Revista del Jardín Zoológico de Buenos Ayres/Tomo I/Neán
Al entrar en el Jardin Zoológico en la mañana del 28 de Enero, y antes de la inspeccion diaria, pregunté en la forma habitual, á uno de los empleados superiores: «¿Hay novedad?»—«La Elefanta está enferma»—se me contestó. Dirigíme al galpon de la pareja, y observé que Neán estaba echada sobre su flanco izquierdo.
Eran las 9 a m. Hacia 5 horas que no se levantaba,—habiéndose acostado á las 4 a.m. según me dijo el guardian. ¿Qué tenía?
Esta pregunta, muy natural para un médico, suponía lo fuera de igual modo, despues, para un veterinario.
¿Habría en Buenos Ayres un veterinario capaz de curar un Elefante enfermo? No. Es decir, nó uno que estuviese en mejores condiciones que un médico, por la circunstancia de tratarse de una especie que nuestra civilizacion occidental no incluye entre los animales domésticos de su clínica.
Pero ¿qué tenía Neán?
El lector ha comprendido que mi atencion se dedicó en el acto al diagnóstico, y, después de un primer exámen, dije: Adinamia.
En conciencia, Adinamia no es un diagnóstico, es simplemente una palabra griega que viene del privativo a, sin, y dynamos, fuerza—es decir, sin fuerza. En efecto, Neán carecía casi completamente de ella.
Su aspecto era el de una persona (discúlpeseme el lenguaje, en esta y en otras ocasiones)—su aspecto, decía, era el de una persona estenuada, rendida por el cansancio, agobiada por una lasitud extrema, un Octavio de Saville que prepara su Avatar—y, me atrevería á decirlo,—la de alguien que tiene jaqueca.
Era este, en lo que se refiere al conjunto:
Nean tenía veinte años, y Siam («Sáiam»)—su compañero de esclavitud—veintiuno. Habían llegado á esa edad en que las cadenas cortas se hacen absolutamente insoportables. Las diversas manifestaciones de simpatía que con frecuencia se prodigaban, habían obligado al Director del Jardin á pedir con insistencia al Intendente ordenase la construccion del edificio propio, para dejarlos libres y seguros, es decir, en condiciones tales, que ninguna impertinencia de los concurrentes fuera causa de alguna desgracia. Siam y Nean, sueltos en las últimas semanas que permanecieron en el galpon propio, habrían presentado un contínuo peligro para todos, porque los Elefantes alborotados, dígase lo que se quiera de su pudor, son animales inquietos y de muy poco juicio.
No es necesario entrar en mayores detalles para que el lector comprenda que Siam y Nean debían estar sueltos.
Tengo motivo para creer que, por la mayor causa, Nean había llegado á aquel estado de postracion porque Siam no estaba suelto.
En 1889, el 12 de Julio, llegaron estos animales de Hamburgo, de donde fueron enviados por el Sr. Carlos Hagenbeck, á quien los compró el Sr. Francisco Seeber, cuando se encontraba en París, pocos meses antes—y siendo ya Intendente nombrado.
Llegaron bien; pero al descargar las cajas en la Estacion Palermo, los peones tuvieron un descuido, la caja de Neán se deslizó con rapidez, y, al tocar el suelo, se volcó sobre un costado. En los primeros dias sufrió un poco; pero nunca pude saber con seguridad si era á causa del golpe, ó del frío, como que estábamos en pleno Invierno, y el galpon no era muy abrigado. Después quedó perfectamente. A los dos meses, el cornac me dijo que Neán estaba «muy enferma.» Yo no le encontré nada particular. Entónces agregó que él conocía el remedio y que consistía en darle afrecho empapado en rom ó en cognac. Busqué de lo mejor, un V. O. capaz de curar cualquier cosa, y entregué la botella al cornac. Al dia siguiente me dijo que Neán estaba mejor, pero nó sana—y noté que él estaba muy enfermo.—«Bien, si mañana Neán no está curada, sin cognac, pasado mañana Vd. sale del Jardín.» La cura fué radical al otro dia. Desde entónces la salud de los Elefantes fué en aumento. Crecían y se desarrollaban de un modo sensible. Así pasaron hasta fines del 89, 90 y 91, pero en Marzo de 1892 resolví sacarlos del Jardin viejo y traerlos al nuevo—en primer lugar, porque la mayor parte de la coleccion ya había pasado á éste, y, en segundo, porque creía conveniente el cambio de local, llevándolos á otro mas seco y mas aereado. Hacía tres ó cuatro meses que Neán había empezado á enflaquecer, y llegó á tal extremo que no es exajerado decir que el cuero descansaba sobre el esqueleto, siendo necesario hacer paradas cada 30 ó 40 metros, en los 1500 que distaba el nuevo domicilio—tanto era lo que se cansaba. Una vez reinstalados en su galpon del Jardin Zoológico actual, ordené se dejara pasear á Nean, suelta, dos veces al dia, y cada vez dos horas. Esto era en Marzo del 92. El terreno estaba lleno de yerbas relativamente altas, de modo que el animal las recogía con facilidad y las comía con gusto. Se le aumentó la ración de pan, se le consintieron algunas golosinas, y, á las pocas semanas, recuperaba las carnes perdidas, lo mismo que la fuerza. Con excepcion del menor tamaño, por la edad y por el sexo, Neán quedó tan bien como Siam.
Animal en extremo dócil y manso, se pudo dejar libre en el galpon, sin mas obstáculo que una barra movible de madera de la baranda que los separaba del público. Las horas de paseo no se suprimieron al venir los fríos, porque el pasto estaba hermoso,—y las restantes del dia, Neán, suelta, acompañaba á Siam en el galpon.
Poco á poco los días empezaron á entibiar, y, al venir la Primavera, los Elefantes dieron principio á fiestas de la estacion y á ceremonias tan pintorescas que la gente de buen humor, y muchísima chusma, abandonando los Monos, venía á instalarse en el galpon horas enteras. Allí Siam y Neán se miraban con miradas de expresion extraña, se enroscaban las trompas, se balanceaban más que de costumbre, se frotaban los flancos escabrosos y.... et cætera. En cierta ocasión, pasando cerca, recogí un diálogo extraño: «Se han dado un beso!» y no oí más. Como las Palomas, los Monos y los Cangurús tambien se besan, no me sorprendí.
Varias personas entendidas me aconsejaron que los dejase sueltos. Mi contestacion fué siempre la misma: «Vale para mí más la vida del último granuja que la de estos Elefantes.»
En Diciembre del año pasado, Neán ofreció algo nuevo. Las horas que antes empleaba en comer pasto, las distraía, en gran parte, comiendo arena. Al observarlo, ordené que le diesen todos los dias un puñado de sal común. Tomó la sal y continuó comiendo tanta tierra como antes. Desde ese momento se apoderó de mí un temor: la Osteomalacia! Sin más, ordené al cornac le suministrase, diariamente, de 300 á 500 gramos de polvo de hueso quemado, y el Administrador, observando lo mismo, me hizo notar que, en el campo, había visto, muchas veces, que los animales buscaban la cal en la tierra en la misma forma.
En esos dias, Neán enflaqueció un poco, pero su flacura no era ni sombra de aquella del año anterior.
Su alimentacion era buena y abundante, más la sal, el hueso—y la tierra que siguió tragando como ántes. Sus funciones eran normales y nada hacía sospechar lo que sucedió en la mañana del 28 de Enero.
Adinamia.
¿Podía atribuirla á la Osteomalacia?
¿Podía ligarla con las manifestaciones sexuales, cada vez más intensas?
Creo que ambas cosas se reunieron; pero, en la imposibilidad de curar ésto de algún modo rápido, resolví atender algunos síntomas culminantes.
Había paresia intestinal. Prescribí 300 gramos de Sal de Inglaterra, en dos porciones—y en dos momentos distantes media hora. Nada. 200 en enemas. Nada. La temperatura era normal; el aliento tibio como el de Siam, la mirada igual á la de siempre, las conjuntivas y otras mucosas, normales—las expresiones de inteligencia, al acariciarla, como siempre. Ahuyentaba las moscas con la cola y con la trompa, como todos los dias,—y pensando entónces en la fisonomía de jaqueca, se me ocurrió darle 5 gramos de Antipirina, en obleas que envolví en un pelotón de miga de pan. Nada. Más tarde se le administró, en miga, unos 500 gramos de Aceite de castor. Nada y nada.
La mixion era abundante, y su cantidad normal.
Poco antes de entrarse el sol, se sacó al macho del galpón, atándole las cadenas en fuertes estacones, y al aire libre, y estuvo muy inquieto y curioso, siendo necesario prohibir la aproximacion del público, lo que dió motivo á quejas, rezongos y discusiones. Esto era un fastidio; pero no hubo ninguna desgracia efectuada por Siam.
A la noche, á la hora de costumbre, se les dió la ración de alfalfa seca, que Neán no desdeñó.
Esa noche me quedé á dormir en el Jardin, y pude observar, en tres ó cuatro ocasiones, que todo estaba lo mismo que ántes.
En la tarde del 29 ordené se le diera un litro de caña, que tomó con gusto en una buena porción de agua. Su expresion, sólo su expresion, se animó un poco.
De vez en cuando apoyaba la pata derecha y enderezaba la pierna como para levantarse (Fig. 10, f.), movimiento natural, observado siempre en salud, en ella y en Siam, despues de haberse echado al suelo. No podía levantarse y á veces alzaba la misma pierna, como si su presion le incomodara el bajo vientre (Fig. 10, b.).
Se le dieron 6 botellas de cerveza, y como notara que la posicion sobre el flanco izquierdo debía incomodarla ya, en tantas horas, llamé al primer guarda fieras, quien dispuso rondanas y sogas, y ayudado por diez hombres, la dió vuelta. El flanco tenía varias placas de erosión de la epidermis, ocasionadas por la presion, y por el orin que no había podido caer al desagüe.
El dia 30, la paresia intestinal continuaba, y era necesario vencerla. La enferma estaba lo mismo, pero parecía más estenuada.
Entonces resolví administrar la Estricnina, lo que no hice desde el primer instante, considerando que sería mejor llevar ese medicamento delicado á un tubo digestivo limpio.
Pero la administracion de la Estricnina es siempre una cosa séria.
Entónces escribí la siguiente nota, que llegó á la Intendencia antes de la 1 p. m.
Sr. Intendente de la Capital, Dr. Miguel Cané.
El Sábado 28, cuando llegué por la mañana al Jardin Zoológico, me comunicaron que la Elefante estaba enferma y que á las 4 a. m. se había caido ó dejado caer.
Después de un primer exámen y tomando en cuenta los antecedentes inmediatos y distantes ordené la administración de catárticos, etc., etc. No ocuparé la atención del Sr. Intendente con los datos relativos á esta clínica sui generis. He permanecido en el Jardin todo el Sábado, de dia—me he quedado aquí de noche y después de dormir algunas horas, en la mañana del Domingo, he continuado mis observaciones hasta muy tarde—cuando me retiré á casa—para reanudarlas hoy.— Aplicando á un Mamífero difícil, no humano, el criterio, la ciencia y experiencia del médico—reconozco en este momento que no tengo más que hacer, sin exponerme á alguna censura, improbable, pero posible.
Quedan dos caminos:
O la Intendencia me autoriza á proceder con el animal enfermo hasta agotar recursos de que aún puedo echar mano como Director del Jardin (y áun como médico) pero que no quiero emplear sin estar plenamente autorizado para ello, muera ó nó el animal a causa del tratamiento; ó la Intendencia pone á mis órdenes un par de buenos veterinarios (recomendados formalmente por el Jefe de la Oficina Química Municipal, Dr. Arata).
En ambos casos, mi actitud está apoyada en bases claras,—como que se trata, única y exclusivamente, de hacer cuanto se pueda por salvar una de las piezas más interesantes del Jardin.
Me parece supérfluo disculpar esta nota.
Aunque mis atribuciones están perfectamente establecidas en el Reglamento y en el espíritu de la institucion á mi cargo, existen consideraciones ricas de ulterioridad, para que no ponga estos hechos en su conocimiento.
Rogándole atienda con interés especial la urgencia del caso, le saluda atentamente:
Inmediatamente después de leerse la nota en la Intendencia, el Sr. Secretario Jorge Williams me comunicó que en ese momento se daba órden á dos veterinarios para que pasaran al Jardin.
Y los esperé, con bastante impaciencia, porque Nean estaba ménos animada, las conjuntivas empalidecidas, y en las córneas empezaba á esfumarse un tinte blanquecino, al cual los médicos de todo el mundo atribuyen mas importancia para el pronóstico del desenlace, que al grito de una Lechuza.
A las 8 ½ de la noche llegaron los señores veterinarios.
Se excusaron por el retardo, debido á que, ocupados en tareas de servicio, recien á las 8, al volver á su casa, habían encontrado la orden de la Intendencia.
Les dí los antecedentes, les manifesté el deseo de administrar un preparado de Estricnina, les entregué el enfermo, lo examinaron, le hallaron la respiración retardada, las córneas opacas, la temperatura normal, volvieron, les ofrecí asientos, y me retiré por un momento, pensando que habíamos perdido ocho horas, por causa sin duda de algún mensajero que no cumplió la orden de la Intendencia, de buscar á los veterinarios y entregarles las notas correspondientes.
Consultaron media hora, á cuyo término, me entregaron sus recetas y me dieron sus instrucciones.
Las recetas eran, la 1ª, 10 litros esencia de trementina, 10 id de alcohol alcanforado y 1 kilo de cloroformo; m. s. a., para uso externo, y, para el interno, un preparado de estricnina.
Por lo demás, me hicieron notar que no tenían competencia en las circunstancias del caso, y que sólo procedían por analogía,—lo que no ignoraba.
A las 9 se retiraron y mandé las recetas á la botica.
A las 11 en punto de la noche estaba esperando en el corredor de la Direccion. Por un camino venía el 1er Guarda-fieras, Andrés Tuktehn,—por el opuesto el peon que traía el frasco con la Estricnina y la damajuana de Trementina.
Llegaron á mí juntos, y en el mismo momento en que el peon me decía:
—«Aquí están....
—«Está muerta»,—intercalaba Tuktehn.
Así murió Neán.
Al dia siguiente, 31 de Enero, me dirijí al Jardin en compañía de mi hijo Eduardo Alejandro, el cual, aunque es un principiante, maneja el lápiz con bastante soltura, y le encargué copiara á Nean, pues no tenía yo tiempo para hacerlo. Además, como los otros dibujos de las páginas precedentes (Figs. 9 y 10), hechos por él, eran para mí, y para otros, bastante satisfactorios, se me ocurrió que este trabajo completaba en parte la série (Lám. I, f. 11)
La expresion, en todos ellos, ha sido bien encontrada y puede suceder que éste y los otros presenten utilidad á algún artista. En Buenos Ayres no se vé todos los dias un Elefante muerto.
Recorriendo el Jardín, encontré dos jóvenes que se dirijieron á mí y me pidieron hacer la autopsia del Elefante. Agregaron que eran Ayudantes del Dr. Roberto Wernicke, en el Laboratorio de la Sociedad Rural Argentina, y me dieron sus tarjetas.
Conocía sus nombres y sabía que eran de los buenos alumnos de Santa Catalina; pero había que llenar una fórmula: la presentación hecha por el Dr. Wernicke, lo que se hizo.
En otro tiempo, cuando los animales del Jardín se morían, se morían á secas, y todo se perdía. En cuanto fuí nombrado Director, instituí la autopsia como una obligacion, y ahora, cuando un animal muere, muere de algo. Así se encontró, poco despues de mi nombramiento, que un Tapiro había muerto envenenado, lo mismo que un Águila Negra, un Pecarí, un Carpincho, varios Monos, entre ellos la hembra del Babuino (Pancho) un Oso hormiguero y varios otros; el casal de Cangurús rojos, de Pulmonía, como un Gato de Siam y algunos más; de Tuberculosis los dos Osos Malayos, &, &. Algunas de estas autopsias han sido hechas por Ayudantes del Dr. Wernicke, y la del Tapiro por él mismo. Al principio, y particularmente en los casos de envenenamiento, convenía que tales necropsias tuvieran la mayor autoridad: las ofrecí al Dr. Wernicke y él aceptó.
En el caso de Neán no se podía ser más oportuno. Actualmente, los animales que mueren no se pierden. Un empleado especial, competente, el Sr. Roberto Dabbene, tiene ésto á su cargo, y es posible que, dentro de poco, el público pueda ver la rica coleccion de piezas armadas. Sólo falta un edificio especial para la exhibicion y así podran quedar satisfechos algunos curiosos que, en vez de preguntar á los empleados superiores del Jardín dónde están los animales que faltan en los departamentos, dicen con malicia, en corrillos «¿á dónde habrán llevado los animales que había aquí?» ó se dirijen á los peones que mueven la tierra.
Volvamos al Elefante.
Llamé á Dabbene y le comuniqué lo que pasaba.
A la mañana siguiente vendrían los jóvenes veterinarios y harían la autopsia, de modo que él podría acompañarlos y ayudarlos, procurando que las secciones se hicieran de modo que se salvaran el cuero y el esqueleto, para armar los dos.
Dabbene y Eduardo se ocuparon ese dia en tomar las medidas sobre un croquis prévio, de manera que los carpinteros y herreros comenzáran inmediatamente á fabricar la armazón interna que debía sostener el cuero. Y así se hizo.
Al día siguiente, muy temprano, el Administrador del Jardín dictó las órdenes del caso y se dió comienzo á la autopsia, cuyo resultado viene luego, firmado por los señores M. González Herrera y M. Lecler, que han tenido la bondad de enviármelo. LA
Señor Director del Jardín Zoológico, Dr. Eduardo L. Holmberg.
Como habíamos prometido á usted, tenemos el placer de comunicarle el resultado de nuestras investigaciones anátomo-patológicas de las piezas que al efecto llevamos al laboratorio de la Sociedad Rural.
Ante todo, debemos á usted las gracias por la honrosa confianza que nos dispensó, encargándonos de la autopsia de la Elefante, estudio en el cual teníamos verdadero interés, tanto bajo el punto de vista de la Anatomía Comparada, como de las enfermedades, aún desconocidas, que suelen sufrir estas grandes especies originarias de los bosques indianos.
Como usted recordará, 34 horas después de la muerte procedimos al estudio, siendo, las lesiones encontradas, de origen cadavérico en su mayor parte. El aparato digestivo se hallaba en un estado general de vacuidad, á excepción del estómago que contenía algunos alimentos que habian sufrido un principio de digestión y el colon replegado que parecía dilatado y contenía libremente algunos bolos fecales mezclados con gran cantidad de tierra, secos, y del volúmen de la cabeza de un niño.
A excepción del estómago y del ciego, las membranas digestivas tenian una coloracion oscura y eran el sitio de extensos enfisemas sub-mucosos de origen cadavérico.
El hígado parecía normal en su estructura, pero su coloración amarillenta acusaba un trastorno en la circulación biliar.
Había una causa eficiente; encontramos efectivamente, en las primeras vias biliares, diez ó doce pequeños cálculos blandos y solamente tres ejemplares de una especie nueva de Distoma, en forma de disco, gris plomizo, cuyos diámetros, longitudinal y transversal, sensiblemente iguales, miden 11 milímetros; su tubo digestivo doblemente ramificado es una particularidad desconocida hasta hoy, pero indudablemente puede entrar en la clasificación del sub género Cladocelium.
Mas tarde nos prometed doctor Wernicke publicar su estudio completo.
Los pulmones considerablemente dilatados por el desarrollo de gases de la putrefaccion, no ofrecían ninguna particularidad.
El corazon contenía en su ventrículo derecho un gran coágulo blanco de fibrina, que llenaba casi por completo la cavidad.
Los gruesos troncos arteriales y venosos parecían normales.
En la vena cava posterior otro curioso coágulo blanco de fibrina, próximamente de un metro de largo por 3 centímetros de ancho, con pliegues transversales, hacia que, á primera vista, causara la ilusion de una enorme Tænia.
Los riñones parecían aumentados en su consistencia; sobre todo uno, el derecho, crepitaba bajo el escalpelo, parecía haber sufrido un principio de esclerosis. Fué lo único que nos llamó la atencion y conservamos un fragmento para su estudio histológico.
El examen microscópico nos ha demostrado lo siguiente:
Glomérulos de Malpighi y canales uriníferos muy distanciados; gran número de estos últimos completamente cerrados por la compresion del tejido conjuntivo intersticial hipertrofiado; el tejido parenquimatoso ó epitelial muy poco alterado. En resúmen: induracion conjuntiva dominante.
Sólo hemos encontrado, pues, lesiones de una Nefritis crónica; las alteraciones parenquimatosas insignificantes, la ausencia de edemas que caracterizan tanto en el Hombre, como en los demás Mamíferos, la forma parenquimatosa, nos han demostrado un caso bien caracterizado de Nefritis esclerosa intersticial. Los datos clínicos que usted nos proporcionó así como los coágulos fibrinosos que revelan una muerte lenta, confirman también la terminación del proceso por Uremia.
Nuevamente agradecemos sus atenciones y nos suscribimos Ss. At. Ss.
Terminada esta operaciOn, y habiendo llegado á la última parte de ella, de modo que puedo comprobar lo que aquí se afirma, se procedió á dejar todo en órden.
Los huesos me interesaban de un modo particular.
Sometidos á una larga coccion, para limpiarlos, se encontró que muchas epífises no estaban unidas, lo que no era natural, porque Nean tenia 20 años y no sé que tal edad, en esta especie, deba considerarse infantil. Muchas láminas carecian de desarrollo, y muchas partes que en todos los Mamíferos son de tejido compacto, eran esponjosas, presentándose de tal manera que se puede afirmar que la Nefritis crónica era una enfermedad intercurrente, mas ó menos antigua, terminada por Uremia y que Neán tenía Osteomalacia.
El esqueleto será armado apenas haya oportunidad disponible para ello. La piel ya lo está, y aunque ha habido que luchar con las dificultades inherentes á la preparacion de un animal de tanto volúmen, por el tiempo empleado en construir la armazon interna, por el calor que reinaba en esos dias, y el cuero se resecó en partes, la pieza es presentable.
Sí, y bastante. En los primeros dias se alimentaba poco, miraba mucho del lado en que ántes estaba su compañera; la punta de su trompa se aplicaba continuamente al suelo, como si tomara el olor de la sangre que lo había manchado, y que quizá no había desaparecido, á pesar de la gran cantidad de agua, áun fenicada, con que se lavó. Se acostaba con una frecuencia insólita, y miraba de un modo que parecía nuevo.
Cierta mañana en que no había ninguna persona en el galpon y andaba yo por allí cerca, me acerqué por el lado de afuera y dije en voz alta y rápida: «Nean!» Al instante sentí crujir el piso y la cadena, y, por el ruido, comprendí que, estando acostado, se levantaba de pronto,—y ví aparecer sucesivamente el extremo de su trompa por varios agujeros y separaciones de las tablas, una de las cuales rompió.
Cuando, un momento después, entré al galpón, me miró con esa mirada temible de desconfianza que es bueno conocer en un Elefante. Estiró la trompa con rapidez, como pidiendo que se la acariciara, ó que le diese algo, y, al extender la mano, me hizo un molinete ó una doble contra, un movimiento envolvente tan repentino, que conocí su intencion. Si me la envuelve, me arrastra y me mata. Había conocido mi voz y me reprochaba que no le devolviese su compañera que acababa de nombrar. Como para eso estaba.
El Señor Barón de Duisburg, que ha seguido con interés las peripecias que aquí se refieren, me ha escrito una interesante carta en la que, aludiendo á ciertos rasgos de la mentalidad de los Elefantes, recuerda lo sociables que son y la necesidad de que «Siam» no esté solo, observando que, en Europa, en casos análogos, se coloca un caballito ó un petizo en los establos, para hacerles compañía. He hecho buscar un petizo, pero aún no se ha encontrado.
Lamento no publicar esa carta, y ruego al autor me disculpe, porque, para estamparla aquí, tendría que mutilarla.
En vista de lo expuesto, y considerando la inconveniencia de que «Siam» tuviese muchas manifestaciones de dolor, y poco apetito, le prescribí una buena dósis de Sal de Inglaterra. Ahora está mas tranquilo y come bien. Pero es preciso traerle otra «Neán». Ya lo he comunicado á la Intendencia, y espero que se conseguirá.