Revista del Jardín Zoológico de Buenos Ayres/Tomo I/Las leyes de la vida/Introduccion

INTRODUCCION.

«Nuestro deber es el trabajo; nuestro derecho es la libre investigacion: nuestra satisfaccion el establecer un grano de verdad para el bien del género humano; nuestra esperanza—el saber.»
(Teod. Eimer. Discurso en el 56° congreso de naturalistas en Friburgo.)


Animado de las mismas ideas expresadas por el sábio profesor de Tübingen, he emprendido la tarea de reunir y coordinar los principales fundamentos de una teoría científica de la Religion Católica y de los medios de darle una aplicacion útil.

Los hechos reales que pueden servir para dar entera consistencia á mi teoría se hallan diseminados en muy diversas ramas del saber humano, y, dado el estado actual de la enseñanza, que se resiente de su orígen bárbaro y continúa siendo una rémora del saber, sería grande osadía hoy el pretender, un solo individuo, abarcar todos los conocimientos necesarios para no dejar sino aquellos vacíos que sólo la razon podrá llenar.

Voy, pues, tan sólo á descubrir la piedra fundamental de esa téoría, removiendo los granos—de arena—que la ocultan, y colocando únicamente los guijarros encontrados dentro de la arena. En una palabra, sólo estableceré el principio y agregaré las pruebas más importantes.

Lo que me propongo demostrar, ó, por lo menos, sostener, es lo siguiente:

1° Que los dogmas de la religion católica son las interpretaciones subjetivas y femeniles, preliminares y equivalentes, de las concepciones objetivas, varoniles y científicas, referentes á las leyes de la vida.

2° Que estas interpretaciones han sido científicamente corroboradas por los que conocieron aquellas leyes, mucho tiempo ha, y las enseñaron como religion moral. De modo que, entre la religion católica y las leyes de la vida ó Bionomia, existe fundamental concordancia, por haber sido bien conocidas estas leyes y científicamente enseñadas por los sábios de una antigüedad muy remota, y luego trasmitidas por tradicion hasta Jesús, el último de los iniciados (Véase San Mateo, Cap. II, vers. 14 y 15).

3° Que en la religion se hallan las leyes de la vida intencionalmente encubiertas bajo un lenguaje alegórico, por los sábios que fundaron la primitiva religion; habiendo ciertas fuerzas accesorias alterado parcialmente la concordancia entre ambas. Pero que estas alteraciones se descubren y explican á medida que se adquiere el conocimiento de las leyes inalterables de la vida y de su evolucion.

4° y último. Que, como consecuencia de lo expuesto, las leyes de la vida se deben enseñar en el lenguaje alegórico de la religion al bello sexo y demás individuos femeniles; en el científico sólo á los varoniles.

En la Naturaleza existe un órden universal y de una exactitud absoluta en todo. Este órden universal y absoluto, léjos de conducir al fatalismo, es de tal naturaleza, que todas las fuerzas desempeñan su papel y tienen una parte mas ó menos activa y directa en todos los fenómenos y en sus múltiples modalidades. El nombre que mejor le corresponde es el de órden resultantela divina providencia», de la religion), y, para hacerlo comprender mejor, voy á poner un ejemplo muy sencillo, pero que, por su misma sen­cillez, se puede hacer ó sacar de él muy numerosas é interesantes aplicaciones ó consecuencias. Tómense dos hojas de papel. De una hágase una bola y déjesela caer al suelo, á donde se la verá ir en linea recta y vertical. La otra hoja se dejará extendida, y, al dejarla caer, se verá que va dando vueltas ó haciendo sesgos, remolinos ó balanceos, hasta llegar tambien al suelo. Las fuerzas accesorias que han intervenido en la forma de su caída nos son bien conocidas.

Otro ejemplo hará ver mejor la accion resultante de las fuerzas accesorias en la interpretacion ó explicacion religiosa de las leyes de la vida.

Figurémonos un niño que apenas sabe trazar las letras y va á escribir al dictado de su maestro.

—Escriba Vd., dice este, el papel.

El niño escribe.

¿Le sería posible leer las palabras dictadas, á una persona que no hubiese oido pronunciarlas? Y sin embargo, quien esté en el secreto, descubrirá que efectivamente esos garabatos tienen, aunque mal colocados, todos los elementos y aun más de los necesarios, para formar las palabras el papel. La falta unas veces y el exceso otras, de las fuerzas necesarias para trazar bien las letras, han intervenido y desfigurado la escritura; pero las palabras están ahí y se las puede descubrir mediante un exámen lijero.

El tema de mi trabajo es inagotable, y tan fecundo como vasto. Lo he escrito concentrando todo lo posible lo más fundamental y necesario, y sin dejarme llevar del interés que despierta cada una de sus innumerables ramas. Así seguiré el camino más corto y el orden más adecuado á las circumstancias. Lo trataré todo de una manera muy general y en un lenguaje conciso, que llegará á veces á ser oscuro, pero se aclarará á medida que vaya ampliando mis observaciones. Bien sabido es que lo que se gana ó pretende ganar en precision se pierde en claridad. Conozco por experiencia propia los graves resultados de las explicaciones abstractas y de las palabras raras: confunden, asustan, hipnotizan, y lo que es peor aun, desaniman y disgustan del estudio. Por eso haré todo lo posible por reparar las faltas de un lenguaje de cuyo uso no siempre se puede prescindir.

El estudio de las leyes de la vida es hoy de indispensable necesidad para dar á la moral una base sólida y científica; ya sea en sustitucion, ya en refuerzo de la puramente mística y de arena en que hoy yace.

El conocimiento de las leyes de la vida conduce directa é infaliblemente á algo muy análogo al misticismo religioso, y á una parte del filosófico. Pero entre el misticismo religioso, propiamente dicho, y el bionómico, hay una gran distancia, un vasto espacio ocupado por el positivismo ó, más bien, fisicismo, como parece lo llamaban los maestros de Demócrito. Allí, en ese espacio, se han dormido y se duermen sobre sus laureles todos los positivistas que se han satisfecho ó cansado del estudio, ó que han creído haber llegado á la meta del saber.

La pretension de reconciliar la Religion con la Ciencia no es nueva; por el contrario, son muchos los que lo han intentado. Pero como los medios para conseguirlo aumentan con el número de los datos adquiridos por las nuevas observaciones, el último que se empeñe en ese propósito será el que tenga más probabilidades de obtener el mejor éxito.