el mérito real de la obra que me ocupa, es en la forma.
La versificación es siempre correcta, espontánea, y muchas veces brillante; las imágenes y pensamientos en que abunda, son de notable belleza, y en las descripciones, se echa de ver aquella naturalidad encantadora de nuestros grandes modelos, apareciendo estudiados con preferencia por el autor, sobre todo Rojas y Tirso de Molina.
En situaciones dadas, sin embargo, abusa con esceso del lirismo, y éste perjudica siempre á la verdad dramática, que exige sobriedad á toda costa, y que presenta como primer modelo del antiguo teatro al filósofo moralista y nunca bastante desagraviado autor de Las Paredes oyen, y La Verdad sospechosa.
Ignórase aun quién puede ser el verdadero autor de El Juez de su causa; pero personas muy competente en el asunto, aseguran que la obra es debida á don Mariano Roca de Togores, marques de Molins, y académico de la Española. Hónrale, si es cierto, como académico y como poeta, ya que no como autor drantático, y, como trabajo literario, piiede figurar con ventaja al lado de las mejores obras del autor de Doña María dé Molina.
El Ramo de la vecina es una pieza en un acto, arreglo del francés, del actor don Juan Catalina, que tomó parte en su representación, bastante notable para entretener al público con una obrilla sin asunto y sin novedad en sus situaciones.
En el mismo teatro Español se ha puesto después en escena El Trabajo , comedia dividida en tres partes, épocas las llama el autor, que, eligiendo un asunto gastado en estremo y caracteres falsos y repulsivos, y con la base de un plan desordenado, se propuso hacer de las tablas un pulpito, sin comprender que la moral en el teatro debe resultar de la acción y de los afectos de contraste de los caracteres, y no de largas tiradas de versos, indigesta y pretenciosamente filosóficos, y en los cuales, á la verdad, no muestra el señor Zumel escrúpulos de corrección y de pureza del lenguaje. El autor dramático debe comenzar siempre por ser escritor.
En el mismo teatro se ha puesto también en escena Los Prestamistas, comedia que adolece de todos los defectos de la anterior, pero que tiene condiciones literarias que la hacen estimable, sin que por esto lo- grase mejor resultado que El Trabajo.
Ambas comedias han sido verdaderos trabajos perdidos.
En el teatro de Jovellanos se han puesto en escena en el mes de enero El Honor de una mujer, obra que revela falta de meditación de su autor, que en otros trabajos ha logrado aplausos merecidos y que, con sus condiciones naturales, solo necesita estudio detenido de los planes para llegar á ocupar el distinguido puesto que le está reservado.
La Herencia del pecado, drama de los señores Nogués y Benisia, se salvó verdaderamente por su elegante y, por lo general, correcta versificación, empleada desgraciadamente en un asunto de sobra conocido y erizado de escollos que sólo salva una grande esperiencia del teatro, y un conocimiento profundo del corazón humano. La Herencia del pecado, á pesar del título, es un drama inocente.
En la misma noche se estrenó Calabacín VII, pieza en un acto que en París ha producido grandísimo efecto, y muchos miles de francos á los autores, y que, trasladada á España, no ha podido resistirla por el felizmente delicado gusto de nuestro público. El telón cayó sin acabarse la representación. Es preciso que los arregladores y simples traductores se convenzan de que nada dicen los éxitos franceses.
Posteriormente se han representado con aplauso en el mismo teatro los dos juguetes, originales del ingenioso poeta don Rafael García Santisteban, ¿República ó Monarquía?, y La libertad de enseñanza. Ningún problema político vienen á resolver, y, como obras dramáticas, tampoco añaden nuevos títulos á los que adquiridos tiene ya el señor Santisteban de donoso y agu-o poeta cómico. El primero es una sucesión de escenas entre un matrimonio y el simple gallego que les sirve y al que mujer y marido toman por terreno de inverosímil ejercicio de sus principios en política, con aplicaciones familiares, que ninguna trascendencia pueden tener en sus resultados para las altas cuestiones que el joven republicano y la señora monárquica tratan de ventilar, aferrados respectivamente á su sistema. El criado gallego representa allí, al parecer, el justo medio, y en verdad que en las cosas que Je ocurren se muestra mas avisado y discreto que sus inocentes amos.
La libertad de enseñanza, de mas asunto é interés, si bien esté fundado en falsa base, tiene también mas condiciones de obra dramática y logra entretener mas á Jos espectadores, aunque sin esas tiradas de versos de circunstancias, con que los personajes de ¿Re- pública ó Monarquías? arrancan aplausos políticos en sus discursos finales.
Un poco mas definido el colorido de los caracteres y menos recargadas y prolongadas algunas escenas y él éxito de La libertad de enseñanza hubiera sido completo, sin que por eso hubiera enseñado ni resuello nada en la cuestión política. La simplicidad de carácter de aquel pobre maestro a fortiori, que tan pronto aparece sucumbiendo á necias exigencias y caprichos de su mujer, como aceptando con gusto un papel feo en la representación de una farsa infame, da lugar á veces á la duda de si aquel hombre es un tonto ó solemne bribón. Las consecuencias políticas que el autor quiere que se desprendan de la exposición de su dramático cuadrito, serían fatales para el principio de libertad de enseñanza, que hoy es ya una ley. Por fortuna, tan noble principio y ley tan justa, no pueden nunca ser origen de males qué señala el festivo y satírico poeta, que en ambos juguetes ha mostrado una vez mas facilidad y gracia con que versifica y maneja el diálogo.
Me he detenido un poco mas al hablar de los juguetes cómicos del señor Santisteban, tanto por el nombre del autor, que el público estima como es justo, como para demostrar ligeramente que, de la política , sólo deben llevarse al teatro hechos de circunstancias que aviven el sentimiento patrio. Los problemas políticos sólo pueden resolverse en su propia esfera.
Madrid 5 de febrero de 1869.
E. BUSTILLO. -